27 feb 2022

¿Se pudo evitar la agresión rusa a Ucrania?

¿Se pudo evitar la agresión rusa a Ucrania?/ Araceli Mangas Martín es vicepresidenta de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la UCM.

El Mundo, Domingo, 27/Feb/2022 

El ataque de Rusia y Bielorrusia a Ucrania es una grave violación de la norma imperativa de prohibición del uso de la fuerza contra la integridad territorial y la independencia de un Estado (art. 2.4 de la Carta de la ONU). Igualmente, el propósito ruso de anexionarse el territorio ucraniano viola otra norma derivada de la anterior: «El territorio de un Estado no será objeto de ocupación derivada del uso de la fuerza...», y advierte: «No se reconocerá como legal ninguna adquisición territorial derivada de la amenaza o el uso de la fuerza» (Res. 2625 de 1970, con valor obligatorio). Ese principio es la norma más importante del Derecho Internacional y solo permite excepciones en caso de legítima defensa -como se prevé en el art. 51 de la Carta- o la autorización por el Consejo de Seguridad de ONU. La agresión rusa no admite justificación desde ninguna de las dos excepciones.
Y conviene aclarar que esa y otras reglas generales de Derecho Internacional (DI) son las mismas para todos los Estados, los democráticos, autocráticos y dictatoriales, tanto cuando actúan solos como en compañía de otros (ataque de EEUU y 40 más a Irak, 2003). No hay un Derecho Internacional para los aliados y otro para los enemigos. Es inadmisible una ley internacional del embudo que condene solo a un Estado, se le sancione por violar el DI y, al contrario, autoexonere de esas mismas reglas a los nuestros. Occidente, con razón, dice que no es admisible la soberanía limitada de Ucrania, claro, pero tampoco admitiría bases rusas o chinas en Cuba.

También estaba prohibido usar la fuerza cuando la OTAN, sin autorización del Consejo de Seguridad, atacó a Yugoslavia (Serbia hoy) en 1999 con bombardeos masivos durante semanas, invadió la región serbia de Kosovo con el fin de proteger a los albaneses y practicó la separación en función del origen étnico. Y siendo Serbia un Estado democrático en 2008, la mayoría de la UE reconoció a su protectorado Kosovo como Estado independiente. Y sin sanción alguna para la Alianza.

Rusia imitó a la OTAN, invadió una parte de Georgia, creo un estado ficticio (Osetia), lo repitió en 2014 en Crimea y se llevó una buena ración de sanciones de la UE que la echaron en manos de China y fortaleció a este adversario sistémico. Ahora, en 2022, con la burda excusa de proteger a la población rusa que vive en Ucrania, Putin sigue la doctrina atlántica y ha reconocido dos Estados fantasmas (Donetsk y Lugansk).

Pero la gravedad de lo sucedido en la madrugada del 24 de febrero es la invasión directa del territorio de Ucrania ya sin la coartada de proteger a la población de las regiones prorrusas. La declaración de Putin retorciendo el DI, con toscas falsedades, revistiéndose de la legítima defensa preventiva (doctrina Bush) e invocando de forma vomitiva el DI es una provocación universal. También deja perplejo la hipocresía de Biden cuando ese mismo día hablaba de «el orden internacional basado en reglas», amenazado ahora por Rusia y ¿antes por quién?

Es de libro que todo agresor busca revestir de justificación el uso de la fuerza y acogerse a la excepciones. Lo de la desnazificación de Ucrania es una burda mentira rusa imitando a EEUU en desinformación; cuando EEUU invadió la isla de Granada en 1983 era para evitar el acceso de comunistas al poder; o en Kosovo para proteger a los albaneses frente a los serbios, cuando unos y otros cometían los mismos brutales asesinatos.

Estados Unidos como Rusia han instrumentalizado el Derecho internacional para sus fines agresivos y nunca han medido las consecuencias, entonces y ahora, de violar la soberanía e integridad territorial de un Estado sin la autorización del Consejo de Seguridad. Tanto la OTAN y la UE como Rusia han impuesto de forma unilateral la existencia de un nuevo Estado, fruto de una invasión previa, cuya única base jurídica es la violencia. Por ello resulta hiriente que el comunicado de condena de la UE proclame que el ataque ruso «no tiene precedentes»: tiene demasiados.

También se suele decir que Rusia ha violado los acuerdos (políticos, es decir, no normativos) de Minsk. Claro, y en los años 90 hubo acuerdos políticos entre EEUU y Gorvachov y posteriores gobiernos (Yeltsin) de que la OTAN, incluso la UE, no se extendería hasta las fronteras de Rusia. Esos acuerdos constan en numerosos documentos diplomáticos desclasificados por EEUU en 2017 y son accesibles por internet (National Security Archive, Universidad George Washington). Claro, hay que leerlos y reflexionar; pero los medios españoles prefieren hablar de oídas y llenos de bilis ideológica. Antes de su revelación en 2017, tanto H. Kissinger como H. Dietrich Genscher confirmaron las «seguridades» dadas y previeron que el engaño podía provocar a Rusia.

Putin no olvidó ese engaño y estalló cuando la torpe UE le organizó el euromaidan en 2013. Desde entonces, Rusia lleva pertrechándose hasta los dientes sin que la UE haya movido ficha. La Unión ni buscó el acuerdo con Rusia ni, en consecuencia, nuestros Estados se han armado masivamente para defendernos del probable agresor ruso. Doble irresponsabilidad europea.

Rusia forma parte de la seguridad europea y se debió negociar y respetar acuerdos de intangibilidad de fronteras como los de Helsinki (1975) y París de 1990. La OTAN y la UE, entonces o ahora, debieron llegar a un acuerdo de seguridad europea general acercando a Rusia a acuerdos de cooperación para incorporar a la mayor potencia geográfica y militar del continente a la seguridad regional. Rusia no puede quedar al margen de la seguridad pactada entre europeos porque forma parte además de nuestra historia, cultura europea y religión cristiana. Nunca debió abandonarse el partenariado con Rusia. Nunca entendí el desprecio de Obama a Rusia y a Europa: para él Rusia era una potencia regional -claro, en nuestra región- y con capacidad inmensa para revolver nuestra vecindad. Las sanciones comerciales occidentales le echó en manos de China y fortaleció a ambos Estados.

La UE no ha buscado nuevos acuerdos bajo la orientación de lo que significó Helsinki, como hace pocos días una personalidad tan poco sospechosa como T. Garton Ash reclamaba. Francia y Alemania debieron usar su liderazgo en 2014 para negociar con Rusia sobre los intereses comunes de la seguridad recíproca. Europa debió hablar con Europa. Directamente. Desde 2015 no ha habido diálogo de Europa con Europa, de la UE con Rusia, para llegar a acuerdos de seguridad a largo plazo entre nosotros, los europeos. La UE ha sido incapaz de hablar por sí misma con el resto de Europa. Han hablado otros (EEUU) y por sus intereses.

Por eso, esta trágica guerra de 2022 se pudo haber evitado hace tiempo y, de nuevo, ahora con concesiones basadas en un nuevo concierto europeo de seguridad. Los europeos creíamos que habíamos conjurado la guerra entre nosotros pero este bien preciado, paz en libertad y prosperidad, es exclusivo de la UE y por ello es frágil al dejar fuera de una entente cordiale a dos tercios del continente. Y es muy grave que la Unión Europea no haya sabido proteger sus propios intereses y se dejara llevar por los intereses de otros.

¿Rendirá cuentas Rusia? Es sabido que las sanciones solo son eficaces a largo plazo y pueden ser tan perjudiciales para el Estado agresor como para los Estados sancionadores. Putin va a seguir un plan militar no distinto al de Hitler. Le empuja tanto nuestra incapacidad negociadora como nuestro miedo a la guerra. Habrá que reaccionar tanto si pretende la anexión total o la parcial encerrando sin salida al mar a Ucrania y a tiempo para que no haga inviable nuestra defensa por su falta de contención. Es una inmensa tragedia que la irresponsabilidad de los políticos nacionales y europeos nos ha llevado a algo tan previsible.

No ser dueños de nuestro destino en Europa con un potente respaldo militar propio y la falta de voluntad para entendernos con el resto del condominio europeo nos ha dejado como un juguete de la rivalidad entre la potencia «regional» dominadora, Rusia, y la potencia global declinante, EEUU.


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