27 sept 2006

Benedictus Décimosexto

Muy buen encuentro del Papa Benedicto XVI con diplomáticos de 21 países de mayoría islámica y con representantes musulmanes de Italia.
La reunión se llevó el pasado 25 de septiembre y ahí Benedicto XVI aseguró que el diálogo entre cristianos y musulmanes es decisivo para el futuro de la humanidad.
Ratzinger convocó el encuentro, por cierto fue seguido en directo por el canal de televisión árabe Al Jazeera, para "consolidar los lazos de amistad y de solidaridad entre la Santa Sede y a las comunidades musulmanas del mundo".
En este contexto particular-dijo-, quisiera hoy volver a expresar toda la estima y el profundo respeto que siento por los creyentes musulmanes", dijo, recordando la declaración del Concilio Vaticano II, Nostra Aetate, en la que se manifiesta de manera oficial el "aprecio" de la Iglesia por los "musulmanes que adoran al único Dios".
Los 21 países representados por los diplomáticos son: Kuwait, Jordania, Pakistán, Qatar, Costa de Marfil, Indonesia, Turquía, Bosnia-Herzegovina, el Líbano, Yemen, Egipto, Irak, Senegal, Argelia, Marruecos, Albania, Siria, Túnez, Libia, Irán y Azerbaiyán.
En la audiencia, estaba presente también el representante de la Liga de los Estados Árabes, Salid Khalid, pues la Santa Sede tiene el estatuto de observador en esta institución.
15 musulmanes participaron en representación de los miembros de la Consulta Islámica en Italia, entre quienes se encontraba el embajador italiano Mario Scialoja, y el escritor iraquí residente en este país, Younis Tawfik. En la audiencia también saludó al Papa el imam de la mezquita de Roma, Ali Salem Mohammed Salem y el secretario general del Centro Islámico Cultural de Italia, Abdellah Redouane.
El discurso del Papa, en el que reafirmó que el diálogo entre musulmanes y cristianos "es una necesidad vital, de la que depende en gran parte nuestro futuro", fue acogido por un aplauso.
El cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso fue quien presentó al Papa a cada uno de sus huéspedes musulmanes, entre los que había cuatro mujeres; el encuentro duró poco más de media hora y no faltó la foto de grupo.
Su discurso pronunciado en francés fue también distribuido entre los diplomáticos en una traducción al árabe, además de las versiones inglesa e italiana.
El Papa no afrontó la cuestión de las interpretaciones de la conferencia de Ratisbona, pues en la semana pasada ya había aclarado en dos ocasiones que su cita del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, que había provocado las reacciones islámicas, no era más que un recurso para presentar el problema de la relación entre religión y violencia.
Creo que vale la pena leer el discurso completo, y pues gracias a la agencia Zenit lo tenemos en castellano.
¡Ahí va!
Señor cardinal,
señoras y señores embajadores,
queridos amigos musulmanes:
Con mucho gusto os doy la bienvenida en este encuentro que he deseado con el objetivo de consolidar los lazos de amistad y de solidaridad entre la Santa Sede y a las comunidades musulmanas del mundo.
Doy las gracias al señor cardenal Paul Popuard, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, por las palabras que me acaba de dirigir, así como a todos vosotros por haber respondido a mi invitación. Las circunstancias que han suscitado nuestro encuentro son bien conocidas. Ya he tenido la oportunidad de hablar de ello en la semana pasada.
En este contexto particular, quisiera hoy volver a expresar toda la estima y el profundo respeto que siento por los creyentes musulmanes, recordando las afirmaciones del Concilio Vaticano II que para la Iglesia católica constituyen la «Charta Magna» del diálogo islámico-cristiano: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia» (Declaración «Nostra Aetate», n.3).
Situándome con decisión en esta perspectiva, desde el inicio de mi pontificado he tenido la ocasión de manifestar mi deseo de seguir estableciendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones, manifestando particularmente mi aprecio por el crecimiento del diálogo entre musulmanes y cristianos (Cf. Discurso a los representantes de las iglesias y comunidades cristianas y de otras religiones no cristianas, 25 de abril de 2005).
Como subrayé en Colonia, el año pasado, «el diálogo interreligioso e intercultural entre cristianos y musulmanes no puede reducirse a una opción temporánea. En efecto, es una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro» (Discurso a los representantes de algunas comunidades musulmanas, 20 de agosto de 2005).
En un mundo caracterizado por el relativismo y que con demasiada frecuencia excluye la trascendencia de la universalidad de la razón necesitamos imperativamente un auténtico diálogo entre las religiones y entre las culturas capaz de ayudarnos a superar juntos todas las tensiones, con un espíritu de colaboración fecunda. Continuando la obra emprendida por mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, deseo por tanto vivamente que las relaciones de confianza, que se han desarrollado entre cristianos y musulmanes desde hace numerosos años, no sólo continúen, sino que se desarrollen en un espíritu de diálogo sincero y respetuoso, fundado en un conocimiento recíproco cada vez más verdadero que, con alegría, reconoce los valores religiosos que tenemos en común y que, con lealtad, respeta las diferencias.
El diálogo interreligioso e intercultural es una necesidad para construir juntos el mundo de paz y de fraternidad ardientemente deseado por todos los hombres de buena voluntad. En este sentido, nuestros contemporáneos esperan de nosotros un testimonio elocuente para mostrar a todos el valor de la dimensión religiosa de la existencia.
Fieles a las enseñanzas de sus propias tradiciones religiosas, cristianos y musulmanes tienen que aprender a trabajar juntos, como ya sucede con diversas experiencias comunes, para evitar toda forma de intolerancia y oponerse a toda manifestación de violencia; y nosotros, autoridades religiosas y responsables políticos tenemos, que guiarles y alentarles en esta dirección.
En efecto, «si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (Declaración «Nostra Aetate», n.3). Por tanto, las lecciones del pasado tienen que ayudarnos a buscar caminos de reconciliación para vivir en el respeto de la identidad y de la libertad de cada quien, de cara a una colaboración fecunda al servicio de toda la humanidad. Como declaraba el Papa Juan Pablo II en su memorable discurso a los jóvenes en Casablanca (Marruecos), «el respeto y el diálogo exigen la reciprocidad en todos los campos, sobre todo en lo que afecta a las libertades fundamentales y más en particular a la libertad religiosa. Favorecen la paz y el entendimiento entre los pueblos» (n. 5).
Queridos amigos: estoy profundamente convencido de que, en la situación que hoy atraviesa el mundo, es un imperativo el que cristianos y musulmanes se comprometan juntos para afrontar los nuevos desafíos que se plantean a la humanidad, en particular, los que afectan a la defensa y a la promoción de la dignidad del ser humano, así como a los derechos que de ella se derivan. Cuando aumentan las amenazas contra el hombre y la paz, cristianos y musulmanes manifiestan su obediencia al Creador, que quiere que todos vivan con la dignidad que les ha otorgado, reconociendo el carácter central de la persona y trabajando con perseverancia para que su vida siempre sea respetada.
Queridos amigos: deseo de todo corazón que Dios misericordioso guíe nuestros pasos por los caminos de una comprensión recíproca cada vez más verdadera. En el momento en el que los musulmanes comienzan el itinerario espiritual de Ramadán, les hago llegar mis mejores deseos, esperando que el Todopoderoso les conceda una vida serena y tranquila. ¡Que el Dios de la paz os llene con la abundancia de sus bendiciones, al igual que a las comunidades que vosotros representáis! [Traducción del original francés distribuida por la Santa Sede © Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana]
ALGUNOS ARTICULOS SOBRE EL TEMA
De cruzados y guerras santas/Samuel Hadas, analista diplomático. Primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede
Tomado de LA VANGUARDIA, 26/09/2006
El Papa Benedicto XVI ofreció ayer la rama de olivo a los embajadores musulmanes ante la Santa Sede y jerarcas islámicos italianos, en un nuevo esfuerzo para calmar la conmoción que desencadenó en el mundo islámico una cita, sacada de su contexto, de un texto medieval. Su crítica a la violencia en el islam ha conducido a una tensión entre el cristianismo y el islam sin precedentes en siglos. El Papa no pretendía otra cosa que proponer un examen de conciencia en las religiones, empezando por la suya, condenar un extremismo fundamentalista que muchos, entre ellos no pocos musulmanes, consideran que ha secuestrado el islam, así como su convicción, también compartida mayoritariamente, de que la religión no debe ser usada para justificar violencia alguna.

Las doctas palabras del Papa en la Universidad de Ratisbona no sólo han tenido el efecto de herir sensibilidades en el mundo islámico, sino que han proporcionado, precisamente a sectores fundamentalistas en el mundo islámico, especialistas en el arte de manipular sensibilidades religiosas, una nueva oportunidad para sus estrategias de movilización para nutrir la guerra de civilizaciones que propugnan. “Quería explicar que la religión no va unida a la violencia, sino a la razón”, explicó el Papa. Las reacciones a unas reflexiones en contra de la difusión de la fe mediante la violencia han demostrado que, aparentemente, las voces fundamentalistas más intransigentes son las que dominan en el mundo islámico. Ha quedado demostrado nuevamente cuán fácil es sacar una frase de su contexto y manipularla y cuán difícil es demostrar que una malintencionada interpretación es producto de la mala fe.
Las olas expansivas de la conmoción llegaron raudamente a todas partes. En pocos días el Papa vio al mundo sumido en una viva polémica. No pocas de las reacciones han sido moderadas, como la del diario libanés Daily Star,que editorializa que la violencia “no debería ocupar lugar en la respuesta contra los errores del Papa”. El columnista Souheila al Jaad considera que los musulmanes deben aceptar las disculpas del Papa y demostrar que el islam es un ejemplo de diálogo. Ali Bardakoglu, director de Asuntos Religiosos de Turquía, lamentó las “reacciones islámicas contra templos cristianos”. Pero dominaron las voces más radicales y algunas llegaron a evocar la guerra santa contra los infieles intentando utilizar las palabras de Benedicto XVI simplemente como un pretexto para “inflamar un odio largamente incubado”, como editorializa el rotativo de la Iglesia católica de ItaliaAvvenire.Para el ayatolá
Ali Jamenei, lider supremo iraní, las palabras del Papa son el “último eslabón de una cruzada norteamericana-israelí contra el islam, que trata de generar crisis entre las religiones para alcanzar sus objetivos diabólicos”, mientras que la globalizada red terrorista Al Qaeda prometía que “su guerra santa contra los devotos de la cruz continuará hasta que el islam se apodere del mundo”. Nada más ni nada menos. No pocos son los católicos que consideran que la virulenta erupción demuestra que algunos elementos en el islam responden con la violencia antes que con la razón. “Las violentas reacciones en muchas partes del mundo islámico justifican precisamente uno de los mayores temores del Papa”, afirma el cardenal George Pell. Pero, según el periodista italiano Piero Ostellino, pocos han sido en el mundo judeo-cristiano y en la sociedad democrática-liberal los que han alzado sus voces en defensa del Papa, al que, lamentablemente, agrega, algunos reprochan haber tratado “imprudentemente” el problema.
¿Síndrome de hipersensibilidad religiosa? ¿Es el fundamentalismo religioso el que determina el tono? Parecería que aquellos políticos y clérigos que han utilizado las palabras del Papa, de la misma manera con que intentan instrumentalizar políticamente cualquier referencia desacertada proveniente de Occidente para enrarecer la atmósfera y promover la discordia, han logrado intimidar a los sectores más moderados y racionales, que no se atreven a discrepar. Éstos han sido desbordados por los extremistas. ¿Se trata, como sugiere un periodista español, de un cálculo cínico o indiferente que compra seguridad al fanático a cambio de manos libres para atacar a Occidente? Según el filósofo francés Rémi Brague, muchos líderes islámicos deberían pedir disculpas por haber instrumentalizado el sentimiento religioso de sus fieles para revestirse de legitimidad.
Es prematuro aún anticipar las lecciones que deberían extraerse de la violenta polémica de la que somos testigos. Ignorancia y rechazo son las principales causas del conflicto entre Occidente y el mundo islámico, asegura el príncipe Karim Aga Khan, líder espiritual de quince millones de musulmanes. Efectivamente, no estamos ante un choque de civilizaciones, sino ante un intento de mala fe de utilizar la profunda ignorancia recíproca existente entre los mundos, sobre todo en el seno del islam, para no solamente secuestrar la religión, sino para hacerse con el poder político e imponer su ley.

Las cosas por su nombre/ Juan Luis de León Azcárate, profesor de Teología de la Universidad de Deusto
Tomado de EL CORREO DIGITAL, 25/09/2006
Tengo que confesar que cuando leí el texto completo de la conferencia de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, enseguida pensé que sus alusiones a Mahoma y a la ‘yihad’ o guerra santa, no propias del Papa sino entresacadas de un texto del siglo XIV, podrían escandalizar a los amigos de lo políticamente correcto. Pero consideré que, al tratarse de una conferencia universitaria, casi nadie la leería y apenas tendría relevancia. Me equivoqué, aunque sigo pensando que son pocos los que la han leído a fondo, y menos de entre aquellos que se rasgan las vestiduras ante ella y actúan y vociferan de manera, una vez más, tan desproporcionada, incluida cierta falsa progresía española que suele callarse cuando los ataques son contra el Dios cristiano o la Iglesia católica. Conviene subrayar que se trata de un discurso o conferencia escrita y dirigida en un tono claramente académico y universitario. No es un documento doctrinal que requiera de ningún tipo de asentimiento por parte de los fieles. Y, como todo texto académico, susceptible de debate científico y racional, que no es precisamente por lo que se han caracterizado las reacciones de ciertos grupos musulmanes, a excepción de las sorprendentes, por positivas, del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, quien sí parece haber entendido muy bien el sentido del discurso: ‘Musulmanes, cristianos, judíos, todos, si verdaderamente son seguidores de Dios, son partidarios de la paz, de la hermandad’.
En mi opinión, dos ideas transversales cruzan esta conferencia de pensamiento muy sólido, como es habitual en el teólogo Ratzinger: No actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios y, derivadamente, actuar violentamente en nombre de Dios es contrario a la verdadera naturaleza divina. Incuestionable teológicamente. Quizá el único error imputable a la conferencia, pero menor y discutible, sea la consideración de la sura 2,256 como «una de las suras del periodo inicial en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado», cuando los especialistas suelen considerar esta sura del periodo de Medina y no del de la Meca al que implícitamente alude el Papa. Pero la acusación principal contra el discurso, dejando aparte absurdas imputaciones de ser una llamada a una nueva cruzada, fue la de su profundo desconocimiento del Islam al identificar la ‘yihad’ con la ‘guerra santa’.
¿Es realmente un error semejante identificación? Conviene señalar que traducciones recientes del Corán nada sospechosas de filo-occidentalismo, como la de Muhammad Asad, ‘El Mensaje del Qur’an. Traducción del árabe y comentarios’, (traducción española de Abdurrasak Pérez), Junta Islámica, Córdoba 2001, utilizan la expresión «yihad o guerra santa», si bien en este caso únicamente entendida como guerra defensiva. En un sentido estricto, el concepto de ‘guerra santa’ como tal se remonta a la cultura griega y fue utilizado por Tucídides en el siglo V a. C. para denominar ‘guerras santas’ (hieroi polemoi) a las guerras entabladas por la anfictionía de Delfos contra los violadores de los lugares sagrados de Apolo (Tucídides, ‘Guerra del Peloponeso’, I, 112).
En la Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento, el término no aparece propiamente como tal, pero nadie puede negar que la conquista de la Tierra Prometida por parte de Israel y las denominadas «guerras de Yahvé» están claramente enmarcadas en lo que se entiende es una guerra santa. De igual modo que se entendieron así más tarde las Cruzadas cristianas, contraviniendo el sentido auténtico del mensaje y la vida de Jesús de Nazaret. Lo mismo ocurre con el concepto de ‘yihad’, el cual, según la mayoría de expertos, tiene el sentido originario de ‘esfuerzo’, un esfuerzo que no se reduce a la lucha espiritual interior sino que también incluye el sentido de esfuerzo en la batalla. Así lo explica uno de los mejores conocedores del Islam de nuestros días, Bernard Lewis, en su libro ‘El lenguaje político del Islam’ (original en inglés de 1988), Taurus, Madrid (2004) 123-124: «En uno de estos mandamientos se basa la noción de guerra santa, en el sentido de guerra ordenada por Dios. El término que se traduce así es ‘gihad’, palabra árabe con el significado de ‘esfuerzo’, ‘lucha’ o ‘batalla’. En el Corán, y aún más en las Tradiciones, seguida general, aunque no invariablemente, por las palabras «en la senda de Dios», se ha entendido como «hacer la guerra». Todas las grandes colecciones de hadites contienen una sección dedicada al ‘gihad’, en la que predomina el sentido militar. Lo mismo vale para los manuales clásicos sobre la ley de la ’sari’a’. Hubo quien afirmó que ‘gihad’ se debía entender en un sentido moral y espiritual más que militar. Estos argumentos fueron defendidos por los teólogos chiíes de la época clásica y con mayor frecuencia por los modernistas y reformistas de los siglos XIX y XX. Sin embargo, la inmensa mayoría de los teólogos, juristas y tradicionalistas clásicos entendieron la obligación del ‘gihad’ en un sentido militar y así lo han estudiado y expuesto».
Como sostienen muchos especialistas ante la evidencia de los acontecimientos históricos, no puede negarse que la ‘yihad’ puede invocar, al menos en cierta medida, al mismo Mahoma (él combatió en Badr y Umar, y ordenó asesinar a no pocos oponentes), y que, legitimada en un principio por la necesidad de defender a la comunidad musulmana de Medina y de recuperar la Meca, la ‘yihad’ no cesó al cumplirse rápidamente estos objetivos, sino que aumentó y se transformó en una guerra de conquista. Es obvio que hoy existen grupos terroristas islámicos que así la invocan y sería de agradecer que el islamismo moderado hiciera un esfuerzo mayor por deslegitimar, desde su misma fe, estas interpretaciones.
El necesario diálogo entre religiones debe serlo desde el respeto mutuo, y principalmente desde la razón y la irrenunciable defensa de los derechos humanos de todas las personas. Una razón, como dice el Papa en su conferencia de Ratisbona, no limitada a lo empíricamente verificable ni excluyente de las preguntas por la ética y la religión. Y en este sentido es necesario que todas las religiones hagan autocrítica (práctica que unas ejercen más que otras) y reconozcan su debe y su haber en el compromiso por la dignidad del ser humano. En el caso de los textos fundacionales y sagrados de las grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e Islam) es evidente que en ellos, de una manera u otra, la violencia está presente y justificada en nombre de Dios.
Estas tres religiones han sido puestas bajo sospecha porque su pretensión de poseer y de universalizar la verdad absoluta revelada por la divinidad habría propiciado la intolerancia e incluso la violencia hacia aquellas formas de pensamiento que no se ajustaran a dicha verdad. Y, hay que reconocerlo, esto ha sido cierto, en mayor o menor medida según casos, a lo largo de la Historia. Conviene, por tanto, que las religiones, cada una en la medida en que le corresponda, hagan autocrítica de esta realidad, así como reconocer que en sus distintos libros sagrados se encuentran justificadas muchas formas de violencia que deberían ser hoy superadas. Lo que no es admisible, como sucede en ocasiones, es buscar interpretaciones eufemísticas o traducciones forzadas de textos que relativizan, por no decir niegan, la existencia de dicha violencia. La lectura histórico-crítica de todo libro considerado sagrado (lo que no significa renunciar a su consideración de libro inspirado), en particular de sus tradiciones violentas, es necesaria para evitar toda forma de religión degenerada o morbosa. Pero esta lectura histórico-crítica, a la que el cristianismo (salvo excepciones sectarias), forzado en parte por la Ilustración, ya ha llegado hace tiempo, se hace imposible cuando el libro sagrado se entiende como una revelación directa de la divinidad dada de una vez y para siempre, y para todos los órdenes de la vida, sin distinción entre el mundo secular y el religioso. Y ésta es una cuestión que el Islam deberá resolver tarde o temprano, lo que no significa que renuncie a sus incuestionables valores ni que deba asimilarse, sin más, a una cultura occidental que muchas veces desconfía o reniega de Dios.
Este esfuerzo de autocrítica y racionalidad por parte de todas las religiones sería una lección también para muchas ideologías y partidos políticos excesivamente satisfechos de sí mismos, cuya historia está, sin embargo, en ocasiones manchada de sangre y de ignominia. Una lección de la que todos deberíamos aprender.
El teólogo y el estadista/Predrag Matvejevic, escritor croata, profesor de Estudios Eslavos en la Universidad de Roma
Tomado de EL PAÍS, 24/09/20006.
Nadie es perfecto, se dice banalmente. Cada uno de nosotros, pobre siervo o gran príncipe, simple creyente o soberano Pontífice, puede cometer, se nos repite, un error, es decir, un pecado venial o grave. Errare humanum est nos enseñaban nuestros profesores de latín. ¿Puede entonces hablarse de una metedura de pata de su santidad Benedicto XVI sin por ello tener la menor intención de disminuir su importancia como eminente teólogo e importante hombre de la Iglesia?
Las consecuencias de nuestros fallos son muy diferentes según las circunstancias. Dependen de nuestra condición, de la influencia que podamos ejercer, de la audiencia que tengamos. Y las palabras de un Papa son de las que se escuchan; sobre todo, cuando tienen una connotación polémica. Conmueven a los espíritus o inspiran a las almas. Su eco repercute y a menudo se refuerza o, según las circunstancias, incluso se deforma.
Eso es lo que ha ocurrido con los fragmentos de una conferencia que el papa Benedicto XVI pronunció en la Universidad de Ratisbona, en Alemania, el 12 de septiembre de 2006.
Nos parece que en esta ocasión el soberano Pontífice de algún modo se había olvidado de lo que es ahora al volver a encontrarse con su antiguo papel de profesor de Teología, brillante y escuchado por sus simpatizantes, provisto de toda suerte de referencias y citas. Sin tener en cuenta la púrpura que hoy le reviste y el peso que tiene un discurso del sucesor de San Pedro, no sólo en el mundo católico, sino también en las contradicciones de nuestro mundo común. No le hubiera ocurrido algo semejante a su predecesor Juan Pablo II. Karol Wojtyla había aprendido en la Europa del Este a comportarse en las situaciones más ambiguas y más graves, y ello en un momento en que la Iglesia pasaba por pruebas difíciles. Había adquirido una vasta cultura política que tenía en cuenta las circunstancias ambientales con más cuidado e incluso con circunspección. Esa es quizá la gran diferencia entre el Papa desaparecido y el que le ha sustituido.
Se puede temer que el gesto que algunos califican de inútil y perjudicial, si no de irreflexivo y sorprendente, perjudique a la búsqueda del diálogo que había perseguido con tanta energía y empeño Karol Wojtyla. Nadie puede dudar de la gran cultura teológica de Joseph Ratzinger. Su pensamiento tenía a menudo el aire de un discurso al que la gran filosofía alemana y sus síntesis no eran en absoluto ajenas. Su rostro, y especialmente su mirada, revelan una inspiración profunda y una bondad de alma indiscutible. Sólo una vez he podido tener un encuentro indirecto con él, en Dibattito sul laicismo (Debate sobre el laicismo), libro con textos recopilados y editados por Eugenio Scalfari para La Repubblica. Probablemente, él mismo sugirió a Juan Pablo II, entre otras cosas, la idea de una “laicidad justa” (laicità giusta), opuesta al laicismo primario. “La laicidad justa es la libertad de la religión. El Estado no impone una religión, sino que da libre espacio a las religiones con una responsabilidad hacia la sociedad civil y, por lo tanto, permite a estas religiones ser factores en la construcción de la vida social” (op. Cit. página 167). ¿Qué más se le puede pedir a un soberano Pontífice de nuestro siglo? Las mentes sagaces a veces reconocían en la voz fuerte de Juan Pablo II la inflexión del acento de aquel que guió durante su pontificado la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Y después de todo eso, en un momento en que su mirada se había detenido en las fronteras de su entorno familiar, en el seno de su país, prevaleció el profesor Ratzinger sobre el teólogo y el teórico sobre el soberano Pontífice. Muchos de nosotros hemos conocido momentos semejantes. El error del Papa -y que se me perdonen el llamarlo metedura de pata- llega en un momento en que el mundo islámico sigue profundamente afectado por las guerras de Afganistán e Irak, y en que la herida de Líbano todavía no ha cicatrizado. Aún más, el gesto y las palabras parecen sostener de alguna manera la política de George Bush, justamente cuando ésta, por fin, empieza a ser rechazada en los mismos Estados Unidos.
Hay errores cuyas consecuencias son tales que para repararlos se necesita mucho tiempo, a veces toda una época.

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