24 jun 2011

Dialogos en Chapultepec, (primera de cuatro)

México DF,  23 de junio del 2011.-
 El Presidente Calderón se reunió con representantes del Movimiento por la Paz, entre los que se encontraron Javier Sicilia, Julián LeBarón y María Herrera.
El evento se realizó en el Castillo de Chapultepec y acompañaron al Presidente, el Secretario de Gobernación, el Secretario de Seguridad Pública, la Procuradora General de la República, el Secretario de Educación Pública y el Vocero de Seguridad.
El Presidente inició su primera intervención, de cuatro que tuvo a lo largo de la reunión, agradeciendo la oportunidad de dialogar con franqueza sobre el tema de la seguridad y afirmó, retomando el nombre de este movimiento, que “todos queremos un México con paz, con justicia y dignidad”.
A lo largo de este diálogo, el Presidente reconoció que “sin la participación ciudadana no se pueden reconstruir las instituciones de justicia”, acción fundamental para acabar con la delincuencia y también hizo un llamado a romper con paradigmas viejos sobre el tema de las drogas y prejuicios que existen en torno al tema de la seguridad e invitó a los ciudadanos a sumar sus voces para buscar la paz.
Primera parte/discurso:
Muy estimado Javier Sicilia.
Muy estimadas y muy estimados familiares y deudos de las víctimas de la violencia en el país.
Muy estimados testigos sociales.
Muy distinguidos invitados.
Señoras y señores:
Antes que nada, agradezco enormemente la oportunidad de dialogar, y de dialogar con franqueza, sobre preocupaciones que nos son comunes.
Tenemos diferencias, por supuesto, pero es importante ponerlas en claro y buscar las coincidencias, que, pienso, son más.
Y comienzo por decir que yo coincido totalmente con los propósitos últimos, que dan nombre a esta organización; es decir, yo también quiero para México, un México con paz, con justicia y con dignidad.
Y a mí también me entristecen las pérdidas de vidas de miles y miles de mexicanos, especialmente de jóvenes.
Y, coincido, no es cuestión de número. El énfasis en las estadísticas no releva la importancia de cada una de las vidas, ni una sola de las muchas víctimas que ha habido.
Me entristece la vida segada tan tempranamente de cientos de jóvenes inocentes, como Juan Francisco, su hijo; me duelen las vidas de sus compañeros y de sus amigos; y me duelen, también, profundamente, las vidas de los más de mil policías municipales asesinados.
Me entristecen los huérfanos de los 263 militares y de los 409 Policías Federales o Ministeriales Federales muertos, en cumplimiento del deber, protegiendo la vida de los demás mexicanos; algunos de ellos, muertos en enfrentamiento, pero, otros, la mayoría, asesinados cobardemente.
Me pesa, desde la vida de Gerardo, un policía asesinado al lado de su patrulla, el 11 de enero de 2007; hasta la vida de Raúl, un marino, ayer, fallecido en un enfrentamiento con Los Zetas, en Zacatecas.
Me pesan, también, las miles de víctimas de una  violencia homicida y suicida de las bandas criminales. Los muchachos que han sido reclutados, apenas en su adolescencia; los jóvenes, sin esperanza, que han encontrado la muerte, sin saber a ciencia cierta por qué; los que conocieron una AK-47, o la muerte  misma, antes que un amigo sincero.
Todas, todas esas víctimas me duelen y me pesan. Y me duelen más, especialmente, las víctimas inocentes. Mis paisanos secuestrados en Acapulco, y enterrados; o los jóvenes que levantaron en Colima y no han aparecido; los que han fallecido en un tiroteo.
Me duelen los migrantes que encontraron la muerte en el camino, levantados por policías y asesinados por criminales; me duelen sus sueños, que murieron con ellos. Me duelen, terriblemente, las fosas de Tamaulipas o de Durango, que son como heridas abiertas, no sólo en la tierra, sino en el cuerpo de todos. Y más, más me duelen los cientos de padres de familia que en todas partes me piden ayuda, una y otra vez, para encontrar a sus hijos, que un día levantaron.
Me duele Gerardo Servín, hermano de mi mejor amigo, que un día levantaron en Morelia, por una supuesta deuda que nunca tuvo, que no ha aparecido, y que las autoridades competentes ni siquiera se atrevieron a investigar su caso.
Me duele Fernando, el  hijo de Alejandro Martí;  y me duele Silvia, la hija de Nelson Vargas, porque ellos nos pidieron ayuda y, a pesar de ello, no pudimos encontrarlos con vida.
Me duele el dolor de todos los secuestrados, como me dolió el de Gaby Ulloa y el Diego, y me alegró abrazarlos  a su regreso.
Me duele Edelmiro Cavazos, y todos los alcaldes a los que les han arrancado la vida esos asesinos. Me duele la orfandad de sus  hijos.
Me duele Maribel, mi amiga, la Secretaria del Cabildo de Uruapan, a quien se llevaron hace dos años, probablemente por complicidad de sus propios compañeros, y que no ha aparecido.
Como padre de familia, como mexicano, y como Presidente de la República, me duele profundamente este dolor de México. Me duele el de la violencia, el dolor que causan los criminales, o el que causa el Gobierno, y cualquier Gobierno, con acciones y omisiones,  que también haya causado.
Sé que hay quienes afirman que la violencia  que hoy vive México ha sido generada por el Estado. Que todo es culpa, como usted ha dicho, de que el Presidente decidió lanzar al Ejército a las calles a esta guerra absurda; que se asume, en consecuencia, que la solución es detener esta guerra.
Sinceramente, Javier, pienso, en este punto, que la premisa está equivocada, y que, por tanto, la conclusión a la que se llega, también está equivocada.
Será cierto que todo es culpa del Gobierno. Qué no tendrán nada que ver los criminales que los levantaron, los que los torturaron, los que lo asesinaron, los que aún esconden a los nuestros.
Acaso no cuenta en la violencia la realidad abrumadora del crecimiento del crimen organizado en el país. No dicen nada a los pueblos asustados, que usted encontró en su camino. No le dijeron en Zacatecas nada acerca de Los Zetas. Y no le dijeron en Durango nada acerca de la gente de El Chapo. No le platicaron, en Torreón, las familias angustiadas de cómo secuestran a los suyos.
No dice nada la violencia inhumana, bestial con la que actúan esos homicidas. Si por lo menos admitimos que los criminales sí tienen que ver, también, en este problema de violencia, en qué proporción son los criminales, los violentos, los responsables de esa violencia.
Y si la premisa estuviese equivocada, también puede estar la conclusión. O acaso se piensa seriamente que replegando a las Fuerzas Federales, que en muchas partes son las únicas que combaten a los delincuentes, se terminará la violencia.
No parece difícil suponer que al suspender su acción el Gobierno, al retrotraer la acción de las Fuerzas Federales, no parece difícil creer que los criminales van a dejar así, simplemente, de secuestrar, de extorsionar, de asesinar. Van a dejar de reclutar jóvenes para satisfacer su apetito voraz de controlar territorios y comunidades.
Yo creo, sinceramente, que no es así.
Pero es fundamental que juntos analicemos qué fue lo que nos ha llevado a esta situación tan lamentable y dolorosa para todos, más allá de los dogmas y más allá de los prejuicios que nos impiden ver, como sociedad unida, esta realidad.
Creo que tan prejuicio es suponer que no cuenta la falta de oportunidades en el reclutamiento de miles de jóvenes para el hampa, o que el tema de las drogas no es un problema de salud. Yo creo que sí lo es.
Como suponer, también, que toda maldad viene del Estado y sostener, sin más, el paradigma de que el Estado es el generador exclusivo de violencia, como si los criminales y la maldad, que sí existe, y que ellos encarnan, no existiera.
Pienso lo contrario. Pienso que ha sido fundamentalmente la acción de los criminales, y no la del Estado, la que nos ha traído hasta aquí.
Y permítanme explicarlo desde distintas perspectivas.
No hay violencia porque estén ahí las Fuerzas Federales. Las Fuerzas Federales están ahí porque ahí hay violencia, una violencia que las autoridades locales no pudieron controlar, que las rebasó. Para una presencia Federal cuya ayuda solicitaron, y es el caso de Juárez, donde el enfrentamiento entre cárteles precede a la intervención de la Fuerza Federal, como es el caso de Monterrey, o como es el caso de Tamaulipas, donde la acción del Estado es consecuencia y no causa de una violencia preexistente.
Yo también, Javier, sinceramente, me he preguntado: Qué es lo que pasó a México, y que nos ha llevado a esta situación que nadie quiere. Qué es lo que no ocurría antes y que ahora sí ocurre. Qué es lo que precipitó o desató, precisamente, este mal que, creo que coincidimos en ello también, queremos erradicar.
Hay algo que es clave para entender lo que está pasando y pienso que es éste: El cambio que se dio en los últimos años en la manera de operar de los grupos criminales.
Sí, efectivamente, empieza este tema con el narcotráfico, pero no es un problema para mí ya de narcotráfico. Es un problema de violencia y de crimen organizado.
Y cómo empezó.
La clave para mí es que pasamos de un modelo de narcotráfico tradicional, que buscaba primordialmente llevar la droga a Estados Unidos, a un modelo de narcomenudeo en el que los delincuentes, además de llevar la droga al otro lado, buscan, también, colocar droga entre los jóvenes mexicanos.
Narcotráfico y narcomenudeo parece una mera diferencia trivial y casi meramente semántica. Pero no lo es. Porque tiene, encierra una diferencia radical que explica muchas cosas.
Y la diferencia es ésta: El narcotraficante corrompe o intimida a la autoridad para pasar por ahí. El narcomenudista, en cambio, corrompe o intimida a la autoridad para quedarse  ahí.
El primero busca salir pronto y sin ser visto, pasar al otro lado; el segundo busca meterse y quedarse, ser el dueño de la plaza, que se sepa que está ahí, que manda, que es el más violento. Por eso, no sólo asesina, sino también decapita; por eso, deja mensajes atemorizantes con la intención de que sean reproducidos en primera plana por algunos medios.
Entre el viejo y el nuevo modelo, entre el puro narcotráfico y el asociado al narcomenudeo, hay una diferencia sustancial, que es el problema que nos reúne, y esa diferencia sustancial, es la violencia.
Por qué.
Porque en el viejo modelo se trata de controlar rutas, y el número de rutas puede ser tan grande como el número de puntos en la frontera. En cambio, en el narcomenudeo, hay territorios completos, territorios que los criminales buscan delimitar, y cuya disputa es, precisamente, el objeto de los enfrentamientos.
La disputa es territorial, es cuerpo a cuerpo, es para controlar ciudadanos y pueblos; es una disputa violenta de cárteles contra cárteles lo que genera, fundamentalmente, y lo que inicia, la escalada de violencia.
En el nuevo modelo territorial, un modelo que no es de puntos en la frontera, sino de control de plazas y puntos de venta en todo el país; desde la frontera, sí, pero también en Acapulco, y también en Cuernavaca, y también en Veracruz, y  también en Chiapas.
Hay otra cosa peor. El crimen, al controlar un territorio, se adueña de esa comunidad; desplaza a la autoridad, la corrompe o la mata; y, entonces, secuestra, extorsiona, asalta, viola impunemente.
Por qué. Porque la autoridad, o ya no existe, o está a su servicio.
Y ahí es donde yo coincido, efectivamente, en la responsabilidad del Estado, que abdica de su deber esencial, precisamente, de defender a los ciudadanos.
Ellos quieren ser, ahora, la  autoridad. Por eso, sustituyen a las leyes de los Congresos por sus propias leyes; por eso, sustituyen a la fuerza pública por sus propias fuerzas; y, por eso, sustituyen la recaudación de impuestos por sus propias cuotas. Y eso es, exactamente, Javier, lo que tenemos que impedir.
Y fue repentino el crecimiento del poder de estas organizaciones. Evidentemente que no. Por supuesto que no. Fueron acumulando un poder soterrado durante años o, quizá, durante décadas.
La corrupción tan tradicional en el sistema político mexicano, el miedo, la costumbre de verlos ahí siempre, de hacerlos nuestros, de convivir con ellos, hicieron que esta plaga fuera carcomiendo, poco a poco, las paredes de nuestra casa común, y un día esa pared se cayó. Eso es exactamente lo que ocurrió.
El seguimiento, el surgimiento de los choques entre bandas, como cortos circuitos que electrizan al país, hacen, precisamente, que esas paredes se derrumben. Y fue una fuerza acumulada de corruptelas, de miedos, de intereses, hasta que un día estalló, como la energía acumulada bajo un volcán, que un día entra en erupción. Así veo yo lo que ha pasado con nuestro México.
Y pienso que es nuestra obligación reconstruir la pared, reforzar los cimientos, reconstruir las partes de nuestra casa común, que ha sido dañada por el crimen, por la corrupción y por la impunidad.
Es a ese llamado al que ha atendido la presencia de las Fuerzas Federales. El Estado ha acudido en auxilio de la población y de las autoridades locales. Y contra lo que se ha dicho de que fue irresponsable actuar, pienso, sinceramente, que lo verdaderamente irresponsable hubiera sido no actuar.
Sí, efectivamente, el Estado tiene una responsabilidad, y tienes razón, el no haber cumplido en todos los órdenes de Gobierno con su deber de proteger la vida de las víctimas. Y, en ese sentido, todos los que integramos el Estado, y cada quien en su grado de responsabilidad, somos responsables, y coincido que debemos pedir perdón por no proteger la vida de las víctimas.
Pero no por haber actuado contra los criminales, que están matando a las víctimas. Eso, definitivamente, es un error. En eso Javier, sí estás equivocado. Sí, sí es de pedir perdón por la gente que murió a manos de los criminales, por no haber actuado contra esos criminales.

Pero si de algo, de algo en todo caso, me arrepiento en eso, no es de haber enviado Fuerzas Federales a combatir a criminales, que nadie combatía porque les tenía miedo, o porque estaba comprado por ellos.

De lo que, en todo caso, me arrepiento, es no haberlos mandado antes, es no haber tenido un operativo justo en Cuernavaca, precisamente, que pudo haber atrapado, primero, a la banda que mató a Francisco.

Es, precisamente, no haber actuado entre todos con más fuerza. Y en ese, perdón, tenemos que ir todos los que fuimos omisos en eso, y también quienes se han empeñado en frenar la acción del Gobierno cuando actúa contra los criminales.

En ese sentido, qué otra cosa hubiera podido hacerse al escuchar el clamor de la gente en todas esas comunidades, que piden la presencia de quien pueda defenderlos.

Qué hacer con los comerciantes que están extorsionando en La Laguna o en Sahuayo.

Qué hacer con las familias de los secuestrados, ahorita, de Tampico, o de Durango, o de Michoacán; qué hacer con los ganaderos que están perdiendo sus ranchos en Coahuila, o en Tamaulipas; qué hacer con las amas de casa que son despojadas de sus autos en Nuevo León.

Lo que hay que hacer es actuar y enfrentar a los criminales, y eso es lo que hemos hecho y, pienso, que debemos hacer.

El Estado sí tiene responsabilidad. Por supuesto que la tiene, en particular, por la complicidad, en particular, por la corrupción rampante que se sigue presentando en muchos niveles de Gobierno.

Pero omitir la responsabilidad fundamental de los criminales, me parece un error de grandes dimensiones. Cada hombre es libre y tiene responsabilidad de sus actos, y nadie es bueno, ni malo, per  se, es simplemente responsable de las cosas buenas o de las cosas malas que hace.

Y si esto es indebido e infundado desde el análisis de la secuencia histórica de los hechos que comento; si es cierto, como lo es, que al presentarse la violencia hubo la acción de las Fuerzas Federales, y no al revés, también, lo es más desde el análisis de las propias víctimas a las que, coincido, hay que poner en perspectiva y en primer plano. Es más cierto desde los seres humanos de carne y hueso que han sufrido y han fallecido.

Los jóvenes de Villas de Salvárcar, no perdieron la vida a manos del Estado. Sí, efectivamente, vivieron en una sociedad desmantelada en sus autoridades policiacas, corrompidas ellas, pero también fueron delincuentes comunes, quienes segaron sus vidas.

Y lo mismo los jóvenes asesinados en los bares de Torreón y los migrantes de San Fernando, en Tamaulipas. Sí, efectivamente, fueron levantados por policías de ese municipio, y luego, cruelmente asesinados por un grupo de criminales, para quienes la vida simplemente no tiene valor.

Ahí, el Estado tiene responsabilidad por los policías municipales que los levantaron y por los que no actuaron. Pero, también, estuvo presente el Estado, con soldados y con marinos, aunque duela oírlo o decirlo, que han rescatado también a cientos de migrantes que pudieron correr la misma suerte.

Rubí Frayre, la hija de Marisela, perdió la vida a manos de un criminal confeso, que a causa de una omisión imperdonable de la autoridad, fue liberado, y ahí, en esos jueces incompetentes o en una ley absurda, o en las dos cosas, está la responsabilidad del Estado, y las fundadas sospechas de que esa omisión llevó a la muerte a la propia Marisela Escobedo.

Pero, también, está la responsabilidad de los criminales que asesinaron a la hija, y del mismo que, probablemente, asesinó a la madre.

Juan Francisco y sus amigos fueron asesinados por criminales de carne y hueso: por El Negro Radilla, por El Jabón; y no fue el Estado, ni el Gobierno Federal, que lo representa, quienes lo asesinaron. Al contrario, fueron Fuerzas Federales las que atraparon, uno a uno, a esos asesinos.

Y ante esa violencia, el Estado no puede permanecer indiferente. Y lo que procede es que el Estado actúe y no que se repliegue. Porque los mexicanos no podemos permanecer inmóviles, pasivos, indolentes, callados.

Quizá hubiera sido más cómodo para mí, sí, seguir el ritmo de las cosas como iban, no actuar, pretender ignorar la realidad. Pero, como Presidente, vi esa amenaza del crecimiento brutal y despiadado del crimen, y me decidí a actuar.

Sé que se piensa que de no haber actuado, no hubiera pasado nada. De no haber actuado con los criminales todo seguiría, entre comillas, bien.

Desafortunadamente, no es así. Es como si un enfermo de cáncer pensara que nada hubiera pasado si no hubiera ido ese día con el médico, que detectó su enfermedad, apenas a tiempo, por cierto, e inició el tratamiento que le puede salvar la vida.

El poder y la violencia, el poder de los criminales y la violencia, venían creciendo en marcha arrolladora.

Los primeros enfrentamientos de autoridades asesinadas ocurrieron allá por 2004, precisamente, en Tamaulipas.

Ese mismo año, los americanos derogaron la Ley que prohibía la venta de armas de asalto y empezaron a entrar por cientos de miles a nuestro país.

Los primeros casos de decapitados aparecieron en Uruapan y en Acapulco, por allá del año 2005.

Y qué hacer frente al crecimiento de esta ola criminal.

Yo prefiero asumir la crítica, así sea injusta, de haber actuado, a quedarme con el cargo de conciencia de haber visto el problema y, por conveniencia, no haber hecho nada.

Había que actuar, o había que pretender que no pasaba nada y que el problema no existía.

Yo la respuesta la encuentro, Javier, en sus propias palabras, cuando parafraseaba a Bertolt Brecht: Un día vinieron por los comunistas, y no dije nada; otro día vinieron por los judíos, y tampoco dije nada; un día llegaron por mí, o por un hijo mío, y no tuve nada qué decir.
Señor Sicilia:
Yo me uno a este clamor. Cuando vinieron por los primeros, es cierto, hubo quien no dijo, ni hizo nada, yo diría, muchos que no dijeron y muchos que no hicieron nada. Pero en cuanto estuvo en mis manos actué, con aciertos y con errores, pero actué.

Y no se trata, por cierto, de una lucha contra las drogas en sí misma y menos una guerra, como se ha insistido en verbalizar. Es una lucha por la seguridad, y más que las drogas en sí mismas, que coincido son un problema medular de salud pública, a mí lo que me preocupa más son los efectos perniciosos de la violencia que genera la producción, el tráfico y la distribución de sustancias y de los muchos delitos asociados a ese negocio criminal.

Como he señalado, se trata de una lucha por construir un país de leyes y para que todos los mexicanos puedan ejercer plenamente sus libertades, sin la amenaza que hoy representa la delincuencia organizada.

Y mientras sea Presidente estaré siempre dispuesto a revisar esa estrategia; siempre dispuesto a rectificar errores y a corregir alternativas. Pero también estaré siempre decidido a defender hasta a la más modesta de las familias campesinas que estén siendo extorsionadas, a las madres que no encuentran a sus hijos, a la gente que ve que su comunidad ha caído en manos de criminales y no tiene cerca de ella a ninguna autoridad que la defienda.

Mientras yo tenga autoridad, las defenderé, y las defenderé con todo, y con todo es con toda la fuerza del Estado. Eso no excluye todo lo que tenemos que hacer en otros terrenos.

La estrategia que hemos llevado tiene tres componentes, enfrentar y someter a los criminales.

Dos. Reconstruir las instituciones carcomidas, particularmente las policiales y ministeriales del país.

Y tres. La más importante, es reconstruir, y en eso también coincido con ustedes, el tejido social; un tejido social también carcomido y que sólo puede ser reconstruido con base a oportunidades para los jóvenes y, también, con certeza de conciencia puedo decirle que también ahí hemos actuado.

Nunca, nunca en cuatro años, en la vida del país se habían construido 91 nuevas universidades; nunca, más de 800 bachilleratos; nunca, más de mil clínicas y hospitales nuevas.

Y sé que eso es insuficiente, sé que eso es insuficiente para un país donde la mitad de su población tiene 26 años o menos.

He leído, con atención, el documento: Por un México en Paz, con Justicia y Dignidad. Tengo reflexiones puntuales, tanto del documento, como de las notas que alcancé a tomar de sus expresiones en este momento.

Reitero lo que he dicho: Sí, sí es de pedir perdón por las víctimas que murieron  y que no  pudimos defender. Pero no es procedente por haber actuado contra los criminales que están causando esas muertes. Y, en ese sentido, todos, todos tenemos una responsabilidad y un compromiso.

Segundo. También comparto plenamente el esclarecimiento preciso de los casos.  En posterior  intervención, porque es evidente que he abusado de mi tiempo, vamos a abordar más a detalle esos puntos.

Hemos establecido protocolos para que toda persona que muera se tenga un seguimiento claro y perfecto, porque sabemos que atrás de ella hay un nombre, hay una familia, hay una vida.

Y, por eso, necesitamos rescatar toda esa memoria, y estoy dispuesto a avanzar en algún mecanismo que haga que la sociedad civil participe en esa memoria, o en esa reconstrucción de las víctimas.

Y también, finalmente, y con esto, a reserva de ampliar sobre el documento en otra intervención, mis comentarios, también coincido con usted. Estoy de acuerdo en que hay que detener esta violencia. Pero hay que detenerla sin que eso implique claudicar y dejar al país y a sus comunidades más indefensas y más pobres en manos  de criminales.

Hay que terminar esa violencia sin caer, precisamente, como muchos ya lo han hecho en el país, por miedo o por corrupción, en la indolencia y en la franca complicidad. Francamente no es para mí eso.

Le agradezco a usted, sinceramente, el liderazgo que  ha tenido, y a todo el Movimiento Por un México en Paz, con Justicia y Dignidad.

Y estoy atento, desde luego, a las expresiones de las víctimas que han sido convocadas.

Muchísimas gracias


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