Publicado en LA VANGUARDIA, 01/11/09;
Las capitales occidentales están de mal talante. Y su mal humor tiene poco que ver con la situación económica que puede decirse que ha mejorado algo en las últimas semanas. Hace veinte años, cuando cayó el muro de Berlín en Alemania y finalizó la guerra fría, verdaderas multitudes se pusieron a bailar en las calles de la Europa central y oriental. Hace diez años, los primeros ministros y ministros de Economía y de Asuntos Exteriores de Europa se reunieron en Lisboa y en su comunicado final pronosticaron un esplendoroso futuro para el continente en casi todos los aspectos. Se publicaron libros titulados, por ejemplo, El fin de la Historia.La libertad y la democracia estaban a punto de triunfar en todo el mundo; los conflictos internos y tensiones entre los países habían finalizado.
¿Qué cabe decir del momento actual? Discursos pesimistas y numerosos libros y artículos titulados Posdemocracia o incluso El fin de la democracia dudan de si las actuales instituciones políticas en Occidente podrán solucionar los problemas que afrontan estas sociedades. El gran intelectual italiano Claudio Magris, al agradecer la concesión del premio de la Paz de los libreros alemanes en la Feria del Libro de Frankfurt, no tuvo palabras de consuelo, sino de lamentación, sobre la impotencia de Europa, sobre su falta de propósito y de progreso y sobre la falta de cumplimiento de todos los sueños de antaño. Los grandes partidos tradicionales de derecha e izquierda en Europa pierden apoyo, como han mostrado las recientes elecciones en Alemania y harán probablemente lo propio las británicas. El pesimismo reina en Europa del este y la situación italiana suministra materia a los autores satíricos en mayor medida que a los comentaristas políticos serios. En EE. UU. no hace tanto tiempo, se depositaban grandes esperanzas en la elección de Obama como presidente. Su prestigio personal sigue siendo notablemente elevado. Sin embargo, cunde el pesimismo con relación a los resultados de su Administración tanto en el interior como en el exterior.
Hace veinte años, reinaba un optimismo general acerca del avance de Rusia hacia la democracia y su aproximación a Occidente. Poco queda de tal optimismo. Vladimir Putin y su círculo parecen convencidos de que aunque Occidente siga siendo un importante cliente del petróleo y gas rusos, Rusia tiene más que aprender de China desde el punto de vista político. Con su sistema de partido único, China ha realizado grandes progresos en muchos aspectos y se ha convertido en una gran potencia. ¿No está enseñando a Rusia la vía para recuperar su grandeza anterior? Ex Oriente lux…Numerosos pensadores rusos (y no sólo ellos) han pregonado durante mucho tiempo que la salvación provendría de Oriente y no del decadente (y hostil) Occidente.
¿Cómo explicar este cambio radical de talante en pocos años? Algunos motivos son evidentes: las expectativas, sencillamente, eran demasiado elevadas. Reinaba el convencimiento de que cada año seríamos más felices y gozaríamos de mayor seguridad y riqueza. Eran fantasías de capitalismo de casino, por un lado, y antiglobalización revolucionaria, por otro. Pero no había razón alguna para presuponer que porque había terminado la guerra fría la paz irrumpiría en toda la Tierra. Numerosos conflictos sofocados durante la guerra fría salieron a la luz cuando acabó. En las democracias occidentales ganó terreno el convencimiento de que la ciudadanía podía – como en el Cándido,de Voltaire-retirarse tranquilamente y sin riesgo a cultivar su jardín dejando al Estado y a los partidos políticos la tarea de lidiar con los escasos problemas que pudieran quedar. La idea de que la libertad y la defensa de los derechos humanos implicaran una vigilancia constante y una participación activa en la vida pública, de que las sociedades democráticas proporcionaran no sólo derechos sino también deberes… todo eso parecía pertenecer a tiempos pasados.
El problema no está en que las sociedades democráticas afrontaran súbitamente dificultades sin precedentes, tal vez insuperables, que no pudieran posiblemente abordar salvo en el caso de un esfuerzo sobrehumano bajo la guía y liderazgo de líderes que fueran verdaderos genios. No. La cuestión es que la vida se había vuelto excesivamente cómoda. No había peligros evidentes e inmediatos en casa o en el extranjero y se esparcieron toda suerte de fantasías e ilusiones acompañadas de una creciente indolencia e indiferencia.
Veinte años después del famoso “fin de la Historia”, la mayor parte de la humanidad no vive en el seno de sociedades democráticas y las posibilidades de que esto cambie radicalmente en el futuro son casi inexistentes. Al contrario, la influencia política de la democracia liberal en el mundo ha disminuido. EE. UU. se debilita y Europa mucho más. Pero ello no significa el fin de la democracia. Las ganas de vivir en libertad no desaparecen del planeta. Incluso las autocracias han de fingir que son también partidarias de la democracia; sólo que de un modo distinto, no al estilo occidental. Tal vez las sociedades occidentales puedan despertar aún de su sopor y los cambios de talante sigan produciéndose como han hecho a lo largo de la historia.
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