23 sept 2007

Terrrorismo y energía

Terrorismo y energía: ataques cercanos y a la distancia/Donald Hamilton, director del Instituto Conmemorativo para la Prevención del Terrorismo, establecido en Oklahoma tras los atentados contra el edificio federal Alfred P. Murrah de esa ciudad en 1995. Tuvo una larga carrera como diplomático de Estados Unidos en América Latina, donde fue ministro consejero y, en ocasiones, encargado de negocios en la embajada de su país en la ciudad de México, así como en Tel Aviv, Lima y El Salvador, entre otras. En Washington ocupó varios puestos, inclusive en la Oficina de Antiterrorismo del Departamento de Estado
Publicado en Foreign Affairs En Español, Julio-Septiembre 2007
Resumen: ¿En América Latina las amenazas terroristas al petróleo y demás energéticos son una realidad? Al parecer, la región no está a salvo. El panorama se vuelve aun más turbio al sumarse los potenciales ataques de grupos insurgentes y subversivos a estos blancos. El talón de Aquiles de diversos gobiernos puede encontrarse justamente en sus tan preciados sistemas energéticos.
En febrero pasado Sawat al-Jihad (La Voz de la Guerra Santa), la revista por internet de Al Qaeda en la Península Árabe, anunció: "Es necesario atacar intereses petroleros en todas las regiones que sirven a Estados Unidos, no sólo en Medio Oriente. El objetivo es recortar o reducir sus suministros por cualquier medio". El anuncio hacía mención específica de México, Venezuela y Canadá como países en los que sería apropiado atacar objetivos relacionados con el petróleo.
El artículo, que formaba parte de un número especial sobre el tema "Bin Laden y el arma petrolera", dejaba en claro que una amplia gama de objetivos resultaban apropiados para ataques.
"Tomar intereses petroleros como blanco incluye pozos de producción, oleoductos para exportación, terminales petroleras y transportes, y todo lo que pueda reducir el inventario petrolero de Estados Unidos y obligarlo a tomar decisiones que ha estado evadiendo durante mucho tiempo, y confundir y ahorcar su economía."
Es fácil sucumbir al hastío de las amenazas, o desdeñar los amagos de Al Qaeda como declaraciones presuntuosas o vacías. Pero es insensato hacer caso omiso de ellas.
Osama bin Laden dijo hace años que un precio justo del petróleo sería "por lo menos 100 dólares por barril" y que uno de los objetivos de Al Qaeda era "desangrar a Estados Unidos hasta ponerlo en bancarrota". Al Qaeda u organismos afiliados han:
* atacado el barco-cisterna de bandera francesa Limburg;
* planeado ataques en los estrechos de Gibraltar y Ormuz;
* planeado un ataque (frustrado por captura) a la instalación de carga costera de petróleo más grande del mundo, en Ras Tanura, Arabia Saudita;
* atacado empresas petroleras y a trabajadores en Riad, Arabia Saudita (mayo de 2003 y noviembre de 2003); Yanbu, Arabia Saudita (mayo de 2004); al-Khobar, Arabia Saudita (mayo de 2004), y atacado la refinería más grande del mundo en Abqaiq, Arabia Saudita (febrero de 2006).
Cuando una organización tiene este historial de amenazas pronunciadas seguidas por ataques armados, una persona prudente debe responder con seriedad.
Anunciar los objetivos en el hemisferio occidental sirvió a un propósito importante de Al Qaeda: dio orientación política a una confederación que tiene dificultades para comunicarse con seguridad con sus amigos, simpatizantes y aliados. En otras palabras, alentó a sus partidarios con los que no estaba en contacto, e incluso a otros cuya existencia apenas sospecha, a atacar objetivos petroleros en el hemisferio occidental.
No hubo ninguna desventaja real para Al Qaeda. El pronunciamiento probablemente atemorizó a los tres países mencionados, pero no lo suficiente para incitar a alguno a realizar acciones contra la organización fuera de sus fronteras. Sin duda, el anuncio no empujaría a Venezuela o México a unir armas con Estados Unidos contra el terrorismo internacional. En todo caso, es tonto pensar que Al Qaeda gaste mucho tiempo pensando en las opiniones emitidas en Los Pinos o en el Palacio de Miraflores.
Si bien debieron de realizarse algunas reuniones apresuradas de ejecutivos de compañías petroleras, funcionarios de seguridad y ministros de energía, han pasado meses sin ningún ataque. A esta hora deben de haberse relajado las fuerzas de guardia y las medidas de seguridad. Es un error. Los encargados de la seguridad de los suministros petroleros deben recordar que Al Qaeda aguardó ocho años entre el primer golpe y el segundo a las torres del World Trade Center en Nueva York.
Aun si los petroguardianes mantienen fuerte vigilancia contra Al Qaeda, existen otras abundantes amenazas a la energía en el continente americano. Muchos en Estados Unidos toman nota especial del flirteo entre Hugo Chávez y Mahmoud Ahmadinejad, pero puede que no sea más que un idilio basado en la pertenencia al "Club Odio al Tío Sam". Hay razones para preocuparse por las actividades de Irán en el hemisferio, pero nada hasta ahora indica que esté ansioso por sabotear el petróleo a través de los océanos.
Sean cuales fueren los motivos de los presidentes Chávez y Ahmadinejad, el venezolano no debe de ser tan tonto como para pensar que puede controlar la relación. Para el caso, tampoco el iraní. Pese a sus alardes, él no está al mando en su país: ese honor le corresponde al ayatola Ali Khamenei. Éste es el dirigente supremo de Irán y, hasta donde un individuo pueda tener influencia sobre ellos, del Ministerio Iraní de Inteligencia y Seguridad Nacional (conocido a veces como savama y vevak) o el Ejército de Guardianes de la Revolución Islámica (también conocido como el Ejército de Guardianes o Los Guardianes o simplemente Guardias Revolucionarios). Estas dos organizaciones (o una de las dos), actuando por medio de sus protegidos de Hezbollah, han sido responsables de incidentes terroristas en el mundo. El más prominente en el continente americano fue el ataque con bombas a la Asociación Mutualista Israelita argentina el 18 de julio de 1994. Si bien un grupo llamado Ansar Alá se atribuyó la responsabilidad, analistas serios creen que no es más que un pseudónimo de Hezbollah. Un ex diplomático iraní afirma que empleados de la embajada iraní en Buenos Aires fueron causantes de las explosiones. Un juez argentino ha girado órdenes de aprehensión contra cuatro empleados iraníes de esa embajada.
Si bien hay razón para preocuparse por el terrorismo y el sabotaje del otro lado del mundo, muchas amenazas al petróleo se hallan dentro de la región. Esto se verifica sobre todo si expandimos la lista de objetivos más allá del petróleo, a los energéticos en general.
Levantamientos indígenas, con mínima influencia o dirección desde el exterior de América, han atacado durante décadas los sistemas de energía. Las FARC y el ELN comenzaron a atacar los oleoductos colombianos hace una generación. Sendero Luminoso atentaba de rutina contra las sobrecargadas redes de energía eléctrica de Perú a finales de las décadas de 1980 y 1990. Durante la mayor parte de la década de 1990 el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) fue implacable en sus atentados contra la red eléctrica de El Salvador; el suyo fue el ataque más devastador y sostenido a un sistema de energía en la historia del hemisferio. Hacia 1984, quienes volaban sobre El Salvador apenas si lograban ver una torre eléctrica a la que no le faltara al menos una de sus cuatro patas y fuera reparada de prisa. Era común ver torres a las que el FMLN les había volado las cuatro patas... en ocasiones más de una vez.
Los ataques a la red eléctrica eran tan frecuentes que se volvieron una especie de juego del gato y el ratón entre el gobierno salvadoreño y el FMLN. El gobierno, usando fondos donados por Estados Unidos, contrataba helicópteros venezolanos de carga pesada, con tripulantes, para llevar técnicos que repararan las torres. Los helicópteros mantenían derecha la torre mientras los trabajadores adosaban un poste de madera (el cual era transportado colgando del propio helicóptero). Este ciclo de voladura-reparación se repitió miles de veces.
¿CUÁL ERA LA LÓGICA DE LOS ATAQUES?
Ataques como ésos sirven a múltiples propósitos de un levantamiento insurrecto. Las interrupciones continuas de energía eléctrica ponen en vergüenza al gobierno; cada apagón recuerda al populacho que las autoridades son incapaces de asegurar la prestación de servicios básicos. Uno puede preguntarse si no es una práctica riesgosa para los insurgentes, puesto que tiene el potencial de distanciar a la población. Bien, algunos elementos de la población entenderán que es prácticamente imposible proteger la red eléctrica y culparán a la guerrilla de estos ataques, como es apropiado; pero otros, con un entendimiento menos avanzado, sólo verán la debilidad del gobierno.
Las personas más pobres en la sociedad, en cuyo nombre comúnmente los insurgentes dicen actuar, tienen poco o ningún acceso a la red eléctrica
. No tienen refrigeradores llenos de comida, ni aire acondicionado o muchas otras comodidades operadas con energía eléctrica. Por lo menos algunos consideran el sabotaje de la red eléctrica como la mitad de un acto de Robin Hood: algo que se le quita a los ricos aunque no se le dé a los pobres.
Los esfuerzos gubernamentales por racionar la energía cuando ha habido ataques son a menudo insensatos. Los distritos urbanos de los ricos, de los que con más probabilidad tienen contactos en el gobierno, pueden ejercer presión sobre éste. A menos que las autoridades posean desacostumbrada prudencia y fuerza suficiente para resistir la presión de sus amigos, acabarán suministrando electricidad a los barrios más ricos. Los pobres lo saben y eso los aleja más de un gobierno que parece hacer precisamente lo que los guerrilleros afirman: servir a los ricos a costa de los pobres. Lo he visto en términos vívidos.
Cuando me asignaron a la embajada de Estados Unidos en Perú, en 1990, me mudé al departamento de mi predecesor. Cuando le pregunté por los cortes eléctricos en el vecindario, me dijo que no me preocupara porque en ese mismo edificio vivía el ministro de la Defensa; el ministro del Exterior vivía enfrente. Me aseguró que habría suministro eléctrico regular en el edificio. Su seguridad se sostuvo las primeras semanas, pero después de un mes el gobierno cambió y los dos ministros dejaron el cargo. El primer día del nuevo gobierno las luces se apagaron y quedaron así durante 20 horas. Debí saber que así ocurriría; tuve una advertencia. Dos días antes del cambio de gobierno, escuché las pruebas del nuevo generador del ministro de Defensa.
En las residencias privadas, los generadores crean comodidad para sus propietarios, pero también antagonismo hacia los ricos. No escuchar nada más que un generador y ver casas iluminadas entre manzanas enteras a oscuras no gana amigos a los acaudalados.
Los gobiernos pierden más que prestigio y amplio apoyo en estos casos. En muchas partes del hemisferio el gobierno es propietario de la compañía de electricidad u obtiene sustanciales ingresos de ella. Cuando la red se cae, los medidores dejan de girar y los ingresos se secan . . . justo en el momento en que se requieren fondos adicionales para reparar el daño.
El perjuicio económico de la interrupción eléctrica se extiende mucho más allá de los efectos obvios inmediatos. Aun si el petróleo, el combustible y la electricidad fluyen, el encarecimiento de precios resulta devastador para los países pobres que importan energéticos. Las industrias que dependen de la energía sufren en grande. Supongamos por un momento que ataques provenientes de fuera del hemisferio llevaran el precio del petróleo a nuevas alturas: eso podría ayudar a Pemex y al gobierno de México, pero otros sectores sufrirían. La carestía energética lesiona al turismo y a muchos rubros fabriles. La minería es una víctima inesperada. Southern Copper Corporation, subsidiaria del Grupo México, informa que la energía representa 42% de sus costos y su informe anual consigna el encarecimiento de los energéticos como una amenaza específica a las ganancias.
Desde luego, tanto los exportadores como los importadores de petróleo tienen ya experiencia de precios altos y bajos de los energéticos y de las distintas miserias que engendran. Pero el hemisferio nunca ha experimentado un sabotaje en masa de recursos nacionales gigantescos ni ha visto una insurgencia enfrascada en un ataque interminable a toda la infraestructura energética de una nación. Ni siquiera el FMLN en El Salvador atentó contra la refinería de Acajutla o dio en atacar camiones-cisterna cargados de combustible.
América Latina no cuenta con yacimientos individuales que igualen al de Abqaiq, en Arabia Saudita (que procesa 6.8 millones de barriles por día), o con un oleoducto como el de Durzhba, de 4000 kilómetros, que va de Rusia a Alemania (1200 millones de barriles diarios). Ni siquiera el Canal de Panamá, por el cual se transportan casi medio millón de barriles por día, iguala otros ajetreados puntos del globo:
* Por el estrecho de Malaca se traslada 20% del comercio mundial de todos los géneros.
* Por el estrecho de Ormuz (1500 metros en su punto más delgado) se transporta cada día 20% del petróleo que se consume en el mundo.
* Por el canal de Suez pasan 1.2 millones de barriles por día.
Pero el medio millón de barriles diarios del Canal de Panamá y las vulnerabilidades inherentes al canal podrían bastar para atraer un ataque. ¿Qué ocurriría a Panamá si se hiciera pasar un barco saboteado por alguna de sus esclusas? ¿Qué le causaría a Venezuela, que embarca casi la mitad de sus exportaciones a Asia a través de ese canal? ¿Y si las propias instalaciones refinadoras o exportadoras de Venezuela fueran destruidas?
Esto podría ocurrir, pero tal vez no pase.
Sin embargo, sí habrá otra guerra de guerrillas; otro grupo de insurgentes atacará, con justicia o sin ella, a otro gobierno en el continente americano. Las desigualdades de muchas sociedades latinoamericanas y la persistente simpatía idílica hacia el "noble revolucionario" la hacen inevitable. Si la próxima insurgencia no reconoce el valor de atacar sistemas energéticos, alguna posterior lo hará.
Todos los grupos guerrilleros entienden que no pueden enfrentar a las fuerzas armadas en combate formal. Saben que tienen que recurrir a tácticas irregulares; deben explotar las debilidades de sus contrarios. Es cuestión de tiempo para que alguna insurgencia reconozca que la mayoría de las ventajas de los ejércitos modernos sobre los rebeldes dependen de los energéticos. Una razón es la dependencia de la mayoría de los sistemas militares en los suministros energéticos.
Mao aconsejaba a las guerrillas atacar sistemas de comunicación e instalaciones aéreas. Consejo sensato, pero se puede lograr el mismo efecto atacando las fuentes de energía de las que ambos dependen. Quémese el combustible, dinamítense las torres eléctricas y no será necesario molestarse en atacarlos. Los aviones no vuelan sin combustible; los radares en tierra, los sistemas de navegación, las torres de radio y muchas otras instalaciones dependen de la electricidad.
Los mandos militares y los sistemas de control funcionan con electricidad. Las baterías y generadores pueden aportarla, pero las baterías se gastan y se agotan; los generadores necesitan combustible. Reparar (y a veces ubicar) cortes en los cables eléctricos o de comunicaciones requiere de movilidad . . . y, por tanto, de combustible.
Sí, también los rebeldes utilizan radios, pero dependen mucho menos de ellos que el gobierno. Por lo regular tienen una fuerza más pequeña, menos radios y una disciplina de comunicaciones muchísimo mejor (tanto por necesidad como por respeto a la capacidad de rastreo del gobierno . . . la cual también depende de la electricidad).
Las reservas de combustible son blancos grandes, gordos y blandos para las guerrillas. Las refinerías son enormes y, si bien puede que estén bien defendidas, son vulnerables, al igual que las líneas eléctricas que llegan a ellas. Pocas refinerías del continente americano están tan bien defendidas como las de Arabia Saudita. Si el ataque directo resulta muy complicado, las granadas lanzadas con cohetes pueden alcanzar los tanques de almacenamiento de combustible desde fuera de la mayoría de los perímetros defensivos.
Y aun si las refinerías siguen produciendo, la distribución final del combustible para motores se realiza casi por completo en camiones-cisterna, los cuales son indefendibles frente al nuevo mejor amigo de la insurgencia, el dispositivo explosivo improvisado. Son sumamente inflamables y deben visitar todas las gasolineras del país, por lo regular siguiendo una ruta conocida. Detonar a distancia una carga explosiva oculta, lo bastante grande para incendiar un camión de gasolina, está dentro de las capacidades de la mayoría de las organizaciones guerrilleras . . . sobre todo si pueden recibir algunas lecciones de grupos más establecidos.
Y, una vez más, atacar camiones-cisterna puede dar una ventaja propagandística a una insurgencia que se diga aliada de los pobres. Una familia que no posee automóvil (es decir, la mayoría de las familias latinoamericanas) se preocupa por la tarifa del transporte público, pero no se interesa por el costo de la gasolina ni por las colas en la gasolinera.
La lógica de todo esto es acumulable. La familia que tiene un solo auto -alguna antigualla que se descompone a cada rato y pasa mucho tiempo en el taller- no se ve afectada por la escasez de gasolina como el hombre que tiene que ver sus tres coches, entre ellos ese flamante BMW 740i, confinados en la cochera.
Las ventajas para las guerrillas también se incrementan con cada ronda de daño al suministro de energía. La interdependencia de los sistemas energéticos hace que cada ataque sea más nocivo que el anterior. Para bombear petróleo se necesita electricidad y para generar electricidad se requiere combustible, y éste procede de la refinería. La refinería necesita electricidad para operar, pero ésta se encuentra escasa porque las torres han sido voladas y porque hay escasez de combustible . . .
Los generadores portátiles o semiportátiles pueden sacarnos de una emergencia, pero cuando todo se viene abajo a la vez, la demanda de generadores es abrumadora y, sí, también ellos necesitan combustible.
La película post-apocalíptica Mad Max gira en torno a la sed de gasolina, pero los grupos insurgentes de hoy tienen el poder de arruinar un país sin esperar un suceso apocalíptico.
La mayoría de los expertos en el campo creen que los días en que se podían encontrar con facilidad enormes yacimientos de petróleo y extraerlo sin dificultades han pasado a la historia; el año cúspide de los descubrimientos petroleros fue 1960. Al aumentar la conciencia de este cambio colosal, las personas que se ocupan de buscar el talón de Aquiles de los gobiernos van a reconocer que la forma menos sangrienta de poner de rodillas a un gobierno débil en un país pobre es paralizar aviones y camiones y apagar las luces. Y por eso los ataques a los sistemas de energía son algo que vamos a ver mucho más.

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