8 sept 2023

A cincuenta años del asesinato de Neruda, y de Allende.

Si tú me olvidas de Pablo Neruda 

Se publicó en el libro Los Versos del Capitán en 1963, pero había sido publicado por primera vez de forma anónima en Italia en 1953...

Neruda se enamoró de  Matilde mientras, estaba casado con la pintora Delia del Carril,,  entonces se le ocurrió  escribir un libro secreto, que llevara título, pero no autor

El Nobel de Literatura chileno Pablo Neruda, en un detalle de la ilustración de la portada del libro ‘Neruda. El príncipe de los poetas’, de Mario Amorós (Ediciones B). /WMagazín

Así nacieron Los versos del capitán, dice:

QUIERO que sepas

una cosa.

Tú sabes cómo es esto:...

El embajador que estuvo a punto de rescatar a Neruda

Gonzalo Martínez Corbalá, embajador de México en Chile en 1973, relata los acontecimientos que siguieron al golpe de Estado de Pinochet

Nota de VERÓNICA CALDERÓN

El País, México - 27 ABR 2013 

Una de las últimas personas que vio a Pablo Neruda con vida fue el entonces embajador mexicano en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá (San Luis Potosí, 1928). El diplomático había ido a visitarle por una razón: convencerle de que aceptara el ofrecimiento del Gobierno mexicano y partiera al exilio, lejos de la atroz persecución del régimen de Augusto Pinochet. Al inicio fue reticente, pero Neruda cedió. Acordaron que el viaje sería el 22 de septiembre. En el último minuto, el Premio Nobel de literatura canceló. “Mejor el lunes”, dijo al embajador. El lunes nunca llegó. Neruda murió el domingo 23 de septiembre de 1973 a los 69 años.

Las afirmaciones del chófer de Neruda, Manuel Araya, de que el poeta había muerto envenenado y no del cáncer de próstata que sufría, y la posterior denuncia del Partido Comunista han derivado en la exhumación de los restos del poeta, que son analizados por un equipo forense en Chile. Martínez Corbalá, uno de los pocos testigos de primera mano de esos días, asegura que no tiene evidencia de que el poeta haya muerto por orden del regímen, pero que no descarta la necesidad de una investigación. “Si lo hubieran querido matar, lo habrían hecho mucho antes, aunque es verdad que en esos días ocurrían tantas cosas que es difícil saber a ciencia cierta qué fue lo que pasó”, afirma en la Ciudad de México.

Pocos como Gonzalo Martínez Corbalá vivieron esos tumultuosos días de septiembre de 1973. Habló con Salvador Allende dos días antes del golpe, cuando la amenaza ya era inminente. Consoló a su viuda, Hortensia Tencha Bussi, una vez consumada la acción militar y más tarde arropó a cientos de exiliados. Sus acciones le ganaron la Orden al Mérito en ese país, que le otorgó el Gobierno chileno en 1992. “Nunca negamos a nadie la petición de asilo. Preferí equivocarme y aprobar la entrada de alguien que quizá exageraba, a dejarlos a la intemperie”, recuerda.

A sus 81 años guarda una memoria prodigiosa. Es capaz de recordar la hora, el día, el sitio y hasta la ropa que vestía los días en que ocurrieron los acontecimientos más importantes de su carrera diplomática. Obvia relatar lo que ocurrió ese 11 de septiembre de 1973. Comienza por los hechos que le siguieron.

Después de que la Junta militar encabezada por Pinochet asumiera el poder, la familia del fallecido Allende se refugió en la embajada mexicana. Ahí permanecieron cuatro días. El 14 de septiembre, dos soldados increparon a Martínez Corbalá y le apuntaron a las costillas. “Su función no es agredir embajadores y la mía no es agredir carabineros”, recuerda que les espetó. Ese mismo día, los militares asesinaron a dos chicos que buscaban refugio en la residencia. Abandonaron sus cuerpos a las puertas de la embajada y los dejaron ahí toda la noche “para intimidar”.

En cuestión de días, decenas de chilenos se arremolinaron frente a la embajada y en la cancillería mexicanas para buscar refugio. Mujeres se escondían con sus hijos detrás del camión de la basura para entrar sin que los carabineros se percatasen. El diputado Luis Maira, que años después se convertiría en embajador chileno en México, entró escondido en el maletero del coche del embajador. Martínez envolvió en la bandera de México —“como un tamal”, describen testigos— al editor Sergio Maurín para esconderlo de los carabineros.

El político calcula que en solo unos días consiguieron acoger a 400 personas, entre ellas 12 mujeres embarazadas. Una de ellas parió en la sede diplomática. La madre llamó al bebé Gonzalo Salvador Luis Benito. El embajador cuenta con ilusión que el chico, ahora un adulto de casi 40 años, consiguió contactarlo hace unos meses por Facebook.

El escape

En la embajada se estaba a salvo, pero salir de ella era otro tema. Martínez Corbalá decidió transportar a los asilados acogiéndose a la Convención de Caracas de 1954, que permite al país que otorga el asilo el derecho de admitir a las personas que decida, sin que otro Estado haga reclamo alguno. Había un detalle: Chile no había reconocido la convención y, por tanto, no estaba obligado a acatarla. Afortunadamente para el embajador, los militares (o por lo menos muchos de ellos) no lo sabían.

El primer grupo en huir estaba encabezado por la viuda de Allende, Hortensia Bussi, y dos de sus hijas, Carmen Paz e Isabel. Partieron hacia México el 15 de septiembre de 1973.

El diplomático tramitó los permisos para Hortensia Bussi y Carmen Paz Allende, pero faltaba el de Isabel. El embajador mexicano añadió los nombres de esta y su familia con su puño y letra en la parte posterior de un permiso y se fueron. Todavía conserva ese trozo de papel.

El trayecto de la embajada al aeropuerto, de unos 25 kilómetros, no fue fácil. Los detuvieron por lo menos dos veces. “¿Sabe? Los militares subían al autobús y apuntaban con las linternas a Tencha [Mussi de Allende] y a mi mujer”. Otro grupo de militares intentó forcejear con el diplomático y cuestionaron sus permisos. “Aquí el que califica soy yo”, les respondió. Consiguieron despegar esa misma noche.

En México fueron recibidos por el presidente Luis Echeverría (1970-1976) y su gabinete entero, “todos vestidos de riguroso luto”, cuenta. Tras dos escalas en Lima, Panamá y muchas horas sin sueño, Martínez Corbalá recuerda que llevaba una barba de días y no tenía ropa con qué cambiarse. El embajador de Guatemala le prestó un traje y el piloto del avión una máquina de afeitar. Se reunió con Echeverría y le indicó que debía volver. Aun había cientos escondidos en las sedes diplomáticas y “si a un embajador le apuntan con una metralleta, lo que no harán con los demás”, le dijo.

Unas horas después, estaba de nuevo en el aeropuerto. Además de resolver el estatus de los refugiados, Echeverría le había encargado otra misión: convencer a Neruda de que también se refugiara en México. “Avisé a mi mujer por teléfono y le pedí a mi hijo mayor que me acompañara al aeropuerto. Me despedí, subí al avión y solo ahí recuerdo haber sentido miedo”. ¿Por qué? “Se cerraron las puertas y, quizá porque fue el único momento de silencio en mucho tiempo, fui consciente de lo que estaba ocurriendo”.

Llegó a Santiago a las siete de la tarde del 17 de septiembre. “Justo en el toque de queda. Esa noche dormimos en el avión”, relata. Al día siguiente acudió inmediatamente a la clínica Santa María a buscar a Neruda. El poeta, que sufría cáncer de próstata, estaba ahí ingresado. Le planteó la propuesta del presidente mexicano y el Premio Nobel se resistió a dejar su país. “Me dijo que quería quedarse, a pelear ‘contra esos desgraciados’”, cuenta. Matilde, la tercera esposa del poeta, estaba en la habitación. “Yo no podía decirle nada, pero ella sí”. Consiguieron convencerlo y fijaron una fecha: el sábado 22.

Martínez Corbalá tramitó los permisos necesarios ante la Junta militar. “Lo aceptaron sin poner objeciones, le dieron su pasaporte y nosotros el visado. Estábamos preparados”. El sábado llegó por el poeta, pero recuerda que él le señaló que no estaba listo para irse. “Nos vamos el lunes”, le dijo.

La cita del lunes nunca llegó. Neruda murió al día siguiente. “Yo lo iba a acompañar al aeropuerto y acabé acompañándolo a su funeral”, relata.

Sobre las afirmaciones de Manuel Araya, chófer del poeta, que asegura que el escritor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada fue asesinado, el exembajador mexicano opina que es difícil hacer conjeturas. “Si lo hubieran querido matar, lo habrían hecho antes”, comenta. Aun así, no descarta la necesidad de una investigación. “Pasaban tantas cosas, que es difícil saber exactamente qué ocurrió”.

México acogió entre 6.000 y 8.000 ciudadanos chilenos entre 1973 y 1990. Al menos 400 fueron gestionados por Martínez Corbalá. El diplomático resta importancia al papel crucial que jugó en aquellos días. Menciona también al embajador sueco, Ulf Hjetersson, y su homólogo guatemalteco —el que le prestó el traje — como otros muñidores de la huida de cientos de chilenos en aquellos días frenéticos.

Al final de la charla, Martínez Corbalá acerca un par de libros. Uno es su cuaderno de visitas como embajador. Tiene mensajes de Allende, Amalia Solórzano de Cárdenas y el propio Fidel Castro. Y el otro es una primera edición de Canto General, ilustrada por Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. En la primera página, una dedicatoria: “Para Gonzalo Martínez Corbalá. Con el agradecimiento infinito por su protección cariñosa en los momentos más desamparados de mi vida”. La nota está datada en México, en 1978. La firma es de Matilde Urrutia, viuda de Pablo Neruda.

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La Jornada, Sábado 28 de mayo de 2011;

La víspera de su muerte, Neruda no estaba catatónico

Ante las acusaciones de asesinato del autor de Residencia en la Tierra, planteadas por quien fue su asistente, que han desatado polémica en la prensa internacional, el articulista de La Jornada, quien fue de los últimos en ver con vida al poeta, precisa algunos datos y afirma que esa denuncia debe ser investigada

Ericka Montaño Garfias

La Jornada, Sábado 28 de mayo de 2011, p. 4

La denuncia del presunto asesinato del poeta Pablo Neruda debe ser investigada, dice el embajador Gonzalo Martínez Corbalá, una de las últimas personas que vio con vida al Nobel de Literatura en el cuarto de la clínica Santa María, donde murió el 23 de septiembre de 1973.

Si yo fuera chileno la investigaría, subraya quien en ese entonces se desempeñaba como embajador de México en Chile ante la polémica por las acusaciones de asesinato, presentadas por Manuel Araya, quien fue asistente del poeta, y recogidas por la prensa internacional.

Por lo pronto, el próximo martes el Partido Comunista de Chile, por medio del diputado Guillermo Teiller, presentará una querella contra quien resulte responsable, adelanta don Gonzalo Martínez Corbalá, articulista y fundador de este diario, quien narra en entrevista con La Jornada lo ocurrido en los últimos días del autor de 20 poemas de amor y una canción desesperada y militante del Partido Comunista.

En esta charla corrige algunos datos expuestos por Araya y destaca, además, un dato relevante: el acta de defunción de Pablo Neruda señala que el sábado 22 el poeta se encontraba en estado catatónico. Lo que dice el documento no es cierto, porque yo estuve con él. Era el día pactado para su salida de Chile con rumbo a México.

Regresar a Chile

La historia acerca de Neruda comienza el 16 de septiembre de 1973, cuando el avión que transportaba a la viuda de Salvador Allende, Hortensia Bussi, a decenas de exiliados chilenos y al embajador Martínez Corbalá, aterriza en el aeropuerto de la ciudad de México.

Ese mismo día por la noche, después de contar al presidente Luis Echeverría Álvarez lo ocurrido en Chile, don Gonzalo recibió una única orden del mandatario: buscar a Neruda y traerlo a México. Habían pasado cinco días del golpe de Estado contra el presidente Allende.

En el regreso a México “tuvimos que demorar el avión para llegar después del desfile (de Independencia) porque el presidente iba a ir con todo el gabinete a esperar a Tencha (Hortensia Bussi) y a la familia de Allende. Me asomé por la ventanilla del avión hacia el salón oficial del aeropuerto y vi a lo lejos al presidente de la República y a todo el gabinete formado, vestido de negro, de luto riguroso. Yo venía barbudo, hecho un desastre con dos o tres noches sin dormir, en fin, alguien me dijo: ‘embajador, aféitese’; creo que fue uno de los pilotos y me dio una maquinilla para darme una rasurada y acomodarme la corbata para no llegar haciendo la escena de llegar en esas fachas”.

El presidente, acompañado por la viuda de Allende, ofreció una conferencia de prensa a la cual el embajador llegó un poco tarde al ser retenido por familiares y amigos. Al terminar la reunión con los medios, el presidente le dio cita a Martínez Corbalá para las 5 de la tarde de ese 16 de septiembre. Desde esa hora y hasta las 11 de la noche don Gonzalo respondió al mandatario todas sus preguntas acerca del golpe que llevó al poder a Pinochet.

“A las 11 de la noche interrumpió la conversación, y me preguntó: ‘en su opinión cuál es el siguiente paso que tenemos que dar’. Respondí que el siguiente paso era que yo tenía que regresar a Chile, porque teníamos aquello prendido con alfileres: 300 asilados en la embajada, 200 en la residencia, y ahí puede pasar cualquier cosa, nos cortan el agua, la luz, se nos enferma alguien y se hace una epidemia. ‘Yo tengo que regresar’.”

Echeverría “tomó la red y marcó el número de (Jesús) Castañeda Gutiérrez (jefe del Estado Mayor) y le dijo: ‘necesitamos un avión para que salga nuestro embajador de regreso a Chile. Que sea de buen tamaño para que pueda regresar con algunos asilados. Me avisa usted cuando esté listo’. A los 10 minutos sonó la red y era Castañeda Gutiérrez. El presidente me dice que el avión salía a la una de la mañana del hangar presidencial”.

Colgó y entonces dijo la única orden: “Busque usted a Neruda en Santiago, sabemos que está enfermo, que está mal, ofrézcale, dígale que le ofrecemos que venga a México como huésped distinguido invitado del presidente y del pueblo de México o si lo prefiere que venga como asilado acogido, a los términos del tratado de asilo con la protección que le corresponde. Que él lo decida“.

En el avión que lo llevó a Chile de nuevo sólo él iba de pasajero y la tripulación completa de otro avión, que llevaba refacciones para un aparato mexicano que no tuvo permiso de aterrizar en Chile y tuvo que hacerlo en Jujuy, Argentina. Llegamos a Santiago el lunes 17, después del toque de queda, es decir, después de las 7 de la noche. Era una locura viajar después de esa hora del aeropuerto a la ciudad. Esa noche dormimos en el avión.

Al día siguiente envió al agregado cultural Pascual Martínez Duarte a buscar a Pablo Neruda a su casa en Isla Negra. “Regresó y me dijo que no estaba en Isla Negra. ‘Neruda está en Santiago, en la clínica Santa María’. Me fui a verlo inmediatamente.”

Asiduo en Isla Negra

Según la versión de Araya, el embajador había hecho los arreglos para trasladar a Neruda a la clínica, que en ese entonces era lo mejor que había. “Dice Araya que yo fui el que preparó el cuarto en la clínica Santa María. No lo conseguí yo. Ahí lo encontré, ahí le expliqué a qué iba. Había llevado una relación muy fluida con él y con Matilde que muchas veces nos habían invitado a mí y a mi mujer a almorzar en Isla Negra. Almorzábamos en la recámara de Pablo porque ya no se podía parar, no podía caminar, y nos habíamos visto varias veces, me contó la idea que tenía de hacer una ciudad en los terrenos de Isla Negra, donde había invertido todo lo que él había ganado, que no debe haber sido poco.

Tenía la idea de hacer ahí una ciudad. La comparo con La ciudad del sol de Campanella, de intelectuales, artistas, escritores, pensadores. A esa ciudad la iba a llamar Cantalao, que no quiere decir nada, era un nombre eufónico que había inventado Pablo. Cantalao, igual la misma idea que tuvo en México el doctor Atl, que quería hacer una ciudad pero en el valle de Jiquilpan, entre la laguna de Chapala y el estado de Michoacán. Un lugar así paradisiaco, pero él le iba a llamar Ollincatl, que el Ollin es el primer signo que expresó una idea y que aparece en el códice Borbónico, en tres versiones gráficas muy bellas. Aquí en la familia lo usamos como escudo de armas.

La amistad con Neruda comenzó en 1972, año en que don Gonzalo llegó como embajador a Chile. “Habíamos hecho amistad y nos veíamos con frecuencia. Cuando me mandó el presidente tratamos de ejecutar la orden. Pablo aceptó al punto de que me dieron sus maletas y las de Matilde (Urrutia, esposa de Neruda) y un paquete con el manuscrito de Confieso que he vivido, escrito con la tinta verde que usaba Pablo.”

Neruda, recuerda Martínez Corbalá, había aceptado la opción de venir como invitado de honor del presidente y del pueblo de México. “Lo planteé a la Junta, a la cancillería chilena de facto, lo aceptaron sin poner objeciones, le dieron su pasaporte y en la embajada le dimos la visa. Ya estábamos listos.”

Salida postergada

–¿Cuándo nos vamos don Pablo?, le pregunté

–Pues nos vamos el sábado 22, respondió. Matilde ya estaba de acuerdo con él.

Así que en los días siguientes se dedicó a cargar los cuadros de la colección Carrillo Gil, rescatados del Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago. Castañeda me había sermoneado para que no me fuera a entretener más de lo necesario, porque ese avión, más grande, lo habían sacado de una aerolínea internacional y eso costaba mucho dinero, pero ni modo.

El sábado 22, alegre y chiflando, fue a recoger al autor de Residencia en la Tierra a la clínica Santa María.

“Creo que eran las 11 de la mañana. Veo a don Pablo, que era un hombre como todos los hombres en ese nivel que han vivido toda su vida entre la creación artística y era una vida muy diferente a la nuestra. Le dije: ‘Ya don Pablo, vámonos. Ya estoy listo. Todo está preparado’. Teníamos una ambulancia para llevarlo de la clínica al aeropuer-to y me dijo simplemente: ‘embajador, no me quiero ir ahora’.

“‘Chin’ dije. Sentí que se me abrió el piso. Ya los cuadros adentro del avión, y Castañeda encima de mí, pero no me iba a poner a discutir con Pablo Neruda y menos en el hospital. Le dije ‘bueno don Pablo ¿cuándo quiere que nos vayamos? Me dijo: ‘Nos vamos el lunes embajador, categóricamente, nos vamos el lunes’.

El funcionario mexicano habló con Matilde, se quedó con las maletas del Nobel y de su esposa así como con el manuscrito (que pudo regresar a las manos de la mujer del poeta cinco años después).

El sábado y el domingo se dedicó a despedirse de algunos amigos, entre ellos la esposa de Clodomiro Almeyda, Irma, y de Hugo Miranda, ambos colaboradores del presidente Allende, presos en la isla Dawson.

El domingo por la noche recibió una llamada de México, era el subsecretario de Relaciones Exteriores, José Gallástegui, quien a gritos, porque la comunicación era muy mala, le dijo: “¡Oye Gonzalo, aquí en México está el rumor de que Pablo Neruda murió. Me quedé verdaderamente impactado.

–Aquí estoy, no me he movido y no sé nada. Ahorita voy a la clínica Santa María y después te hablo.

Con todo y que ya era de noche, con el toque de queda encima, salió con rumbo al nosocomio amparado con un salvoconducto obtenido días antes que le permitía transitar después del toque. “Cuando llegué ya había muerto. Entonces ya con Matilde nos pusimos de acuerdo en qué podía ayudarla. Al día siguiente, lunes, llegué a la Chascona temprano. La Chascona era la casa de Neruda en Santiago. Chascona, en Chile es una mujer que se corta el cabello cortito.

Llegué exactamente con los tres representantes de la Fuerzas Armadas que iban a dar el pésame Matilde, quien por supuesto no los recibió. Yo pasé inmediatamente y los oficiales se quedaron fuera con su palmo de narices.

La Chascona era un desastre, recuerda Martínez Corbalá. Los militares habían asaltado el lugar y la escena era de caos: Estaban todos los cuadros en las paredes rasgados con las bayonetas. Neruda coleccionaba de todo, muy ordenado y clasificado. En La Chascona tenía relojes de péndulo, a culatazos despedazados y en el suelo tirados los engranes y las piezas. Las ventanas también habían sido rotas de modo que el piso estaba cubierto de vidrios. Había una acequia: la desbordaron, la desviaron y la hicieron pasar por en medio de la sala. Ese era el ambiente que había en La Chascona. Lo único que no rasgaron fue un retrato de Matilde que le había hecho Siqueiros, que estaba en la cabecera de su recámara, donde estaba el ataúd de Neruda.

De ahí salieron con rumbo al panteón, en dos o tres automóviles. “Yo iba en el de Matilde. A los lados de la avenida que iba al panteón había dos filas de soldados a cada lado, con unos grandes escudos para defenderse seguramente de Matilde y de nosotros los embajadores. Cuando se inició el cortejo, éramos los únicos acompañantes pero conforme iba pasando la gente salía de sus casas y se incorporaban, se hacía más grande. Gritaban: ¡Pablo Neruda!, contestaban todos ¡Presente! ¡Salvador Allende! ¡presente!

“Matilde se bajó del coche y nosotros junto con ella, ya fuimos hasta el panteón. En el reportaje que hace Proceso de este señor Araya hay una foto donde se ve el féretro y la gente al lado. Atrás estamos Matilde y yo.”

–¿Existe sustento para pensar que Neruda fue asesinado?

–Me llamaron de Chile el lunes o martes. Me habló Eduardo Contreras Mello (quien presentó la primera querella contra Pinochet y abogado de derechos humanos) y me dijo: Oiga embajador hay este asunto y nosotros necesitamos saber de usted qué fue lo que pasó, porque las únicas dos personas vivas en este mundo son usted y Araya. Ya investigamos a Araya, si no es un loco o un borracho, y no es ni loco ni borracho.

A Manuel Araya, “yo no lo conocí, nunca lo vi; probablemente lo vi haciendo alguna tarea o un servicio en la casa o de Isla Negra o de Chascona pero que me acuerde de alguien que fuera esta persona, no.

“Está el acta de la muerte de Neruda. Me dijo Contreras que según el documento, Neruda, el sábado 22 ya estaba en estado catatónico. Lo único que podría decir es que eso no es cierto porque yo estuve con él y me dijo que no se quería ir. Hablaba con toda normalidad y estuve un rato con él. Era una persona muy sensible, muy especial su manera de ser. Le gustaba jugar con juguetes de peluche que tenía en su cama, muy conversador, muy especial pero muy lejos de que ese sábado 22 estuviera como dice el acta de defunción catatónico.

Aparentemente ese grupo que encabeza Eduardo Contreras ya está sobre el asunto, ya están investigando y no lo van a dejar, sobre todo, si la primera investigación que hicieron acerca de Araya les dice que no es un hombre disipado, ni borracho ni loco.

–¿Qué tan grave estaba Neruda ese sábado?

–Lo vi tan mal, como el primer día que lo había visto. Como los otros días. No lo vi más mal en la clínica Santa María que lo que estaba en su casa en Isla Negra, cuando fuimos la primera vez a verlo, cuando nos contó lo de Cantalao.

–¿Se debe investigar entonces?

–Mira, creo que sí. Yo no debo dar una opinión de ‘sí o no, investiguen’. Pero si yo fuera chileno lo investigaría.

El profesor universitario Darío Salinas ofrece más detalles acerca de la querella que se presentará el martes. El querellante es Eduardo Contreras y formalmente la presentará el diputado comunista Guillermo Teiller, dijo el politólogo chileno a La Jornada.

La querella surge a partir de la declaración que ha hecho el asistente de Pablo Neruda, Manuel Araya, quien es un hombre comprometido, no sólo en el sentido de la lealtad hacia Pablo, sino también políticamente. Pablo Neruda no habría tenido de asistente a una persona con un horizonte diferente al de Araya.

Con la querella “se trata justamente de mostrar lo que siempre ha dicho don Gonzalo Martínez Corbalá: que tuvo contacto con Pablo Neruda un día antes de su muerte y que Neruda no estaba moribundo. Que mantuvo con él una conversación absolutamente fluida, más todavía cuando se trataba de los términos de la conversación que era la posibilidad de viajar a México. Esto está documentado en varios testimonios, nunca llegó a un plano jurídico como será ahora.

Pablo Neruda, como Allende, se merece una verdad histórica completa. Una verdad verdadera, valga la redundancia. El martes se presenta la querella y con eso se abre formalmente el proceso encaminado a establecer la causa de la muerte de Neruda.

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"El último texto de Pablo Neruda"

PROCESO Redacción, martes, 10 de agosto de 2004 

* Centenario del poeta * Orozco, Rivera, Siqueiros, México México, D F, 9 de agosto (apro)- El último manuscrito de Pablo Neruda, que tituló Tres hombres, lo redactó en vísperas de su muerte para la Exposición del Arte Mexicano, y permaneció inédito hasta agosto de 1978 junto muchos otros textos del poeta, bajo custodia de quien fuera su amigo, el exembajador de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá.

La revista Proceso lo dio a conocer en su edición número 97 (11 de septiembre de 1978), al recordar cinco años del golpe de Estado que derrocó al gobierno democrático de Salvador Allende Neruda fallecería una semana más tarde del “pinochetazo”, el 23 de septiembre de 1973 Aquí lo reproducimos como fue publicado en el semanario, a cien años del nacimiento del Nobel chileno La historia –Don Pablo, le recuerdo que mañana sábado nos vamos a México –No Gonzalo, yo quiero que salgamos hasta el lunes A Gonzalo Martínez Corbalá, embajador de México en Chile, le sorprendió aquella decisión de Pablo Neruda, expresada en su lecho de enfermo la tarde del viernes 21 de septiembre de 1973; pero la salud del poeta era ya muy delicada, no quiso discutirla y la acató.

El embajador había obtenido la visa para que Neruda pudiera viajar a México como invitado del gobierno y no como asilado político Sin embargo el viaje no pudo realizarse, la noche del domingo 23 el poeta falleció Ahora que lo cuenta, los ojos se le enrojecen El recuerdo se le avivó con la presencia de Matilde Neruda, que en un ejemplar de las memorias de Pablo, Confieso que he vivido escribió: "Para mí amigo Gonzalo Martínez Corbalá, este libro que él ayudó a salvar" Narra la historia: "Pablo Neruda me entregó un paquete con sus objetos personales y cuartillas, muchas cuartillas con textos inéditos, con objeto de que yo lo transportara a México ahora que él vendría con nosotros Entre esas cuartillas venían sus memorias, algunas poesías y otros textos Todo ese material permaneció bajo mi custodia hasta el 25 de agosto pasado, cuando se lo entregué a Matilde, la viuda del poeta Otro tanto de las memorias estaban en poder de Miguel Otero, en Venezuela, donde se editaron Días antes, Pablo Neruda había entregado al embajador mexicano cuatro cuartillas escritas de puño y letra, el último manuscrito del poeta, en las que presentaba la exposición pictórica de los tres grandes del muralismo mexicano que el gobierno mexicano montaría en Santiago de Chile, como expresión de la amistad longeva entre los dos pueblos Aquel texto no pudo imprimirse, como luego del golpe de los militares no podría montarse la exposición He aquí su trascripción: “Orozco, Siqueiros, Rivera”, por Pablo Neruda Estos tres grandes figurativos trazaron en muro o en tela la figura de una patria, estos tres grandes creadores la recrearon, estos reveladores la revelaron México les debe figura, creación y revelación Y México no es tierra de así no más, ni de baile especulativo o virreinal: es trágica grandeza, épica serenata, cadencia del corazón más volcánico de nuestro continente.

Estos hombres cumplieron el mandamiento de dioses enterrados y de héroes descalzos: su pintura es esencial, geografía, movimiento, talento y gloria de una nación formidable Todos ellos pudieron ensimismarse en su excelencia y destreza (como Diego en el brillo cubista); pero los tres prefirieron encarar con todos sus poderes la verdad perecible (sic) estableciéndola en su patria como constructores responsables, ligados al destino y a la larga lucha de un pueblo Me tocó convivir con ellos y participar de la vida y de la luz de México deslumbrante Si me asombraron con su fuerza y su ternura en su patria, aquí verán en la mía el fervor de los chilenos El fuego de esta pintura que no puede apagarse, vive también a nuestra circunstancia: necesitamos su telúrica potencia para revelar los poderes de nuestros pueblos Y para afirmar la fe y la conciencia del alto destino de nuestra América unida en sus raíces por la tierra, la sangre y la defensa de nuestras esencias Estos tres maestros mexicanos nos indican con la responsabilidad de su grandeza la afirmación de una nacionalidad y nos enseñan la confianza y la esperanza a través de su pintura atormentada, pero victoriosa (Pablo Neruda, Isla Negra, septiembre 1973)

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MUERTE DE PABLO NERUDA

El informe pericial concluye que Pablo Neruda murió envenenado, según la familia

ANA MARÍA SANHUEZA

EL País, Santiago de Chile - 13 FEB 2023 -

El sobrino del poeta chileno Pablo Neruda, Rodolfo Reyes, asegura que el panel internacional de expertos que analizó la bacteria Clostridium botulinum, encontrada en su cuerpo en 2017, determinó que su origen era endógeno. Esa conclusión de los peritos, adelantada por Reyes a la agencia Efe, confirmaría la tesis de la querella del Partido Comunista de Chile, según la cual la sustancia “fue inyectada como un arma biológica”, es decir, que murió envenenado.

“Lo puedo decir porque conozco los informes. Lo digo yo, como abogado y sobrino, con mucha responsabilidad, porque la jueza no lo puede señalar todavía, pues ella tiene que tener toda la información”, ha dicho posteriormente Reyes en conversación con EL PAÍS, confirmando la información anticipada a la agencia de noticias. “Esto es lo que estábamos esperando, porque el panel de 2017 ya había encontrado Clostridium botulinum. Pero no se sabía si era endógeno o exógeno. O sea, si era interno o externo. Y ahora se comprobó que era endógeno y que fue inyectado o colocado”, ha agregado.

El premio Nobel murió el 23 de septiembre de 1973 en la clínica Santa María de Santiago, 12 días después del golpe de Estado que derrocó al presidente Salvador Allende. Durante 40 años, la causa oficial de su muerte fue el cáncer de próstata con metástasis que padecía. Eso hasta que su exchófer, Manuel Araya, señaló que fue envenenado, testimonio que fue la base de la querella que presentó el Partido Comunista de Chile.

Hasta el momento, solo el sobrino de Neruda ha dado detalles sobre los resultados de las pruebas periciales realizadas por el panel de expertos internacionales. Está previsto que se hagan públicos este miércoles, cuando se entregue el informe a la jueza Paola Plaza. El plazo ha sido pospuesto ya dos veces en lo que va de mes. El 4 de febrero tuvo que cancelarse porque uno de los peritos, el bioquímico chileno Romilio Espejo, no pudo sumarse a causa de los incendios forestales que afectan el sur del país, ya que vive en esa zona. La segunda fecha de entrega había sido fijada para dos días después, el 6. Esa vez la jueza informó de que los especialistas no llegaron a un consenso.

La información aportada por los expertos no es vinculante para la decisión judicial que debe tomar la magistrada. Sin embargo, a partir de marzo, Plaza debe evaluar las pruebas científicas y determinar judicialmente si hubo o no intervención de terceros.

Secreto de sumario

Este es el tercer panel que se conforma en torno al caso de la muerte del premio Nobel de Literatura. El primero se reunió en 2013 y confirmó que su muerte fue por el cáncer de próstata con metástasis que padecía desde 1969. El segundo grupo fue el que encontró la bacteria Clostridium botulinum en un molar del poeta. El último grupo de especialistas es el que ha estado dedicado desde fines de enero a determinar si el origen de esa sustancia era endógeno o exógeno.

Este tercer panel lo integran científicos de Canadá, México, El Salvador, Dinamarca, Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Canadá y Chile. Dos laboratorios, uno de Canadá y otro de Dinamarca, han realizado las pruebas.

El caso Neruda lleva más de 10 años de investigaciones y, por el año en que falleció el poeta, 1973, su causa se encuentra bajo el antiguo sistema de justicia chileno que, a diferencia del que rige desde 2005, todavía tiene bajo secreto de sumario sus expedientes, al igual que los de cientos de casos de violaciones de los derechos humanos durante la dictadura de Augusto Pinochet que aún se investigan.

Esa condición de reserva es la razón por la que los peritos no han podido dar declaraciones hasta ahora sobre los resultados de sus análisis.

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https://wmagazin.com/relatos/pablo-neruda-habria-sido-asesinado-por-el-regimen-de-pinochet-las-claves-de-una-investigacion-de-doce-anos/

sábado 18, Feb 2023

Pablo Neruda habría sido asesinado por el régimen de Pinochet: las claves de un proceso de doce años

Por WINSTON MANRIQUE SABOGAL

El informe preliminar de un panel de científicos internacionales señala que el Nobel chileno fue envenenado con un arma biológica en 1973, según avanzó su sobrino. El fallo se conocerá en marzo. WMagazín reconstruye la investigación y recupera el testimonio del chófer y único testigo del crimen.

Cincuenta años después de su muerte, parece confirmarse que Pablo Neruda fue asesinado por envenenamiento a los 69 años. El Nobel de Literatura chileno murió el domingo 23 de septiembre de 1973, presuntamente por el agravamiento del cáncer de próstata que padecía. El deceso se produjo seis horas y media después de que se le aplicara una sustancia en la clínica. El golpe de estado en Chile a manos de Augusto Pinochet contra Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973- Doce días después murió Neruda, horas ante de que viajara a México donde, se decía, planeaba ayudar a la creación de un gobierno en el exilio.

El clostridium botulinum, la bacteria, nunca debió estar en el esqueleto de Pablo Neruda. Y para nosotros, como para cualquiera que no sea médico, significa el asesinato”, aseguró Rodolfo Reyes, sobrino del poeta, abogado y uno de los querellantes del caso desde su apertura en 2011.

Estas declaraciones fueron un adelanto de las conclusiones de la investigación científica de expertos de Canadá, Dinamarca, Reino Unido, Estados Unidos, Chile, México, El Salvador y Alemania. Son pruebas periciales, presentadas el 15 de febrero, pero no vinculantes, del fallo que dará en marzo la jueza Paola Plaza. El panel de científicos determinó que al escritor chileno, según su sobrino, “le fue inyectada un arma biológica”.

El régimen de Pinochet afirmó que Pablo Neruda (Parral, 12 de julio de 1904 – Santiago de Chile, 23 de septiembre de 1973) había muerto por una agravación del cáncer de próstata que padecía, señalada en el acta de defunción como “caquexia cancerosa”. Esta versión fue cuestionada por Manuel Araya, chófer de Neruda, quien estuvo con él en la clínica, junto con Matilde Urrutia, la mujer del poeta.

El caso Neruda se abrió en 2011, cuando Manuel Araya, exchófer del poeta, denunció su asesinato. El Partido Comunista de Chile presentó una querella y se exhumó el cadáver el 8 de abril de 2013. Un primer equipo de científicos no encontró agentes o sustancias extrañas de envenenamiento en el cuerpo.

Si en 2011 el Partido Comunista de Chile puso la querella, fue en 2015 cuando el caso volvió a resonar con fuerza por los documentos reveladores que el historiador español Mario Amorós incluyó en su biografía Neruda. El príncipe de los poetas (Ediciones B), cuyas conclusiones publiqué, en primicia, en un reportaje para el diario español El País, el 5 de noviembre de 2015

En uno de los documentos de la biografía, que el Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior de Chile envió al magistrado Mario Carroza Espinosa, entonces instructor de la investigación, el gobierno de Chile reconoce, por primera vez, que es muy posible que el Nobel hubiera sido asesinado. Ese texto señala que Pablo Neruda no murió “a consecuencia del cáncer de próstata que sufría”, y que “resulta claramente posible y altamente probable la intervención de terceros”. Para entonces ya estaba abierta la investigación científica que apuntaba al descubrimiento de un germen extraño en el cadáver.

En la biografía Neruda. El príncipe de los poetas, el documento oficial señala: «al poeta se le inyectó un calmante, que le produjo el paro cardíaco que sería la causa de su muerte. (…) Lo que sí se sabe es que el estado de salud de D. Pablo Neruda empeoró rápidamente desde esa inyección, y que su muerte se habría producido tan sólo 6 horas y 30 minutos después de la misma». El documento del Ministerio del Interior está fechado el 25 de marzo de 2011 como parte del secreto del sumario número 1038-2011.

Tras el reportaje de El País, en 2015, el juez Carroza Espinosa me reconoció, para otro artículo de El País, las coincidencias y pruebas que llevaron al Gobierno de Chile a dictaminar la alta probabilidad de un asesinato. Investigados los testimonios y documentos, solo faltaba la prueba científica que probara la aplicación de una sustancia: “Nosotros siempre hemos ido en esa línea de que hubo algo extraño. Neruda tenía cáncer, pero no estaba agónico, ni en fase terminal. Aunque el 23 de septiembre su mal estado de salud se aceleró y murió en seis horas”.

En 2023, siete años largos después de publicado el libro, la investigación científica a la que se refiere ahora el sobrino de Neruda es la tercera que se encarga a un grupo de investigadores internacionales desde 2011. La primera fue en 2013 cuando se exhumó el cadáver y no arrojó ningún hallazgo de envenenamiento, la segunda es de 2017 que descubrió la bacteria Clostridium botulinum en un molar del poeta; y la tercera es a la que se refiere Rodolfo Reyes.

Los asesinatos del régimen de Pinochet a sus opositores no son un secreto. En enero de 1982, el expresidente Eduardo Frei fue intervenido de una hernia de hiato y murió envenenado. Sobre esta muerte, el juez Carroza Espinosa dijo: “El Gobierno de Pinochet trabajó con sustancias químicas en laboratorios para eliminar a personas, y el presidente Frei es una de las víctimas. Lo que se supone es que esto pudo iniciarse apenas empezó el golpe de Estado, porque pocos días después murió Neruda, y su caso pudo ser el germen”.

Cronología del caso Neruda

11 de septiembre de 1973: Augusto Pinochet da un golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende quien se suicida en el Palacio de la Moneda, de Santiago de Chile.

Pablo Neruda está en su casa de Isla Negra.

12 de septiembre: Un buque de guerra con cañones se instala frente a Isla Negra, donde vive Neruda, y las autoridades allanan su casa.

19 de septiembre: Pablo Neruda es trasladado, desde Isla Negra, por su mujer Matilde Urrutia y su chófer Manuel Araya, a la Clínica Santa María, de Santiago de Chile.

22 de septiembre: El embajador de México en Chile acuerda el traslado del Nobel chileno a su país.

23 de septiembre: Neruda, según Manuel Araya, recibe una inyección, hacia las cuatro de la tarde. A las 10.30, fallece por «caquexia cancerosa».

Araya es llevado a una comisaría, interrogado y torturado. 42 días después sale y vive semioculto hasta 1977 cuando empieza a trabajar de taxista.

2011: Manuel Araya denuncia el asesinato en la revista Proceso. El Partido Comunista y Rodolfo Reyes, sobrino de Neruda, se querellan y se abre la causa.

2013, abril: Se exhuma el cadáver en busca de agentes exógenos que hayan podido provocar la muerte del poeta. En noviembre, el equipo científico dice no haber encontrado restos de veneno.

2015, marzo: el Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior envía al juez Mario Carroza el resultado de su investigación: «Altamente probable intervención de terceros» en la muerte.

2015, noviembre: El diario español El País avanza el informe del posible asesinato del Nobel chileno, según documentos inéditos de la biografía Neruda. El príncipe de los poetas, de Mario Amorós. El instructor de la causa, el chófer y científicos hablan para El País.

2017: Un nuevo equipo de científicos internacionales investiga sustancias extrañas en el cadáver de Neruda.

2023, febrero: Rodolfo Reyes, sobrino de Neruda y uno de los querellantes, avanza los resultados de la investigación científica: “El clostridium botulinum, la bacteria, nunca debió estar en el esqueleto de Pablo Neruda. Y para nosotros, como para cualquiera que no sea médico, significa el asesinato de Pablo Neruda”.

2023, marzo: La jueza Paola Plaza fallará el caso Neruda.

Testimonio de Manuel Araya

El testimonio de un testigo directo que sobrevive es el del chófer de Neruda. Manuel del Carmen Araya Osorio nació el 29 de abril de 1946, en Melipilla (Chile). Es el mayor de trece hermanos. Con 14 años, sin terminar sus estudios, se fue a Santiago de Chile donde consiguió trabajo con el Partido Comunista. Acompañó a Salvador Allende en su campaña a la presidencia.

Manuel Araya rememoró aquella época para el reportaje que publiqué en El País, el 14 de noviembre de 2015:

En 1972 Neruda regresó a Chile, tras dejar la embajada en Francia, para ayudar a Allende en el caos que vivía el país. Entonces el Partido Unidad Popular asignó a Araya a Pablo Neruda como su guardaespaldas, su secretario y su chófer. Neruda vivía en Isla Negra y estaba en tratamiento de cáncer de próstata.

El martes 11 de septiembre de 1973, cuando el general Augusto Pinochet dio el golpe de Estado, Neruda estaba en Isla Negra. Araya lo recordó así:

“Ese día don Pablo iba a hacer una especie de inauguración de Cantalao, unos terrenos que había comprado, en El Quisco, donde quería construir una residencia para escritores de todo el mundo. Pero a las cuatro de la mañana oí la campanita con la que él me llamaba para decirme que acababa de escuchar en una radio argentina que se preparaba un golpe de Estado. Ese día entran en el palacio de La Moneda y asesinan a Allende. Yo había aflojado unos tubos del televisor para que él no viera lo que pasaba. Pero se entera, claro. Todo el país entra en toque de queda. Nos quedamos sin teléfono. Isla Negra se llena de carabineros. ‘Nos van a matar a todos’, decía don Pablo. Hablaba de la Guerra española, de lo que hizo Franco… Neruda se daba valor”.

Al día siguiente unos buques de guerra se instalaron frente a Isla Negra:

“El embajador de México le ofrece asilo a Neruda. El día 14 llegan los militares y allanan la casa. Nos asustamos. Neruda habla con su médico, el doctor Roberto Vargas Salazar, que le dice que el 19 de septiembre en la Clínica Santa María se iba a quedar vacía la pieza 406. Los militares no le querían dar el salvoconducto, así es que se tuvo que decir que estaba mal y debía salir para recibir tratamiento; la única forma de sacarlo era por razones humanitarias”.

El miércoles 19 de septiembre Manuel Araya llevó en el auto a Neruda y su mujer, Matilde Urrutia, a la cínica de Santiago:

“Tardamos como unas cinco horas, cuando lo normal eran dos. Nos detuvieron varias veces. Nos hicieron pasar miedo. Llegamos como a las seis de la tarde. No dejamos solo a Neruda nunca. Todos los días me quedé a dormir por las noches, sentado en una silla, y Matilde en una salita de la entrada principal de la pieza”.

Manuel Araya recordó que el día 22 le entregaron a Neruda el salvoconducto y acordó con el embajador mexicano, Gonzalo Martínez Corbalá, viajar el lunes 24 a México: “Ese mismo 22 lo visita en la Clínica Radomiro Tomic y le cuenta que Víctor Jara fue asesinado. Neruda se desespera».

El domingo 23 el Nobel de Literatura le dijo a Araya que fuera con Matilde Urrutia a Isla Negra y le trajeran el equipaje con el que viajaría al día siguiente a México:

“Nos vamos de la clínica y él se queda con su hermanastra Laurita. Cuando estamos casi de vuelta, a las cuatro de la tarde, él llama a la Hostería Santa Helena y pide que le digan a Matilde que se regrese como un tiro para la clínica. Cuando llegamos veo a Neruda con la cara roja. ‘¡Qué pasa don Pablo!’, le pregunto. ‘Me pusieron una inyección en el estómago y me estoy quemando por dentro’, me contestó. Fui al baño, cogí una toalla, la mojé y se la puse en el estómago. Cuando estoy en eso entra un médico y me dice: ‘Como chófer debe ir a comprar Urogotán’, yo no sabía qué era, solo después supe que era para la gota”.

Manuel Araya salió de la Clínica en el auto en busca del medicamento, pero pronto lo interceptaron dos autos:

“Se bajan cuatro hombres con metralleta y me golpean. Me dicen de todo. Les digo quien soy. ‘¡Vamos a matar a los comunistas!’, gritaban. Me llevan a la comisaría y me interrogan y torturan. Querían que les dijera dónde estaban los líderes comunistas, y con quién se reunía Neruda. Les digo que solo se reúne con escritores. Al final me llevan al Estadio Nacional».

El chófer pasó toda la noche en la incertidumbre junto a docenas de detenidos chilenos:

«Al día siguiente, el arzobispo Raúl Silva Henríquez me reconoció. Tras la sorpresa inicial me dijo: ‘Manuel, fíjese que anoche murió Pablito, a las diez y media’. Exclamé: ¡Asesinos! El arzobispo pidió a los militares que me sacaran del Estadio. Algo que solo se logró 42 días después, con ropas prestadas, una barba muy larga y 33 kilos de peso”.

Cuenta que varias veces le dijo a Matilde Urrutia que denunciaran el asesinato, pero ella nunca se animó. Cuando Urrutia falleció el 5 de enero de 1985, Manuel Araya contó el caso varias veces sin que le prestaran atención. Hasta que la revista Proceso le hizo caso en 2011. El Partido Comunista y Rodolfo Reyes, sobrino de Neruda, se querellaron y lograron abrir la causa.

Doce años después, un informe de científicos internacionales parece avalar la versión de Manuel Araya, según el sobrino de Neruda. En marzo de 2023 se aclarará todo cuando la jueza Paola Plaza falle el caso.

@WinstonManrique

@W_Magazín

Winston Manrique Sabogal

Director - Fundador en WMagazín

Periodista de WMagazín. Colaborador del diario español El País, donde trabajó 19 años como responsable de libros y literatura del suplemento cultural Babelia y de la sección de Cultura, donde fue, además, editor de la edición digital. Colabora en El HuffPost (España) y en El Tiempo (Colombia), y trabajó en El Espectador (Colombia). Máster de Periodismo de la Universidad Autónoma de Madrid y El País, es egresado de la Universidad de La Sabana (Bogotá) como Comunicador Social y Periodista. Es autor de 'El destino del libro', 'Latinoamérica contra los tópicos' y participa en 'Historias del Boom. 50 años de la literatura que cambió el español'. Conferenciante y/o invitado del Hay Festival, FIL Guadalajara, Feria del Libro de Madrid, Feria Internacional del Libro de Bogotá, Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, Casa de América (Madrid).

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Los restos perdidos/Francisco Marín 

Revista proceso # 1804, 28 de mayo de 2011;

Los peritos forenses que el lunes 23 exhumaron los restos de Salvador Allende –cuya muerte es objeto de una investigación judicial– se enfrentan a un problema: ropa y partes de los restos óseos del mandatario socialista se perdieron y probablemente terminaron en la basura después de que, en agosto de 1990, se llevó a cabo una primera exhumación de su cadáver, según cuenta a Proceso el camarógrafo Pedro Salas, quien fue uno de los testigos de ese hecho. A juicio del experto forense Luis Ravanal, ello hará más difícil determinar si Allende se suicidó o fue asesinado.

Valparaíso CHILE.- La presencia del presidente Salvador Allende parece imborrable. Prueba de ello es la gran expectación que provocó la exhumación de sus restos llevada a cabo el pasado 23 de mayo. 

A pesar del frío, casi un centenar de periodistas y camarógrafos –en su mayoría de medios internacionales– se apostaron desde las seis de la mañana de ese día en las afueras del mausoleo de la familia Allende Gossens, en el Cementerio General de Santiago. También estaban familiares del mandatario, así como los principales dirigentes de la izquierda chilena.

Esta diligencia se realizó en el marco de la investigación iniciada en enero pasado por el juez Mario Carroza, quien debe resolver el enigma sobre cómo murió Allende. 

De hecho, Beatriz Pedrals, fiscal de la Corte Suprema, ordenó investigar las muertes del expresidente de Chile y de otras 725 personas ocurridas durante el régimen militar (1973-1990) y cuyos casos no fueron esclarecidos debido a que nunca se presentó querella alguna.

Pocos minutos antes de las ocho de la mañana del lunes 23, peritos del Servicio Médico Legal (SML) abrieron el féretro en cuyo interior se encontraba una caja con las osamentas del mandatario socialista. 

Es la segunda vez que se exhuman los restos de Allende. La primera ocurrió en agosto de 1990, con motivo de los funerales oficiales que se le brindaron al exmandatario socialista. En aquella ocasión sus restos fueron trasladados del cementerio de Santa Inés de Villa del Mar –donde fue enterrado el 12 de septiembre de 1973– al Cementerio General de Santiago.

El lunes 23, antes que el cadáver de Allende fuera trasladado al edificio del SML, el juez Carroza habló con la prensa. Expresó que lo primero que harán los peritos es abocarse a la tarea de confirmar que los restos pertenecen al presidente Allende. Dijo que con ese objetivo se cotejará el ADN de sus huesos con las muestras de sangre que ya se obtuvieron de sus familiares más cercanos. 

Cuando sus restos salían del mausoleo se pudo oír con claridad un grito: “¡Que viva el compañero presidente Salvador Allende!”. Éste fue lanzado por Jorge Paredes Leiva, un militante de base socialista, uno de los pocos representantes del pueblo allendista que pudo estar esa mañana allí.

El tanatólogo español Francisco Etxeberría, quien forma parte del equipo de 11 especialistas (seis chilenos y cinco de otros países) que intentará establecer las verdaderas causas de la muerte de Allende, informó a Radio Cooperativa (23 de mayo) que los resultados de la autopsia “estarán en los próximos meses”. Sin embargo, dio a conocer que “en unas pocas semanas uno tendrá una opinión que será cualificada”. 

Al concluir la exhumación, la hija de Allende, la senadora Isabel Allende, reiteró su convicción de que su padre se suicidó. Expresó su confianza en que la investigación judicial permitirá aclarar las dudas que existen con respecto a su muerte. “El presidente Allende tomó la decisión de morir como un gesto de coherencia política en defensa del mandato que le fuera entregado por el pueblo”, sostuvo Isabel. Y señaló que era necesario perseguir los crímenes que llevaron a su padre a tomar tal decisión. 

Ana María Bussi, sobrina del expresidente socialista y de su esposa Hortensia Bussi,  expresó que, a diferencia de la posición oficial de su familia, ella no cree que Allende se haya suicidado. “Creo que es fundamental que se investigue esto a fondo porque puede que ocurra lo mismo que en el caso de José Toha (ministro de Interior del gobierno de Allende) que durante tantos años se aseguró que se había suicidado, y ahora vemos que realmente no fue así”. 

Bussi, quien fue asistente de Salvador Allende, afirmó que “con todo lo que pude conocerlo y convivir con él en la intimidad de su hogar, puedo asegurar que él no tenía absolutamente ningún plan de suicidio ni nada parecido”. 

La primera exhumación  

Los forenses que buscan determinar las causas de la muerte de Allende deberán sortear un problema: la ropa y partes de los restos óseos del mandatario socialista se perdieron después de que se realizó la anterior exhumación y probablemente terminaron en la basura.

Pablo Salas, quien fue el camarógrafo que filmó la primera exhumación, dice a Proceso que ésta se realizó en la noche del 17 de agosto de 1990, 18 días antes de los funerales oficiales. 

Dice: “Cuando llegamos al cementerio Santa Inés estaba todo oscuro (…) Y nadie sabía si Allende estaba o no en su tumba”. Comenta que cerca de las 10 de la noche comenzaron a abrir la cripta de la familia Grove-Allende: una bóveda bajo el suelo a la que se desciende por una escalera. Recuerda que había ocho nichos, ubicados cuatro a cada lado y uno sobre otro. “Al fondo, del lado izquierdo, se encontraba el nicho donde se supone estaba Allende”, cuenta.

El camarógrafo afirma que sólo cuando llegó el entonces ministro secretario general de Gobierno, Enrique Correa, los empleados del cementerio empezaron a romper la cubierta de cemento que resguardaba al nicho, la cual tendría unos tres o cuatro centímetros de grosor. 

Sostiene que después de ello, “se pudo ver un ataúd de metal que tenía una chapa muy delgada y completamente oxidada”.  Los empleados intentaron sacar el ataúd y éste se comenzó a desarmar. “Cuando lo jalaron un poco más fuerte, el ataúd se rompió. De esa forma lo lograron abrir”. 

Cuenta que en ese momento él bajó al fondo de la cripta junto con Jesús Inostroza, fotógrafo de la Presidencia de la República de Chile, y el doctor Arturo Jirón, quien fue enviado por la familia Allende Bussi con la finalidad de reconocer los restos del exmandatario. De hecho, Jirón fue uno de los médicos que estuvo con Allende en el Palacio de la Moneda el día de su muerte.

“Era un momento bastante delicado –recuerda Salas–. Imagínate: un cementerio, cerca de la medianoche, estaba todo oscuro –nos alumbrábamos con linternas–, no volaba una mosca.”

Salas dice que para ver los restos de Allende, el doctor Jirón se tuvo que agachar y meter parte de su cabeza al nicho. “Miró y empezó a murmurar: ‘el zapato, los pantalones, el chaleco’. Como yo estaba filmando, mi necesidad era que el tipo dijera lo que veía. Entonces, de repente le pregunté: ‘¿Es la ropa que llevaba?’. Y él me dijo: ‘Si, así es’”. 

Según el camarógrafo, eso significó que Jirón había reconocido que los restos eran los de Allende. 

Salas relata que “los sepultureros comenzaron a romper el ataúd con el propósito de tomar los restos de Allende e irlos poniendo en una caja de metal chica, de menos de un metro de alto por 40 o 50 centímetros de ancho y largo. Entonces empezaron a tomar todos los restos de Allende y los empezaron a poner en esta cajita metálica. 

–¿En qué estado se encontraba el cráneo (parte del cuerpo que supuestamente recibió uno o más disparos que le provocaron la muerte)?, se le pregunta a Salas.

Él recuerda que el cráneo estaba “muy incompleto”. Sostiene que sólo había una parte de él. “Si un cráneo normal tiene el tamaño de un melón, lo que había ahí tenía el tamaño de una manzana”, comenta. 

El camarógrafo cuenta que los empleados del cementerio tendieron un paño blanco y colocaron sobre él ropa, restos óseos, pedazos de piel y pelo  que no habían metido a la caja metálica. Después sacaron de la cripta tanto la caja como el paño. A este último lo volvieron a revisar, tomaron de él algunos “huesitos” y los arrojaron a la caja metálica. “Todo lo demás quedó fuera. Esto es, los zapatos, los pantalones, el chaleco, lo que era reconocible”.

Salas cree que la ropa y algunos restos óseos que los empleados no metieron a la caja metálica, “se fueron a la basura porque cuando nos fuimos se quedó ahí, nadie se los llevó”. 

El testigo señala que los zapatos de Allende estaban casi intactos; el pantalón era oscuro, casi negro;  y  el chaleco era de lana blanca con puntos negros. 

Dice que cuando terminaron “de poner los restos de Allende en la cajita de metal, ésta se colocó dentro de un ataúd nuevo, de madera, bien bonito. Este ataúd fue sellado con soplete y luego fue puesto en el mismo nicho donde estaba el ataúd antiguo”. Ahí permaneció 18 días, pues el 4 de septiembre de 1990 se sacó de la cripta para realizar los funerales oficiales.

En entrevista con Proceso, el destacado médico forense y perito judicial Luis Ravanal, quien es miembro de la Sociedad Chilena de Medicina Legal, analiza las consecuencias de los hechos descritos por el camarógrafo Salas.

Dice: “El procedimiento que se realizó fue absolutamente inadecuado, simplemente brutal. No hubo ningún interés en tratar adecuadamente los restos; tampoco en conservar las prendas o algunos de los elementos que pudiesen ser útiles para la investigación”. 

Ravanal explica que, dada la forma “en que fueron extraídos los fragmentos de huesos –los cuales pueden tener los orificios de bala o de balas– es muy probable que pudiesen haberse extraviado”.

Así, dice que de ser cierto lo que narra Salas, se habrían perdido evidencias “de tipo esquelético”. Dice que si fragmentos de cráneo se extraviaron, será difícil reconstruir éste, así como establecer el recorrido de bala o balas y el tipo de lesiones resultantes. 

 Señala que, si esto fuera así, significaría que en esa exhumación se perdió parte de la historia de Chile. 

Insiste: “Si hay mucho material que se ha perdido, van a ser menos las probabilidades de éxito forense”. No obstante, expresa que tiene “la esperanza de que a lo menos se puedan recuperar los fragmentos que aparecen descritos en el informe de autopsia de Allende (No. 2449/73), que dan cuenta de un orificio redondeado”. 

El tanatólogo sostiene que si se confirma lo que aparece escrito en el citado informe respecto a las lesiones de hueso, se comprobaría que la muerte no fue producto de un disparo con fusil AK-47, sino que “estaría claramente abierto el diagnóstico de que se trataría de un disparo de tipo homicida”. 

En 2008 el doctor Ravanal hizo un análisis de la autopsia de Allende. A partir de ello sostuvo que la herida de bala con orificio de salida redondeado descrita en el informe de autopsia –hecha en el Hospital Militar el 11 de septiembre de 1973 por los doctores José Vásquez y Tomás Tobar–, corresponde a un arma de bajo calibre. 

En su análisis de la autopsia –mejor conocido como metanálisis forense– Ravanal asegura que las armas de gran potencia, como el AK-47, no provocan orificio de salida sino estallido de cráneo cuando se disparan a corta distancia. El metanálisis forense de Ravanal ha sido decisivo para sembrar la duda sobre la versión del suicido.

En relación con la pérdida de ropa, denunciada por Salas, Ravanal señala que éstas “permiten detectar la presencia de residuos de sangre y, por lo tanto, corroborar por dónde ésta ha escurrido, saltado o salpicado”. 

El experto forense señala que la conservación de las ropas “hubiera permitido detectar la presencia de residuos de pólvora. Y, con ello, hubiera sido factible correlacionar la posición del arma y la distancia de disparo”. 

Además, la presencia de prendas de vestir, permitiría “ver la eventual existencia de orificios de balas en otros lugares” del cuerpo, distintos al cráneo. 

Renuencia castrense

Pamela Pereira, abogada de la familia Allende, señaló el lunes 23 al diario La Tercera  que el tanto el juez Carroza como los descendientes del expresidente están abocados a “establecer dónde se encuentra el arma con la que Allende se habría disparado”: el fusil AK-47 plegable que el líder cubano Fidel Castro le regaló al presidente socialista. 

“Esperamos que el ejército, a través de sus máximas autoridades, haga entrega del arma, porque está establecido que ésta fue incautada por los militares que ingresaron a La Moneda (…) No hay razón alguna para que no tenga información de dónde se encuentra el fusil”, expresó Pereira. 

La jurista reveló que la senadora Allende, en compañía de sus abogados, se reunió con el comandante en jefe del ejército, Juan Fuente-Alba, quien se comprometió a colaborar con la investigación. 

Por otra parte, según información proporcionada a este corresponsal por una fuente que pidió el anonimato, el juez Carroza solicitó al ministro de Defensa, Andres Allamand, que, por su intermedio, la Fuerza Aérea de Chile (Fach), le entregue los “cuadernos de guerra” que detallan los vuelos realizados el 11 de septiembre de 1973 por los aviones caza de reacción Hawker Hunter que bombardearon La Moneda. 

Según esta versión, Allamand, luego de hacer consultas con la Comandancia de la Fach, habría dicho al juez Carroza que dichos cuadernos no fueron hallados. 

La misma fuente informó que a principios de mayo la justicia chilena  declaró en calidad de inculpado el general retirado de la Fach, Mario López Tobar. Éste es autor del libro El 11 de septiembre en la mira de un Hawker Hunter (editorial Sudamericana, 1999), en el que describe con detalles cómo fue el bombardeo a La Moneda. 

Sin embargo, en la entrevista que tuvo con el juez Carroza, López Tobar desconoció su participación en los hechos. Cuando el juez le mostró el libro y le leyó párrafos en los que él da cuenta de su participación en éstos, el general dijo que eso era literatura y que el día del golpe militar él sólo tuvo la misión de bombardear antenas de radioemisoras y que luego se vio obligado a retornar a su base dado que su nave sufrió desperfectos mecánicos. 

Cuando Carroza le pidió los nombres de los pilotos de la Fach que participaron en los bombardeos a La Moneda, el general le negó dicha información. Argumentó que si hiciera la entrega incurriría en delación. Y sugirió al magistrado que recurriera a la Dirección de Personal de la Fach para obtener dicha información. 

En el mencionado libro, el general López Tobar señala que él fue el “piloto líder” del grupo de Hawker Hunter de la Fach que bombardeó La Moneda. 

El Centro de Investigación Periodística (Ciper) de Chile publicó el 24 de mayo en su sitio en internet otro ejemplo de la renuencia de los militares chilenos a colaborar con la justicia. El Ciper informó que la Fiscalía Militar de Santiago negó tener el expediente de investigación realizado en el caso Allende. Sin embargo, una persona vendía a través de internet una copia del expediente. Así la pudo obtener el juez Carroza. “El oferente resultó ser el propietario de una empresa de demoliciones que aseguró haberlo encontrado mientras echaba abajo la casa de un exrelator de la justicia militar”, asegura la nota firmada por el periodista Cristóbal Peña.

Pocos días después, Joaquín Earlbaum, quien en su calidad de titular de la Primera Fiscalía Militar investigó los hechos (cerrando la causa el 21 de septiembre de 1973), llevó al despacho del ministro Carroza otra copia. l

a la/s junio 12, 2011   

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Más sobre Caso Neruda: Informes defectuosos

De Mario Casasús

LA REDACCIÓN

Revista Proceso # 1914, 7 de julio de 2013

PALABRA DE LECTOR

Señor director:

A 109 años del natalicio de Neftalí Reyes (12/07/1904), quisiera hacer una corrección de fondo relacionada con el reportaje Caso Neruda: Informes defectuosos (Proceso 1908), para evitar otro error en los conceptos del corresponsal en Chile. El reportero Francisco Marín está convencido: “Neruda nunca tuvo cáncer”. Así lo declaró al diario El Santiaguino (21/11/2011) y en algunas conversaciones que sostuvimos off the record. Intenté hacerle ver que un expediente médico incompleto no significa que el cáncer nunca existió.

En la sección Palabra de Lector de Proceso 1910, Marín le responde al director de la Agencia EFE en México: “Cabe consignar que el certificado médico de defunción es el único documento médico que le diagnostica a Neruda cáncer”. Marín miente; el ingreso de Neruda a la Clínica Santa María está registrado con el número 189.950; en la ficha clínica se lee el diagnóstico: cáncer metastásico, con la firma del doctor Vargas Salazar.

 En la respuesta al director de EFE, Francisco Marín hace una lectura poco objetiva: “…como cuenta Velasco en su libro Neruda: El gran amigo, el vate nunca le comentó que padeciera cáncer, y mucho menos ese médico le diagnosticó esa enfermedad”. El doctor Velasco sabía perfectamente que Neruda padecía cáncer; el poeta estaba informado de su enfermedad. Citaré las páginas que Marín se niega a aceptar del mismo libro Neruda: El gran amigo: “En su última visita a Valparaíso ya casi no podía caminar, las metástasis cancerosas de los huesos de la cadera le provocaban dolores intensos que sufría estoicamente” (página 125); “el cáncer de la próstata era inoperable, había metástasis en los huesos de la pelvis. Se le efectuó una operación paliativa, una talla vertical para aliviar sus molestias y combatir la infección urinaria” (página 121); finalmente el doctor Velasco escribió: “Nunca se le dijo el diagnóstico a Neruda, aunque él lo sabía, pero seguía actuando como si lo ignorara” (página 122).

 Insistir en la teoría de que Neruda tenía un “adenoma” (tumor benigno), presentada por Marín en Proceso 1826, y descalificar los primeros exámenes de la exhumación que descubrieron la metástasis ósea, como lo hizo el corresponsal (en Proceso 1908), forman parte de la suma de errores para “demostrar” que el poeta nunca tuvo cáncer (sic).

 Si Neruda hubiera abordado el avión el 24 de septiembre de 1973, su destino en el exilio sería el Instituto de Cancerología de México. En lugar de descalificar el descubrimiento de la metástasis en la exhumación de Neruda, el debate debería centrarse en la sustancia que le inyectaron al poeta chileno el 23 de septiembre de 1973; según Matilde Urrutia, fue Dolopirona (La Opinión 05/05/1974); según el médico de turno Sergio Draper, fue Dipirona (Revista Ñ 06/09/2011).

 Analicemos la diferencia entre los dos medicamentos: la Dolopirona es un fármaco compuesto, que además de contener Dipirona, contiene un relajante muscular que potencia su efecto analgésico-relajante, llamado Clormezanona; en todo caso no podría considerarse un fármaco con potencial letal. En cambio la Dipirona está prohibida por la Agencia de Medicamentos y Alimentos (FDA) de Estados Unidos desde 1977; en Suecia está prohibida desde 1974, y en Alemania desde 1981. La Dipirona está prohibida porque provoca infartos en los pacientes, es letal, a diferencia de la Dolopirona, que es un calmante suave.

Si el doctor Sergio Draper ordenó una inyección de Dipirona, desobedeció las indicaciones del médico tratante Vargas Salazar, y Neruda pudo morir por una reacción alérgica a la Dipirona; además, en la Clínica Santa María no hubo un tratamiento contra la infección urinaria que padecía Neruda. Con los exámenes de toxicología de la Universidad de Carolina del Norte por fin sabremos si el poeta murió por una negligencia médica o por las órdenes de Pinochet.

El periodista Francisco Marín pretende demostrar su teoría –“Neruda nunca tuvo cáncer”– a toda costa; de la misma forma, insiste en demostrar que el presidente Salvador Allende no se suicidó. Marín desvía la atención de los lectores al insertar noticias del caso Allende en el caso Neruda (Proceso 1899); Marín pretende lucrar políticamente con la historia al organizar el foro: “Allende y Neruda, ¿asesinados?” (Universidad de Valparaíso 11/06/2013). Son dos casos absolutamente distintos, a pesar de que todos los sobrevivientes del bombardeo a La Moneda coincidieron en el suicidio del presidente Allende. ¿Marín continuará demostrando el doble asesinato? ¿Marín negará el suicidio de Salvador Allende y descalificará los exámenes del cáncer que padecía Neruda? Ambos conceptos (magnicidio y adenoma) perjudican la credibilidad del semanario Proceso.

 Atentamente

 Mario Casasús

 Periodista de El Clarín de Chile

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Respuesta del reportero

Señor director:

Las críticas contenidas en la carta de Mario Casasús son falsas y carentes de fundamento. Revisemos por qué:

 1.- Se señala que declaré a El Santiaguino que “Neruda nunca tuvo cáncer”. Esto es falso, como puede leerse en el cuerpo de la nota. En un titular interpretativo, dicho medio publicó: “Francisco Marín: Neruda fue asesinado, nunca tuvo cáncer, ni  murió de pena”, sin que yo haya dicho eso.

 2.- Se afirma que me equivoco al sostener –en mi respuesta a la carta del director de EFE México– que “el certificado médico de defunción es el único documento médico que le diagnostica a Neruda cáncer”. Y se cita la ficha de ingreso número 189.950 –que erróneamente Casasús define como ficha clínica–, donde se registra que Neruda padecía cáncer metastásico. Advierto que esta ficha de ingreso es un documento administrativo, no médico, y que la ficha clínica nunca ha sido entregada por la Clínica Santa María.

 3.- Se me cuestiona una pretendida falta de objetividad al señalar que es falsa la afirmación de EFE en el sentido de que el doctor Francisco Velasco fue “quien detectó el cáncer de Neruda en 1969”. Esta afirmación mía es veraz: Velasco no diagnóstico cáncer a Neruda ni en 1969 ni nunca. La relación que tenían ellos no era de médico-paciente, sino de amigos. En las páginas 119 y 120 del citado libro de Velasco se trata el tema: “Cuando (Neruda) cumplió los 65 años, y casi al final de la fiesta, me (contó de) unas molestias que experimentaba al orinar, cosa que nunca antes había sufrido (…) le aconsejé consultar a un buen urólogo (…) a los pocos días me llama diciéndome que había visto al doctor Vargas Salazar, (quien le) encontró la próstata ligeramente aumentada de volumen”. Semanas después, “pasaron sus molestias, se sintió bien y no volvió al control”, relata Velasco.

 Más adelante, Velasco menciona –no diagnostica– que Neruda padecía de cáncer. Pero ese relato no constituye una prueba de que Neruda haya tenido dicha enfermedad. Como el mismo doctor Velasco refiere, Neruda nunca le confesó que padeciera este mal ni hablaron del tema. Es probable que el doctor Velasco –tras la muerte de Neruda– haya asociado las crisis de flebitis y los problemas de la próstata que objetivamente sufría Neruda con el supuesto cáncer que oficialmente se notificó como causa de muerte. Velasco, antes de morir, en junio de 2011, no dispuso de antecedentes que cuestionaran la versión oficial sobre la muerte de Neruda, por lo que debe haberse quedado con la misma impresión que cualquier chileno: que Neruda murió de cáncer.

 En sus últimos días y semanas de vida, Neruda se reunió con numerosas personas –algunas de las cuales he entrevistado, como el exembajador de México en Chile Gonzalo Martínez Corbalá, la periodista Delia Vergara y el chofer Manuel Araya– y todas ellas coinciden en que estaba muy vital. Hacía diligencias, bromeaba y decidía. En ningún caso se hallaba grave ni menos agonizante. Las fotos finales lo muestran con el mismo peso de siempre.

 4.- Se me acusa de insistir en la teoría de que Neruda tenía un adenoma y de descalificar los primeros exámenes de la exhumación. Respecto de lo primero, debo señalar que en mi reportaje Muerte inducida (Proceso 1826) di a conocer un antecedente objetivo: la nota médica del radiólogo Guillermo Merino (18 de abril de 1973) al doctor Vargas Salazar, donde señala: “Estimado colega: al dorso resumen de tratamiento efectuado a don Pablo Neruda, remitido por usted para tratamiento por adenoma de próstata y artrosis pelviana derecha…”. Esta nota está adosada al expediente de la causa. Si el médico tratante afirmó que padecía de adenoma es porque debe haber tenido la certeza de su existencia.

 Respecto de lo segundo: En el reportaje Caso Neruda: Informes defectuosos (Proceso 1908) di a conocer gravísimos errores del Servicio Médico Legal (SML) cometidos en la autopsia de Neruda. Lo hice basándome fundamentalmente en el análisis del destacado médico forense Luis Ravanal. Hasta ahora ninguna de las denuncias hechas en aquella nota ha sido controvertida.

 5.- Se me imputa “lucrar políticamente” al asistir a un foro que yo mismo habría organizado. Ambas afirmaciones son falsas. Mi motivación fue dar a conocer el resultado de mis investigaciones. Yo no organicé ese foro: fui invitado por los estudiantes de Trabajo Social de la Universidad de Valparaíso. Por lo demás, me llama la atención el seguimiento que se hace de mis actos y el que se califique y cuestione el legítimo derecho que tengo de ejercer mi libertad de expresión.

 6.- Se me adjudica la intención de pretender demostrar “a toda costa” la teoría de que Neruda nunca tuvo cáncer. Falso. No he dicho que Neruda “nunca tuvo cáncer”. Pudo haberlo padecido, lo que hasta ahora no se ha demostrado. De lo que sí estoy cierto es que no tuvo caquexia, como se sostiene en el certificado de defunción.

 7.- Se me inculpa de desviar la atención de los lectores “al insertar noticias del caso Allende en el caso Neruda”. La publicación de notas sobre los casos de Allende y de Neruda en Proceso 1899 es una opción informativa de la revista. Atribuirme intenciones, otra vez, es un señalamiento subjetivo que no se respalda en antecedentes concretos.

 8.- Es inexacto que “todos los sobrevivientes de La Moneda” hayan declarado que Allende se suicidó. Existen versiones diferentes y a veces contradictorias. Varios doctores han expresado que no es cierto que el doctor Patricio Guijón, quien asegura ser el único testigo del suicidio de Allende, realmente lo haya presenciado. En este tipo de casos lo más objetivo es atenerse a las periciales forenses, puesto que los testimonios son cambiantes y subjetivos. En este sentido, la autopsia de 1973 –realizada en el Hospital Militar y vigilada por militares armados– deja en evidencia que el cráneo de Allende fue atravesado al menos por dos balas provenientes de armas distintas, lo que deja en entredicho la tesis del suicidio. Esta contradicción no pudo ser resuelta en la autopsia de 2011, como han subrayado médicos forenses de prestigio internacional; tal es el caso del perito de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, John Clark. El que la justicia esté optando por establecer el suicidio no impide que podamos dar a conocer las inconsistencias y omisiones del proceso denunciadas por actores relevantes de la causa, como querellantes y forenses.

 Las dudas respecto de las versiones oficiales de las muertes de Allende y Neruda son extendidas. Expresión de ello es el cable de Associated Press (AP) del pasado 5 de abril titulado: Exhumación de Neruda no esclarecerá muerte. Allí el autor advierte que “lo más posible es que, como sucedió con la autopsia del expresidente chileno Salvador Allende, nos encontremos en unos meses frente a un dictamen que no todos los interesados y la sociedad compartirán o considerarán válido”.

 9.- En relación con la hipótesis de que Neruda podría haber muerto de una alergia ocasionada por Dipirona, debo decir que consulté a especialistas, los que coincidentemente me señalaron que la Dipirona no es considerada una sustancia “letal”, a menos que se aplique en grandes dosis. No existen antecedentes de que Neruda haya sufrido una crisis alérgica ni certidumbre sobre qué sustancia le aplicaron. Por lo tanto, el citado enunciado no es más que una especulación.

 Atentamente

 Francisco Marín

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Carpetazo al caso Allende/FRANCISCO MARÍN

Revista proceso No. 1907, 19 de mayo de 2013;

VALPARAÍSO, CHILE.- La Corte de Apelaciones de Santiago, en un procedimiento ostensiblemente irregular, cerró este lunes 13, “total y definitivamente”, el caso Rol Número 77-2011 que investigaba las causas de la muerte de Salvador Allende Gossens.

 Así confirmó la resolución del 13 de septiembre de 2012 dictada por el ministro Mario Carroza, quien concluyó que Allende se suicidó, según consta en fojas 2485 y 2486 del expediente:

 “En virtud de los antecedentes recopilados en el transcurso de la presente investigación, tales como las declaraciones policiales de los detectives de la Brigada de La Moneda, del Grupo de Amigos del Presidente (GAP), del cuerpo médico del presidente, de la Brigada de Homicidios Metropolitana, junto a peritos del Laboratorio de la Policía Técnica de la PDI, estudio e interpretación del Sitio del Suceso, autopsia realizada en el Hospital Militar con fecha 12 de septiembre de 1973 y autopsia realizada en el Servicio Médico Legal en 2011, se estableció que el hecho corresponde a un suicidio con arma de fuego de Salvador Allende Gossens, descartándose la participación de terceros en los hechos.”

 La determinación de Carroza fue apelada en diciembre por la Agrupación Nacional de Exprisioneros Políticos, representada por los abogados Matías Coll y Roberto Celedón, quienes hicieron ver –mediante un recurso de reposición– que la investigación de Carroza no resolvió la discordancia central de la causa: Cómo un mismo disparo pudo haber provocado un orificio de salida y un estallido de cráneo.

Cabe señalar que en la autopsia de 2011 no se pudo determinar siquiera cuántos disparos atravesaron el cráneo de Allende ni la trayectoria de estos, pues cerca de la mitad de los huesos que lo componen no se recuperaron.

 Coll y Celedón subrayaron –en el recurso de reposición– que el destacado forense chileno Luis Ravanal estableció en un informe de septiembre de 2008 que “Allende recibió un impacto de un proyectil, proveniente de un arma de bajo calibre, que entró por la cara en la zona próxima al globo ocular derecho y salió por la zona parietal posterior. Y, a los pocos momentos de muerto, para simular un suicidio, se le dio un disparo bajo el mentón”.

 Las conclusiones de Ravanal fueron refrendadas por el forense del Servicio Médico Legal Germán Tapia Coppa, según figura en las conclusiones de la investigación de Carroza –foja 2477–: “Si en un cadáver se reconoce estallido de cráneo al mismo tiempo que en uno de los fragmentos de la bóveda se evidencia un orificio de salida de proyectil (…) se debe mencionar que dicho orificio de salida se produce en un momento anterior al estallido de la cavidad. Esto es debido a que se requiere la integridad de la cavidad craneana para que un proyectil pueda generar una lesión característica de orificio de salida”.

 Por lo anterior este forense establece “que se debe plantear la existencia de dos impactos de proyectil, donde un primer disparo genera el orificio de salida y el segundo disparo produce el estallido de la bóveda craneana”.

 El sábado 11, otro de los querellantes, el Partido del Socialismo Allendista –representado por el abogado Roberto Ávila– presentó un escrito en el que solicitó participar de la audiencia en la que la Corte de Apelaciones determinaría el destino final de esta causa.

 “El sobreseimiento definitivo establecería una supuesta verdad que no podría ser judicialmente jamás revisada”, señaló Ávila, y agregó que “esto es del todo improcedente, pues la investigación dista mucho de ser completa, y las conclusiones, coherentes con el mérito del proceso”.

 Ávila ejemplificó en un episodio lo que a su entender son las carencias de esta investigación. Se trata de la no imputación del capitán de la Escuela de Infantería de San Bernardo, René Rivero Valderrama, señalado por el exjefe del FBI en Argentina, Robert Scherrer, como el autor del disparo con arma corta que provocó la muerte de Allende. Esto lo consignó el fiscal Eugene Propper –que investigó el asesinato en Washington del excanciller chileno Orlando Letelier– en su libro Laberinto.

El abogado de los socialistas allendistas se queja de que no se investigó si era cierta o no la versión o coartada de Rivero –que declaró el 8 de julio de 2011– de que el 11 de septiembre de 1973 no participó de las acciones golpistas –en las que sí tomó parte su Escuela de Infantería de San Bernardo–, puesto que esos días habría estado haciendo una pasantía deportiva en la Escuela Militar.

Ávila señaló que “cualquier investigación mínimamente acuciosa” al menos habría tomado declaración al fiscal Propper y al oficial Scherrer, además de verificar si era cierta la coartada de Rivero. No se puede sobreseer definitivamente un proceso con aristas tan significativas sin investigar”, reclamó.­

Rivero reconoció en su declaración (fojas 1169 y siguientes) que en 1974 se integró a la Dirección Nacional de Inteligencia, específicamente a la Brigada Lautaro, que estuvo a cargo del centro de exterminio de prisioneros Simón Bolívar, en la comuna de La Reina, en la precordillera de Santiago.

Como lo señaló a Proceso en 2009 el excorresponsal en Chile de The Washington Post, John Dinges, Rivero “viajó a Estados Unidos con pasaporte falso a nombre de Juan Williams, como parte de la operación de asesinato de Letelier” concretada el 21 de septiembre de 1976.

 Injusticia

 La reciente resolución de la Corte de Apelaciones que cerró definitivamente el caso Allende fue “totalmente irregular”, señala Ávila en entrevista con Proceso. Reclama que no se respetó el orden de prelación fijado en la tabla de las causas: “Nos dejaron sin alegar y resolvieron un expediente de seis tomos en 20 minutos”.

 La mencionada definición de la Corte de Apelaciones fue suscrita por las ministras Mireya López, Pilar Aguayo y la abogada integrante Carmen Domínguez. La ministra López, aunque concurrió a la “confirmatoria”, estimó que en este caso era aplicable el artículo 409 número 1 del Código de Procedimiento Penal, que implicaba un sobreseimiento temporal y no definitivo.

 Ávila interpuso el lunes 13 un escrito para pedir la anulación de esta decisión: “Vengo a solicitar la nulidad de la vista de esta causa (…) por haberse efectuado de una manera que impidió que los tres abogados anunciados previamente para participar en ella pudieran formular sus respectivos alegatos”.

 En entrevista con Proceso, el abogado Celedón se dice anonadado ante la forma en la que se cerró el caso:

 “Se cambió la integración de la sala, no se siguió ningún procedimiento normal para cambiar el orden de la vista de la causa… (el caso Allende) estaba en el segundo lugar de la tabla ordinaria y había muchas causas agregadas que debían verse antes, al igual que las causas penales, pero sorprendentemente se saltaron todas y se puso primero la nuestra. Obviamente, cuando se nos llamó a los abogados que íbamos a alegar, no había ninguno afuera de la sala.”

 La relatora del tribunal Florentina Rezuc –al informar de esta decisión– dejó constancia de que el ministro Javier Moya Cuadra se inhabilitó para ver esta causa “por haber tenido una situación personal a consecuencia de la asunción del gobierno militar”, que no detalló.

 En caso de ser rechazada la solicitud de nulidad interpuesta por los querellantes, a éstos les quedaría sólo recurrir a casación ante la Corte Suprema. Sin embargo Ávila no tiene muchas esperanzas: “A estas alturas ya sabemos cuál es la actitud del Poder Judicial en esta causa”, señaló.

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La Moneda, hace 40 años

Horas aciagas/Julio Scherer García

Revista Proceso 1923, a 7 de septiembre de 2013;

La Junta Militar no se conformó con la muerte del presidente Salvador Allende. Intentó borrar todo indicio que lo recordara. Saqueó su vivienda y ordenó para sus restos unos funerales secretos y una tumba sin nombre. Al mismo tiempo desató el terror y sumió a su país en una pesadilla… El periodista Julio Scherer García, fundador de Proceso, reconstruye pasajes que dan cuenta de las horas aciagas del golpe militar. Estos episodios aparecen en sus libros Pinochet, vivir matando (Nuevo Siglo-Aguilar) y El perdón imposible. No sólo Pinochet (Fondo de Cultura Económica), de los cuales se reproducen los siguientes fragmentos.

A media mañana del 11 de septiembre de 1973, el presidente Salvador Allende habló por última vez a sus hijas, a sus colaboradores más cercanos, a sus íntimos:

Les agradezco a todos la lealtad y la cooperación que siempre me han prestado, pero quiero decirles que no debe haber víctimas inútiles. La mayoría de ustedes son jóvenes, tienen mujer e hijos pequeños. Tienen un deber con ellos y con el pueblo de Chile. No es éste el último combate. Habrá muchas jornadas futuras en que serán necesarios. A las compañeras no les pido, sino les ordeno que abandonen La Moneda. A los compañeros que no tienen tareas que cumplir, o no tienen, o no saben usar armas, les pido que salgan ahora, que tienen todavía posibilidades de hacerlo. Algunos deberán contar lo que ha ocurrido.

Beatriz Allende, secretaria de su padre, quiere permanecer junto a él. “Nos tomarán como rehenes para presionarte”, suplica. La respuesta es inmediata, brutal: “En tal caso dejaré que las fusilen y los traidores cargarán también con la cobardía de asesinar a mujeres indefensas”.

Nadie quiere abandonar La Moneda. Miria Contreras, también secretaria del presidente, se oculta. Después del bombardeo aéreo se suicidará Augusto Olivares, director de Televisión Nacional: una bala le deshace el cerebro. Joan Enrique Garcés, el asesor del doctor Allende, espera. Pero el doctor Allende lo mira, una línea a los ojos y dice, alto: “Usted debe salir… alguien tiene que contar lo que aquí ha pasado y sólo usted puede hacerlo”.

El consejero se resiste. En un último recurso, el presidente invoca el consenso de los presentes, unos veinte asesores. La respuesta es unánime, acordes las voces.

Allende y Garcés se abrazan. Hay un extraño parecido entre ambos: el bigote ancho y poblado, la sensualidad del labio inferior, la frente aireada, el cabello oscuro.

Garcés toma el portafolios de los acuerdos presidenciales. Lleva en su interior la convocatoria a un plebiscito nacional y emprende la salida del salón Toesca. Avanza, revueltos los sentimientos. Inesperada, escucha la voz que tan bien conoce:

–El maletín, Juan Enrique, déjelo aquí. Lo van a registrar.

Garcés asiente.

Vuelve el consejero sobre sus pasos. No ha avanzado diez metros, y otra vez lo detiene el presidente:

–¿Va usted armado?

–Sí, tengo mi pistola de protección.

–Mejor la deja usted aquí.

Afuera, los civiles eran cacheados de pies a cabeza, voraces los dedos de los militares. La portación de armas era castigada sin apelación. Ahí mismo, sobre el asfalto.

u u u

Temprano, en la mañana del día 11, Allende se comunicó con su esposa, Hortensia Bussi, y con la esposa de José Tohá, Victoria Morales. Se llamaban hermanas, se decían familia. A la Tencha y a la Moy, así conocidas, el presidente les había pedido calma y que por motivo alguno salieran a la calle. “Lo escuché tranquilo”, recuerda la Moy.

Ese martes las señoras se mantuvieron cerca del teléfono, en comunicación incesante. La esperanza y la zozobra disputaban su mundo privado. Pensaban que podría repetirse la revuelta del 29 de junio, sólo estrepitosa, pero sentían que los sucesos serían diferentes en esta ocasión. Se tenía noticia de que los bombarderos del general Leigh volaban ya sobre Santiago.

Rechazada la capitulación que la Junta Militar exigía al presidente Allende, principió la guerra de un solo lado. La furia cobró su propio impulso. En Tomás Moro, un estruendo aturdió a la Tencha. Al bombazo siguió una descarga de metralla. La casa trepidaba. De las paredes se desprendieron los cuadros y cayeron pedazos de los vitrales que daban al jardín y a la piscina. Impotente, sola, se tendió bajo la mesa del comedor, la cabeza inmóvil sobre los brazos cruzados.

Arreciaba el fuego. La destrucción hacía inevitable la visión de la muerte. La Tencha buscó a su chofer y huyó de la locura. Encontró refugio con Felipe Herrera, amigo de toda la vida.

Cuenta la Moy:

“Felipe Herrera vivía a unas quince cuadras, pero yo no tenía manera de acompañar a la Tencha. El toque de queda nos aislaba. Después de las cuatro de la tarde el terror vaciaba las calles. Los soldados tiraban a matar.

“Ya tarde me llamó la Tencha, dramáticamente serena. Hablaba sin sobresaltos, apenas disminuida la voz. Al día siguiente viajaría a Valparaíso para sepultar al presidente. Los generales habían decidido por ella. El funeral sería breve, sin manifestaciones políticas. Así se le había advertido. Inhumaría a un hombre de infeliz memoria para la nación. Sólo eso.

“Temprano, el miércoles nos comunicamos de nuevo. La Tencha preguntaba por Isabel y la Tati, pero nadie sabía de sus hijas. Tampoco de Laura Allende, la hermana de Salvador, advertida por el cáncer de su fin cercano. Le propuse a la viuda, mi hermana de todos los días, acompañarla a Valparaíso, pero me dijo que no. ‘Mira, tú con tus amigos militares tienes que encontrar la manera de entrar a Tomás Moro. Estoy con lo puesto, sin una muda’.

“Necesitaba su ropa, sus medicinas, débil de salud desde niña. Quería la pulsera de oro con las medallas conmemorativas que su marido le había ido regalando: ministro, senador, diputado, presidente. También me pidió los ciento cincuenta dólares que guardaba en el secreter de su pieza de vestir y su bolsa, abandonada.

“Comprendí su comentario amargo: ‘Tus amigos militares’. José había sido dos años y medio ministro de la Defensa. Los conocíamos, los habíamos tratado.”

“El mismo miércoles hablé con el general Nicanor Díaz Estrada, jefe del Estado Mayor de la Defensa. No habría problemas. La visita sería inmediata, no faltaba más. A su certeza siguió un tiempo perdido. El jueves me informó Díaz Estrada que ya había localizado al general Oscar Bonilla, ministro del Interior. Pasó otro día. El viernes, todo resuelto, hombres del ministerio pasarían a mi casa.

“En tres automóviles viejos llegaron los militares. Vestían para la guerra: las botas cafés a media pierna y las suelas con estoperoles sonoros. También me llamaron la atención los uniformes, diseñados para el combate en la jungla: sobre un fondo color lodo, combinaban los verdes con los amarillos, los ocres y los cafés. Pasadas las cuatro de la tarde, desierta la ciudad, en unos minutos llegamos a Tomás Moro.

“–Señora –me dijo un oficial, custodio de la casa–, yo a usted no la puedo dejar pasar.

“–Lo siento. Vengo con una orden escrita del general Díaz Estrada y usted me va a dejar pasar.

“–Así será, pero usted no entra.

“Intervino uno de los hombres de Díaz Estrada:

“–La señora entra.

“–La señora no debe entrar.

“–Órdenes son órdenes.

“–Le digo que la señora no debe entrar.

“–¡Abra la puerta!

“De los rosales en flor que flanqueaban el camino de herradura que conducía a la entrada y salida de la residencia, no quedaban ni vestigios. Vi basura por todos lados, arbustos desencajados, raíces al descubierto, ramas secas con hojas verdes, montículos, agujeros. Sentí un hedor.

“En el acceso a la residencia, hermosas piezas de talavera habían terminado en añicos. Una colección de barros precolombinos, los guacos, también habían perecido. Salvador los mostraba con orgullo, ‘vivo el ritmo musical en las manos sedosas de los artistas’, como le oí decir alguna vez.

“Sobre la mesa del comedor se encontraba la bolsa de piel de cocodrilo que tanto me había encargado la Tencha, regalo de la esposa del presidente de Argentina, general Alejandro Lanusse. Tomé la bolsa. La supe vacía.

“De un cuadro de Roberto Matta, por ahí tirado, más o menos de uno veinte por noventa centímetros, poco quedaba, rasgado el lienzo. Admiraba la obra y la conocía bien. Bajo un fondo negro se adivinaban las formas borrosas de unos tanques. Puntos rojos, allá lejos, despertaban en mí sentimientos contradictorios.

“Por la escalera rumbo a las habitaciones de la Tencha habían rodado brazos, piernas, bustos y máscaras de armaduras antiguas, de tamaño natural. Ascendía a trancos. Algunos peldaños de la escalera habían sido arrancados de cuajo.

“La esposa del presidente tenía para sí dos recámaras, un baño y un cuarto de vestir. Entré al cuarto. Del secreter habían quebrado las patas y destruido las gavetas. El guardarropa mostraba la inutilidad de los ganchos desnudos. Algunas prendas se habían librado del saqueo. Para nada. Sobre la alfombra no había una falda que combinara con una blusa ni dos zapatos iguales. De las valijas que recorrieron buena parte del mundo en manos de la Tencha, no existía ni huella. Busqué las medicinas. Había frascos sin tapa, pastillas en el suelo, ampolletas quebradas. De la recámara principal me queda el organismo descompuesto, la náusea.

“Una bomba había abierto un boquete en el techo, atravesado la cama y explotado en el salón principal de la planta baja.”

Prosigue la Moy:

“En la Navidad de 1972, a menos de un año del golpe, el Grupo de Amigos Personales (GAP) hizo a Salvador Allende un regalo deslumbrante: jugador empedernido, habían hecho llegar a su casa un ajedrez gigantesco. Las piezas de madera, proporcionadas a un hombre de unos ochenta centímetros de estatura, habían sido talladas con paciencia y arte: los caballos eran caballos, los alfiles, alfiles, y la reina y el rey, monarcas. De las figuras seleccionadas por Allende para mostrarlas y presumirlas, no quedaron la almena de una torre ni el cuello corto y estilizado de un peón.

“Por la biblioteca, el espacio íntimo de la residencia, caminé entre libros destrozados y las páginas arrancadas a miles de volúmenes. Pisaba mullido como en un bosque en otoño. Del salón contiguo habían desaparecido las fotografías de Salvador, la Tencha, Isabel, La Tati, los amigos, los amores de la familia. Lisas las paredes, mostraban los manchones del tiempo.

“No hallé rastro de las colecciones de marfil, las lacas y las flores duras, obsequio de los gobiernos de China, la Unión Soviética y Corea. Busqué el Cristo con incrustaciones de nácar que la madre de Salvador había heredado a su hijo. Lo encontré en un sitio alto, fuera de su lugar los dos años y medio de Allende en el poder. Respondí al impulso de llevármelo para la Tencha. ‘Señora, por favor’, fue la respuesta burlona del oficial que me seguía y miraba.

“Continué por un pasillo y llegué a la habitación del presidente. Sobre la cama, suelto el cinturón, semidesnudo, puestas las botas de guerra con sus puntas de acero, babeante, un soldado roncaba su cruda. Al lado, a medio llenar, se le había ido de las manos una botella de Chivas Regal.”

u u u

Bajo el toque de queda, Salvador Allende fue sepultado el doce de septiembre de 1973 en el cementerio del pueblo de Santa Inés, ciento cuarenta kilómetros al norte de Santiago. Custodiado el féretro por soldados, a la viuda no se le permitió levantar la tapa del ataúd y contemplar con ojos inéditos al presidente rígido. Un oficial detuvo su mano. “Después”, le dijo.

La Junta Militar negó a Carmen Paz, a Isabel y a Beatriz el salvoconducto para que pudieran acompañar a su madre esa mañana atroz. Junto a Hortensia Bussi estuvieron su cuñada, la exdiputada Laura Allende; el comandante Sánchez, edecán del presidente, y dos sobrinos políticos. Laura Allende moriría poco después en La Habana. Avanzado el cáncer, Pinochet denegó la asistencia médica que ella solicitaba y que por ese tiempo la mantenía en pie.

Temprano el 12 de septiembre [recuerda la Tencha], fui notificada de que debía acudir al Hospital Militar, donde pensé que encontraría a Salvador herido de gravedad. Hasta ese momento no sabía de su muerte, pero al llegar al hospital recibí la orden de presentarme en el aeropuerto Los Cerrillos. Dentro de un avión Catalina, en el que viajaría, estaba el féretro, cerrado.

“El entierro fue secreto, vigilada por los militares como criminal. Sobre la tierra removida apenas pude dejar unas flores.

Veinte años después de su ascensión a la presidencia y a 17 años menos una semana de su muerte, los restos de Salvador Allende serían exhumados de Santa Inés e inhumados en el Cementerio General de Santiago. Así lo habían decidido Hortensia Bussi y sus hijas. No había motivo para someterse a la paranoia de Pinochet, enfrentado a un adversario que no acababa de matar. En el cementerio remoto el dictador mantenía sin identificación el sitio donde se encontraba el cadáver aborrecido.

A través del ministro del Interior, Enrique Krauss, Aylwin se apresuró a restar importancia a la ceremonia que preparaba la señora Allende, enlazadas la memoria y la continuidad de la vida. Dijo el vocero presidencial: “Se trata de un funeral sugerido por la familia, respecto del cual el gobierno otorga patrocinio oficial, pero no un funeral de Estado”.

Pinochet se había anticipado a Aylwin y Krauss: El acto cívico era, en rigor, un acto de provocación. Las fuerzas armadas no rendirían homenaje al expresidente.

Hortensia Bussi fue escueta: “Nos sentimos muy bien interpretados con el homenaje popular”. No reclamaba honores ni quería “causar molestias”.

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24 jul 2021

Parte del ensaje de La escritora Isabel Allende en el Castillo de Chapultepec.  Simón Bolívar, El Libertador. Natalicio, 238 Años; sábado 24 de julio

En 1970, yo era una joven periodista que observaba fascinada las fuerzas políticas y sociales que intentaban transformar a América Latina y a Chile en particular.

Ese año, Salvador Allende fue elegido presidente y por primera vez el pueblo chileno se sintió protagonista de su destino. Reformas profundas en democracia y libertad dentro de los márgenes de la Constitución era un experimento revolucionario que atrajo la atención del mundo y también, por desgracia, de la CIA y de las fuerzas reaccionarias del país. 

Ese año fui al sur, a la Universidad de Concepción, a ver por primera vez el mural que México le había regalado a Chile. El mural es uno de los más bellos del mundo, pintado por Jorge González Camarena en 1965, es una obra monumental de 300 metros cuadrados con el título: ‘Presencia de América Latina’. 

El tema es la hermandad de los pueblos de nuestro continente. Esa pintura narra nuestra historia común de violencia, conquista y explotación, destaca la inmensa riqueza de nuestra tierra, de nuestras diversas culturas y de nuestro mestizaje, la mezcla de razas y etnias que somos todos nosotros.

En forma profética también nos señala un futuro posible. Juntos somos muchos, juntos somos fuertes, juntos somos poderosos. Presencia de América Latina en el mundo. 

El sueño de El libertador, Simón Bolívar, de un continente unido, una confederación de los países hispanoamericanos y el Caribe para para enfrentar juntos a las potencias europeas y al naciente poder de los Estados Unidos.

Con ese mítico objetivo luchó sin tregua contra el imperio español durante 20 años. Logró la independencia de varios países, pero murió sin haber conseguido la unión que tanta deseaba, desilusionado, convencido de que América es ingobernable. Cuánta explotación habríamos evitado si hubiéramos realizado ese sueño. 

El Congreso Constituyente de México, inspirado por este ambicioso proyecto, le otorgó la ciudadanía a Simón Bolívar en 1824, como ya hemos oído.

La historia de México, como de toda Latinoamérica, es un mural de claroscuros, de esperanzas y fracasos, de héroes y villanos, de ideales y de traiciones, de caudillos brutales y de revolucionarios, de grandes pensadores y de una multitud de saboteadores, pero sobre todo es un mural de brillantes colores, luminoso, magnífico.

México ha sido un faro en la neblina. A estas orillas han llegado los pobres de otras partes buscando trabajando. Los intelectuales y artistas, necesitados de aire y cielo para extender las alas; los refugiados del holocausto nazi; los de la revancha fascista de la dictadura del cono sur; los perseguidos y los derrotados que siguen luchando.

Aprovecho este momento para agradecer desde mi alma a México por la acogida dada a miles y miles de chilenos que escaparon de la dictadura. Al día siguiente del golpe militar, en septiembre de 1973, el gobierno mexicano envió un avión a Chile para rescatar a la familia de Salvador Allende. Aquí, su viuda y sus hijas encontraron asilo, aquí tuvieron una patria, otro hogar.

Al recordar el mural de Jorge González Camarena pienso, también, en El canto general, la oda a Latinoamérica de Pablo Neruda, y los versos que le dedicó a México, donde él también encontró una segunda patria. Como ellos, quiero imaginar un futuro de solidaridad para nuestra América Latina, esa mancha en el mapa con la forma de un corazón sufrido.

Isabel Angélica Allende Llona (Lima, Perú; 2 de agosto de 1942) es una escritora chilena con nacionalidad estadounidense, de ascendencia hispano-portuguesa y nacida en Perú. Desde 2004 es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras.Obtuvo el Premio Nacional de Literatura de su país en 2010.

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Cuarenta años del golpe en Chile

Indicios de ejecución/Francisco Marín

Revista Proceso 1923, a 7 de septiembre de 2013;

Reportaje Especial

Cuando se cumplen 40 años del golpe militar en Chile, nuevos elementos ponen en duda la versión oficial sobre la muerte por suicidio de Salvador Allende. Un informe pericial advierte de concentraciones de componentes químicos “compatibles” con un disparo a corta distancia en la frente del presidente socialista y además está el testimonio a trasmano del general Javier Palacios, responsable del ataque a La Moneda, según el cual éste lo habría ejecutado.

VALPARAÍSO, CHILE.- A contrapelo de la versión oficial sobre la muerte de Salvador Allende –según la cual el mandatario chileno se suicidó durante el ataque militar contra el Palacio de La Moneda–, nuevos elementos sugieren la posibilidad de un asesinato.

Del informe pericial químico 261 –elaborado por Leonel Liberona Tobar, uno de los peritos encargados de examinar los restos de Allende hace dos años– se desprende que el presidente habría recibido un disparo en la frente, distinto al señalado en la versión oficial: El que él mismo se habría hecho en la región “submentoniana” (entre la barbilla y el cuello) con el fusil AK-47 obsequiado por Fidel Castro. ( Pero a decir de https://elclarin.cl/archivo/2011/07/20/el-fusil-del-presidente-allende-no-era-un-ak-47/, el fusil de Allende no era un AK47 sino un AKMS que significa: [Fusil] Automático Kolashnikov Modernizado Plegable. Es aquí, en esta última palabra donde se encuentra la clave de este pequeño misterio, porque esa es, precisamente, la característica específica del fusil automático de Allende, el que tenga, en vez de la culata de madera del AK 47 original, una culata plegable de metal, que permite reducir su tamaño, si así se lo desea. Por cierto que el AKMS es una variante, o modificación, del AK 47 original, o como lo dice su nombre, una ‘modernización’ de él, pero estos fusiles no deben ser confundidos, y fueron concebidos y fabricados con doce años de diferencia por el gran diseñador soviético).

En sus conclusiones el informe señala: “En la muestra No. 3 (situada en la zona de la frente) se constató la presencia de plomo, bario y antimonio, cuyas concentraciones son compatibles con un orificio de entrada de proyectil balístico generado a corta distancia”.

El peritaje fue realizado el 27 de mayo de 2011, cuatro días después de que se exhumaran los restos del mandatario socialista por orden del juez Mario Carroza, quien instruye el caso Allende.

El propósito de la exhumación fue realizar una segunda autopsia que determinase si efectivamente Allende se suicidó –como se estableció en la primera necropsia, la noche del 11 de septiembre de 1973 en el Hospital Militar de Santiago– o fue asesinado.

Sin embargo el Servicio Médico Legal (SML) no quedó conforme con la conclusión obtenida por Liberona y lo citó a una reunión celebrada el 15 de julio de 2011, a la cual asistió Carroza.

Este encuentro fue reseñado por Liberona en el Informe pericial químico N° 380/2011, del 26 de julio de 2011. En el punto 1 sostiene: “Considerando los antecedentes obtenidos en la reunión el día 15.JUL.011 en dependencias del SML, de Santiago, donde se aclaró que la muestra N° 3 fue levantada de la cara interna, zona inferior del sector izquierdo del hueso frontal orbital del occiso. Los resultados de las concentraciones de antimonio, bario y plomo señalados en el Informe pericial químico N° 261, de fecha 27.MAY.011, son atribuibles a trayectoria o impacto de proyectil balístico”.

En entrevista con Proceso, el médico forense Luis Ravanal señala: “Se puede apreciar claramente que, tras la reunión de aclaración en el SML, el perito modificó su conclusión original sustituyéndola por otra del todo inespecífica y ambigua. Claramente en este segundo informe ya no se trataba de un ‘orificio de entrada de proyectil balístico generado de corta distancia’, modificación que evidentemente satisfizo a más de alguno”.

Ravanal se extraña de que se le haya “aclarado” a Liberona el lugar específico de donde provenía la muestra número 3, pues fue él mismo quien la recolectó, como detalló en su primer informe (el 261-2011).

De todos modos, señala, esta modificación no oculta un hecho: En la frente de Allende se encontraron residuos en cantidades que sugieren –o establecen– la existencia de un disparo a corta distancia

“Palacios lo remató”

La descripción del disparo de bala en la frente concuerda con el testimonio que el chileno residente en Milán, Jorge Araya Toro, brindó a este corresponsal el pasado 16 de agosto en una videoconferencia.

Araya aparece en el expediente de la causa. La foja 644 incluye una carta suya enviada en febrero de 2011 a Carroza. Allí propuso transmitirle la confesión que el general Javier Palacios, director de Inteligencia del ejército y quien comandó el asalto a La Moneda el 11 de septiembre de 1973, le habría hecho a su padre en relación con la muerte de Allende. Carroza no le contestó.

Araya, de 46 años, cuenta que su progenitor, Jorge Araya Gómez, fue amigo desde la niñez del general Palacios. Ambos vivían en el mismo sector residencial aristocrático del antiguo centro de Santiago. Ambos estudiaban en el colegio Padres Franceses, asistían a la misma iglesia y jugaban en el mismo lugar: el Parque Cousiño (ahora llamado O’Higgins). “Ya mayores tomaron diferentes caminos. Mi padre siguió la vida civil y el general Palacios ingresó a la Escuela Militar en 1941, pero continuaron frecuentándose durante toda la vida”.

Luego cuenta que la historia sobre la muerte de Allende se la contó su padre muchos años después del golpe, cuando en febrero de 1992 se encontraron con Palacios en el centro de Viña del Mar:

“En ese momento mi padre, al verlo caminando hacia él, le grita ‘¡Javier!’. A su vez Palacios le contragrita ‘¡Jorge!’. Pero antes de abrazarse mi padre se dirige a mí y me dice: ‘Te presento al general que asesinó al presidente Salvador Allende’. Palacios se desfiguró y le respondió: ‘No digas esas cosas porque la gente puede creer cualquier cosa’. Se saludaron, se abrazaron, conversaron 10 minutos y después se despidieron. Entonces, mi padre me dijo: ‘Te voy a contar la historia de lo ocurrido el 11 de septiembre y cómo Palacios asesinó al presidente Allende y se tomó La Moneda’.”

Según Araya, Palacios hizo tal confesión a su padre cuando lo visitó en su casa, en la santiaguina comuna de Maipú, en marzo de 1974. “Llegó con escoltas y subal­ternos y vestido con uniforme de guerra. Yo tenía siete años pero lo recuerdo perfectamente. Hablaron de sus familias y cosas triviales. Posteriormente mi padre le hizo notar su consternación por lo ocurrido durante los meses anteriores (…) Palacios respondió: ‘Te tienes que sentir orgulloso de que un amigo tuyo pasará a la historia’.

“Mi padre le pregunta el porqué de esa aseveración. Esto es lo que le contó el general: Su misión era rodear con tanques y tomar La Moneda por tierra, pues comandaba el regimiento Blindado No. 2 (el mismo del ataque de junio de 1973). Ingresó a La Moneda por la puerta de la calle Morandé con soldados de infantería en el mismo instante en que bajaban por las escaleras quienes estaban con Allende y a los cuales éste les había pedido salir. Los militares las empezaron a empujar hacia abajo por los peldaños mientras ellos subían.

“El ambiente era un infierno pues La Moneda ardía por el bombardeo y no se podía respirar por los gases lacrimógenos. En el segundo piso Palacios fue recibido con ráfagas de metralleta de Allende y algunos de sus hombres que estaban en el Salón Rojo. En ese momento Palacios gritó a los miembros del GAP (escolta del presidente) que se rindieran. Allende respondió gritando: ‘¡Soy el presidente de Chile y si te crees muy valiente ven a buscarme, conchetumaire!’. Inmediatamente los GAP y Allende comenzaron a disparar y una bala de Allende hirió en la mano derecha a Palacios.

“Los hombres de Palacios avanzaron disparando contra los miembros del GAP. Éstos fueron cayendo por las balas de los militares, mientras Palacios era asistido por Armando Fernández Larios, que le pasó su pañuelo para detener la sangre de la mano herida.

“Entretanto seguía la balacera más adentro, pues los GAP se fueron replegando. Dos militares, los cuales iban disparando, hirieron en el estómago o el pecho a un civil que portaba una metralleta, un casco y una máscara antigases. El civil se plegó y cayó al suelo. A Palacios (…) le llamó la atención este civil. Se fijó que portaba un reloj fino. Al quitarle la máscara antigases y el casco reconoció al presidente Allende. En ese momento sacó su pistola de ordenanza y disparó a quemarropa en su cabeza.

“Eran las 14:00 horas. Palacios y sus hombres trasladaron el cuerpo del presidente Allende al Salón Independencia. Comenzaron entonces a preparar el montaje para decir que el presidente Allende se había suicidado.”

Verdad jurídica

Según Ravanal “en este relato (de Araya) se pueden encontrar numerosos elementos que son concordantes con los resultados de la autopsia: mayores concentraciones de residuos de pólvora en la zona frontal y órbita izquierda; un orificio redondeado de salida de proyectil tallado a bisel externo en la parte posterior de la bóveda craneana, que se alinea perfectamente con una lesión en la zona frontal; unas ropas interiores profusamente impregnadas en sangre, entre otros aspectos”.

Declaraciones del propio Palacios –quien murió el 25 de junio de 2006– dan sentido al testimonio de Araya. El 26 de septiembre de 1973 –unos días después del golpe– le declaró a la revista Ercilla (en su número 1991): “Allende estuvo disparando todo el tiempo porque tenía las manos llenas de pólvora. El cargador de la metralleta estaba vacío. Había numerosas vainillas (cargadores) en la ventana. A su lado también estaba un revólver. Y cuando pasé a identificarlo, tenía un casco y una máscara de gases”.

Este testimonio es similar al ofrecido por Palacios en el documental Más fuerte que el fuego. Las últimas horas en La Moneda (1978), donde sostiene: “Hasta el último momento él (Allende) disparaba contra nosotros”.

La evidencia de que Allende combatió hasta el final –y no se rindió– fue ratificada por Jorge Timossi, corresponsal de Prensa Latina en Chile, en su nota Las últimas horas de La Moneda (13 de septiembre de 1973). Allí señaló: “A las 13:52 minutos recibí una llamada desde Palacio. Era Jaime Barrios, asesor económico del presidente, quien (…) me informó: ‘Vamos hasta el final. Allende está disparando con una ametralladora. Esto es infernal y nos ahoga el humo’”.

Según la versión de la Junta Militar, Allende se habría suicidado entre las 13:30 y las 14 horas, como sostuvo la noche del 11 de septiembre de 1973 el prefecto de Investigaciones de Santiago, René Carrasco, ante corresponsales extranjeros.

El fiscal estadunidense Eugene Propper,­ quien investigó el doble asesinato del excanciller Orlando Letelier y de su secretaria Ronnie Moffit, cometido en Washington el 21 de septiembre de 1976, ofreció en su libro Laberinto (1982), coescrito con el periodista Taylor Branch, otra versión sobre la manera en que habría muerto Allende:

“Poco después de las 2 p.m., unidades de infantería logran invadir La Moneda. Pequeños grupos corren escaleras arriba en medio del humo, cubriéndose con fuego de metralletas. Un teniente chileno de pelo rubio, René Riveros, de pronto se encuentra frente a un civil armado vestido con un suéter con cuello de tortuga. Riveros vacía la mitad de sus municiones en el presidente de Chile, matándolo instantáneamente con una hilera de heridas que van desde la ingle a la garganta.”

Esta versión se basó en el testimonio del oficial de la Escuela de Infantería, Armando Fernández Larios –condenado en el caso Letelier–, y en información proporcionada por el jefe del FBI en Argentina, Robert Scherrer.

En 2011 John Dinges, excorresponsal en Santiago del Washington Post, expresó a este semanario: Scherrer, a quien consideraba “una fuente de oro”, le informó en 1979 lo mismo que a Propper: Riveros habría matado a Allende.

A las 14:37 horas, después de “constatar” la muerte de Allende, Palacios transmitió al general Sergio Nuño, uno de los coordinadores del golpe y quien se encontraba en el Ministerio de Defensa, el siguiente mensaje: “Misión cumplida: Moneda tomada, presidente muerto”. En ningún momento dio a entender que hubo suicidio.

Poco después de que Palacios informó de la muerte de Allende, un grupo de civiles golpistas difundió la noticia por onda corta desde el Ministerio de Defensa: “Atención Chile. Atención a todo el mundo. Aquí Santiago Treinta y Tres. Este es Chile Libre. Allende ya es un cadáver. El capitán Roberto Garrido nos ha liberado de las garras del marxismo (…) Allende ha sido ajusticiado por nuestros soldados gloriosos”.

La Junta Militar ocultó o destruyó las evidencias sobre lo sucedido con Allende en sus últimos instantes. La Primera Fiscalía Militar nunca entregó el expediente asociado al proceso abierto por la muerte de Allende, donde estaba el informe de autopsia 2449 de 1973. Este sólo se conoció en 2000 debido a que apareció como anexo en el libro La conjura, de la periodista Mónica González. y aún no aparecen 29 fotos (ordenadas desde la A hasta la Z) tomadas por los peritos de la Policía Técnica de Investigaciones en el sitio. Palacios conservó el fusil AK-47 con el que supuestamente Allende se suicidó. Esta arma no fue objeto de análisis periciales.

En diciembre de 1973 alguien sustrajo la foto 1416/73-A de los archivos de la Policía de Investigaciones.

En ella, explica Ravanal, “se puede ver un cadáver perfectamente alineado y en posición recta, como un tronco caído, lo que no es concordante con un individuo que en vida se pega un tiro de fusil bajo la mandíbula estando sentado, menos aun cuando ha ocurrido una destrucción masiva del encéfalo, lo cual conlleva a una desconexión neurológica absoluta e instantánea y no cabría esperar (…) movimientos agónicos y/o reflejos en estas condiciones, que llevasen a las cuatro extremidades a alinearse con el eje principal del cuerpo, y extender totalmente las rodillas en la forma y magnitud que se aprecia en las imágenes y esquemas. Esto evidencia que el cadáver fue manipulado…”.

Cuando en 2011 se exhumaron los restos de Allende no se encontró ni la mitad de los huesos del cráneo. La segunda autopsia no resolvió la principal controversia planteada por el informe de la primera, la de septiembre de 1973: ¿Cómo pudo Allende haberse disparado con armas distintas, un AK-47 que provocó el estallido del cráneo y un arma de menor calibre que provocó un orificio de salida en la parte posterior de la bóveda craneana?

Pese a estos elementos, la versión oficial está a un paso de convertirse en verdad jurídica. Sólo resta que la Corte Suprema se manifieste respecto de un recurso de casación presentado en julio pasado por los abogados Matías Coll y Roberto Celedón, quienes representan a la parte querellante: la Asociación Nacional de Exprisioneros Políticos.

Si dicha corte lo rechaza, ratificaría el sobreseimiento “total y definitivo” determinado por el juez Carroza en fallo emitido el 14 de septiembre de 2012, decisión validada en junio pasado por la Corte de Apelaciones de Santiago. Sería la lápida para el caso Allende.

Información de este reportaje está contenida en el libro Allende: “Yo no me rendiré”. La investigación histórica y forense que descarta el suicidio, escrito por Francisco Marín y Luis Ravanal y publicado por la editorial Ceibo, la cual lo presentará este lunes 9 en la capital chilena.

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La sombra del dictador

La sombra perecedera de Augusto Pinochet/Ariel Dorfman

Publicado en EL PAÍS, 12/12/2006):

Pese a que no cabe duda de que su cuerpo, comprobadamente mortal, ya no envilece con su respiración el aire de mi país, temo que el dictador que malgobernó Chile durante tantos años no vaya nunca a extinguirse de esta tierra. Para exorcizarlo definitivamente hubiera sido necesario que concluyera cada uno de los innumerables procesos por tortura y secuestro, por robos y asesinatos, que se le seguían en los tribunales chilenos; hubiera sido necesario que a Pinochet se le forzara a mirar, una tras otra, la cara de los familiares de los hombres y mujeres que hizo desaparecer; hubiera sido crucial que aliviase de alguna manera mínima el irreparable y múltiple dolor que infligió. Hubiera sido necesario que se quedase solo en la muerte en vez de que un tercio cómplice, recalcitrante y autoritario de la población chilena llorara su partida y exigiera duelo nacional; tendría que haberse quedado solitario y frío en la muerte, lamentado únicamente por sus parientes más cercanos y sus amigos íntimos. Pero es tal el recelo y la influencia que todavía genera este tirano supuestamente muerto, ha torcido de tal manera el sentido común de la República y logrado confundir de tal manera la ética de los políticos chilenos, que el Gobierno democrático decidió, en forma indigna y vergonzosa, que la ministra de Defensa, Vivian Blanlot, asistiera oficialmente a los ritos fúnebres. ¡Un Gobierno presidido por una mujer, Michelle Bachelet, a la que el general Pinochet encarceló y atormentó y a cuyo padre hizo matar! ¡La ministra de Defensa de un Chile democrático participando en un homenaje a un terrorista internacional que hizo ultimar a los tres ministros de Defensa de Salvador Allende, el hombre que asesinó a José Tohá en un calabozo chileno y a Orlando Letelier en una calle en Washington y al ex comandante en jefe del Ejército chileno Carlos Prats González en una desamparada avenida de Buenos Aires!

Y, sin embargo, a pesar de estos desconsoladores signos de la permanencia y poderío del general más allá de la muerte, también siento que algo ha cambiado categóricamente en mi país. Lo saben miles y miles de chilenos que festejaron en forma espontánea la noticia de la partida del general Pinochet de este mundo como si se tratara, no de una extinción, sino de un alumbramiento. Danzando en las calles de Santiago ellos repetían una palabra incesantemente: la palabra sombra. Se fue la sombra, decía un hombre y decía una mujer sin haberse puesto de acuerdo, susurraban unos y otros y todos. La sombra, la sombra, ya no cae la sombra de Pinochet sobre nosotros. Como si los mil demonios de una plaga hubiesen sido lavados del territorio nacional, como si entendiéramos que nunca más el miedo, nunca más el helicóptero en la noche, nunca más la sombra impura y poluta. Para estos celebrantes, la mayoría de ellos jóvenes, algo se había quebrado para siempre en el momento en que dejó de latir el corazón hosco e impenitente de Augusto Pinochet. Se habían pasado la vida, nos hemos pasado la vida, imaginando este momento, este día en que la oscuridad retrocede, este diciembre en que queda un país limpio. Este instante en que ya no podremos culpar al dictador de todo lo que va mal, todo lo que se enrosca, todo lo que entristece y frustra. Este instante en que no tendremos ya nunca más a Pinochet como horizonte perverso.

¿Ha muerto de veras el general? ¿Dejará alguna vez de contaminar cada espejo esquizofrénico de la vida nacional? ¿Dejaremos de ser alguna vez un país dividido? ¿Acaso tendrá razón aquella madre futura, encinta de siete meses, que saltaba de alegría en el centro de Santiago cuando proclamó a los cuatro vientos que ahora todo iba a ser diferente porque su hijo iba a nacer en un Chile sin Pinochet?

La batalla por el alma de mi país recién comienza.

Una lección bien aprendida/Jorge Edwards

Publicado en EL PAÍS, 12/12/2006):

La Plaza Italia de Santiago de Chile, límite entre el centro de la ciudad y los sectores del oriente precordillerano y de más altos ingresos, ha sido invadida por los enemigos de Augusto Pinochet. Hay grupos que celebran con champaña, gente que salta y que canta, fotografías de Salvador Allende, banderas chilenas y de los partidos socialista y comunista, mezcladas con alguna bandera venezolana, boliviana, argentina. Todas flamean al viento primaveral, en medio del bullicio; la emoción es compartida, solidaria, profunda, y podríamos agregar que tranquila. Una joven periodista de la televisión, hija y nieta de abogados comunistas, se exhibe encima de una camioneta envuelta en el pabellón tricolor.

La desaparición del general Pinochet es una fiesta popular, con ribetes folclóricos, pero más pacífica, por lo menos hasta este momento, que los triunfos del equipo de fútbol de Colo Colo. Lo que llama la atención es lo siguiente: que muchos de los gritos están dirigidos contra Lucía Hiriart, la viuda. Algunos piden que devuelva el dinero que se robaron, que “nos robaron”. Otros esperan que llegue pronto el turno de ella.

Los partidarios del general, que han salido en buen número de sus madrigueras y que se reúnen en las calles adyacentes al Hospital Militar de Santiago, lloran en forma histérica y exhiben fotografías de su ídolo en uniforme de gala. Aquí hay una característica que se repite: atacan a los periodistas con furia, a botellazos y pedradas. Parece que el desprestigio mundial del dictador se debe a la prensa, o a dos bestias negras conjugadas, a dos conspiraciones: la del comunismo y la de los medios internacionales.

Todavía no tenemos noticias sobre los funerales, decisión en apariencia difícil, y que el Gobierno, hasta el momento en que escribo estas líneas, no ha dado a conocer. Pero me imagino que se hará un funeral con honores de comandante en jefe del Ejército y con asistencia de la ministra de Defensa. Más no se justificaría. Pinochet fue jefe de Estado de hecho, reconocido así por buena parte de la comunidad internacional, pero no llegó a la presidencia de la República por los caminos que indicaba la Constitución política vigente. Fue un producto de la fuerza, de la coyuntura histórica, de la anarquía económica y social que había llegado a imponerse en los últimos meses del régimen de Salvador Allende, factores que explican su aparición dentro del horizonte político chileno. Pero una explicación no alcanza a ser una justificación, y esto tendríamos que entenderlo ahora nosotros mismos.

Mi impresión personal es que la emoción, el rebrote de la polarización, de la guerra civil larvada, que estuvieron en las raíces del drama chileno, durarán pocos días y darán paso a otra cosa.

Casi fui agredido, una hora después de conocerse la noticia, en el ascensor de mi edificio por un joven violento, absolutamente alterado, que sostenía que los muertos de la dictadura se podían contar con los dedos de la mano, que habían sido demasiado pocos, pero pienso que quizá salir al exterior con la noticia tan fresca suponía una imprudencia. En todo caso, las emociones de ambos extremos pasarán, los sectores equilibrados, racionales, democráticos, asomarán a la superficie a fines de la semana, y la posibilidad de que Chile se transforme en una democracia desarrollada, bien incorporada al siglo XXI, será mucho más sólida, más visible, dentro de pocos días.

La muerte del general nos ayudará mucho, en esta periferia del mundo occidental, a superar y a cancelar de una vez por todas la guerra fría. No es poco decir. Es una manera de mirar el momento con optimismo. Y esta superación de toda una época, esta salida de los anacronismos, será útil para nosotros y podría convertirse en un modelo para la región. También hay que salir del anacronismo en Bolivia, en la guerrilla colombiana, en la Venezuela de Hugo Chávez, y hasta en Brasil y México. De una vez por todas.

Augusto Pinochet Ugarte estuvo muy lejos de ser un personaje excepcional. Le tocó estar colocado en circunstancias históricas excepcionales, pero esto es enteramente diferente. En los últimos días de Allende, fue el último de los jefes militares importantes en decidirse por el golpe de Estado; actuó en los primeros momentos con inseguridad, con suma precaución, con probable miedo, pero cuando ya no hubo retroceso posible, fue el más cruel y el más extremo de todos.

Augusto Pinochet Ugarte entró a la Escuela Militar de Santiago en su adolescencia, pocos días después de la caída de la dictadura del general Carlos Ibáñez, en momentos en que los militares no podían usar el uniforme en las calles, en que la profesión de las armas era la más desprestigiada del país. Esto, para decir lo menos, revela una vocación a contracorriente, a toda prueba. Fue un profesional, un hombre de cuartel, un aficionado a las artes marciales. Hizo clases de geopolítica en la Academia de Guerra y le regaló un manual de autoría suya de esta disciplina, al final de su larga y desafortunada visita a Chile, a otro comandante de terquedad parecida, pero de ideas muy opuestas, Fidel Castro Ruz.

La ferocidad de la represión pinochetista sólo se puede entender de una manera. El general tenía un miedo visceral de que la guerrilla, apoyada por el castrismo y que florecía en los años setenta en Colombia, en el Perú y Argentina, en casi toda América del Sur, se instalara en Chile. A fines de 1978, cuando hubo peligro real de guerra entre Argentina y Chile, maniobró con tranquilidad, con astucia, y consiguió que la mediación papal, manejada por el cardenal Samoré con inteligencia florentina, evitara el conflicto.

No es fácil entender en todos sus matices los mecanismos mentales, sociales, de todo orden, que llevaron al Gobierno de Pinochet a imponer en Chile una economía abierta, de mercado, que seguía en su línea gruesa los postulados del recién fallecido Milton Friedman y de los economistas de la Universidad de Chicago. Fue, en su época, un cambio económico revolucionario, para bien y para mal, y que exigió decisiones radicales, endiabladamente difíciles. El general dio su apoyo a los economistas y los empresarios neoliberales sin la menor vacilación, en un proceso interno que no se conoce en todas sus vueltas. Muchos juristas de prestigio, miembros del centroizquierdismo actual, sostienen que todas o casi todas las privatizaciones de aquellos días fueron ilegales. De ahí, de ese proceso de privatización a tambor batiente, salieron muchas de las nuevas fortunas del Chile de ahora. La fórmula, probablemente ilegal, fue sin duda inmoral, pero el funcionamiento más o menos bueno de la economía chilena de estos días tiene esos orígenes. A veces no conviene escudriñar demasiado en el pasado, y a veces los malos pasos iniciales reciben al cabo de los años la absolución histórica.

Los robos de Pinochet y de su familia, la cuestión escabrosa y vergonzosa de las cuentas del Banco Riggs, han sido un capítulo más reciente. Han sido, para decir lo menos, el desenlace turbio de una historia personal oscura. Muchos personajes pinochetistas de toda la vida, que no se habían escandalizado con el detalle de los crímenes, se rasgaron las vestiduras al conocer los latrocinios. El asunto tiene su sentido: el crimen se presentaba como una necesidad, por monstruoso que esto parezca. Era la razón de Estado clásica frente a la deleznable corrupción. El general había querido proteger la retirada suya y la de su familia con un colchón de dinero. Él sabía lo que le esperaba si tenía que abandonar el poder. En estos últimos días, desde el hospital, le dijo a su familia que prefería que cremaran su cadáver y esparcieran sus cenizas para que sus enemigos no profanaran su tumba.

En su final, sus antiguos colaboradores y amigos de derecha, salvo excepciones, han preferido no dar la cara. Han sido prudentes, oportunistas. Aunque parezca extraño, el pinochetismo que ha salido a la calle es más bien populachero, de nivel francamente bajo. Y se ha manifestado con lágrimas y con insultos, con irrefrenable grosería. En resumidas cuentas, la muerte del general ha sido una nueva lección, y podría convertirse, para tirios y troyanos, para chilenos y no chilenos, en una lección bien aprendida.

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Pinochet, sin razón y sin honor/J. J. Armas Marcelo, escritor

Periódico ABC, 12/12/2006);

Cuando cedió la presidencia de la República de Chile a su sucesor Frei Ruiz-Tagle en el gobierno de la Concertación Democrática, Patricio Aylwin pudo contar un episodio que describe el estado de «democracia tutelada» en el que se encontraba su país tras las primeras elecciones presidenciales, el 11 de diciembre de 1989.

En su «nueva Constitución», Pinochet se había reservado la jefatura de los Ejércitos y miraba de reojo, desde su despacho del Cuartel General, cualquier deriva del recién llegado inquilino del Palacio de la Moneda. Esa era su manera de vigilar el nuevo proceso democrático. El presidente Aylwin se atrevió a cruzar el espacio abierto, la calle, que separa, uno del otro, los dos edificios públicos. En uno, La Moneda, reingresaba el poder civil; en el otro, reinaba el rencor del poder militar encarnado en Augusto Pinochet. «¿Cómo está de las rodillas, presidente?», le preguntó Pinochet una vez que se saludaron en su despacho. Aylwin contuvo su sorpresa y contestó que se sentía muy bien de salud. «¿Y las rodillas?», insistió el dictador. Y sin dejar que el interrogado contestara, le recomendó que cuidara mucho sus rodillas. «Cuando los subordinados ven que al mando le flojean las rodillas», le recomendó jovialmente Pinochet, «se le suben a uno a las barbas y… ese es el principio del fin».

Omar Torrijos, le recordé a Sealtiel Alatriste cuando me contó esta anécdota de Aylwin y Pinochet, lo decía de otra manera y en otras circunstancias: «El que se aflige, se afloja». Pinochet, por su parte, alardeaba del lema que como hombre y militar había grabado en su sable cuando salió de la Academia: «No lo saques sin razón y no lo envaines sin honor». Pero desde el 11 de septiembre de 1973, el día que dio el golpe de Estado, hasta el pasado domingo, 10 de diciembre de 2006, fecha de su muerte en Santiago de Chile, Augusto Pinochet había perdido la razón y, finalmente, murió sin honor. Tres mil muertos y desaparecidos, además de treinta mil torturados y encarcelados, le quitaron la sinrazón del golpe de Estado. Y una cuenta secreta de bastantes millones de dólares en la banca norteamericana Riggs, procedente de robos a la fiscalidad chilena y enjuagues y tráfico de armas, lo dejaba sin honor ante sus conciudadanos, incluso ante aquellos que todavía seguían creyendo que Pinochet había tenido razón en el golpe contra el gobierno constitucional de Salvador Allende. Millones de chilenos, y ciudadanos de otras partes del mundo, creemos sin embargo que tanto la razón como el honor los había perdido desde el momento en que se sumó, bien que al final del principio, al golpe de Estado que terminó encabezando junto al almirante Toribio Merino, el entonces jefe de la Fuerza Aérea, el general Leigh, y el general César Mendoza, jefe de la Policía.

Pero ¿cuándo comenzaron a «fallarle las rodillas» al dictador chileno? El 21 de septiembre de 1976, mataron a Orlando Letelier en Washington. El coche del ex canciller chileno, uno de las tres personas a las que se atribuyó durante los primeros años de la dictadura la capacidad efectiva para crear un gobierno chileno en el exilio (los otros dos eran Carlos Prats y Bernardo Leighton), saltó por los aires. En el atentado murió también su secretaria Ronnie Moffit y su marido quedó herido. El entonces coronel Contreras negó que la DINA, de la que era director, ni nadie del gobierno chileno hubiera tenido nada que ver. «Fue la CIA», le dijo a Pinochet. Para entonces el general Prats había sido asesinado en Buenos Aires y en los dos atentados mortales aparecía la mano directa de Michael Vernon Townley Welsh, agente de la CIA al servicio de la DINA, casado además con la escritora chilena Mariana Callejas, en cuyo chalé de Lo Curro, en julio de 1976, un teniente de veintitrés años, que responde a las iniciales de G. S., mató entre torturas al español Carmelo Soria. Si todavía no las rodillas, el asesinato de Letelier le costó a Pinochet el apoyo del Gobierno estadounidense.

El domingo 7 de septiembre de 1986, a las 18.50, los integrantes del comando del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que llevaría a cabo la Operación Siglo XX, convirtieron la ruta G-25 en un infierno. Pinochet sufrió un atentado del que escapó con vida gracias a la pericia del chófer de su automóvil. Cinco escoltas murieron y otros doce quedaron gravemente heridos. Pero el dictador escapó con vida y la represión se renovó en todo el país, especialmente en Santiago y desde esa misma noche. Tal vez ahí, en ese encuentro frustrado con su muerte, le fallaron las rodillas a Pinochet.Tendría que ser el 5 de octubre de 1988, el día del referéndum en el que los chilenos dieron una lección de libertad al mundo entero, cuando de verdad comenzaron a fallarle a Pinochet las robustas rodillas de las que seguiría empero jactándose un año después ante el presidente electo Patricio Aylwin. Casi un 60 por ciento de los chilenos le dijeron con razón y honor ese día que no a su persona y régimen dictatorial, y daban paso a la democracia y al calvario por el que justamente comenzaba a transitar la vida pública y privada del dictador Pinochet.

Diez años más tarde, el 16 de octubre de 1998, sus rodillas se quebraron del todo en Londres, cuando el juez Garzón consiguió que Scotland Yard lo detuviera bajo la acusación de genocidio y lo retuvieran en la capital inglesa durante un año y medio, fecha en la que fue trasladado a Santiago de Chile, paradójicamente «por razones humanitarias». Pero ya en Chile, al juez Guzmán Tapia no le temblaron las rodillas ni le faltó razón de conciencia ni honor de ciudadano para procesarlo por más de doscientas querellas que habían sido presentadas contra el viejo dictador. Y en el año 2004, le estalló en sus rodillas, y en lo que él y sus gentes creían que le quedaba de razón y honor, una bomba informativa procedente de los Estados Unidos: Pinochet fue acusado de robar a la Hacienda chilena unos millones de dólares, en un país donde los ex presidentes tienen por costumbre volver a la misma casa que vivían antes de asumir el máximo cargo de la República de Chile.

En mi último viaje a Chile, en octubre de este mismo año, durante la celebración de la Feria del Libro en Santiago, hice un aparte con el juez Guzmán Tapia y el novelista Jorge Edwards para tomarnos un café en la Estación Cultural Mapocho. Hablamos de las memorias del juez, testimonio personal que publicó en España Jorge Herralde, en Anagrama. Hablamos de Chile. De los cambios democráticos de Chile. Hablamos con elogios de Ricardo Lagos, que había presentado horas antes las obras completas del nonagenario poeta Nicanor Parra. Y hablamos de Pinochet. Les conté la anécdota que me había relatado años atrás Sealtiel Alatriste. «Va a morir sin razón y sin honor», les dije al final del café en la Estación Mapocho. «Y de rodillas», añadió Edwards con humor ciertamente inglés.

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Pinochet y Castro/ Bernard-Henri Lévy

Tomado de EL MUNDO, 12/12/2006):

Por fin. Esta vez, Augusto Pinochet se murió de verdad, en su cama, tranquilamente, llevándose a la tumba sus crímenes y el secreto de sus crímenes.

Amargura de los supervivientes. Tristeza de los hijos y las hijas de las víctimas, que saben, como Michelle Bachelet, la actual presidenta del país, que el hombre que destrozó sus vidas ya no podrá responder, jamás, de sus atrocidades.

Y derrota, una vez más, de esa justicia internacional que, a pesar de la testarudez de algunos, a pesar del juez Baltasar Garzón, a pesar del juez Juan Guzmán, a pesar de las asociaciones chilenas y extranjeras de defensa de la democracia, ha sido humillada e, incluso, burlada, por una defensa tanto más potente cuanto sabedora de que contaba con poderosos aliados apenas disimulados.

Ay de las condolencias de una Margaret Thatcher, queriendo dejar claro, sin avergonzarse por ello, de que la ayuda de los servicios secretos chilenos durante la guerra de las Malvinas bien valía, para ella y para los suyos, unos cuantos miles de ajusticiados, torturados hasta la muerte y asesinados.

Ay del vociferante silencio de un ex secretario de Estado y Premio Nobel de la Paz, al que todos conocemos y que él mismo sabe -al menos, después de la película de Christopher Hitchens El Proceso de Henry Kissinger, que le sigue por todas partes, como una sombra, como un remordimiento- que pesan sobre él serias sospechas de complicidad con la que será durante mucho tiempo una de las más sangrientas dictaduras de Latinoamérica.

Pinochet impune. Pinochet apagándose así, dulcemente, rodeado de los suyos, en paz, en el día -¡oh símbolo!- internacional de los Derechos Humanos, es una vergüenza para Chile, para el mundo y para todos nosotros.

Y, además, es la mejor noticia del año para todos los Mladic, Karadzic y demás Mengistus [Haile Mariam, dictador de Etiopía], para esos serial killers con galones, nunca realmente amenazados, que pasan sus días apaciblemente. Uno, en un monasterio griego. El otro, en casa de su amigo el [presidente de Zimbabue Robert] Mugabe. Todos alegres y conscientes del mensaje que les transmite la muerte en paz de Pinochet. A los que se escandalizan, como yo, de esta impunidad de un asesino de Estado, les advierto que hay otro dictador que está a punto de sufrir la misma suerte y que, en contra de lo que le pasó a Pinochet, ni siquiera ha sido objeto de un intento de inculpación. Este otro dictador se llama Fidel Castro. Su reino habrá durado no 17, sino 50 años. Un reino que presenta un balance del que lo menos que se puede decir es que, a fin de cuentas, aguanta perfectamente la comparación con el de su rival y gemelo fallecido.

Cien mil prisioneros políticos experimentaron, en un momento u otro, su Gulag versión tropical. Entre 15.000 y 17.000 fusilados (frente a los 3.200 asesinados y 28.000 torturados en Chile), cuyo único pecado fue oponerse, más o menos abiertamente, a la línea o, a veces, al capricho del Líder máximo omnipotente.

Cientos de miles de exiliados (un número parecido al de los exiliados chilenos), obligados a irse a vivir a Miami o a otras partes, so pretexto de que eran judíos, o cristianos, o homosexuales, o simplemente demócratas y creyentes en las virtudes de la prensa libre. Sin hablar de las decenas de miles de balseros que se ahogaron intentando escapar, en lanchas de fortuna, de este infierno en la tierra, en que se convirtió, desde muy pronto, la isla de Cuba.

Sé que las cifras -extraídas especialmente del Libro negro del comunismo, dirigido por el profesor del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CRNS) Stephane Courtois- no lo dicen todo. Y entiendo que haya que evitar, por la claridad del análisis, lo que algunos llaman la tentación de la «amalgama».

Y sin embargo, los hechos son los que son y ahí están. Así como la evidencia del crimen. Y la incoherencia de esas almas pías, de las que estoy dispuesto a apostar que se agolparán, llegado el momento, en las exequias del monstruo sagrado, con la misma energía con la que, hoy, deploran el fracaso de la Justicia en lo que al Caudillo chileno se refiere. ¡Vamos ya, camaradas y amigos! ¡Un poco de coherencia! ¡Un pequeño esfuerzo, por favor, si quieren ser realmente demócratas y republicanos! Os queda, nos queda todavía un poco de tiempo para, como homenaje a todos los ajusticiados de todas las dictaduras de Latinoamérica, desear que Fidel Castro comparezca ante un tribunal por sus crímenes.

Os queda, nos queda un tiempo ya muy corto para reafirmar que ser de izquierdas, hoy en día, a comienzos de este siglo XXI, es tratar de la misma manera a Pinochet-el-facha que a Castro-el-rojo. Y acabar, de una vez por todas, con el sucio teorema contra el que ya advertía Albert Camus: buenos y malos muertos, víctimas sospechosas y verdugos privilegiados.

Esto es un test. Un auténtico test. Por mucho que los dos dictadores, el de La Habana y el de Santiago de Chile, sean dinosaurios y supervivientes de la edad antigua, nos ofrecen, sí, en la manera en la que reaccionamos y reaccionaremos a la desaparición de uno y del otro, la oportunidad para que cada cual verifique la situación de sus reflejos, de sus nervios, de su sensibilidad y de su cultura política.

Nos esperan otras citas. Con otros tipos de barbarie más modernas, más inesperadas, ante las que nos cantarán la misma cantinela presuntamente progresista y antiimperialista. Será una oportunidad de oro para ver si hemos aprendido, o no, las lecciones de la ecuación Castro-Pinochet.

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Se retiró a pasitos/Antonio Skármeta, escritor chileno

Tomado de EL PAÍS, 12/12/2006):

En los momentos cúspides de su poder Pinochet solía imaginar cientos de conspiraciones en su contra organizados por los “siñores políticos”. Por algún motivo extraño, acaso dental o estilístico, no podía decir correctamente la palabra señores. Para demostrar que los “siñores políticos” querían destruir la libertad y el orden que él representaba en un célebre discurso pronunciado en el conservador Club de la Unión se convirtió en un promotor de la lectura revolucionaria: “Hay que leer a Lenin, siñores”. Bastaría leer a “Linin”, afirmó, para que todas las tácticas terroristas de sus adversarios quedaran claras. No se equivocaba. Fueron los “siñores políticos” chilenos de todas las tendencias,unos primero, otros muchos después, quienes terminaron por disolver al antiguo hombre fuerte en el fetiche de una docena de ancianas.



Me imagino que esto es lo que estará en boga en la prensa hoy día: el dictador Pinochet murió políticamente antes de su muerte física. Para usar una imagen muy folklórica en Chile, el choclo, que es una pieza de maíz, se le fue desgranando poco a poco. Al final le quedaron tan pocos aliados como dientes en la boca. Esa es su derrota.

En la medida que desde 1989 se restituyó la democracia en Chile los políticos que lo apoyaban, para hacerse compatibles con las nuevas reglas del juego se fueron distanciando sin remilgos del general.

Ya en el plebiscito que lo sacó del gobierno en 1988 el connotado empresario derechista Sebastián Piñera votó contra él. Pero la novedad de este año fue que el líder del sector más conservador de la derecha, Joaquín Lavín, que perdió con el 48% de los votos la presidencia contra el socialista Ricardo Lagos el 2000, también se desmarcó del general. Movimiento tardío, pero el hombre, que aún mantiene esperanzas de aglutinar fuerzas para ser algún día presidente, estimó oportuno aplicarse una dosis fuerte de despinochetización.

Con justa razón una compungida dama pinochetista que se acercó al hospital donde agonizaba su ídolo, desplegó un artesanal cartel acusando: “Derecha dormida, Pinochet te salvó la vida”. Si con la excepción de esta dama que sostenía su cartelito sufriendo estoica los 32 grados primaverales, nadie más, aparte de su familia, llora por Pinochet, ¿se puede entonces dar por buena la frase de que Pinochet murió antes de morir?

Lo cierto es que ese cartelito no es lo único que queda de él en Chile. Pinochet fue determinante, con el estilo de su retirada, en el carácter prácticamente de “unidad nacional” que el gobierno chileno tiene hoy . Aparte de cuestiones, aquí llamadas valóricas, como el aborto, la eutanasia, la píldora anticonceptiva, acerca de todos los otros temas reina un consenso básico entre gobierno y oposición, sobre todo en torno a la economía que mueve a este país. Tanto los presidentes socialistas, como los anteriores democratacristianos, fueron ovacionados por los empresarios.

El hombre fue retirándose a pasitos. Cuando el pueblo lo rechazó en el plebiscito de 1988, se reservó el título de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Cuando terminó su mandato militar que le daba esa Constitución que él mismo se había mandado hacer a la medida, se hizo designar senador vitalicio de la República. Y acaso aún hoy estaría en ese escaño parlamentario, si no hubiera tenido la peregrina idea de viajar a Londres, donde la disposición alerta del juez español Garzón lo hizo detener invocando sus reiteradas violaciones a los derechos humanos.

El mundo aplaudió con júbilo: por fin un dictador de la calaña de Pinochet, en cuyo régimen se hizo desaparecer personas, se torturó, se fusiló indiscriminada y arbitrariamente, se expulsó a decenas de miles de sus trabajos, se provocó el exilio de cientos de miles, podía ser juzgado lejos de la protección de sus camaradas de armas.

La alegría duró poco: el mismo Gobierno chileno democrático, compuesto por quienes habían sido perseguidos por Pinochet, oficiosamente actuó ante las autoridades inglesas para conseguir que al anciano “enfermo y moribundo” se le devolviera a Chile donde sería juzgado.

Cuando pisó territorio nacional en el aeropuerto de Santiago y vio que era recibido con sones marciales por sus compañeros de armas, se levantó cual Lázaro de la silla de ruedas y caminó a abrazar a su sucesor en el mando de comandante en jefe de Santiago. Un periódico ironizó con un genial titular que aludía a un film de moda con la actuación de Sean Penn: “Hombre muerto caminando” (Dead man walking).

Efectivamente se le hicieron variados cargos y la mayoría de ellos están aún en proceso. Un día lo condenaban, otro día lo absolvían, un día tenía buena memoria, otro día olvidaba. Entre tanto, aquellos chilenos que aún preferían ignorar los daños que había hecho tuvieron que convencerse que su ídolo había sido un baluarte contra los comunistas, pero no contra la corrupción: no sólo se exhibieron ante la opinión pública las atroces violaciones a los derechos humanos, sino que se develó una serie de cuentas secretas que lo implicaron en juicios de corrupción.

El dictador tuvo la buena idea de ausentarse de las sesiones del Senado. Pero si algunos de sus secuaces desembocarán a la larga en la cárcel, Pinochet en persona no la conoció: temporadas de arresto domiciliario en su mansión, breves pasantías en el Hospital Militar.Digámoslo claramente, la democracia chilena nunca tuvo fuerza para encerrar a Pinochet. Mejor aún, digámoslo aún un poco más claramente, la democracia chilena nunca quiso encerrar a Pinochet.

Esta ambigüedad es acaso, paradójicamente, la más sublime estrategia de consolidación de una unidad nacional que explica la destacada y celebradísima estabilidad

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13 sept 2013

NERUDA-NANDAYAPA

Una de las personas que tendrían que estar en esta sala es la periodista chilena Frida Modak, ella fue funcionaria de prensa del gobierno de Salvador Allende y muy amiga del poeta Neruda. Logró escapar del infierno que era La Moneda en los momentos de la traición, pero su esposo cayó abatido al lado de Allende. La maestra Modak llegó a México donde fundó el semanario El Día Latinoamericano, de análisis político con respecto a lo que sucedía en América y en el mundo. Fue una publicación de gran impacto en el continente, editada por el periódico El Día. En la editorial Plaza y Janés coordinó el libro: Salvador Allende en el umbral del siglo XXI en el que participamos: Eduardo Galeano, Sergio Bagú, Gonzalo Martínez Corbalá, Gastón García Cantú, John Saxe Fernández, Graciela Fernández Meijide, Clodomiro Almeyda y el que esto escribe, entre otros. Por su amistad con Neruda y su fidelidad a Allende dedico a ella esta lectura. Con respeto y emoción les pido a los presentes que le enviemos un fuerte aplauso que llegue hasta donde quiera que se encuentre en esta enorme ciudad de México. 

Saludos a la periodista Frida Modak.

NERUDA-NANDAYAPA

              Roberto López Moreno
Aquí te dejo con la luz de enero
el corazón de Cuba liberada
y Siqueiros, no olvides que te espero,
en mi patria volcánica y nevada.
He visto tu pintura encarcelada,
que es como encarcelar la llamarada.
Y me duele al partir el desafuero,
tu pintura es la patria bien amada.
México está contigo, prisionero.
   Éramos muy jóvenes todavía. El gobierno de México, uno de tantos gobiernos dictatoriales e irresponsables, como los que hemos tenido, mantenía al gran pintor David Alfaro Siqueiros recluido en la penitenciaría, en el terrible Palacio Negro de Lecumberri, hasta donde había ido a visitarlo, en su paso por México, el pintor Pablo Neruda, su amigo.
   Neruda, compañero de luchas de Siqueiros, sufrió el dolor de ver al prodigioso artista detrás de las rejas de una de las prisiones más tenebrosas que fue en nuestro país. Ahí lo vio, converso con él, y a su salida escribió estos versos que obvio, ninguno de los periódicos mercantilistas de aquella época quiso publicar, porque era un voto más que se sumaba al resto de los expresados por la ciudadanía consciente exigiendo la libertad de su artista. El poema se publicó como portada en la comprometida revista Política que dirigía el ingeniero Manuel Marcué Pardiñas.
   “Y Siqueiros, no olvides que te espero, en mi patria volcánica y nevada” decían aquellos versos, y aquellos jóvenes de los que hablaba en un principio , tuvimos más clara la visión de una Latinoamérica lastimada por sus gobiernos, pero unida sólidamente, imantada por su cultura a través de la llama de sus almas mayores, sus artistas.
   Y supimos con los versos de Neruda que era inmensa nuestra patria, que era una sola, grande, poderosa, “volcánica y nevada”, fuego y altura, barro y hondanadas laváticas, patria grande, esta vez expresada a través de dos personajes, uno de México y otro de Chile.
   Supimos así que Chile y México eran una misma llama. “y Siqueiros, no olvides que te espero en mi patria volcánica y nevada”.  Y Cuba, mencionada también en el poema, y Argentina y Venezuela y Nicaragua y Bolivia y Brasil y Ecuador, y Uruguay y Chiapas, en donde iba a nacer todavía un poeta llamado Nandayapa (agua que corre, según la lengua chiapaneca), un joven y acusioso literato que después de hacer su doctorado en Chile iba a regresar a su tierra en brasas, para traernos de nuevo a Neruda, el que muriera para no morir tras el golpe del militar traidor al que no vamos a mencionar aquí.
   Ha crecido Nandayapa, Mario Nandayapa en sus pasiones y en sus estudios apasionados, apasionantes, apasionadores, desde investigador vehemente de nuestras cosas, desde la verdad latiendo de la letra que fue ocupando espacio cuando su parto entre la iguana y el colibrí que nos dieron vida. Y si él, Nandayapa, se doctoró en Chile es natural y plausible que nos trajera por su parte su novedad de Neruda. ¿Qué quiero decir con esto? Que gracias a sus empeños nos trae a otro Neruda acompañado del Neruda de siempre. Y de esa manera Neruda se nos multiplica como en su tiempo se nos multiplicó Siqueiros en nuestro pecho y en nuestra imaginación creciendo.
   Nandayapa el chileno –advirtiendo que no hay nada más chiapaneco que su chiapanequez-  aprovechó su estancia en el Sur, hurgó en documentos, en archivos hemerográficos, en colecciones iconográficas, en memorias fotográficas y escritas y trabajando sobre un mismo personaje terminó fusionando de nuevo, más, sería el término correcto, la historia de dos pueblos que es la misma pero siempre con diversos ángulos.
   Mario Nandayapa para trabajar en todo esto se acogió a la ecdótica y con ella vivió él mismo, tres años de acontecimientos acaecidos en México y en Chile y nos entregó así ese importante lapso vivencial del personaje dándonos de paso lo acaecido en lo político y en lo social, en lo humano, en esos tres años de vida de las dos naciones.
  Este libro que ahora nos presenta Nandayapa, bellamente editado por el Instituto Politécnico Nacional, la Universidad de Chile, la Universidad Autónoma de Chiapas y la Fundación Pablo Neruda, es entonces, hijo legítimo y orgulloso de la ecdótica; todos sabemos que esto último se refiere a organizar textos para su publicación buscando la mayor fidelidad en los mismos y por lo tanto en los hechos de los que esa documentación habla.
   Ecdótico Nandayapa trató de introducirse hasta donde le fue posible en la mentalidad del personaje abordado. Para la ecdótica, por ejemplo, los errores de transcripción son imperdonables, todo esto quiere decir que para asumir al personaje admirado, investigado, publicado o más bien, por publicar en aquellos momentos, para seguirlo como Dios manda (a lo mejor no hay dioses pero sí mandatos) Mario Nandayapa tuvo que echar mano de la filología, de la que es rama la ecdótica, de la codicología, de la paleografía, de la apografía y quizá hasta de apoyos grafológicos y trabajar cumplidamente sus 24 por 24 horas o sea, de sol a sol, o de luna a luna  (que a lo mejor así fue), hasta muy cerca de convertirse el poeta de sus versos luminosos en el arqueólogo de sus textos estudiados.
   Aquí veo a Nandayapa, heroico, navegando entre lo escrito, lo impreso y lo oral, aprovechando su estancia en Chile y su llama chiapaneca en las comburencias de su imaginación. Al final, mejor que fuera así, angustias para él, riquezas para todos. Y al final también, un bello y entrañable libro: La serenata épica de Neruda a México.
   En éste, uno de sus tomos más recientes, nos da muchas cosas Nandayapa. Nos da un poema de Neruda, Serenata de México, traducido por el propio Mario a lengua chiapaneca, nos da por ejemplo, textos que muchos no conocíamos, de escritores chiapanecos, queridísimos nuestros refiriéndose a Neruda, como Enoch Cancino Casahonda o José Falconi Castellanos.
   Los textos en prosa de Neruda que Mario incluye, son para mi emoción personal lo más impactante del legado. Un escrito de Neruda nos devela con emoción a la familia Revueltas, la más grande familia de genios artísticos que ha dado nuestro país, también marginados, hechos de menos, cuando no directamente encarcelados, como pasó con José Revueltas, quien desde su adolescencia supo lo que eran las Islas Marías, el exclusorio destinado a los criminales más torvos (bueno, así se las gastan nuestros gobiernos).
  “Me escriben que José Revueltas, el novelista, está preso en su patria, México  –escribe Neruda-.
  “La noticia es áspera para quien lo conozca y a mí me provoca recuerdos y tristezas…” continúa.
    Pero no sigo, estos son textos para que los descubra cada uno de ustedes, para que los lean, para que los vivan. Serán un soplo de fuego sobre cada uno de sus corazones, de eso estoy seguro y entonces volveremos a estar seguros de que América, nuestra patria, es inmortal.
   Y las fotografías. Que la pupila lo vuelva a rescatar al lado de Siqueiros, de Diego Rivera, de Juan Rulfo, de Angélica Arenal, de su esposa, Matilde Urrutia, del presidente Lázaro Cárdenas, nos reconstruye y nos eleva. Este Nandayapa nuestro es ya uno de nuestros orgullos, él desde sus años tan tempranos para este tipo de lides es parte ya de nuestro patrimonio cultural. Así lo siento y así lo digo.
   Por esa visión que del autor del libro tengo (a mí me tocó presentarlo hace muchos años en Tuxtla Gutiérrez, cerrando él con su texto una antología de narradores chiapanecos que había elaborado nuestro inolvidable César Pineda del Valle; entonces lo mencioné como el más joven de la antología, era casi un niño y así lo hice notar esa vez), decía que por esa visión que del autor del libro tengo, es que siento que ahora, y después de la aparición de La serenata épica de Neruda a México, es a él, a Mario Nandayapa, a quien corresponde decirle a Pablo Neruda, ahora, en el aniversario de su no muerte: “Y Pablo Neruda, no olvides que te esperamos en nuestra patria volcánica y nevada”.       
                     
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