16 ene 2005

La biométrica y el combate al terrorismo

Escrito el 15 de enero del 2004

A partir del 5 de enero, 115 aeropuertos y 14 puertos marítimos de los Estados Unidos –casi todos - fotografiarán y tomarán las huellas digitales a millones de extranjeros, en especial a quienes procedan de los países musulmanes o solamente se parezcan.

Se trata de la puesta en marcha del programa denominado "US-VISIT (U.S. Visitor and Inmmigrant Status Indicator Technology) mediante el cual se pretende usar la más avanzada tecnología biométrica para verificar la identidad de extranjeros que visiten EE UU.

Pero, no todos pasarán la prueba del fichaje; están excluidos, los ciudadanos de Canadá que no necesitan visa, además de ciudadanos de 27 países -en su mayoría europeos- que tampoco necesitan visa para visitas de menos de 90 días; y, fuera de Europa, los países excluidos son Japón, Singapur, Australia, Nueva Zelanda y Brunei.

El Departamento de Seguridad Interna de EE UU dice que el objetivo del programa es escudriñar a millones de personas que viajan al país cada año por negociosos, estudios o turismo, y emplear esa información como una herramienta contra el terrorismo.

Y es que después de los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, la biometría comenzó a ser considerada como una herramienta de seguridad. Un año después, el Congreso determinó que la nueva técnica se incorporará a un nuevo sistema de entrada y salida para los visitantes.

Este sistema de información biométrica viene a añadirse al conjunto de medidas que trajo 11 de septiembre. La primera fue el Patriot Act, aprobado en Octubre de 2001, que, con el argumento de incrementar la seguridad, puso en marcha un mecanismo extraordinariamente agresivo de inspección y vigilancia, por el cual se la autoridad puede tener acceso a todo tipo de informaciones bancarias y personales, a cualquier escucha telefónica, a consultar las tarjetas de crédito de los particulares y a controlar las comunicaciones por Internet.

Tiempo después, el secretario de Justicia de EE UU, John Ashcroft, consiguió que se decretara un régimen judicial que permite que se detenga, sólo por su condición de sospechoso, a quienes no tengan la nacionalidad estadounidense, “por un periodo de tiempo razonable que haga posible desvelar sus propósitos”. Ahora se trataría de que esas detenciones pudieran mantenerse secretas, sin procesamiento y sin limitación de tiempo. Esta medida esta siendo durante cuestionada ante las autoridades jurisdiccionales.

A partir de este año la tecnología biométrica, que examina rostros, huellas digitales y otras características físicas –en un nivel mayor se pude detectar el mapa de nuestro iris, el sonido de nuestras voces, la geometría de las manos, la escritura, las venas de la retina o la voz para verificar la identidad, o incluso nuestro ritmo personal al golpear un teclado- para confirmar las identidades individuales, será sometida a su primera prueba en gran escala.
Tres son las modalidades más usuales de la biometría, a saber: huella digital, rasgos faciales y reconocimiento del iris (o una combinación de dos de las tres). La primera es habitual en las redes informáticas o para bloquear ordenadores portátiles. La segunda, aún imperfecta, será útil en la identificación a distancia. En cuanto al iris, suele usarse en controles de acceso a recintos restringidos.

Se utiliza la biométrica con tres finalidades: 1) verificar que una persona es quien dice ser; 2) determinar la identidad de un desconocido, y 3) comparar sus datos con los de una lista (de sospechosos, por ejemplo).
Los especialistas advierten que ningún documento digital es seguro al 100%. La biometría es sólo una parte de un sistema, y no puede ser completamente segura si el resto del proceso (en primer lugar, el factor humano) está expuesto a errores o engaños.

Con esta técnica, las autoridades de Estados Unidos esperan impedir el ingreso al país de quienes no deban entrar a él por alguna razón, y acelerar en cambio el paso de los que sí pueden hacerlo.

Los sistemas biométricos convierten las características personales tales como huellas digitales, iris, rostros y voces, entre otras, en cálculos matemáticos que pueden ser almacenados en un chip o en tiras de información legibles para los aparatos especializados.

Cuando los viajeros pongan sus dedos en detectores biométricos o se paren frente a cámaras de reconocimiento de rostro, una computadora revisará si las características que presenta coinciden con las que registraron los detectores la primera vez que el individuo se presentó ante ellos.

El sistema examinará también si los viajeros aparecen en una lista de presuntos terroristas o de personas que han violado las leyes de inmigración.

Se prevé que los detectores biométricos serán instalados en el 2005 en la frontera con México y Canadá, en donde se realizan el 80% de las inspecciones de inmigración cada año, y a partir del 26 de octubre del 2004, todos los extranjeros con visas o pasaportes deberán poseer identificadores biométricos, es decir, a las visas se les tendrá que agregar un chip con la información biométrica para que pueden ingresar al país.

La GAO (General Accounting Office), el brazo investigador del Congreso, calificó al programa como “un emprendimiento riesgoso” y estima que agregar dichas tecnología a las visas podría tener un costo inicial de entre 1,400 millones de dólares y 2,900 millones, y posteriormente de entre 700 y 1,500 millones de dólares al año.

El detector de olores: nuevo invento en Gran Bretaña.

Pero el gran biométrico del siglo XXI será el detector de olores. En Gran Bretaña, un grupo de científicos británicos, apoyados por el gobierno de Tony Blair está a punto de lanzar un ambicioso proyecto para reforzar su seguridad nacional, a través del desarrollo de aparatos capaces de percibir, memorizar y reconocer los olores de la gente.

El olfato humano – en buen estado- permite detectar hasta 10,00 olores, empero, algunas especies animales detectan hasta 400,000: el olfato relaciona, previene, alerta, recuerda, transmite sensaciones y puede dominar sexualmente, por lo que tiene una gran repercusión en la vida diaria.

Un artículo de Stafano Citati publicado en el periódico italiano La Repubblica (y reproducido en español en el bonarense El Clarín, 2 de enero de 2004), señala que las gotas de sudor en la frente de un ladrón o de un terrorista se convertirán en su peor enemigo: ya que los agentes que cuenten con el “detector de olor” podrán reconocerlo por el olor que produce su piel.

Señala que las compañías de biométrica que se ocupan del proyecto son las mismas que desarrollaron las tecnologías para el análisis del ADN, de la retina, de la voz, de las medidas del cráneo.

En efecto, es sabido que cada uno de nosotros produce un olor único, distinto del de todos los demás: esto se debe a las bacterias que viven en nuestra piel y que provocan un nivel distinto de acidez del sudor y de las feromonas. Estas, son substancias químicas naturales segregadas por el cuerpo a través de la transpiración cuyo olor se desprende y flota por el aire, pudiendo ser captado por quien está cerca de nosotros y tienen un papel fundamental en la comunicación sexual ya que son las que se encargan de atraer al sexo opuesto para conquistarlo.

El sentido del olfato no lo capta, sin embargo hay un pequeño órgano en la nariz, ubicado cerca del tabique nasal, llamado órgano vomeronasal que tiene la función de ser el receptor del mensaje de las feromonas. Es a través de las feromonas que las madres reconocen a sus pequeños.

Los olores corporales se dispersan en el aire e impregnan la ropa y las superficies que tocamos y, según los expertos, se pueden rastrear durante mucho tiempo. El “detector de olores” será entonces, un instrumento más para los investigadores que tengan que atrapar a los responsables de un delito, que se sumará al vasto arsenal electrónico con el que ya cuentan las fuerzas de seguridad en muchos países.

Todos dejamos rastros electrónicos que otros pueden utilizar sin que nosotros lo sepamos. Las fuerzas de seguridad responden a esta amenaza aumentando el nivel tecnológico con nuevos instrumentos que permiten la identificación sin posibilidad de error: hasta ahora, ninguno parece igualar a las narices electrónicas que se están estudiando en los laboratorios británicos y norteamericanos.

El proyecto tendrá un costo 3,000 millones de libras esterlinas.

¿Y donde queda el derecho a la privacidad?

Sin embargo, las últimas tecnologías tienden a derrumbar el derecho a la privacidad. De todas ellas, la biométrica aplicada al campo de la seguridad se presenta como la más su feroz amenaza.

Pero. ¿Garantizan esas medidas que no se vaya a provocar un ataque terrorista?

Obviamente, ¡no!

Todos los sistemas de seguridad estatal existentes en el mundo, incluso los que están en fase de diseño, parecen ser ineficaces contra el terrorismo internacional.

A principios de año se informó de que una lista de pasajeros considerados sospechosos por el FBI enviada a Francia contenía errores. En efecto, el diario The Wall Street Journal publicó que la cancelación de tres vuelos de Air France a finales del pasado mes de diciembre se debió a información errónea. En concreto, el FBI había proporcionado a la compañía una lista de seis presuntos terroristas de Al Qaeda que al parecer planeaban secuestrar uno de sus aviones; pero uno de estos activistas era un niño, otro era un agente de seguros galés, otra era una anciana china.

Madeleine Albright, secretaria de Estado del Gobierno de Clinton, nos recordaba recientemente que más peligrosas que las armas masivas es la ideología que las moviliza y los países que la producen y difunden. Al tiempo que recomendaba que el gobierno del presidente Bush debía “cambiar la política en Oriente Medio e involucrarse seriamente en el proceso de paz entre Israel y Palestina, así como liberar o procesar a los prisioneros de Guantánamo porque esa detención no para de crear nuevos terroristas.”

Pero a pesar de las críticas de los grupos que defienden las libertades y el derecho a la intimidad y de las resistencias encontradas en las compañías aéreas, el Gobierno de EE UU no ha variado sus planes para que entre en vigor de forma inminente un nuevo sistema informático que utiliza la información personal que proporcionan los pasajeros para establecer un código de seguridad por colores.

El sistema afectará a todos los aeropuertos estadounidenses y se unirá a la reciente exigencia de ficha electrónica y foto para millones de visitantes extranjeros a EE UU como lo plante el programa US-Visit.

Información publicada en The Washington Post, señala que el sistema -CAPPS 2, segunda versión del Programa Informático de Preselección de Pasajeros- podría aplicarse desde febrero de 2004 en todos los aeropuertos de EE UU.

El diario afirma que las líneas aéreas y las empresas de reserva de vuelos se han negado a colaborar con la Administración de Transporte Aéreo en la fase de pruebas del sistema. Compañías como Delta, que aceptó en principio cooperar, tuvo que desdecirse tras las protestas y amenazas de boicoteo de los usuarios.

El CAPPS 2 se alimenta de los datos de los pasajeros: nombre, dirección, teléfono y fecha de nacimiento. Además incluye el itinerario completo del viaje, el tipo de billete y la forma de pago. Todo esto se vierte en bases de datos y se contrasta con informaciones públicas, comerciales y privadas.

Una vez que se ha establecido que la persona sometida a escrutinio que quiere viajar es la que dice que es, se acude a los bancos de datos en los que están los ficheros de historiales delictivos y de sospechosos de actividades terroristas; y una vez que toda la información se comprueba, el sistema produce números y colores para el pasajero: si es rojo, no podrá abordar el vuelo; si es amarillo, deberá someterse a un interrogatorio; si es verde, entrará en el avión.

Las autoridades aéreas de EE UU creen que un 5% de los pasajeros recibirán colores amarillos o rojos, frente al actual 15% que recibe un seguimiento especial a través de la primera versión del Programa Informático de Preselección.

La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) cree que “lo anunciado por la Administración es un golpe más al derecho de los ciudadanos a viajar libremente y a su intimidad”, según señala al periódico EL PAÍS Robin Goldfaden. “Los datos personales podrán ser almacenados por las autoridades y compartidos con otras agencias sin que los ciudadanos puedan saber ni quién accede a esa información ni cuál es su clasificación de acuerdo con el sistema de colores y números. Éstas son violaciones muy graves de los derechos y libertades de los estadounidenses”.

El Post informa, además, de otra iniciativa que ha acentuado la polémica y que se aplicará a lo largo del año: los pasajeros habituales que voluntariamente entreguen toda esa información recibirán un tratamiento especial y podrán acelerar su paso por los controles de seguridad. La idea es que en los próximos meses entre en vigor una visa biométrica.

Hace algunos años -creo que fue- a Lorenzo Meyer se le ocurrió hacer un comentario en tono de broma sobre su equipaje y la relación de una bomba; el lugar fue en el aeropuerto de Dulles en Virginia, EE UU; eso bastó para que el investigador del Colegio de México fuera detenido para un intenso interrogatorio; y después de varias horas los dejaron libre, no sin antes quitarle- eso sí- la visa de entrada a ese país. Recuerdo que publicó un artículo en el periódico Reforma sobre el tema; tuvo que intervenir el entonces embajador James Jones para que recuperará su documentación.

Estaba muy lejos el 11-S, sin embargo, en estos días de terrorismo global la broma es considerada un delito; no se puede hacer en los aeropuertos y menos en los aviones ninguna broma donde se mencione la palabra bomba.

Un reportaje de Isabel Piquer publicado en El País ilustra sobre este tema ocurrido en los últimos días de alerta naranja.

Resulta que Frank Moulet, un turista francés que viajaba de Santo Domingo a París en un avión de American Airlines, comentó a una azafata que lo estaba observando en una escala en Nueva York: “No se preocupe, no he puesto ninguna bomba”. Craso error. El turista estuvo más de 15 días detenido en un centro del Bronx, acusado de provocar una “falsa alarma”, un delito que conlleva hasta cuatro años de cárcel.
Moulet es un estudiante de 27 años, regresaba de la República Dominicana, donde había pasado las vacaciones con su novia. En un momento del vuelo se quedó en el baño, “más de lo normal” por lo que despertó las sospechas de una de las azafatas, que le pidió regresar a su asiento. “Cuando el avión aterrizó”, contó al periódico Le Monde su hermana Annick, “la azafata siguió mirándole como si hubiera hecho algo malo y fue cuando Frank le dijo que no había puesto una bomba”. Aquello no provocó quizá la sonrisa esperada y Moulet volvió a insistir minutos más tarde. “¡Mierda!, la bomba que he puesto en el retrete no ha funcionado”, dijo con el puño en alto.

Bastó para detenerlo y el pasado 11 de enero fue acusado por un juez de Nueva York de delito de falsa alarma y se le asignó un abogado de oficio.
A Samantha Marson le pasó una historia muy parecida. La estudiante inglesa, de 21 años, estaba en el aeropuerto de Miami lista para embarcar hacia Londres. Acababa de pasar tres meses con su novio estadounidense y se le había agotado el visado de turista. Todavía en la terminal, durante uno de los controles de seguridad, mientras uno de los funcionarios inspeccionaba su equipaje, Marson, luciendo su mejor humor británico, rompió el tedio diciendo: “Hey, cuidado, que tengo tres bombas ahí dentro”.

Igual que Meyer, a los pocos minutos estaba en manos de la policía y era trasladada a la prisión del condado, acusada del mismo delito que Moulet pero con el riesgo de una pena mucho mayor, en su caso 15 años.
Samantha fue puesta en libertad condicional tras pagar una fianza de 5,000 dólares. Seguro que reconoció que fue una idea tonta.

Pero el personal de las líneas aéreas estadounidenses no es el público más receptivo. “Antes del 11-S nos tomábamos estas cosas muy en serio; después del 11-S no hay sitio para bromas”, declaró el sargento Joe Wyche, de la policía del aeropuerto de Miami. “No se juega durante los controles de seguridad”.

A veces es difícil para el que no vive en EE UU calibrar la tensión que vive este país, traumatizado por la perspectiva de un nuevo atentado terrorista. “Los turistas no se dan cuenta de que en EE UU no bromean con esto. Pronunciar la palabra bomba casi equivale a un delito”, comentó el vicecónsul francés, defensor de Moulet.

Desde hora se deben añadir al letrero: prohibido fumar y hace hacer bromas sobre terrorismo.

FAP

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