18 jun 2007

Vargas Llosa y el socialismo del siglo XXI

Socialismo del siglo XXI/Mario Vargas Llosa
Tomado de EL PAÍS, 17/06/2007;
A diferencia de lo que ocurre en otros países, donde la prensa escrita pierde lectores y publicidad, y por lo mismo se empobrece, en Brasil parece gozar de muy buena salud. Es la impresión que saco de una intensa semana pasada en ese país, en Río de Janeiro y São Paulo (con una rápida escapada al pequeño paraíso de Buzios), en la que, fiel a mi vocación inveterada de lector de periódicos, me he desayunado cada día sumergido en las abundantes páginas de O Globo, O Estado de São Paulo y A Folha de São Paulo, los tres principales diarios del país.
Excelentes, los tres. Bien escritos y mejor diagramados, con una rica información local e internacional, buenos columnistas, escaso amarillismo y mínima chismografía. Lo único lamentable es el poco espacio dedicado a la cultura de que adolecen los tres, pero ya sabemos que eso es, hoy, una enfermedad planetaria.
La prensa brasileña, escrita y audiovisual, ha reaccionado con gran energía, condenando de manera severísima el cierre de Radio Caracas Televisión por el aprendiz de dictador venezolano, comandante Hugo Chávez. Hasta el Senado brasileño hizo lo mismo en un gesto que lo enaltece, sobre todo considerando los remilgos y silencios cobardes de los otros parlamentos latinoamericanos frente al atropello cometido por Chávez en su designio de acabar con el pluralismo informativo y la libertad de expresión en Venezuela. Penoso, eso sí, el apoyo que recibió Chávez del Presidente Lula, quien justificó la clausura de RCTV, para no desencadenar las iras del caudillo venezolano, por lo que, afortunadamente, ha recibido de la prensa brasileña muchas y muy justas recriminaciones. Por lo demás, no existe el menor peligro de que Lula imite a Hugo Chávez: aunque le mande besos volados y simule a veces apoyarlo, su política está en las antípodas del estatismo y el colectivismo económico que el destemplado comandante aplica en su país, decidido por lo visto a producir en Venezuela una catástrofe económica e institucional semejante a la que causó en el Perú el general Juan Velasco Alvarado, otro de los mentores y modelos de Hugo Chávez, además de Fidel Castro.
Lula ha optado por un socialismo moderno, a la europea, es decir por un socialismo que de tal sólo tiene el nombre, pues apoya la inversión extranjera y el mercado, la apertura económica y la empresa privada y por eso los empresarios brasileños están felices con él: saben que sus declaraciones esporádicas de simpatía hacia Chávez son meras concesiones retóricas a la izquierda radical para tratar de aplacarla, sin el menor éxito por lo demás, pues ésta lo ataca ya como un traidor a la revolución. Vaya paradojas del tiempo en que vivimos: Lula, campeón del capitalismo para una derecha económica brasileña que ve en el antiguo sindicalista la mejor defensa contra el “socialismo del siglo XXI” que propone Hugo Chávez.
El último número del semanario Veja -que tira un millón doscientos mil ejemplares de cada número- contiene una excelente investigación realizada por la revista sobre este “socialismo del siglo XXI” que se ha inventado el comandante Hugo Chávez y que, a golpe de petrodólares, se empeña en diseminar por toda la región. El reportaje, que firma el periodista Duda Teixeira quien ha verificado sus datos sobre el terreno, no tiene desperdicio. Algunos ejemplos muestran la velocidad y obscenidad con que los más estrechos colaboradores políticos del caudillo-paracaidista se han enriquecido en el poder. El psiquiatra Jorge Rodríguez, vicepresidente nombrado por Chávez, es dueño de un lujoso hotel, en la isla Margarita, el principal balneario del país. Adán Chávez, hermano del presidente y ministro de Educación, es dueño de una empresa propietaria de 1.600 camiones y barcos de pesca, y don Eudomario Carrujo, director financiero de la poderosa PDVSA, la compañía petrolera estatal, posee una flota privada de quince automóviles de lujo, entre ellos un Hummer H2, que vale cien mil dólares. Este último vehículo es el preferido de los funcionarioschavistas, según confesaron a Veja los distribuidores de automóviles en Caracas. Y uno de los principales corifeos del “socialismo del siglo XXI”, el gobernador chavista de Carabobo, Luis Acosta Carlez, lo proclamó en la televisión sin el menor rubor: “¿Por qué nosotros, los revolucionarios, no tendríamos el derecho de tener una camioneta Hummer H2″ En efecto ¿por qué no? ¿Acaso el Presidente Brejnev, de la URSS, no tenía el hobby de coleccionar Mercedes Benz?
No sólo los coches de lujo son una de las debilidades de la actual nomenclatura venezolana. Otra es Miami y sus shopping centers, cabarets y hoteles de lujo. En esto, dice el periodista de Veja, con mucha gracia, Hugo Chávez ha conseguido igualar ya a su héroe epónimo Fidel Castro: como los cubanos, todos los venezolanos sueñan ahora con escapar a los Estados Unidos. La diferencia está en que los altos funcionaros chavistas sí pueden hacerlo. Como no está bien visto que vayan a gastarse sus petrodólares en el imperio contra el que su jefe y caudillo despotrica día y noche, se valen de picardías y pillerías que el informe de Veja refiere con lujo de detalles. Como tener dos pasaportes -uno sólo para los viajes a Estados Unidos- o arrancar las páginas con los sellos de entrada al infierno imperialista.
El “socialismo del siglo XXI” consiste también en un desaforado mercantilismo. En la Venezuela de hoy se puede ser -todavía- un exitoso capitalista, a condición de ser un chavista servil. Como la transparencia se evaporó con la instalación del régimen, las concesiones, licitaciones y contratos estatales se otorgan a dedo, y, algunas veces, mediante subastas o concursos amañados. El criterio político prevalece siempre, de acuerdo a la antigua ley de hierro de las dictaduras tercermundistas: “Para los amigos, todos los favores; para los enemigos, la ley”.
Como, gracias a la política chavista, la producción industrial se desplomó, la importación de artículos de primera necesidad es hoy un excelente negocio. Pero, para conseguir los dólares necesarios, el importador debe estar en muy buenas relaciones con el Gobierno, pues para eso mismo se estableció el control de cambios, instrumento de coerción y de soborno tradicional de los gobiernos “nacionalistas” latinoamericanos.
El reportaje de Veja, pese a la pavorosa realidad de corrupción, amiguismo, demagogia y autoritarismo que describe, no es totalmente pesimista. Por una parte, confirma algo que yo sospechaba, al ver la valerosa manera como la oposición venezolana se movilizó contra el cierre de Radio Caracas Televisión. Que, esta vez, el caudillo venezolano ha dado un paso en falso y el pueblo venezolano ha comenzado a abrir los ojos frente al monstruo que ha creado, dando su confianza y sus votos a un demagogo que puede llevar el país a la ruina y a una dictadura totalitaria. Las encuestas que transcribe Veja del Instituto Hinterlaces, de Caracas, son elocuentes: 78% de los venezolanos reprueban el anti-norteamericanismo de Chávez; 85% condenan el financiamiento político a otros países; 86% no quieren un socialismo a la cubana y el 86% están contra la confiscación de propiedades privadas. Más aún: el cuarenta por ciento de los venezolanos que votaron por Chávez en las elecciones de diciembre pasado declaran que hoy votarían contra él.
Todavía hay, pues, esperanzas para Venezuela. Y podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que el “socialismo del siglo XXI”, hechura del espadón matonesco pasará pronto, como una patraña más, de esas dictaduras esperpénticas de que está constelada la historia latinoamericana.
¿Qué llevó a millones de venezolanos a votar tantas veces en los últimos años a favor de Hugo Chávez? La corrupción que corroía a la democracia y la incapacidad de ésta para reducir la pobreza y las inicuas desigualdades sociales. Pero, en vez de optar por una alternativa libertadora, se pusieron la soga al cuello apoyando una política que ha triplicado en cinco años la criminalidad en el país, disparado la inflación, derrocha los recursos públicos financiando el extremismo marxista en todo el continente y manteniendo vivo al semi cadáver cubano. Pero, sobre todo, a un régimen que ha añadido nuevas y más perniciosas formas de corrupción a las varias que el país arrastraba. Ahora, el comandante Chávez sabe que su impopularidad crece cada día y por eso se apresura a cerrar los escasos espacios que quedan en Venezuela para denunciar sus atropellos. Lo ocurrido con RCTV es sólo el comienzo de un proceso que, como en Cuba, acabará por poner todos los medios de comunicación venezolanos bajo el control del Estado, salvo, tal vez, dos o tres excepciones, empresas supuestamente independientes -parece ser el caso de Venevisión a juzgar por su ominoso silencio frente a la clausura de RTCV- para mantener la farsa del pluralismo informativo. Pero, a juzgar por la gallarda reacción que esta medida ha provocado en el medio estudiantil y popular que antes apoyaba al régimen, este episodio podría ser también el principio del fin de la revolución chavista.

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