14 jul 2005

7-J

Ha causado una enorme conmoción en el Reino Unido y en todo Europa el hecho de que los cuatro presuntos terroristas que se suicidaron en los atentados del pasado siete de julio (7-J) fueran jóvenes británicos de origen paquistaní.

Y es que es la primera vez en suelo europeo que se ejecuta un atentado mediante el suicidio del terrorista.
Los cuatro terroristas de Londres identificados hasta ahora -la policía busca a una quinta persona- son de origen pakistaní de segunda o tercera generación. Todos se educaron en Londres y formaban parte de la muy integrada comunidad musulmana -1,6 millones en el Reino Unido- que desde hace decenas de años convive tranquila y respetuosamente con el resto de sus compatriotas.

La policía ha divulgado la identidad de tres de ellos: Hasib Hussain (18 años), Shehzad Tanweer (22) y Mohamed Sadique Khan (30), los investigadores buscaban ayer a un quinta persona, que habría dado cobijo y quizás instruido a los suicidas en los días previos a los atentados.
Lo más graves en la opinión pública es la confirmación de que hayan sido ciudadanos británicos los autores de los atentados. No es el otro, que viene de fuera, sino que se trata de los propios hijos que conviven a diario en el metro, en las escuelas, en el trabajo, en los grandes almacenes y en los estadios y que, en cualquier momento, pueden causar una masacre "en nombre de Dios".

Al margen de la alarma, la pregunta que se hacen los ciudadanos británicos, es cómo se ha podido inocular el germen del odio en unos jóvenes que, más allá de las mejores o peores condiciones de vida, han bebido (y convivido) en las fuentes de una cultura en términos generales plural, respetuosa, permisiva y tolerante.
¡Por lo pronto, el Reino Unido vive en estado de choque!

El primer ministro, Tony Blair, prometió en la Cámara de los Comunes un paquete de medidas para combatir a quienes fomentan el terrorismo y el odio religioso, y para defender a la comunidad de musulmanes británicos de cualquier acoso.

Gran Bretaña se enfrenta a algo más que al sarampión del terror suicida, que ha aparecido por primera vez en Europa occidental; se enfrenta al peligro de que los atentados de Londres deriven en un ajuste de cuentas contra su amplia comunidad musulmana. Los líderes musulmanes no han cesado de condenar los atentados nada más producirse y a negarles cualquier vinculación con una práctica religiosa que presentan como un compendio de valores pacíficos. "Los que han hecho esto no son mártires, son asesinos. Esto no les va a llevar al paraíso", proclaman.

Pero la policía ha contabilizado 300 ataques racistas desde el 7-J, según el diario The Guardian. El más dramático ocurrió el domingo en Nottingham, cuando Kamal Raza Butt, paquistaní de 48 años que estaba en Reino Unido visitando a unos amigos, murió apaleado por varios jóvenes al grito de "talibán". La policía de Nottinghamshire calificó el crimen de "racialmente motivado", pero lo desvinculó de los hechos de Londres, indignando a los grupos musulmanes de la zona. "No fueron insultos racistas, fueron palabras antimusulmanas", denunció Azad Ali, presidente del Fórum Musulmán por la Seguridad.

El ministro del Interior admitió ayer que se quedó "conmocionado" al saber que los atentados de Londres fueron cometidos por suicidas británicos y calificó de "hipótesis central" la posibilidad de que formaran parte de una red más amplia que se dispone a golpear de nuevo.

Anunció que el Gobierno intentará pactar con la oposición la revisión de la legislación antiterrorista prevista para otoño. Pero advirtió de que frente al fanatismo no basta ni con legislar ni con luchar contra la pobreza: "Hay que asegurarse de que la comunidad musulmana toda, apoyada por toda la sociedad, se enfrenta a esta suerte de creencia".

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