Retrospectiva
Revista Proceso # 1319, a 11 de febrero de 2002
· López Dóriga, Norberto Rivera Y El Caso Schulenburg /Javier Sicilia
Recientemente, a raíz de una carta privada que Guillermo Schulenburg y otros prelados enviaron al Papa para pedir que no canonizaran a Juan Diego y que, contra todo sentido de la ética, Andrea Tornelli publicó en el periódico italiano Il Giornale, una terrible campaña de linchamiento —más terrible aún que la de 1996— volvió a desatarse sobre el que fue el último abad de la Basílica de Guadalupe.
En 1996, guardé silencio. La imbecilidad, el amarillismo periodístico y la política antievangélica de algunos sectores de la Iglesia me provocan asco. Hoy habría querido hacer lo mismo, si recientemente el noticiario de Joaquín López Dóriga, al rememorar la entrevista que en 1995 el pintor Ricardo Newman y yo hicimos a monseñor Schulenburg (Ixtus No. 15, invierno, 1995) —entrevista que, retomada por Andrea Tornelli en 30 Giorni ocasionó el primer linchamiento al entonces abad de la Basílica—, no hubiera pasado al aire ciertas declaraciones en voz de Schulenburg que López Dóriga dice ser las mismas de la entrevista que Newman y yo le hicimos.
Porque las cintas de esa entrevista están en mi poder y sólo existe de ellas una copia que tiene el cardenal Norberto Rivera, quien me dio su palabra de que no saldrían del arzobispado y de la Santa Sede, voy a contar aquí la historia de ese asunto y a exigirle a Joaquín López Dóriga y a Norberto Rivera que aclaren la cuestión de esas cintas que comprometen no sólo la honestidad y la credibilidad de ambos, sino la integridad de las políticas editoriales de Ixtus que son ajenas al escándalo, al amarillismo y a la imbecilidad de nuestra época.
En 1995, el pintor Ricardo Newman —entonces subdirector de la revista Ixtus— y yo entrevistamos a Guillermo Schulenburg. Su entrevista, junto con otras seis que hicimos a otros especialistas para conmemorar el misterio de Guadalupe (Alberto Athie, Mario Rojas, Donjad Hssler, Rafael Landerreche, Rodrigo Franyutti e Ignacio Solares), apareció, como he dicho, en el número 15 de la mencionada revista bajo el título de El Milagro Guadalupano. La revista tiraba entonces 300 ejemplares que circulaban entre sus suscriptores. Las declaraciones de Schulenburg pasaron entonces desapercibidas.
Casi un año después (1996), utilizando los fragmentos más polémicos de aquella entrevista, Andrea Tornelli (el mismo que divulgó la carta privada que ocasionó el escándalo) publicó un reportaje que desató una terrible indignación en Roma y una campaña de linchamiento en México que concluyó con la renuncia de Schulenburg a la Abadía de Guadalupe y con el nombramiento de un rector. La época de los abades del Tepeyac había terminado.
¿Quién hizo llegar a Tornelli esa entrevista que nadie había atendido un año antes? ¿Cuál era el objeto si Juan Diego estaba ya beatificado? ¿Por qué buscar escandalizar la fe del pueblo?
Alguien —no diré su nombre, un muy alto funcionario de la Iglesia, involucrado en el problema— me dijo: fue Norberto y algunos sectores interesados en apropiarse no sólo de la economía de la abadía —por cierto, horriblemente utilizada por el propio Schulenburg—, sino del control de la abadía y del propio capital simbólico de Juan Diego.
En ese momento, cuando la tormenta estaba en su punto más álgido, otro alto funcionario, esta vez de Televisa, por el lado de la revista Época —tampoco diré su nombre—, me pidió que le vendiera las cintas. Le dije que no, que Schulenburg nos había dado esa entrevista para un medio impreso y que no utilizaríamos su voz ni mucho menos la entregaríamos a los medios, a menos que Schulenburg —cosa que nunca hizo— dijera que nuestra transcripción estaba falseada.
Vamos a hacer esto —me respondió—: te mando un cheque en blanco y le pones los ceros que quieras. Le respondí: Ni Televisa ni todas sus empresas juntas tienen el suficiente dinero para comprarlas. Simplemente te digo que no se venden.
Por ese entonces, López Dóriga —que tenía entonces un noticiario en la radio— comenzó a sacar ciertas declaraciones que Schulenburg hizo a los medios, haciéndolas pasar como las declaraciones de la entrevista que Newman y yo habíamos hecho. Llamé a un asistente de López Dóriga y le dije: Dígale al licenciado que deje de decir que las declaraciones que está pasando al aire con la voz de Schulenburg son las declaraciones que el propio Schulenburg hizo a la revista Ixtus. Las cintas están en nuestros archivos. Si continúa mintiendo vamos a demandarlo. Dejó de hacerlo.
El asunto no paró ahí. El 1 de junio de 1996 —con carta solicitud del 31 de mayo de 1996—, el cardenal Rivera nos citó a Ricardo Newman, a Tomás Reynoso (entonces director de la editorial JUS, que nos apoyaba en la publicación de Ixtus, y miembro de nuestro Consejo Administrativo) y a mí en la casa del arzobispado. El objetivo era que firmáramos una carta en la que declararíamos que la entrevista al Señor Abad de Guadalupe Mons. Guillermo Schulenburg Prado, se realizó con motivo de un número especial de la revista Ixtus (...) Que la entrevista fue grabada y fielmente reproducida en el No. 15 de la revista Ixtus y que dicha información no está manipulada. Que lo único que les mueve a dar este testimonio es su preocupación porque este asunto quede plenamente documentado y ayude a evitar confusiones y daños a nuestra Santa Madre Iglesia.
Después de una ríspida charla en la que Newman y yo le reprochamos la política antievangélica con la que se habían conducido en este asunto, firmamos. El cardenal Rivera, como lo había pedido en su carta de solicitud del 31 de mayo, insistió en que le entregara copia de las cintas. ¿Para qué las quiere?, le pregunté. Para tener una documentación en el Arzobispado y en la Santa Sede de la verdad, respondió. Dudé. Sin embargo, y en contra de Newman —que sabiamente no quería que la entregáramos—, lo hice (mi razón fue mi adhesión como católico a la investidura, no a la persona, de uno de mis altos prelados). Voy a dársela —le respondí— porque no quiero ser un mal hijo de la Iglesia, pero con una condición: Deme aquí, delante de testigos, su palabra de que esas cintas no saldrán ni del Arzobispado ni de la Santa Sede y que no se hará de ella un mal uso en los medios. Me lo prometió.
Con la salida de Schulenburg de la Abadía, el asunto volvió al silencio. Sin embargo, en vísperas de la próxima canonización de Juan Diego, resurgió con mayor virulencia. La manera en que se ha desarrollado tiene la misma mecánica. De la misma forma que en 1996 alguien hizo llegar a Tornelli la entrevista de la revista Ixtus para que publicitara las declaraciones de Schulenburg, hoy le hicieron llegar la carta privada que el mismo Schulenburg y otros prelados dirigieron al Papa pidiéndole no canonizar a Juan Diego. Los fragmentos que reprodujo Tornelli en 1996 fueron usados a destiempo, cuando el Papa lo había beatificado; la carta privada que Tornelli hizo pública en 2002 fue publicada también a destiempo, cuando el Papa ya había dado su anuencia para la canonización.
¿Por qué entonces volver al escándalo? ¿Cuál es el nuevo motivo del segundo linchamiento a Schulenburg? ¿Por qué López Dóriga rememora la entrevista de Ixtus y pasa al aire las supuestas declaraciones que el exabad nos hizo a Newman y a mí? ¿Volvió a mentir o realmente tiene esas cintas en su poder?
Si mintió, como la primera vez lo hizo en la radio, engañando al público y utilizando falazmente un material que sólo pertenece a Ixtus, López Dóriga no sólo sería un pésimo periodista, indigno de ser informante del acontecer político de este país, sino un hombre despreciable.
Si, por el contrario, las declaraciones que de Schulenburg pasó al aire pertenecen a la entrevista que Ricardo Newman y yo le hicimos a Schulenburg en 1995, entonces el responsable es Norberto Rivera que, traicionando su palabra y nuestra fe en ella, se las entregó. Si es así, Norberto Rivera no sólo sería indigno de la investidura que porta, y su palabra y su condición de hombre no valdrían ya nada, sino que, además, tendríamos delante de nosotros la sospecha de una repugnante red mafiosa en la que Tornelli, Norberto Rivera, Sandoval Íñiguez (recordemos que Tornelli reprodujo en el mismo Il Giornale documentos internos de la Iglesia en torno al asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, documentos supuestamente recabados por el propio Sandoval Íñiguez), López Dóriga, Televisa y sectores de la Iglesia mexicana vinculados con los Legionarios de Cristo —quienes promueven la supuesta papalidad del Cardenal Rivera— estarían involucrados.
¿Para qué? Primero, tal vez para destruir la credibilidad de Schulenburg —que con toda seguridad, después de lo de 1996, estaría golpeando fuertemente a Norberto Rivera en los altos círculos del Vaticano—: si no es posible rebatir los argumentos de Schulenburg sobre la existencia de Juan Diego (la Iglesia debió de haber utilizado únicamente el argumento de la fe: creemos en la palabra de los indios, porque son, como lo fueron la prostituta Magdalena y los pescadores discípulos de Jesús en relación con la resurreción, susceptibles de credibilidad y no argumentos científicos y racionistas que no posee), entonces destruyamos la credibilidad de la persona Schulenburg.
Después, quizás, porque lo que para estos grupos está en juego no es la existencia de Juan Diego, sino la apropiación de lo que el indio representa para la Iglesia como para la sociedad, como lo dijo Bernardo Barranco, en un artículo recientemente publicado por El Financiero. Hay intereses comerciales y políticos en los medios por la representación simbólica de Juan Diego (recordemos el uso comercial que se hizo de la Virgen en la última visita de Juan Pablo a México y que pareció casi una simonía moderna): para unos continúa siendo el indio postergado, el pasivo y taciturno indígena de algún programa asistencial o gubernamental; aquel que nace excluido y que nunca dice no y siempre hablará en diminutivo. En esta perspectiva paternalista, el indígena siempre es manipulable (sea por Samuel Ruiz o por Marcos) y testimonia que el país necesita, más que un cambio de estructura, cambios en el corazón de cada mexicano al estilo Teletón... es decir, al estilo de la peor degradación de lo cristiano.
Sea lo que sea, Joaquín López Dóriga y Norberto Rivera están en entredicho y desde aquí les exijo que deslinden sus responsabilidades en relación con esas cintas para que eviten mayores confusiones y daños a la Iglesia y al país. De lo contrario, habrán perdido para siempre no sólo la credibilidad, sino la verdad y la paz de su conciencia.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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