Gran
Bretaña, a la deriva/Carl
Bildt/Carl Bildt was Sweden’s foreign minister from 2006 to October 2014 and Prime Minister from 1991 to 1994, when he negotiated Sweden’s EU accession. A renowned international diplomat, he served as EU Special Envoy to the Former Yugoslavia, High Representative for Bosnia and Herzegovina, UN Special Envoy to the Balkans, and Co-Chairman of the Dayton Peace Conference. He is Chair of the Global Commission on Internet Governance and a member of the World Economic Forum’s Global Agenda Council on Europe.
Project
Syndicate, 27 de junio de 2016.
A
comienzos de los años 1960, el ex secretario de Estado norteamericano Dean
Acheson dijo en un tono satírico que el Reino Unido había perdido un imperio y
que todavía no había encontrado un rol. Más tarde, sucesivos líderes británicos
intentaron cambiar eso, forjando un nuevo papel para Gran Bretaña en Europa. El
referendo “Brexit” que acaba de concluir en el país, en el que una mayoría de
los votantes expresó su deseo de abandonar la Unión Europea, representa el
fracaso espectacular de ese esfuerzo -y el fin de una era.
El
viaje de Gran Bretaña hacia Europa comenzó a principios de los años 1970,
cuando el primer ministro Edward Heath, firmemente pro-europeo, hizo entrar al
país en la Comunidad Económica Europea, el precursor de la UE. Su sucesor,
Harold Wilson, aseguró la membrecía con un referendo en 1975.
Y
Margaret Thatcher firmó el Acta Única Europea, que creó el mercado único -uno
de los pasos más importantes en la integración europea y que le debió mucho a
la inspiración británica-. Su sucesor, John Major, que hizo campaña activamente
para que Gran Bretaña permaneciera en la UE antes del reciente referendo, fue instrumental
en la implementación del Tratado de Maastricht. Mientras Tony Blair estaba en
el poder, habló elocuentemente de la misión europea de Gran Bretaña.
Luego
llegó David Cameron, que flaqueó en su intento de mantener unido al Partido
Conservador, y terminó perdiendo tanto Europa como el partido.
Sin
duda, Cameron no necesariamente le estaba vendiendo la idea de Europa a una
audiencia afable. Muchos británicos conservan una cierta nostalgia por el
pasado, al que recuerdan como más familiar, controlado y seguro.
Esa
nostalgia se vio constantemente reforzada por una campaña antieuropea corrosiva
-y, en particular, anti-alemana- encabezada por algunos de los principales
medios del país. Leer el Daily Mail o el Sun en los últimos años era encontrar
un tipo de nacionalismo atávico -muchas veces respaldado por mentiras
descaradas- en una escala pocas veces vista en otros países europeos.
Pero
también hubo un problema con el discurso. Por temor a las consecuencias
políticas, hasta los líderes que genuinamente respaldaban la integración
europea vacilaron a la hora de defender a la UE de una manera audaz o
motivadora para sus votantes. Por su parte, los líderes que sí se oponían a la
UE, como el ex alcalde de Londres Boris Johnson, que lideró la campaña “Leave”
(partir), no hicieron más que seguir aplicando una fórmula probada y real:
avivar los fuegos de un nacionalismo basado en el miedo.
Sin
embargo, cuando los líderes británicos cruzaron el Canal de la Mancha hacia
Europa, todo cambió. Dejaron atrás su euroescepticismo y siguieron
profundizando el rol del Reino Unido en Europa. Cuando fui ministro de
Relaciones Exteriores de Suecia, asistí a más de 130 reuniones de los
diferentes consejos ministeriales de la UE y, honestamente, puedo asegurar que
la voz del Reino Unido era una de las más prominentes en cada uno de ellos.
La
verdad es que la UE que ha surgido en los últimos diez años fue forjada, y no
en menor medida, por el Reino Unido. El progreso en el mercado único ha ayudado
a impulsar la competitividad. Nuevos acuerdos de libre comercio están
brindándoles a las economías europeas acceso a mercados importantes en todo el
mundo. El logro de un acuerdo global sobre el clima promete no sólo proteger el
medio ambiente, sino también cimentar el papel de Europa como líder en materia
de sustentabilidad. Y la ampliación ha mejorado la seguridad de Europa de
manera sustancial.
No
hay duda de que estos son logros remarcables liderados por el Reino Unido. Pero
éste fue, esencialmente, un secreto bien guardado en casa. Y ése es el fracaso
que reside en la raíz de la calamidad que es el Brexit.
Hoy,
el Reino Unido ha perdido oficialmente su oportunidad de garantizar, de una vez
y para siempre, el papel de liderazgo en Europa que estaba allí para que
alguien lo tomara. Es más, el paisaje político nacional del Reino Unido está en
ruinas. El Partido Conservador está profundamente dividido; el Partido
Laborista está inerte bajo un liderazgo izquierdista nostálgico; y los
demócrata-liberales prácticamente han abandonado la escena.
Y
el Reino Unido puede ir camino a mayores rupturas. Nicola Sturgeon, la primera
ministra de Escocia, que abrumadoramente votó a favor de permanecer en la UE,
ha dicho que otro referendo sobre la independencia escocesa es “altamente
probable” y calificó la salida de Escocia de la UE como “democráticamente
inaceptable”.
Si
bien la posibilidad de una ruptura sigue siendo imposible de predecir, el virus
del divorcio político, por cierto, ha resultado ser contagioso -y una Europa
más fragmentada es, sin duda, una Europa menos segura.
Al
responder una pregunta, los votantes ingleses de más edad -el núcleo del
electorado a favor del “Leave”- han planteado un manojo de nuevos
interrogantes. ¿El Reino Unido se conformará con una relación tipo satelital con
la UE? ¿Se convertirá en algo más que el interior rural de un centro financiero
offshore situado sobre el Támesis? ¿Sus líderes encontrarán otro rol para que
desempeñe en el mundo o dejarán que su país se vaya esfumando lentamente hasta
volverse irrelevante?
Sólo
el tiempo lo dirá. Mientras tanto, el Reino Unido sin duda va a soportar un
dolor político y económico sustancial.
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