3 dic 2006

Giddens comenta sobre Ségolne Royal

  • Coronar todas las cumbres/Anthony Giddens, sociólogo británico y autor de La tercera vía: la renovación de la socialdemocracia.
Traducción de Jesús Cuéllar; tomado de EL PAÍS, 03/12/2006):

Ségolène Royal, la candidata socialista a la presidencia de la República Francesa, tiene tres cumbres que coronar. Por el bien de Francia y de Europa -al resto del continente le interesa que Francia goce de salud y prosperidad- esperemos que tenga la energía de un escalador en sus movimientos por los Alpes políticos.

La primera de esas montañas es Nicolas Sarkozy, su probable adversario en la derecha. Sarkozy es un adversario temible, aunque propenso a meter la pata, pero supongamos que Royal llegue a presidenta. Yo recibiría de buen grado ese resultado. Sería la primera mujer en el cargo y aportaría un nuevo estilo a una presidencia que desde hace tiempo ocupan personajes conocidos por su aristocrática forma de desempeñarla. Como política de izquierdas, no sólo concedería atención a la mejora de la titubeante situación económica de Francia, sino que trataría de impedir que sigan aumentando las desigualdades existentes en el país.

No obstante, este resultado sólo será posible si se calza los crampones y escala dos cimas aún más empinadas: ¿cómo desarrollar políticas que aborden realmente los arraigados problemas a los que tiene que enfrentarse Francia?; ¿y cómo mantener unida a su propia coalición, trufada de considerables diferencias ideológicas?
Puede que tenga dificultades para presentar un frente unido ante los comicios, pero, de hecho, ésta es la parte sencilla. Más difícil lo tendrá cuando tenga que cambiar realmente las políticas. Hasta ahora, las iniciativas de su programa apenas se han desarrollado, casi todo es retórica.

En ocasiones Royal se ha referido con admiración a Tony Blair, algo que constituye una especie de herejía para la izquierda francesa, que en su mayoría piensa que Blair está sometido a los dictados del mercado y que no es en absoluto socialista. Pero Royal debería reconocer que, pese a lo que digan muchos observadores, las victorias electorales de Blair no sólo han tenido que ver con su atractivo personal.
Blair ha logrado lo que Royal también debería conseguir. En esencia, el Nuevo Laborismo nunca fue un giro sin sustancia, sino que contaba con un sólido programa de políticas, basado en el análisis de un mundo en proceso de cambio y, sobre todo, del impacto de la globalización. Además, Blair consiguió aunar a gran parte de su partido en torno a este programa, que, a pesar de las disidencias, sigue vigente.

Francia es un ejemplo de lo que se podría llamar “sociedad bloqueada”. Es un país replegado sobre sí mismo. En gran medida, la labor de Royal será abrirlo de nuevo, y no será fácil. En los últimos sondeos, menos del 10% de los franceses considera positiva la globalización, lo cual arroja un porcentaje mucho menor que en cualquier otro país de la Unión Europea. Pero Francia no es un país inmutable, algunas de sus principales empresas, como Danon, se han hecho globales y han demostrado ser capaces de responder con eficacia a las demandas del nuevo mercado mundial.
Sin embargo, a la clase política, de ambos lados del arco ideológico francés, le cuesta mucho más asumir los cambios. Los Gobiernos de Lionel Jospin y Jacques Chirac tienen algo en común: ninguno ha sido capaz de hacer una mella apreciable en los enormes problemas socioeconómicos a los que se enfrenta Francia. El desempleo sigue empeñado en mantenerse; el paro juvenil y el de larga duración son especialmente elevados; sólo el 63% de la población activa trabaja, frente a bastante más del 70% en países con mejor situación, como Suecia, Dinamarca y el Reino Unido. La consecuencia es que el sistema de bienestar francés es insostenible, incluso a corto plazo.
Royal se ha pronunciado en contra de la semana laboral de 35 horas. Ha reconocido que hay que ocuparse aquí y ahora de la delincuencia y de los disturbios sociales, y, para lidiar con los delincuentes más empedernidos, propugna la introducción de servicios comunitarios y de escuelas para padres y madres. Al mismo tiempo, ha defendido los derechos de las mujeres y de los niños y ha señalado que está a favor de legalizar los matrimonios homosexuales y su derecho a la adopción. Sin embargo, apenas hay indicios de que exista un programa económico coherente. Al igual que Sarkozy, Royal habla de la necesidad de romper con el “estilo francés”, pero también de la necesidad de proteger los empleos y de incrementar la seguridad frente a la globalización.

No estoy sugiriendo que Royal ni ningún otro aspirante de centro-izquierda deba copiar el programa del Nuevo Laborismo. La historia y las necesidades de Francia y el Reino Unido son bastante diferentes. El Reino Unido se está recuperando de 18 años de thatcherismo, durante los cuales los servicios públicos fueron abandonados. Por otra parte, la situación económica del país y su creación de empleo mejoraron durante la época de Thatcher.
Royal, no obstante, puede aprender de algunas de las políticas laboristas más exitosas, y también de las de Gobiernos de centro-izquierda de otros países.
Francia necesita remodelar su sistema asistencial, reformar los mercados de trabajo para ayudar a que se genere más empleo, aprobar medidas de apoyo a las pequeñas empresas y, sobre todo, reformar el Estado. En cuanto al mercado laboral francés, lo que hay que erradicar es su propia fragmentación, porque es económicamente ineficiente y hostil a la justicia social. Como demuestra la experiencia, no sólo del Reino Unido sino de los países escandinavos, el único principio compatible con esos dos objetivos es “proteger al trabajador, no el puesto de trabajo”.
La principal dificultad es que esas políticas serán profundamente impopulares entre ciertos sectores de la coalición que Royal necesita mantener unida. Los intereses creados de algunos grupos, sobre todo de los sindicatos, que pretenden proteger los privilegios de los trabajadores con empleo estable, tienen un gran apoyo entre muchas personas de izquierda. Los desempleados, los jóvenes y las minorías -los que en realidad sufren las inseguridades de la sociedad francesa- carecen de representación organizada. Pero si no se mejoran sus condiciones de vida, no podrá haber un programa de izquierdas coherente.
Royal no sólo tendrá que coronar sus cumbres, sino sortear los campos de minas que le aguardan en su ascenso.

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