Venezuela: cuando el silencio conspira contra las demcracias/Alejandro Toledo, ex presidente del Perú
Tomado de ABC, 09/06/2007;
La democracia política sólo podrá enraizarse en América Latina cuando esté acompañada de la democracia económica y social. Estas tres, cuando aterrizan en el campo de las acciones concretas a nivel micro, sí pueden ser capaces de lograr crecimientos económicos sostenidos, eliminar los altos niveles de pobreza, desigualdades y exclusiones que enfrenta nuestra región.
El ruido de las calles y la impaciencia de los estómagos latinoamericanos exigen que, más allá del «chorreo» del crecimiento, estas democracias entreguen deliberadamente resultados tangibles para todos (empleo digno, salud y educación de calidad, etc.), comenzando con esos ciento diez millones de mujeres y hombres atrapados por el hambre, que en estos mismos momentos tratan de sobrevivir con menos de un dólar al día. Esto es necesario decirlo en voz alta y sin la complicidad del silencio.
Las evidencias del mundo democrático muestran con claridad que, para producir estos resultados urgentes, hay que trabajar simultáneamente en el fortalecimiento de las instituciones democráticas, que éstas funcionen con independencia; en el respeto absoluto a los derechos humanos; que los gobernantes rindan cuentas de sus decisiones y que se tenga un absoluto respeto por la libertad de expresión y de prensa.
Cuando se acalla una voz, todos enmudecemos. Cuando se mutila un pensamiento crítico, todos perdemos un poco de conciencia. Y cuando se cierra un espacio de expresión de las ideas, de alguna manera todos terminamos encerrados en las mazmorras de las dictaduras. Algo de eso está ocurriendo en esa Venezuela que queremos y que la reconocemos como parte intrínseca de la gran patria latinoamericana. El autoritarismo populista nos quiere convertir a los iberoamericanos en ciudadanos del silencio. Eso no lo podemos permitir, porque la mordaza es la partida de nacimiento del autoritarismo populista.
Hoy, la conciencia democrática de América está más vigilante que nunca. Y si acaso sea necesario volver a alzar nuestra voz caminando con firmeza en las calles para impedir el triunfo de las fuerzas que buscan imponer el silencio, lo haremos todos juntos, en solidaridad continental, juntando voces de todas las sangres y colores.
Tenemos que estar alertas. Cuando se prohíbe la palabra en alguno de nuestros países, la tentación del silencio puede propagarse en otros territorios, sobre todo en aquellos líderes que buscan estar permanentemente entretenidos por los halagos de las ilusiones estadísticas pasajeras.
Hoy, los ciudadanos libres de la Venezuela hermana están precisamente en las calles, enfrentando a las fuerzas represivas, y son los estudiantes los que enarbolan las banderas de la libertad y los que, con coraje y generosidad, rehúsan hipotecar el futuro, aceptando el silencio del presente.
El presidente Hugo Chávez se ha convertido en nuestro continente en una figura desestabilizadora que silencia a los que piensan diferente y sólo vive para escuchar su propia voz, ver su propia imagen multiplicada mil veces en las cadenas de televisión que controla y dirige. Ignora que la verdadera revolución de nuestra época consiste precisamente en escuchar la voz del otro, no en acallarla a punta de represiones o decretos supremos.
El enemigo común de toda la gran patria latinoamericana es la pobreza, la desigualdad y la exclusión, y no los pensamientos disidentes. El hambre no se combate cercenando ideas opositoras. El desempleo no desaparecerá de nuestras naciones exiliando a todos los que piensan distinto a nosotros. No hay pan sin libertad, no hay patria sin democracia.
El cierre de RCTV no puede dejarnos indiferentes. Ni tampoco las amenazas de cerrar a otros medios que formulan opiniones distintas. Los que hemos luchado en las calles para conquistar la democracia o aquellos que nos hemos jugado enteros en defensa de los derechos humanos, no podemos ser indiferentes. Los que enfrentamos a los autoritarismos, hoy estamos otra vez de pie, convocando a la solidaridad continental.
Doy testimonio personal que para recuperar la democracia es indispensable el apoyo solidario y sin ambigüedades de las naciones democráticas y de los propios medios de comunicación del mundo.
Por eso, debemos exigir a todas las fuerzas democráticas iberoamericanas enarbolar la defensa de la democracia en el continente y el respeto escrupuloso a la Carta Democrática Interamericana, que en su artículo cuarto demanda a sus estados miembros «el respeto por los derechos sociales y la libertad de expresión y de prensa».
Soy respetuoso de las decisiones internas de cada país en nuestra región. Sin embargo, porque sé que la democracia no tiene fronteras -asi como los derechos humanos y la libertad de expresión tampoco tienen color-, digo con claridad que no hay espacio para la ambigüedad frente a este atropello contra la libertad de expresión en Venezuela o en cualquier otro lugar de la región.
Los latinoamericanos esperan que sus jefes de estado, sus parlamentos, sus fuerzas políticas, la sociedad civil, y las propias organizaciones gremiales de los medios de comunicación, se pronuncien claramente en contra de esta grave violación de uno de los componentes esenciales de toda democracia: el derecho a pensar distinto. Cuidado, el silencio o la ambigüedad pueden ser una señal de complicidad.
Al compartir con ustedes mis convicciones democráticas y de justicia social, lo hago en ejercicio de mi derecho democrático como ciudadano de América Latina. Y con ellas, no ofendo ni insulto a nadie. Más aún, siempre seré respetuoso de aquellas opiniones distintas a las mías, pero jamás estaré de acuerdo con aquellos que prefieren el silencio en lugar de la palabra, la mudez en lugar de las voces disonantes.
Aquellos que amamos la libertad, estamos listos para impulsar cualquier jornada en solidaridad con el pueblo venezolano. Y en ese empeño, espero que tú también estés conmigo.
Por Alejandro Toledo, ex presidente del Perú (ABC, 09/06/07): La democracia política sólo podrá enraizarse en América Latina cuando esté acompañada de la democracia económica y social. Estas tres, cuando aterrizan en el campo de las acciones concretas a nivel micro, sí pueden ser capaces de lograr crecimientos económicos sostenidos, eliminar los altos niveles de pobreza, desigualdades y exclusiones que enfrenta nuestra región. El ruido de las calles y la impaciencia de los estómagos latinoamericanos exigen que, más allá del «chorreo» del crecimiento, estas democracias entreguen deliberadamente resultados tangibles para todos (empleo digno, salud y educación de calidad, etc.), comenzando con esos ciento diez millones de mujeres y hombres atrapados por el hambre, que en estos mismos momentos tratan de sobrevivir con menos de un dólar al día. Esto es necesario decirlo en voz alta y sin la complicidad del silencio. Las evidencias del mundo democrático muestran con claridad que, para producir estos resultados urgentes, hay que trabajar simultáneamente en el fortalecimiento de las instituciones democráticas, que éstas funcionen con independencia; en el respeto absoluto a los derechos humanos; que los gobernantes rindan cuentas de sus decisiones y que se tenga un absoluto respeto por la libertad de expresión y de prensa. Cuando se acalla una voz, todos enmudecemos. Cuando se mutila un pensamiento crítico, todos perdemos un poco de conciencia. Y cuando se cierra un espacio de expresión de las ideas, de alguna manera todos terminamos encerrados en las mazmorras de las dictaduras. Algo de eso está ocurriendo en esa Venezuela que queremos y que la reconocemos como parte intrínseca de la gran patria latinoamericana. El autoritarismo populista nos quiere convertir a los iberoamericanos en ciudadanos del silencio. Eso no lo podemos permitir, porque la mordaza es la partida de nacimiento del autoritarismo populista. Hoy, la conciencia democrática de América está más vigilante que nunca. Y si acaso sea necesario volver a alzar nuestra voz caminando con firmeza en las calles para impedir el triunfo de las fuerzas que buscan imponer el silencio, lo haremos todos juntos, en solidaridad continental, juntando voces de todas las sangres y colores. Tenemos que estar alertas. Cuando se prohíbe la palabra en alguno de nuestros países, la tentación del silencio puede propagarse en otros territorios, sobre todo en aquellos líderes que buscan estar permanentemente entretenidos por los halagos de las ilusiones estadísticas pasajeras. Hoy, los ciudadanos libres de la Venezuela hermana están precisamente en las calles, enfrentando a las fuerzas represivas, y son los estudiantes los que enarbolan las banderas de la libertad y los que, con coraje y generosidad, rehúsan hipotecar el futuro, aceptando el silencio del presente. El presidente Hugo Chávez se ha convertido en nuestro continente en una figura desestabilizadora que silencia a los que piensan diferente y sólo vive para escuchar su propia voz, ver su propia imagen multiplicada mil veces en las cadenas de televisión que controla y dirige. Ignora que la verdadera revolución de nuestra época consiste precisamente en escuchar la voz del otro, no en acallarla a punta de represiones o decretos supremos. El enemigo común de toda la gran patria latinoamericana es la pobreza, la desigualdad y la exclusión, y no los pensamientos disidentes. El hambre no se combate cercenando ideas opositoras. El desempleo no desaparecerá de nuestras naciones exiliando a todos los que piensan distinto a nosotros. No hay pan sin libertad, no hay patria sin democracia. El cierre de RCTV no puede dejarnos indiferentes. Ni tampoco las amenazas de cerrar a otros medios que formulan opiniones distintas. Los que hemos luchado en las calles para conquistar la democracia o aquellos que nos hemos jugado enteros en defensa de los derechos humanos, no podemos ser indiferentes. Los que enfrentamos a los autoritarismos, hoy estamos otra vez de pie, convocando a la solidaridad continental. Doy testimonio personal que para recuperar la democracia es indispensable el apoyo solidario y sin ambigüedades de las naciones democráticas y de los propios medios de comunicación del mundo. Por eso, debemos exigir a todas las fuerzas democráticas iberoamericanas enarbolar la defensa de la democracia en el continente y el respeto escrupuloso a la Carta Democrática Interamericana, que en su artículo cuarto demanda a sus estados miembros «el respeto por los derechos sociales y la libertad de expresión y de prensa». Soy respetuoso de las decisiones internas de cada país en nuestra región. Sin embargo, porque sé que la democracia no tiene fronteras -asi como los derechos humanos y la libertad de expresión tampoco tienen color-, digo con claridad que no hay espacio para la ambigüedad frente a este atropello contra la libertad de expresión en Venezuela o en cualquier otro lugar de la región. Los latinoamericanos esperan que sus jefes de estado, sus parlamentos, sus fuerzas políticas, la sociedad civil, y las propias organizaciones gremiales de los medios de comunicación, se pronuncien claramente en contra de esta grave violación de uno de los componentes esenciales de toda democracia: el derecho a pensar distinto. Cuidado, el silencio o la ambigüedad pueden ser una señal de complicidad. Al compartir con ustedes mis convicciones democráticas y de justicia social, lo hago en ejercicio de mi derecho democrático como ciudadano de América Latina. Y con ellas, no ofendo ni insulto a nadie. Más aún, siempre seré respetuoso de aquellas opiniones distintas a las mías, pero jamás estaré de acuerdo con aquellos que prefieren el silencio en lugar de la palabra, la mudez en lugar de las voces disonantes. Aquellos que amamos la libertad, estamos listos para impulsar cualquier jornada en solidaridad con el pueblo venezolano. Y en ese empeño, espero que tú también estés conmigo. "
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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