24 ene 2015

La caída de la casa de Samuelson/Robert Skidelsky

La caída de la casa de Samuelson/Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords.
Project Syndicate | 24 de enero de 2015
Leer The Samuelson Sampler a la sombra de la Gran Recesión permite atisbar la mentalidad de una era pasada. El ejemplar refiere a las columnas semanales del difunto Paul Samuelson para la revista Newsweek de 1966 a 1973.
Samuelson, un premio Nobel, fue el decano de los economistas norteamericanos: su famoso libro de texto, Economics, tuvo 14 ediciones mientras su autor estaba en vida e introdujo a los futuros economistas del mundo a los rudimentos de su oficio. Si bien no fue el único inventor, sí fue el gran divulgador de la “síntesis neoclásica” -la combinación de la economía neoclásica y keynesiana que definió la corriente principal del campo durante 50 años.
Samuelson era un keynesiano convencido, aunque en un sentido limitado. El descartaba la mayor parte de los ataques de Keynes a la economía ortodoxa de sus tiempos por considerarlos innecesarios. Samuelson escribió “si Keynes hubiera comenzado por la simple declaración de que le parecía realista suponer que los salarios monetarios eran difíciles y resistentes a los movimientos descendentes… la mayoría de sus percepciones habrían seguido siendo igual de válidas”. Para Samuelson, el aporte real de Keynes fueron las herramientas que les dio a los gobiernos para prevenir las depresiones.
Al leer The Samuelson Sampler, resulta extraordinario darse cuenta de cuán confiados estaban los economistas de su generación de que la Nueva Economía (como se llamaba a la estrategia keynesiana en Estados Unidos) había solucionado el problema de la depresión y el desempleo masivo. Como señalaba Samuelson en su introducción de 1973, “el espectro de una repetición de la depresión de los años 1930 se ha reducido a una probabilidad insignificante”.
Es cierto, seguiría habiendo pequeñas fluctuaciones; pero, como escribió en 1966, las “Grandes Depresiones -caídas acumulativas que se alimentan de sí mismas- ciertamente se han extinguido”. La razón era que los gobiernos ahora tenían las herramientas, especialmente la política fiscal discrecional, para chequear cualquier recesión incipiente. “Lo que importa sobre el presupuesto”, dijo en 1970, “es si es inflacionario o deflacionario, no si es equilibrado o desequilibrado“. En otras palabras, “Un déficit en una buena causa es buen negocio”. ¿Cuántos economistas o políticos creen esto hoy?
Como los gobiernos sabían cómo detener las depresiones, los votantes insistirían en que utilizaran este conocimiento. “Si imprimir billetes puede salvar a los bancos y a las empresas de la ruina”, sostuvo en 1966, “el electorado de hoy se asegurará de que cada partido en el poder lo haga”.
Esto era independiente, pensaba Samuelson, de las preferencias ideológicas de quienes estaban en el poder. El republicano Richard Nixon fue elegido presidente de Estados Unidos en 1968 en base a una plataforma que hablaba de reducir los costosos programas de la Gran Sociedad de los demócratas. “Yo no soy un determinista económico”, escribió Samuelson en noviembre de 1968. “Pero puedo predecir con confianza que Richard Nixon utilizará la Nueva Economía aunque sea por la simple razón de que los nuevos tiempos lo tornan ineludible”.
Y así sucedió. En lugar de desinflar la economía, Nixon sacó a Estados Unidos del patrón oro en 1971 e impuso controles de salarios, precios e importaciones, proclamando sin rodeos “Ahora soy un keynesiano en economía”.
Pero esa fue la última de las predicciones exitosas de Samuelson. Menos de una década después de que terminaran sus columnas de Newsweek, la Nueva Economía, que él había ensalzado como una incorporación permanente al conocimiento, escapaba de los ataques ideológicos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. A pesar de su fe en que los votantes no permitirían un retorno a la depresión, la tercera victoria electoral de Thatcher, en 1987, se produjo inmediatamente después de que el desempleo del Reino Unido había alcanzado un pico de tres millones, el nivel más alto desde los años 1930.
¿Qué fue lo que salió mal entonces? “Lo que todavía debe resolverse dentro del gremio de los economistas”, escribió Samuelson en 1969, “es la potencia cuantitativa apropiada de la política monetaria versus la política fiscal”. Este interrogante finalmente fue resuelto a favor de la política monetaria.
Más importante aún, como señaló en 1970, era que “ni siquiera Keynes podía garantizar que la humanidad viviera feliz para siempre. Nos dejó con un problema sin resolver. ¿Cómo podemos tener pleno empleo y también estabilidad de precios?” A regañadientes, Samuelson concluyó que era necesario que hubiera controles permanentes sobre los precios y los salarios para frenar la inflación de costos. “Nuestra economía mixta”, escribió en 1970, “no sabe cómo tener una política de ingresos satisfactoria que respalde la política monetaria y fiscal… Aquí reside entonces la frontera sin resolver de la economía moderna”.
Era la misma frontera que Friedrich von Hayek había analizado antes en Camino de servidumbre en 1944. Hayek temía que las políticas deliberadas para mantener el pleno empleo condujeran a una creciente usurpación del estado en el libre mercado y la libertad política. Fue este miedo lo que condujo, de los años 1980 en adelante, al abandono gradual del sistema de políticas de la economía mixta -de hecho, al desmantelamiento de la propia economía mixta.
Samuel tenía razón a medias: los gobiernos sí saben cómo frenar una caída en otra Gran Depresión. Utilizaron este conocimiento en el otoño de 2008 y 2009, razón por la cual tuvimos sólo una Gran Recesión.
Sin embargo, contrariamente a lo que creía Samuelson, a los gobiernos los acosan los miedos a los grandes déficits fiscales. Con pocas excepciones, no han sido preparados para utilizar la política fiscal para sacar a sus economías de un estancamiento post-crisis. Por el contrario, han confiado en la expansión monetaria, que es políticamente más aceptable, pero también mucho más débil en sus efectos, ya que está socavada -como predijo Keynes- por el hecho de que “varias cosas pueden salir mal en el último momento”.
Más importante aún, los gobiernos han abandonado el objetivo del pleno empleo; en consecuencia, todas esas pizcas de política intervencionista que antes se creían necesarias para mantener la actividad económica en un ritmo estable también han quedado al borde del camino. Se puede resucitar temporalmente la Nueva Economía para lidiar con situaciones extremas, pero los responsables de las políticas ya no toman precauciones para impedir que vuelvan a ocurrir situaciones extremas. Cómo hacerlo, preservando al mismo tiempo la libertad y la eficiencia, hoy es la “frontera sin resolver de la economía moderna”.


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