Columna Razones/ Jorge Fernández Menéndez
Chávez o la insoportable pesadez del dictador
Publicado en Excelsior, 12/11/2007;
Me tocó ver operar muy de cerca a Fidel Castro en las cumbres iberoamericanas de 1991 en Guadalajara y 1992 en Madrid, donde incluso pude entrevistarlo con amplitud. Tuvo, sobre todo en la segunda Cumbre, discusiones durísimas, especialmente con Felipe González, entonces presidente del Gobierno Español. Y mientras que en Guadalajara le fue bien, cobijado por el presidente Salinas, en Madrid salió muy mal parado. Es que, en Europa, Castro no despierta ni remotamente el entusiasmo que genera en algunos de nuestros políticos y sectores sociales. Pero no recuerdo que Castro perdiera nunca la perspectiva de que se trataba de un encuentro de jefes de Estado, de que rompiera las formas o insultara a alguien, incluso a algunos gobernantes que no tenían demasiadas credenciales democráticas consigo.
No simpatizo con Castro ni con su régimen, pero creo que, a lo largo de los años, ha sabido aceptar y moverse dentro de un esquema determinado de reglas del juego en el terreno internacional. Por eso, debido a simple comparación, se puede aquilatar el grado de autoritarismo y narcisismo que aqueja al presidente venezolano Hugo Chávez que, como lo que es, un golpista en funciones de gobierno, interrumpió una y otra vez a los demás mandatarios en la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile y terminó por sacar de quicio al rey Juan Carlos, de España, quien le exigió que se callara de una vez, y obligó a José Luis Rodríguez Zapatero a recordarle que se pueden tener diferencias muy profundas, pero no es posible admitir la falta de respeto a otros países y a sus mandatarios.
Todo venía por una sarta de tonterías dichas con la convicción de quien se ha acostumbrado a que nadie lo puede desmentir o confrontar, en la cual una y otra vez Chávez había calificado al ex mandatario español José María Aznar como fascista, que fue, finalmente, lo que hizo estallar a Juan Carlos.
Chávez después declaró que a él no lo podía callar nadie y que Juan Carlos sería muy rey pero él había sido elegido en tres ocasiones con 63% de los votos. En verdad, la forma en la que se llega al poder no determina que un gobernante sea o no democrático: Hitler llegó por la vía electoral, lo mismo que Mussolini (apoyados ambos en la violencia, como ha sucedido con Chávez, y prohibiendo progresivamente a cualquier oposición, según lo ha hecho el mandatario venezolano); otros gobernantes, tan populistas como autoritarios, por ejemplo, Juan Perón o Getulio Vargas, en Argentina y Brasil, respectivamente, también llegaron al poder por la vía electoral y nada de eso los hizo más democráticos. Por su parte, el rey Juan Carlos ha hecho una contribución a la democratización de su país, para alejar definitivamente el franquismo y, con miras a la consolidación de muchas democracias en América Latina, francamente notable: nadie en su sano juicio podría calificar como antidemocrático al jefe del Estado español. Tampoco a José María Aznar, aunque se tengan profundas diferencias con él y, mucho menos, calificarlo de fascista: Aznar fue un mandatario profundamente conservador, que apostó por una alianza con EU para Irak, pero no violó ninguno de los derechos consagrados en la Constitución española ni buscó jamás un mecanismo para perpetuarse en el poder indefinidamente.
Chávez representa todo lo contrario: llegó al poder luego de dos intentos de golpe de Estado, debido al fuerte deterioro de los dos principales partidos políticos venezolanos que, como en buena parte del continente, con sus errores y corrupciones, prácticamente destrozaron el sistema político de su país. Paradójicamente, fue llevado al poder por la derecha, que quería un militar que pusiera “orden”. Sus dos primeros años en el gobierno resultaron caóticos y desastrosos en lo económico y lo social. Un golpe de Estado en su contra fracasó, en buena medida porque, pese a las diferencias, la mayoría de las naciones latinoamericanas exigieron el respeto al sistema democrático, en forma destacada, en esos momentos, el gobierno de Vicente Fox. Pero cuando regresó a la presidencia, lo que hizo Chávez fue iniciar una escalada con el fin de aniquilar a toda la oposición, vulnerar la mayoría de las libertades y comenzar a “exportar” su revolución, apoyándose en los altos precios del crudo. Al mismo tiempo está financiando a Cuba más de lo que nunca lo pudo hacer la Unión Soviética y se ha comenzado a imaginar como el sucesor de Fidel Castro. Desde entonces, mantiene una política de intervención directa en los asuntos internos de los demás países, sobre todo de la región, expresada incluso en los planes de gobierno públicos. Así financió y logró colocar en el poder a Rafael Correa en Ecuador y a Evo Morales en Bolivia.
Pero el resto de la región, comenzando por los gobernantes de centroizquierda o socialdemócratas, han comenzado a hartarse de Chávez y de sus desplantes de dictador, así como de su abierta intervención en asuntos de otros países. Ninguno rechaza los petrodólares, pero la distancia política se mantiene con Michelle Bachelet, Lula da Silva, Tabaré Vázquez e incluso con Néstor Kirchner. Su relación con las FARC molesta profundamente en Colombia y, en el caso de España, a pesar de los coqueteos con Rodríguez Zapatero, basados en un intento de compras multimillonarias de armas, las cosas se han deteriorado enormemente, y más se van a deteriorar en el futuro. México acaba de salir de una crisis diplomática con Chávez, derivada en buena medida por el apoyo encubierto que éste brindó a López Obrador. El presidente Calderón planeaba reunirse con Chávez en la Cumbre de Santiago, pero las inundaciones de Tabasco le impidieron concurrir. No hay mal que por bien no venga: hubiera sido desagradable ver al presidente Calderón con el peor Chávez, saludándolo al mismo tiempo que éste lograba hartar a los mandatarios más democráticos de la región. Más temprano o más tarde, habrá que elegir con quién se quiere aparecer en la foto.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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