La refundación del imperio/JUAN JESÚS AZNÁREZ
Publicado en El País Semanal (www.elpais.com) 02/11/2008;
Hace poco más de cinco años, cuando los halcones de la Casa Blanca ultimaban la invasión de Irak, Barack Obama participó en un mitin contra la guerra. Sus palabras ante las 2.000 personas reunidas en la Plaza Federal de Chicago fueron proféticas. Tras invocar el alistamiento militar de su abuelo al día siguiente del bombardeo de Pearl Harbor (1941), y el suyo propio si así evitara un atentado como el que demolió las Torres Gemelas de Nueva York, el candidato demócrata denunció ante los concentrados que la intervención norteamericana en Irak era apasionada y apresurada, apegada a la política y no a los principios. Incluso si Estados Unidos tiene éxito, será necesaria una larga ocupación, con un costo y unas consecuencias imprevisibles, dijo entonces. "Sé que una invasión sin motivos claros y sin un amplio apoyo internacional empeorará el conflicto en Oriente Próximo, provocará que el mundo árabe siga sus peores, y no sus mejores, instintos y reforzará la capacidad de Al Qaeda de captar reclutas".
Nadie le hizo caso. Y un año después, el candidato favorito en todas las encuestas, el nuevo presidente de Estados Unidos si aciertan, viajó a Irak acompañado por dos senadores y su asesor en política exterior, Mark Lippert. Se reunió con los mandos de las tropas desplegadas en el país árabe, conversó con los corresponsales atrincherados en la Zona Verde y escuchó las detonaciones de los morteros mientras seguía por satélite el partido de los Redskins, el club de Washington en la liga del fútbol americano. El día anterior, cinco marines murieron en una emboscada, y un general confesó al curioso senador de Illinois que por tres dólares un niño podía colocar una bomba. Durante su posterior reunión con miembros del Gobierno interino iraquí, observó que sonreían mucho, pero los ojos de los políticos a las órdenes de Washington no transmitían emoción alguna. Todo era lúgubre y sombrío. Poco antes de regresar a Estados Unidos, Mark Lippert preguntó a un veterano oficial qué debía hacer Estados Unidos para mejorar la situación en Irak. "Marcharnos", fue la respuesta, según revela el propio Obama en su libro La audacia de la esperanza.
Los marines siguen en Irak y el candidato demócrata desea su pronta salida. Para conseguirlo, deberá ganar las históricas elecciones del próximo martes y levantar la deteriorada imagen de su país en el mundo. Durante los ocho años de administración de George Bush han sucedido muchas cosas, pero pocas buenas. Satélites de Estados Unidos orbitan el planeta, 761 bases del Pentágono en 151 países lo circunvalan, la hamburguesa es imbatible en Papúa Nueva Guinea y nadie puede acercarse al poderío de una economía con trillones suficientes para curar el sida, librar varias guerras a la vez y aterrizar en Marte. Pero el imperio acusa fatiga y descrédito: perdió aliados durante su cruzada contra el terrorismo; gastará 700.000 millones de dólares contra la recesión, igual millonada en la manutención de sus legiones en Irak y Afganistán; y la factura anual de su dependencia energética ronda los 450.000 millones de dólares.
La potencia despilfarró buena parte de su reputación al batirse a solas en varios frentes, porque sola se metió en ellos, y experimenta una cierta sensación de orfandad. Bush inauguró su presidencia con el peor atentado de la historia y la termina con el descalabro económico más grave desde la Gran Depresión de 1929. El ranchero de Tejas se marcha pulverizado por la crisis económica y las ansias de cambio, rechazado por el 73% de sus compatriotas, según la empresa de sondeos Gallup, y sin haber sabido adaptarse a un mundo progresivamente refractario al unilateralismo, globalizado, imposible de entender en blanco y negro. Aunque la fuerza de Estados Unidos sigue siendo descomunal, no puede afrontar en solitario los complejos desafíos del siglo en curso.
"El mundo ha sido diseñado por Estados Unidos desde el final de la II Guerra Mundial, pero entra en un periodo de cambio multipolar", precisa el periodista especializado en relaciones internacionales Fareed Zakaria en su libro The Post American World. El poder de dictar y ser obedecido declinó, y si hubiera que datar el comienzo de la inflexión descendente, el 11 de septiembre del 2001 sería una buena fecha. Cuando el terrorismo acabó con las Torres Gemelas de Nueva York, el arsenal del imperio se puso en marcha con la delicadeza de un elefante en una cacharrería. Al grito de democracia y libertad, pateó puertas e instituciones, ignoró las recomendaciones de la ONU y marchó a la carga arrasando la verdad y las conciencias. Sadam Husein fue ahorcado, y la misión liberadora parecía factible, pero no lo fue.
Una rotación de 895.000 soldados no ha aplastado la insurgencia ni garantizado una normalización improbable a corto plazo. La enmarañada situación geopolítica del país y el sectarismo se mezclan con el desquiciamiento asociado a las decenas de miles de muertos civiles, los 3,5 millones de refugiados o desplazados, y la diáspora de médicos, maestros, abogados y profesionales formados. A partir de Irak y del engaño de las armas de destrucción masiva, todo fueron tropiezos en la guerra global contra el terror: el enfriamiento de relaciones con importantes socios de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), el caudal de muertos en la antigua Mesopotamia, la insurgencia talibán desde un Pakistán asilvestrado, las ínfulas nucleares de Irán, las tensiones con Rusia y Siria o la urticaria venezolana.
Las barbaridades cometidas en Guantánamo y Abu Ghraib minaron la autoridad moral de EE UU, y una calamidad sobrevoló el resto: el progresivo aislamiento del césar. "Definitivamente, los americanos no estamos contentos con nuestra mala reputación. Hemos sufrido un enfermizo espasmo de unilateralismo y soberbia. Guantánamo y las alegaciones de torturas tienen parte de la culpa", según Robert Kagan, asesor del partido republicano en política exterior.
El ganador de este martes -Barack Obama o John McCain- afrontará retos enormes en su tortuoso camino hacia la recuperación del crédito: primero deberá cerrar Guantánamo y proscribir la tortura, y después reconducir las alianzas y prioridades de un país sobrado de ideas y de recursos, capaz de integrar en casa culturas y razas diversas, pero acechado por enemigos jurados y un terrorismo escurridizo y potencialmente devastador. Irak, Irán, Afganistán y Pakistán son un quebradero de cabeza, y pueden serlo también Somalia, Sudán, Zimbabue y el Congo. Paralelamente, poderes emergentes, aunque comparativamente pequeños -China o India, entre ellos- le disputan mercados, cancillerías e influencia política. Los imperios nunca afrontan problemas menores.
Un intenso dinamismo mundial aguarda al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Aunque Pekín colabora con Washington en la desnuclearización de Corea del Norte, rivaliza en otros ámbitos; Rusia añora pasados esplendores; Bolivia es un polvorín y en Cuba puede haber cambios. Algunas de las transformaciones detonadas por la desordenada irrupción en Irak son peligrosas: los nuevos cismas islamistas nutren la guerra santa de Bin Laden, que sueña con megatones y el extermino del infiel, y el sometimiento del oficialismo suní facilitó el despliegue chií por el golfo Pérsico; también se activaron las esperanzas del independentismo kurdo, con millones de nacionalistas en Turquía, Siria, Irán e Irak.
"No puedo imaginar lo que tiene que ser llegar de nuevas y tener que lidiar con todo esto", comentó Bush refiriéndose al legado que deja a su sucesor, según una filtración publicada por The New York Times. McCain, compañero de partido, lo imagina bien porque a la administración saliente "se les fueron las cosas de las manos". La complejidad de la agenda del próximo presidente sólo es comparable a la asumida por el demócrata Franklin Delano Roosevelt (1933-1945) en 1933, con el New Deal (nuevo trato) como eje. Sus primeros cien días se desarrollaron con el país hundido en un abismo económico. Prometió la prosperidad doméstica y la supremacía norteamericana en el mundo, y fue a por ellas. Para lograrla combatió en Europa y Asia contra el fascismo, Hitler y el expansionismo japonés. Más de medio siglo después se le recuerda en la orla de los próceres nacionales.
El maltrecho crédito norteamericano permanece a la espera del desenlace de la disputa electoral entre dos candidatos muy diferentes en su enfoque de la diplomacia: el republicano McCain, de 72 años, miembro de una dinastía militar, a veces paloma y a veces halcón en su larga trayectoria política, sugirió atacar a Corea del Norte incluso con la oposición del Corea del Sur. Recientemente, sin embargo, retomó el valor de la diplomacia y pide "escuchar a nuestros aliados. No podemos hacer todo lo que queramos". El ex piloto de la guerra de Vietnam no aporta grandes novedades en política exterior, si acaso su convocatoria a una Liga de Democracias, casi rivalizando con la ONU, y de improbable aceptación internacional por tanto.
Barack Obama, de 47 años, el carismático senador que encandiló al mundo prometiendo escuchar, convencer y entender la diferencia, representa el cambio. De ser cierto y factible lo prometido, el mundo asistirá al nacimiento de una nueva y esperanzadora manera de hacer política y resolver crisis internacionales. Licenciado en Derecho por Harvard, lamenta los fallos en que frecuentemente ha incurrido la política exterior estadounidense por haberse fundamentado en supuestos erróneos: ha ignorado las aspiraciones legítimas de otros pueblos, minado la credibilidad norteamericana y hecho del mundo un lugar más peligroso. El demócrata ofrece enmendar el rumbo de Bush y su valido Cheney, que resucitaron políticas no vistas desde la guerra fría.
La nueva Administración heredará el 20 de enero de 2009 un ejército con más potencia de fuego que la suma de los ocho siguientes, pero también un país sacudido por fortísimas turbulencias: una crisis financiera susceptible de precipitarle en la recesión con pérdidas de millones de empleos; la necesidad de importar el 60% del crudo que consume; y conflictos de enrevesado formato: difusos y bíblicos en Oriente Próximo, a punto de cocción en países institucionalmente frágiles, y religiosos o étnicos en África, Europa o Asia. Pocas de esas crisis son solucionables a cañonazos. La pasada semana, el parlamento paquistaní alertó sobre la futilidad de los bombardeos norteamericanos en las zonas tribales con refugios talibanes si la diplomacia no cierra filas con el islam moderado en la lucha por pacificar el avispero afgano-paquistaní.
Estados Unidos tiene que recuperar habilidad e influencia si desea volver a ser un líder respetado y un catalizador de valores, según un informe del Instituto de Estudios Diplomáticos de la Universidad Georgetown. Que lo consiga dependerá de tres factores: el impacto de las fuerzas desencadenadas por la globalización sobre la economía y las políticas norteamericanas, la redistribución del poder global entre los nuevos poderes, estatales o no, y los costes ambientales de la prosperidad económica y sus consecuencias en la salud. El segundo factor, según el informe, depende de las lecciones que las élites de EE UU puedan extraer de los complejos conflictos de Irak y Oriente Próximo; y el tercero, de la habilidad de su sistema político para construir un centro de decisión bipartidista, neutralizador de las guerras entre republicanos y demócratas en las tomas de decisión en política exterior.
El replanteamiento es imprescindible porque las mutaciones internacionales son profundas. La capacidad de Estados Unidos para influir en las decisiones de Rusia, China, India, Japón, Corea del Sur o Turquía ha disminuido porque las naciones buscan su propio rumbo, según el grupo que redactó el informe, compuesto por académicos y políticos. "La política exterior norteamericana será progresivamente difícil en una era en la que los poderes principales (Europa entre ellos) están con nosotros en algunos asuntos y contra nosotros en otros". Contra Washington están los gobiernos y sociedades convencidas de que la subordinación de la fuerza política a la militar en la lucha contra el terrorismo, en lugar de debilitarlo, lo expandió a través de inquinas y grupos relativamente pequeños y de funcionamiento autónomo. "El mundo contemporáneo es más complejo que el de la Guerra Fría", afirma el informe de la Georgetown.
Para administrarlo con equidad, el ex canciller nicaragüense Miguel D'Escoto, presidente de la Asamblea General de la ONU, invoca al diálogo y la moral, aunque no cree que la nueva Administración estadounidense vaya a aplicarlas. "El hombre es un animal de costumbres y cuando se ha acostumbrado a la mentalidad de dueño (EE UU) es muy difícil hacerlo cambiar, pero tiene que cambiar. El mundo no aguanta más ese comportamiento", dice en su despacho de Nueva York. La crisis no es tanto económica o política como ética, según D'Escoto. "Y aquí si hablas de justicia social y de normas ético-morales en el comercio mundial, la respuesta tradicional es 'business es business', o sea, el lucro, sin normas morales".
Pero al igual que la salvación de los negocios aconsejó a Bush aceptar, a regañadientes, la convocatoria de una conferencia mundial sobre la regulación de los sistemas financieros globales, el próximo día 15 en Washington, algunos analistas proponen otra conferencia sobre la nueva orientación del liderazgo norteamericano para la solución de conflictos internacionales. "¿Qué le aconsejaría al próximo presidente de Estados Unidos?", preguntaron a Zbigniew Brzezinski (1928), ex asesor de Seguridad Nacional con Jimmy Carter (presidente de 1977 a1981) y analista del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales. "Yo le diría que acometa la crisis de credibilidad que observamos en el mundo sobre nuestro liderazgo. Debe consultar a los aliados, no actuar unilateralmente". El mundo necesita de unos Estados Unidos en forma porque los fracasos de la locomotora mundial benefician a pocos. Dos ejemplos: el fiasco iraquí complicó las relaciones de EE UU con los vecinos del país ocupado, Turquía entre ellos; y las hipotecas basura de Wall Street desangraron los mercados globales. Si la Bolsa de Nueva York acumuló pérdidas del 25% en tres meses, en la alemana alcanzaron el 28%, en la china el 30%, en la japonesa el 37%, en la brasileña el 41%, y en la rusa el 61%.
Barack Obama propondrá un nuevo consenso internacional contra las redes terroristas, apoyadas a veces por Estados cómplices, y previsiblemente conversaciones directas entre Washington y sus enemigos. Pero nadie debe esperar bajo su eventual mandato movimientos radicales o una renuncia de EE UU al empleo de su arsenal en solitario.
La guerra preventiva de Bush careció de una estrategia que el mundo pudiera entender, y recordó los errores de Vietnam, según Obama. Nació sin la legitimidad requerida por la empresa y perdió adeptos incluso entre los gobiernos que aportaron tropas, que no pudieron sostener ante sus sociedades una campaña de objetivos poco claros y empapada en sangre y destrucción. Como ocurrió en el caso de España, que retiró a sus tropas. "La Casa Blanca se sintió engañada cuando Bono (José Bono, ex ministro de Defensa) prometió que todo se haría coordinadamente, y también le pareció intolerable que el presidente español (Rodríguez Zapatero) pidiera a los otros países de la coalición que la abandonaran. Eso no gustó ni a los demócratas", según recuerda un observador europeo.
Barack Obama propugna coaliciones como la promovida por George H. W. Bush en 1991 para expulsar a Irak de Kuwait. La argamasa de aquella fue el mantenimiento del orden mundial, mientras que la espoleta de la forzada en la reciente invasión de Irak fue la seguridad nacional, el temor a nuevos ataques terroristas. El candidato demócrata es un rupturista made in USA, nada aventurero en sus propuestas: aboga por la progresiva retirada de las tropas de combate de Irak, dejando un gobierno amigo, o al menos no enemigo, y batallones de seguridad y adiestramiento. "¿Estamos decididos a usar la fuerza siempre que un régimen despótico aterrorice a su pueblo? Y si es así, ¿cuánto tiempo nos quedamos allí para que la democracia eche raíces?", se pregunta.
Poco amigo de soluciones militares, se pronunció contra las armas nucleares y a favor de un mano a mano con Hugo Chávez, Kim Jong Il o Mahmoud Ahmadineyad sobre distensión y reactores nucleares, o sobre el enriquecimiento de uranio de Teherán y su apoyo a Hamás y Hezbolá. Nicholas Burns, subsecretario de Estado para asuntos extranjeros hasta su jubilación en abril, compara en Newsweek las diferencias de este nuevo método con las directrices aplicadas hasta ahora. "Nunca me permitieron entrevistarme con un iraní", explica en referencia a sus tres años de destino diplomático en Irán bajo Bush.
El poder de la negociación seduce a Obama, un hombre dispuesto a discutir a fondo y replantear viejos conflictos, entre ellos el que enfrenta a Israel y a la Autoridad Palestina, cuya negociación contaría presumiblemente con el acompañamiento diplomático de EE UU, Líbano, Siria y Arabia Saudí. El perfil de Obama, un ingenuo y peligroso soñador, según sus críticos, cumplió con las expectativas de quienes pedían un mea culpa del imperio. Lo emitió al denunciar la tendencia de Estados Unidos a ver los conflictos y a las naciones bajo el prisma de la guerra fría, tolerar o apoyar a tiranías amigas, y fomentar la corrupción y la degradación medioambiental cuando sirvieron a los intereses nacionales. Los promotores de este comportamiento tenían la convicción, según Obama, de que "los Big Macs e Internet supondrían el fin de los conflictos históricos".
El pensamiento del contendiente demócrata sintoniza con el análisis de Joseph S. Nye, profesor en Harvard, para quien la estrategia del próximo presidente debe combinar la fuerza militar con el poder de captación de la política, de la ayuda social, los intercambios de programas o los contactos entre militares. "En la lucha contra el terrorismo debemos usar la fuerza contra su núcleo, pero nunca podremos ganar si no conquistamos el corazón y la mente de los moderados", señala Nye. Por ejemplo, la coerción en Abu Ghraib abarrotó los banderines de enganche de Al Qaeda.
Desde el trauma del 11-S, Estados Unidos "ha sido exportador de miedo y rabia más que promotor de nuestros tradicionales valores de esperanza y optimismo. Guantánamo es un icono más poderoso que la Estatua de la Libertad", subraya el profesor. Obama acude al rescate del simbolismo de la escultura regalada por Francia en el año 1886, abrazando el multilateralismo como receta para la solución de las crisis y el rediseño de las instituciones internacionales. Lo hará, según propia confesión, para garantizar el liderazgo de su país y reforzar la legalidad internacional. Una de sus reflexiones resume las intenciones del hombre aparentemente destinado a hacer historia: "No podemos imponer la democracia a punta de pistola".
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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