18 may 2011

La verdad premonitoria

La verdad premonitoria/César Antonio Molina, escritor y ex ministro de Cultura

EL PAÍS, 18/05/11;
El pensamiento cautivo del premio Nobel de Literatura polaco Czeslaw Milosz es una obra fundamental para entender lo que pasó del otro lado del telón de acero durante el régimen comunista impuesto por la Unión Soviética. No es un libro escrito a posteriori, sino durante los mismos años en que estos acontecimientos se llevaban a cabo. Milosz fue un testigo excepcional de la invasión nazi, la II Guerra Mundial y la subsiguiente instauración de otro Estado totalitario con parecidos o semejantes signos de violencia y carencia de libertad.

Cuando Milosz comenzó a redactarlo, hace más de medio siglo, aún vivía uno de los dictadores más sanguinarios, Stalin. Tras ser un joven poeta vanguardista en el periodo de entreguerras y vivir clandestinamente en Varsovia durante la ocupación nazi, confió en los inicios del nuevo régimen polaco y lo representó en el extranjero, como agregado cultural, en la capital norteamericana y en la francesa, donde abrazó el exilio en el año 1951.

Durante esta década escribió las novelas El poder cambia de manos y El Valle del Issa, así como los ensayos El pensamiento cautivo, La otra Europa e Infancia europea. Inmediatamente, sus obras y su persona fueron demonizadas en su país natal, en el área comunista y también sufrió amplia incomprensión por parte de los intelectuales europeos de izquierdas y otros al servicio de los intereses de Moscú. ¿Qué debieron pensar Camus, Sartre o Simone de Beauvoir? ¿Lo leyeron? El primero hubiera sido más comprensivo que los otros dos, cegados por la “democracia” popular. El autor de Calígula y el Mito de Sísifo, desde el año 1945, se había comenzado a alejar del Partido Comunista y también de la pareja de sus antiguos amigos. Sartre abogaba por la revuelta y no dejaría de radicalizar su pensamiento; mientras que Camus, partiendo de la revuelta, profesaba la moderación, la reforma, la mesura con una desesperación activa, un humanismo ateo, un espíritu de fraternidad sin engaño, la moral de La peste.

Michel Winock cuenta en su extraordinario libro El siglo de los intelectuales que en la revista Les Temps Modernes, menos timorata que Esprit a la hora de evocar los campos de trabajo en la Unión Soviética, no se pronunciaba todavía la palabra gulag. La revista publicó un texto firmado por Sartre y Merleau-Ponty, Les jours de notre vie, en enero de 1950, en el cual los autores reconocían que había campos de concentración en la Unión Soviética, pero que, aun así, “la única política sana es la que tiene como objetivo, en la Unión Soviética y fuera de ella, acabar con la explotación y la opresión, y toda política que se define contra Rusia y focaliza sobre ella la crítica es una absolución que se da al mundo capitalista”.

Está claro que Milosz se convertiría automáticamente en un adversario y El pensamiento cautivo en una obra peligrosa. Peligrosa, sobre todo, porque estaba escrita desde dentro del gulag, no era una imaginación o una ficción. Este libro habla de la realidad desde la verdad y, a la vez, es premonitorio de lo que, aún décadas después, fue pasando.

El pensamiento cautivo explica la entrega de los intelectuales, en este caso polacos, pero extensible a todos los otros pueblos comunistas, a la nueva fe del marxismo-leninismo-estalinismo, después de haber abrazado otras ideologías, incluso antagónicas. Mislosz hace diferencia entre el marxismo como ideología -no la juzga con desagrado del todo, pues él siempre se consideró un hombre de izquierdas- y la aplicación de la misma por parte de los dictadores soviéticos. Al primero que crítica Milosz es a él mismo por el tiempo -muy breve- en que fue cómplice de su administración y propaganda, aunque nunca perteneció al Partido Comunista polaco.

Durante algún tiempo, frente al nazismo, el antisemitismo y la opresión fascista, muchos habían opuesto el comunismo liberador. Y lo hicieron sin darse cuenta de los muchos males que traía consigo. Entre otros, nuevamente la falta de libertad. Si el nacionalsocialismo sojuzgó a los alemanes (como dice Karl Jaspers en las palabras introductorias) en su espíritu, lo mismo hizo el comunismo en la Unión Soviética y sus países satélites. Durante los mismos años, el terror se impuso sobre la razón y ambas ideologías se regaron con millones de asesinados. El nazismo fue pronto rechazado, pero no así el comunismo, respetado y acariciado por tantos intelectuales que, curiosamente, nunca quisieron probarlo viviendo en esos países de la utopía. Pero, además, para un intelectual, el realismo socialista se imponía como una prueba difícil de superar. No solo era una cuestión estética, pues en el fondo lo que se les pedía a los creadores es que se adhiriesen de manera total a la ortodoxia filosófica, a la ortodoxia leninista-estalinista. El realismo socialista prohibía la independencia del escritor y su espíritu crítico.

Milosz se negó a toda complicidad con la tiranía, se negó a justificar los crímenes, se negó a la esterilidad, se negó a la costumbre de la falta de libertad, se negó a las purgas en masa, se negó al estado de terror, a que los hijos delataran a sus padres, se negó a que la tristeza y la falta de esperanza lo invadieran todo. Milosz se negó a las abjuraciones y humillaciones cotidianas, a que el bien y el mal solo pudiera definirse en términos de servicio o perjuicio a los intereses de la revolución, a la reeducación, a ser un hombre nuevo al servicio del partido. Milosz se negó a repetir la mentira y a ocultar las matanzas y atrocidades llevadas a cabo en nombre de la revolución.

Milosz prefirió ser un intelectual a un revolucionario bolchevique. A los intelectuales se les despreciaba porque, aunque irreprochables en el orden teórico, estaban paralizados en la acción “por una susceptibilidad moral excesiva”. El revolucionario estaba libre de escrúpulos, hasta la delación era una virtud. Milosz no tuvo nunca miedo a la libertad, no tuvo nunca miedo al vacío, a diferencia de la dialéctica soviética que decía que “en el hombre no hay nada”. Él estaba persuadido de que la libertad lo llenaba todo. Milosz se refiere a un tipo de intelectual que debía pertenecer a las masas, ya sea en regímenes fascistas o comunistas, y que siempre necesita creer en una nueva fe. Un intelectual útil que se somete a la censura y a los sindicatos editoriales, que teme pensar por sí mismo. De esta manera, se dejaba de pensar y de escribir en otra forma que la necesaria. Milosz ponía el ejemplo de Ril-ke: “Los poemas de Rilke podrán ser muy buenos, pero, si lo son, es porque en su tiempo tenían una razón de ser. En una democracia popular nunca podrían publicarse poemas contemplativos como los suyos, no solo porque sería difícil publicarlos, sino también porque el impulso que lleva al poeta a escribirlos habría sido alterado en su misma raíz”.

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