5 jul 2021

Bola de demolición/Jesús Silva-Herzog Márquez

 Bola de demolición/Jesús Silva-Herzog Márquez

en REFORMA, 05 Jul. 2021


El poder político tiene límites que el Presidente no reconoce. Quizá uno de los primeros es que a los gobiernos no les corresponde declarar la verdad. No es propio de un gobierno democrático entregar certificados de veracidad a la prensa y escarmentar verbalmente a quienes se apartan de su versión de la realidad. El gobierno no es tutor del periodismo ni le toca repartir diplomas de buena conducta a la prensa. Más grave es que, lejos de aportar prueba que desmienta o argumento que convenza, el gobierno se empeñe en insultar a los críticos, en descalificar moralmente a los medios, en hostigar a los disidentes. El acoso a los medios contamina el aire de la discusión nacional y dispara alarmas en todos lados. Pero el párroco que nos gobierna no reconoce restricción alguna. Dice lo que le viene en gana e instruye a los suyos para producir un entretenimiento inquisitorial. A él le corresponde orientarnos sobre los caminos de la verdadera felicidad, los propósitos de la vida, el sentido de esa justicia que está por encima de la ley y el contenido de la verdad. Su corazón es tan puro, la llama de su convicción es tan ardiente que no puede resistir la oportunidad de recetarnos una homilía sobre la moral del periodismo a través, por supuesto, del escarnio.

Pero detrás del circo de las distracciones está la feria de la destrucción. Estamos por iniciar el segundo tramo del sexenio y lo que podemos ver del curso recorrido es una estela de ruinas. La edición más reciente de la revista Nexos hace un inventario de la devastación lopezobradorista. Vale la pena recorrer el territorio de las destrucciones. Desaliento a la inversión, derroche y asfixia presupuestal, exterminio de instituciones, detrimentos del patrimonio. La aniquilación de programas, proyectos, fideicomisos, oficinas, fondos recorre todas las órbitas de la administración. Salud, energía, educación, cultura, ciencia padecen una merma severísima en sus capacidades institucionales. Lo notable del recuento de Nexos es la precisión notarial con la que hace el recuento de los daños.

Es en esos afanes donde puede encontrarse eficacia en el gobierno federal. Se ha propuesto la destrucción y su tasa de éxito ha sido enorme. Una gigantesca bola que se columpia hasta reventar el último ladrillo en pie del neoliberalismo. La política del nuevo régimen se contiene, en efecto, en una bola de demolición. Esa pesada pelota de acero macizo que cuelga de una grúa para arrasar columnas y paredes es el instrumento primordial de la administración. Ahí está resumida la tosquedad de su política y el núcleo de sus orgullos. Contemplar, hecho polvo, el edificio del pasado. Así de rudimentaria es su ingeniería; así de pobre su imaginación.

El inventario que ha hecho la revista deja algo en claro. La histórica transformación que dice encabezar el gobierno de López Obrador no sigue una pista reformista. Para ello haría falta un diagnóstico que escapara la cantaleta ideológica y un programa que fuera más allá de los lemas. El discurso oficial desprecia a los reformistas por tibios, por tímidos, por cobardes. Los moderados se derrotan antes de la pelea, ha sugerido el Presidente. Para él, el cambio auténtico es el que se funda en una ruptura, un cambio que cancela definitivamente el pasado. Pero, más allá de ese lenguaje, la energía de la destrucción no se acompaña de lucidez de fundación. Lo que reemplaza las instituciones es la apuesta por la virtud que mana del líder para impregnar todas las esferas de la vida pública. Lo que sustituye a los programas es el capricho y la intuición. Esa fe en la nobleza de espíritu que no se ha ensuciado con estudios, ni pierde el tiempo con sumas y restas. Lo que quiero decir es que no hay en este gobierno esa secuencia que imaginaba Luis Cabrera en todo momento revolucionario: demolición y reconstrucción. A la eficacia de la demolición la acompaña la ingenuidad de imaginar que, con el desplome del viejo edificio, la fuente del mal ha sido extirpada. El núcleo de la política lopezobradorista no es la reforma, ni tampoco la revolución sino el exorcismo. Ese es su afán: arrancarle a México el demonio neoliberal para recuperar la inocencia.


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