Poemas para
Lady Profeco/DENISE DRESSER
Revista Proceso
No. 1907, 19 de mayo de 2013;
(en colaboración con Pablo Neruda)
I.
Te recuerdo
como eras en el Máximo Bistrot.
Eras la
consentida con el corazón muy lejos de la calma.
En tus ojos
peleaban las llamas del privilegio
Y las clausuras
caían en el agua de tu alma.
Apegada a los
brazos de la Profeco como una enredadera.
Las hojas
recogían tu voz enardecida y de alarma.
Hoguera de
estupor en que el país ardía.
Envenenada
orden torcida sobre nuestra alma.
Siento viajar
tus ojos y es distante la democracia:
boina gris, voz
de buitre y corazón de hija de burócrata
hacia donde
emigraban tus profundos anhelos
y dabas órdenes
alegres como brasas.
Infiernos desde
un restaurante. Privilegio desde una oficina.
¡Tu recuerdo es
de impunidad, de humo, de estanque en lodo!
Más allá de tus
ojos ardían los crepúsculos de la carrera de tu padre.
Hojas secas de
otoño giraban en su alma.
II.
Inclinado en
las tardes tiro mis tristes redes
al restaurante
clausurado.
Allí se estira
y arde en la más alta hoguera
mi frustración
que da vueltas los brazos como un
náufrago.
Hago rojas señales
sobre tus ojos exigentes
que olean como
el mar a la orilla de un faro.
Sólo guardas
tinieblas, hembra distante y protegida;
de tu mirada
emerge a veces la costa del espanto.
Inclinado en
las tardes echo mis tristes menús
a ese mar que
sacude tus ojos diabólicos.
Los pájaros
nocturnos picotean las primeras estrellas
que centellean
como tu padre ahora sin empleo.
Galopa la noche
en su yegua sombría
desparramando
volantes de “Se busca trabajo” sobre el campo.
III.
Abeja negra
zumbas –ebria de poder entre comensales–
y te tuerces en
lentas espirales de humo.
Soy el
hambriento desesperado, la palabra sin ecos,
el que lo
perdió todo, y el que todo lo tuvo, antes de que llegaran tus
cómplices.
Última
cucharada, cruje en ti mi ansiedad última.
En mi tierra
desierta eres tú el último bocado.
¡Ah, gritona!
Cierra tus ojos
profundos. Allí aletea la noche de la Profeco eficaz.
¡Ah, revela tu
cuerpo de hija imperiosa!
Tienes ojos
profundos donde la noche alea.
Frescos brazos
de espinas y regazo de estacas.
Se parecen tus
órdenes a los caracoles blancos.
Ha venido a
dormirse en tu vientre una araña de sombra.
¡Ah, gritona!
He aquí la
soledad hambrienta de donde estás ausente.
Llueve. El
viento del mar mueve los letreros de “Clausurado”.
El agua anda
descalza por las calles mojadas.
De aquellas
mesas se quejan, como enfermos, los que tuvieron que irse.
Abeja negra,
presente, aún zumbas cerca de mi menú.
Revives en el
tiempo, delgada y gritona.
¡Ah, gritona!
IV.
Ebrio de enojo
y un despido inusitado,
estival, el
velero de las espinas dirijo,
torcido hacia
la muerte del delgado día que mi hija produjo,
cimentado en el
sólido frenesí de mi ex-oficina.
Pálido y
amarrado a mi agua devorante
cruzo en el
agrio olor del clima descubierto,
aún vestido de
gris y sonidos amargos,
y una cimera
triste de abandonada espuma.
Voy, duro de
pasiones, montado en mi quincena única,
fría,
repentina,
escondiéndome
de la prensa.
Islas negras y
agrias como cadáveres frescos.
Tiembla en la
noche húmeda mi humillación pública,
locamente
cargado de eléctricas gestiones,
de modo heroico
dividido en sueños
y lecciones
políticas injustas practicándose en mí.
Aguas arriba,
en medio de las olas externas,
tu paralelo
cuerpo de hija sigue de restaurante en restaurante
como un pez infinitamente
pegado a mi alma,
rápido y
doloroso como la muerte política.
V.
Hemos perdido
aun esta batalla.
Todos nos
vieron esta tarde cuando fui despedido
mientras la
noche azul caía sobre el mundo.
He visto desde
mi ventana
la fiesta de
Los Pinos en los cerros lejanos.
A veces como
una moneda
se encendía un
pedazo de sol entre mis manos.
Yo te recordaba
con el alma apretada
de esa tristeza
que tú me conoces.
Entonces,
¿dónde estabas?
¿En qué
restaurante?
¿Entre qué
gentes?
¿Diciendo qué
palabras?
¿Dando qué
órdenes a mi personal?
¿Por qué se me
vendrá todo el coraje de golpe
cuando me
siento despedido, y te siento abusiva?
Cayó el menú
que siempre se toma “Máximo Bistrot”
en el
crepúsculo,
y como un perro
herido rodó a mis pies mi capa.
Siempre, siempre
te alejas en las tardes
hacia donde el
crepúsculo corre borrando puestos.
VI.
Casi fuera del
cielo ancla entre dos calles de la Colonia Roma
la razón de mi
caída.
Girante,
errante noche, la cavadora de ojos, mi hija.
A ver cuántas
estrellas trizadas en la charca
hace una cruz
de luto entre mis cejas. Huye.
Fragua de
metales azules, noches de las órdenes que diste,
mi corazón da
vueltas como un volante loco.
Niña venida de
tan lejos, traída de tan lejos,
a veces fulgura
tu mirada debajo del cielo.
Quejumbre,
tempestad, remolino de furia,
cruza encima de
mi corazón, sin detenerte.
Viento de los
sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raíz mimada.
Desarraiga los
grandes árboles al otro lado de ella.
Pero tú, mimada
niña, pregunta de humo, espiga.
Era la que iba
formando el viento con hojas iluminadas.
Detrás de las
montañas nocturnas, blanco lirio de incendio
mediático,
¡allá nada
puedo decir! Eras hecha de todas las cosas que
te enseñé mal.
Ansiedad que
partiste mi pecho a cuchillazos,
es hora de
seguir otro camino, donde Peña Nieto no me quiere.
Tempestad que
enterró las campanas, turbio revuelo de
tormentas,
para qué
regañar a mis achichicles ahora, para qué
entristecerlos.
¡Ay, seguir el
camino que se aleja de todo,
donde no está
atajando la angustia, la muerte política,
con sus ojos
abiertos entre el rocío de la Profeco
descabezada!
VII.
Para mi corazón
bastan tus órdenes de clausura,
para tu
libertad bastan ganas de comer en otro lado.
Desde mi boca
llegará hasta el bar de otro restaurante
lo que estaba
dormido sobre tu alma enferma.
Es en ti la
ilusión de la arbitrariedad de cada día.
Llegas como el
rocío a las corolas.
Socavas a los
meseros con tu ausencia.
Eternamente en
fuga como la ola.
He dicho que
cantabas el himno de la Profeco
como los pinos
y como los mástiles.
Como ellos eres
alta y taciturna.
Y entristeces
de pronto como un viaje.
Acogedora como
un viejo camino.
Te pueblan ecos
y voces de los empleados de tu padre.
Yo desperté y a
veces emigran y huyen
menús
arrumbados que dormían en tu alma.
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