El
País | 27 de marzo de 2016.
Es
el remanido tema del legado de los presidentes. Mandato no escrito pero
gigantesco: dejar una marca, ponerle nombre propio a la historia por
escribirse. A veces se analiza como si hubiera un plan maestro. En general,
todo presidente llega al poder con una hoja de ruta, sin duda, pero la realidad
los desvía de ella y, a menudo, esa mítica herencia se define de manera
accidental.
Bush,
padre, por ejemplo, se encontró con la caída del muro de Berlín y la guerra del
Golfo. Le puso su nombre al fin de la Guerra Fría, la unificación alemana y el
multilateralismo en la política exterior, una anomalía entre los Republicanos.
Su hijo llegó a la presidencia equipado de una vaga noción de conservadurismo
compasivo y no mucho más. Sin embargo, se topó con el terrorismo en 2001 y allí
definió su presidencia, incluyendo errores como la guerra de Irak.
También
el legado de Obama tiene mucho de fortuito. Es que Obama era, básicamente, un
presidente de política interna. Como senador no fue un peso pesado de la
política exterior, de ahí que necesitó a Lugar. Partidario explícito del
multilateralismo, sin embargo practicó un multilateralismo “reticente”, más a
gusto con las palabras que con la acción. De hecho, la primavera árabe se
transformó en un gélido invierno delante de sus propios ojos; la guerra civil
siria se convirtió en genocidio a pesar de sus líneas rojas; y Putin anexó
partes de Ucrania sin mayor problema, ignorando todas sus advertencias.
Es
por ello que durante buena parte de estos ocho años que concluyen, Obama ha
sido un presidente en busca de su legado. Tuvo que buscar más cerca, donde
además era más fácil y más barato. Una oportunidad única, una épica
inigualable: terminar la Guerra Fría en el Caribe y ponerle su nombre a la
historia: el post-embargo. Mejor aún, removiendo el embargo—el “bloqueo”, como
no pocos repiten en América Latina—sería posible cambiar un siglo largo de
conflictos y desconfianzas con todo un continente.
Así
fue como aquel humilde Obama que asistió a la Cumbre de Trinidad en 2009 a
escuchar y aprender, aquel senador de Illinois desinteresado en las relaciones
internacionales, aquel presidente lleno de dudas sobre Europa y el Oriente
Próximo se convirtió en estadista a este lado del Atlántico. Empacó sus maletas
y, así como el año pasado fue a la Cumbre de Panamá, ahora viajó a Cuba y
Argentina no para escuchar y aprender sino para dar cátedra. América para los
americanos en versión Obama, un Monroe del siglo XXI.
Su
narrativa fue la misma en ambos países: una suerte de “la historia empieza
conmigo”, noción que usó con efectividad. Curiosamente, el oficialismo cubano y
la oposición argentina estaban interesadas en el pasado, pero Obama les propuso
mirar hacia delante y comenzar de nuevo. Es ese optimismo casi infinito de los
gringos, y todo ello con el lenguaje corporal de una estrella de rock más que
el de un presidente. Después de Obama, mayúsculo desafío para Mick Jagger.
“En
1959 no había nacido”, dijo sin siquiera ruborizarse. Fue en una rueda de
prensa que por momentos parecía comedia, con Raúl Castro en el escenario y el
pleno del Partido Comunista en la platea. Tal vez les dijo menos de lo que los
Republicanos del Congreso esperaban, pero seguro que les dijo más, muchísimo
más de lo que ninguno de ellos estaba dispuesto a escuchar. Y si una imagen
vale más que mil palabras, esa misma tarde circulaban las fotos de su reunión
con los líderes de la sociedad civil independiente, futuros candidatos de
oposición en una Cuba con elecciones libres y competitivas.
De
ahí a Argentina, a tomar mate y bailar tango en un 24 de marzo, aniversario del
golpe de Videla. Allí también la primera pregunta de la conferencia de prensa
fue sobre el pasado: el rol de Estados Unidos durante las dictaduras de la
región y si debía existir una autocrítica. Fue una extemporánea pregunta con
una extemporánea respuesta. Hasta el propio Obama olvidó mencionar que, si de
autocrítica se trata, alcanzaría con la política de derechos humanos de Jimmy
Carter, un presidente de su mismo partido, y de su impulso a la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos. Carter asumió la presidencia en enero de
1977.
Obama
dejó una propuesta poderosa, como presidente del país mas importante del
planeta, y al mismo tiempo creativa desde el punto de vista intelectual:
debatir el pasado con una cierta distancia académica, para organizar la
conversación de la política real alrededor del presente y el futuro. No en vano
los momentos más brillantes del matrimonio Obama fueron con los jóvenes.
También fueron los más inspiradores, los que sugieren que no hay manera de
regresar al pasado, que el cambio en Cuba es indetenible y el regreso de
Argentina al mundo, irreversible.
Y
que en eso de separarse del pasado, tal vez Estados Unidos haya comenzado a
entender, de una buena vez, que es hora de poner el patio de atrás en la parte
de adelante. Si ello ocurre, Obama se habrá ganado su legado. Un capítulo en
los libros de historia del futuro llevará su nombre por título.
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