9 ago 2009

Irrupción en el templo

En el nombre de la SSP...
FRANCISCO CASTELLANOS,
Revista Proceso # 1710, 9 de agosto de
2009;
Si bien significó la captura de uno de los presuntos cabecillas de La Familia, la irrupción de 200 policías federales el sábado 1 en la iglesia del Perpetuo Socorro en Apatzingán, Michoacán, dejó una estela de abusos, atropellos y hasta “robos” contra personas que dicen no deberla ni temerla. Testimonios recabados por Proceso dan cuenta de las vejaciones cometidas contra quienes se dicen víctimas del parroquiazo.
APATZINGÁN, MICH.- Con su torre en forma de cruz, la pequeña parroquia del Perpetuo Socorro de esta ciudad daba su tercera llamada para la misa de las siete de la noche. Era el sábado 1. Gente ataviada con ropa de gala sólo esperaba la llegada de la quinceañera Elizabeth Beraza Aguirre para iniciar una misa en su honor.
Enfundado en una casulla verde, el sacerdote Vicente Soto, de 80 años, recibió a Liz a la entrada del recinto. Ella vestía un traje lila y oro. Llevaba un ramo de flores en las manos. Su chambelán, Julio, llegó vestido de marinero en color negro, sin faltar la clásica gorrita.
Junto con la quinceañera y el chambelán –ambos con síndrome de Down– llegaron tres chambelanes más, ataviados con traje negro.
Los padres de la quinceañera, Miguel Ángel Beraza Villa, alias La Troca, supuesto operador de La Familia en Apat­zingán, y María de Jesús Aguirre de Beraza, también entraron al templo, pletórico de arreglos florales.
Liz y Julio, así como los padres de la festejada, se sentaron en los reclinatorios. En una banca de atrás estaban los otros tres chambelanes. Todos esperaban a los padrinos. Nunca llegaron.
El párroco inició la misa con puntualidad. Su primera lectura fue el libro del Éxodo, 16 2-4.12-15; la segunda fue la del apóstol San Pablo a los Efesios, y concluyó con el Evangelio de San Juan, 6, 24-35.
El religioso pronunciaba la homilía sobre las lecturas y el Evangelio cuando más de 200 elementos de la Policía Federal (PF) irrumpieron en el recinto. Su rostro se descompuso. Los intrusos, provenientes de la Ciudad de México, iban encapuchados y portaban armas de alto poder. Su objetivo era detener a Servando Gómez Martínez, La Tuta, miembro del cártel de La Familia, quien supuestamente tenía programado asistir a la ceremonia.
Según los asistentes entrevistados, que por temor se reservaron sus nombres, al sacer­dote le pusieron una bota en la cabeza y le apuntaron con un fusil de asalto. En la iglesia había unos 15 niños discapacitados, compañeros de Liz en la escuela de educación especial de la ciudad. Iban acompañados de sus padres y de algunos invitados y amigos de La Troca, padre de la festejada.
Una de las víctimas, quien pidió no revelar su nombre por temor a posibles represalias, relata: “Las mujeres y niños entraron en crisis nerviosa. Los hombres fueron sacados al atrio y tumbados bocabajo, luego de que les tomaron fotos y les preguntaron sus datos generales.
“El padre Soto, que es diabético, se puso muy mal de la presión cuando los policías lo encañonaron. Tuvieron que dejarlo ir. Una mujer también se descompuso; le bajó la presión, pero los policías no le creyeron. ‘Se está haciendo pendeja, que se vaya a la verga’ –dijeron. Algunas mujeres nos ocultamos tras las imágenes y nos decían: ‘¡No volteen, pinches viejas!’.”
–¿Por qué fueron a misa ese día? –le pregunta el reportero.
–Se festejaba a la Divina Providencia. Además fuimos por los 15 años de esa niña con discapacidad. Todos los niños iban felices, pues casi no salen de sus casas. La fiesta era una alegría para ellos. La quinceañera y su chambelán nos preguntaban a cada rato: ‘¿A qué horas nos vamos a ir a la fiesta, para bailar?’
“Escuchamos claramente cuando uno de los jefes de los policías habló a la Ciudad de México por radio. Y le dijeron: ‘¡Ya vénganse, ya tienen al que querían!’ Y éste respondía: ‘Pero tenemos 30 más, nos los vamos a chingar’…
“Y así los tuvieron hasta las 2:20 de la mañana del domingo 2. Y a patadas, empujones y puñetazos los subieron a unos camiones blindados, conocidos como rinocerontes. De ahí se los llevaron a Uruapan y después a la Ciudad de México. Nunca tuvimos contacto con ellos, hasta la madrugada del lunes 3.
“Los policías cuidaban a las mujeres dentro del templo. Cuatro elementos por banca. Algunos les preguntaban a los niños: ‘¿Vino tu papá a misa? ¿Dónde va a ser la fiesta?’ Otros rompían las alcancías, les quitaban las joyas a las mujeres, teléfonos celulares, cámaras fotográficas. A los hombres, los policías les quitaban las carteras y se las echaban a la bolsa.
“Cerca de las 2:30 de la mañana del domingo 2, un sujeto gritó: ‘¡Ahí están las llaves de sus automóviles! ¡Pero no salgan hasta dentro de cinco minutos o les partimos su puta madre!’.”
La gente por fin salió del templo y, junto con sus pequeños hijos, acudió con el doctor en derecho Eric Alejandro González Cárdenas, visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) en Apatzingán para levantar una queja en contra de los agentes federales por violación de derechos humanos, robo y abuso de autoridad.
“Dinos lo que sabes”
Lo ocurrido quedó asentado en las actas circunstanciales 222/09 a la 231/09 y la 233/09 por ejecución de uso indebido del servicio público, lesiones y robo a los familiares de los 31 detenidos el domingo 2 de agosto.
Los uniformados también se llevaron a tres fotógrafos que tomaban gráficas de la ceremonia y les robaron sus dos cámaras fotográficas y una de video. No quedó ni una foto de recuerdo para la quinceañera.
El mismo domingo 2, según el visitador González Cárdenas, se turnaron las quejas a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). Y fue Vinicio Cortés Álvarez, encargado del diseño gráfico del periódico parroquial, quien denunció que los policías saquearon las alcancías del templo.
El martes 4, en las oficinas de la propia visitaduría, unos 25 familiares y detenidos, ya recobrada su libertad, narraron su odisea aún con el temor expresado en sus rostros.
Uno de ellos cuenta a Proceso:
“Mire, nosotros fuimos a misa porque vivimos en ese barrio y acostumbramos hacerlo. Así como esos 15 años, nos han tocado otros, además de bodas y otros eventos. Algunos acompañaron a sus hijos porque éstos son amiguitos de la quinceañera. Lo que no se vale es la forma en que la Policía Federal entró al templo. Nos trató como delincuentes. Se supone que está para servir a la sociedad, no para maltratarla­.”
Otro de los liberados, quien dijo ser compadre de La Troca –aunque aclaró que desconocía su actividad–, narra las vejaciones a las que fue sometido:
“Primero me dieron una patada en las costillas y después un puñetazo. Luego un manazo en el oído que me dejó pendejo y descontrolado. Me gritaban: ‘¡Dinos todo lo que sabes o te vamos a dar 40 años de bote, hijo de la chingada!’
“Me preguntaban por una persona. ‘No sé quién es’, les dije. Y me respondían: ‘No te hagas pendejo’. Y me ponían la bota en la panza. Luego nos llevaron a todos en un avión. Íbamos esposados, con las manos sobre la cabeza y agachados. El viaje duró varias horas, nos dolía la espalda. Luego llegamos a una casa blanca en la Ciudad de México. Y de ahí nos llevaron a las oficinas de la SIEDO (Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada).
“Nos soltaron la madrugada del martes 4. Pero antes nos advirtieron: ‘Miren, hijos de su puta madre, aquí los tenemos fichados y por cualquier cosa que hagan iremos por ustedes’. Nos mostraron unas tarjetas con nuestras fotos de frente, perfil, nombres, teléfonos y direcciones. No nos regresaron los celulares que nos quitaron.
“Estamos de acuerdo con los operativos, porque ya queremos paz; pero a los peces gordos no los detienen, saben bien quiénes son. Todo mundo sabe, pues en el pueblo se pavonean con camionetas del año y su banda de música atrás, risa y risa y felices.
“¿Por qué a puros fregados nos roban lo poco que tenemos, pues fuimos testigos de cómo los federales nos registraban las carteras. Y si veían dinero, nos lo quitaban y se lo echaban a sus bolsas; también las joyas, relojes, alhajas.”
La versión oficial
Ramón Pequeño, jefe de la Tercera División de la Policía Federal, explicó que para la captura de La Troca fueron desplegados en las inmediaciones de la iglesia del Perpetuo Socorro, en Apatzingán, alrededor de 200 elementos de las áreas de investigación, inteligencia y operaciones especiales de la PF; dos helicópteros Black Hawk, un avión y dos vehículos acorazados.
“En el lugar se aseguraron 11 vehículos de lujo, dos armas largas, 12 granadas de fragmentación, 13 mil dólares y 30 teléfonos celulares”, dijo Pequeño.
Los familiares de los agredidos aseguran que las armas fueron “plantadas”, pues no había una sola en las unidades que se llevaron a la Ciudad de México los de la PF. Con respecto a los celulares, una de las entrevistadas dice: “son los que nos quitaron a nosotros”.
El lunes 3, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) emitió una “enérgica protesta” por la irrupción policiaca en el templo de Apatzingán. Según el documento, fue una “falta de respeto y (un acto de) violencia ejercida por las fuerzas responsables de garantizar el orden”.
Al día siguiente, la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) federal ofreció una disculpa a las autoridades eclesiásticas mediante un comunicado que dice:
“La Secretaría de Seguridad Pública federal ratifica el respeto irrestricto a toda manifestación de culto o celebración religiosa, y ofrece una disculpa a monseñor Miguel Patiño Velázquez, obispo de Apatzingán, a la feligresía y a las autoridades eclesiásticas representadas en la CEM, por las circunstancias en las que tuvo que realizarse el operativo.”
El miércoles 5, el obispo Patiño Velázquez declaró a los medios locales:
“Como obispo de la diócesis de Apatzingán, y en unión con mi presbiterio, me dirijo a todos los fieles de esta diócesis para expresar mi más enérgica protesta por los abusos cometidos por la Policía Federal el sábado 1 en el templo del Perpetuo Socorro de esta ciudad, cuando sin ninguna orden de cateo irrumpieron en el recinto sagrado en el momento preciso de la celebración de la Santa Misa.
“Entendemos que en la persecución de los delincuentes suele comprometerse también la tranquilidad de las personas de bien, por lo que, con todo respeto pero con firmeza, exigimos a las fuerzas de seguridad pública que sus operativos se realicen de tal modo que eviten a la ciudadanía sufrimientos innecesarios e injustos. Deseamos una policía eficiente, pero la capacidad de ésta para cumplir bien su función implica la necesidad de respetar y salvaguardar el trato justo y los derechos de todos.
“En su lucha contra la delincuencia organizada, el gobierno necesita contar con el respaldo del pueblo al que pretende y debe servir. Tiene ya la fuerza de la ley y de las armas, pero si no tiene la autoridad moral que la aprobación del pueblo le otorga, sus acciones parecerán arbitrarias y prepotentes. No debemos llegar a sentir que es peor el remedio que la enfermedad.”
Por su parte, el visitador de la CEDH señaló que en lo que va del año se han recibido 99 quejas por abuso y violación a los derechos humanos atribuidos a fuerzas federales, 24 a la policía federal (entre julio y agosto) y 75 contra el Ejército.

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