La paciencia de Erdogan/Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.
El Pais, Sábado,
20/Ago/2016
A
un mes del fracaso en Turquía del fallido golpe militar contra Tayyip Erdogan,
y una vez comprobada la extensión de su respuesta autoritaria, buen número de
especialistas siguen acotando su análisis a los recientes desarrollos de la
política puesta en práctica por el líder islamista. Su punto de partida sería
el personalismo que rodeó su acceso a la presidencia del país. Se trata de una
visión acorde con la previa bendición otorgada por esos mismos comentaristas a
la trayectoria de un Erdogan que era considerado como el hombre encargado de
demostrar la convergencia entre islamismo y democracia, algo así como una
versión musulmana de la democracia cristiana en Europa occidental.'
El
panorama cambia si tenemos en cuenta las rotundas posiciones doctrinales del
mismo Erdogan en la década de los 90, cuando preside la alcaldía de Estambul y
prepara un ascenso únicamente truncado por los diez meses de cárcel que le
valió la lectura pública en 1998 de un poema-llamamiento de Ziya Gökalp, el
ideólogo nacionalista e islamista de los Jóvenes Turcos: “Nuestras mezquitas
serán nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras
bayonetas y los creyentes nuestros soldados”. Era una explosión radical,
sustentada en una plataforma teórica bien firme.
En Turquía, el laicismo
implantado por Mustafá Kemal y el Islam resultaban incompatibles, y la
supervivencia del primero resultaba un absurdo en un país con 99% de musulmanes
: “¡No se puede ser al mismo tiempo laico y musulmán! ¡O eres musulmán o laico!
¡No es posible la coexistencia!” Para concluir: “¿Por qué? Porque a Alá, el
Creador del Islam, le corresponden el poder y el gobierno absolutos”. Desde
tales supuestos, propios de islamistas radicales como Sayyid Qutb, la finalidad
es clara: “Nuestra referencia es el Islam —proclama en 1997—, nuestro único
objetivo es el Estado islámico”. Erdogan no ha engañado a nadie.
La
reacción militar ante la amenaza de un gobierno islamista, y su misma
experiencia personal, le aconsejaron sin embargo sustituir el radicalismo por
la cautela a la hora de llevar a cabo su propósito inicial: “Convertiremos
Estambul en Medina”, el bastión del Profeta. Posiblemente Erdogan desconocía el
consejo de Stalin de cómo proceder ante una coyuntura política adversa, que sin
embargo él ejecutó admirablemente : “¡Paciencia!”, lo cual no significa
renuncia a la persecución de los propios fines. Al convertirse en primer
ministro, respetó la imposición laica del presidente Ahmet Sezet, impidiendo el
uso del velo a su mujer. Al pretender un agravamiento del castigo a los
adúlteros, retrocedió al constatar la oposición europea y de la Bolsa. Tuvo que
soportar la resolución admonitoria del poder judicial contra la inclinación
antilaica de su partido, el AKP, que sin embargo le mantuvo en el gobierno. Ya
llegarían las horas del relevo en la estructura judicial y en la presidencia de
la República, que pasó al islamista moderado Abdulá Gül, escalón previo a su
ocupación del cargo en 2015, transformado de inmediato en un poder ejecutivo no
previsto en la Constitución. El enorme palacio presidencial en forma de E, a lo
Ceaucescu, construido de modo previo a su acceso al cargo, anunció lo que se
preparaba, con su proyecto de reforma de la Costitución, detenido
transitoriamente por las elecciones del pasado año.
El
velo regresó al espacio público, pero lo que fue más importante: el sistema de
enseñanza religiosa laico fue horadado, con la construcción masiva de imam
hatips, institutos de enseñanza religiosa, en teoría para formar imanes,
mientras no se edificaba ninguna escuela pública nueva. La Alianza de
Civilizaciones ni siquiera sirvió para reabrir el seminario ortodoxo. Fue un
aval sin contenido, bajo la mirada ciega de Zapatero. Al repertirse las
victorias electorales del AKP, pudo iniciarse el proceso de islamización de los
monumentos bizantinos convertidos en museos, apuntando con claridad a Santa
Sofía, donde este año se realizaron ya los rezos del Ramadán.
En
ese contexto, quedan por explicar las razones del enfrentamiento con su antes
mentor, el filósofo y financiero islamista, Fetulá Gülen, residente en Estados
Unidos, quien colaboró con Erdogan en el primer período de islamización y hoy
es presentado como responsable del golpe de julio. En lo primero, la
coincidencia es plena, si bien Gülen insiste en una convivencia plural con
otras religiones. Un tanto al modo del Opus Dei, su movimiento Hizmet alcanzó
gran presencia en medios económicos, profesionales y universitarios, e incluso
en grandes instituciones financieras, lo cual explica el alcance de la actual
purga. El éxito de esa infiltración justifica que Erdogan hablara de un Estado
dentro del Estado.
Con
toda la cautela debida, se trata de erosionar la figura de Mustafá Kemal, el
fundador de la patria turca (y de la modernización laica). Así su papel central
fue minusvalorado en las conmemoraciones de la victoria de Gallipoli, en 1915.
Más bien, ante el Ejército, Erdogan se presentó hace un par de meses como un
nuevo Atatürk, en tanto que jefe indiscutible. La prensa crítica recuperó la
famosa imagen hiperbólica del gigante Dimitrox frente al enano Goering, para
subrayar el despropósito. Eran momentos en que Erdogan tenía que soportar la
afrenta de que los jefes militares procesados por supuesta conspiración —el
caso Ergenekon— resultaran absueltos. Muy verosimilmente, el reciente golpe
surgió ante la previsión de que una purga en el Ejército estuviera a punto de
producirse. Y solo sirvió para acelerarla
En
la línea de Gökalp, Erdogan profesa un nacionalismo islamista, un
neo-otomanismo, opuesto a Kemal, que justifica su aspiración a un liderazgo
personal indiscutido. Desde muy pronto, en la propaganda electoral asoció su
figura a la de Mehmed II, el conquistador de Constantinopla, resultando difícil
entender hasta que límites pretende llevar ese parentesco político con una
reforma constitucional, dada la primacía absoluta que sin la misma ejerce sobre
los demás poderes. Cabe augurar entonces que su beligerancia frente a toda
oposición efectiva, visible en la persecución de periodistas, en la cual se implica
personalmente, desemboque en una pura y simple dictadura. La depuración de los
aparatos administrativos, judiciales, universitarios y militares confirma
semejante deriva, de inmediata repercusión sobre el tratamiento del problema
kurdo. Las grandes movilizaciones de apoyo a su persona —y a “Allah u-akhbar”—
con la petición de restablecer la pena de muerte, se mueven en esa misma
dirección de avalar sus aspìraciones. Todo en medio de la tragedia de los
atentados kurdos.
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