10 ene 2008

Mas comentarios sobre la salida de Aristegui

Tres opiniones: Musacchio; Zuckermann y Dreser.
¿Hacia una crisis en la radio?/Humberto MusacchioPublicado en Excelsior, 10-Ene-2008;La salida de Carmen Aristegui de W Radio priva a esa radiodifusora de una voz influyente, pero sobre todo deja a la sociedad mexicana sin un importante canal para expresar sus desacuerdos e inconformidades. Carmen es una comunicadora que seguramente resulta irritante para quienes están en el gobierno federal y para no pocos poderes fácticos, beneficiarios del desbarajuste en que se halla el país.
En buena política, es aconsejable no cerrar espacios a quienes disienten porque importa prestar oídos a los que saben decir no, a quienes expresan la irritación de amplias colectividades. Una sociedad sin respiraderos puede asfixiarse; una ciudadanía sin puntos de referencia comunes tiende a disgregarse, a negarse a sí misma y a quienes dicen representarla.
Se acusa a Televisa de la salida de Carmen Aristegui de W. Por supuesto que puede ser cierto si atendemos a la dilatada tradición de complicidades inconfesables entre los medios y el poder político y, sobre todo, si recordamos que la conveniencia de la televisión comercial ha estado siempre al lado del poder. Pero hasta ahora se trata solamente de una hipótesis.


Para empezar, porque las decisiones editoriales no están en manos de Televisa, consorcio al que pertenece W Radio, sino del grupo editor del diario madrileño El País. Por supuesto, el Grupo Prisa tiene fuertes intereses en México, pero por su diversidad de inversiones aquí y en otras partes y su capacidad de respuesta mediática en el ámbito internacional no se halla tan atado a los tradicionales lazos de conveniencia entre los medios mexicanos y el gobierno en turno y, lo más importante: dispone de una capacidad de maniobra que no tienen otros conglomerados de medios.
Lo anterior es válido pese a que la presencia del Grupo Prisa puede tildarse de ilegal, pues la ley previene que la propiedad de los medios debe ser sólo mexicana. Por eso, para darle vuelta a esa disposición e incorporar capital y firmas extranjeros a sus negocios, se ideó la figura de empresas operadoras de medios, lo que para el caso es lo mismo, pues son intereses foráneos los que determinan los contenidos y la orientación de las estaciones. Pero a nuestra clase política eso no parece importarle.
En realidad, la firma española ha mostrado inteligencia, pues por una parte permitía algunas expresiones no oficialistas y al mismo tiempo le había dado un jugoso empleo de 35 mil dólares mensuales al cuñado incómodo de Felipe Calderón, lo que sirve de amortiguador ante las reales o probables presiones gubernamentales, pues lo cierto es que el ocupante de Los Pinos debe a los empresarios españoles un favor que se renueva cada quincena.
Se especula que estamos ante un caso de censura e incluso de un atentado a la libre expresión. No lo ha confirmado la propia Carmen Aristegui y hace algunas semanas ya habían salido de W otros dos conductores de noticieros: Carlos Loret de Mola, que sigue trabajando en el Canal 2 de Televisa, y Ezra Shabot, a quien el PAN ha propuesto para presidir el IFE. Si hubo censura, por lo menos habría que coincidir en que se aplica contra todo el espectro ideológico.
Lo que parece ocurrir en W es algo que muy pronto veremos en otros consorcios de radio, varios de los cuales están penando porque desde hace años tienen egresos superiores a los ingresos y, ahora, privados por ley de la facturación por publicidad electoral, afrontan una perspectiva que no resulta halagüeña.
Hoy están pagando los costos de una política que les ha resultado ruinosa: embarcados desde hace años en una verdadera guerra por la audiencia de los noticieros, en la idea de que eso genera automáticamente más publicidad, han llegado a pagar cantidades de escándalo a conductores que en muy pocos casos tienen la rentabilidad que se les supone. Es el caso de muchos personajes con sueldos de cientos de miles o aun más de medio millón de pesos al mes, mientras que los reporteros y el personal de tropa ganan miserias, lo que explica la pobreza de la información y el hecho de que el conductor tenga que llenar su espacio, no con noticias, sino con comentarios y opiniones sobre el alza de la tortilla, el ADN o la fisión nuclear.
Por si algo faltara, en algunas radiodifusoras —no es el caso de W— se deja la venta de publicidad en manos de los conductores o no se fiscaliza con el indispensable celo el cobro a trasmano de entrevistas y comentarios gratos a políticos y empresarios. Muchos conductores tienen como exigencia contar con una redacción propia —era el caso de W—, lo que ocasiona una absurda duplicidad en los gastos.
En fin, que más allá de la muy lamentable salida de Carmen Aristegui y el costo que le representa a W en términos de credibilidad, tras de la puerta acechan numerosos problemas que los conglomerados de la radio tendrán que resolver. Todo indica que presenciaremos el abandono del modelo informativo, ya muy empobrecido, para volver a la payola y las intrascendencias de la peor radio comercial.
hum_mus@hotmail.com

Columna Juegos de Poder/Leo ZuckermannAristegui: interés comercial versus interés editorialMás allá de especulaciones en torno a la salida de Carmen Aristegui de W Radio, me parece que esta situación nos enseña, una vez más, la tensión que existe entre los intereses comerciales y los intereses editoriales en los medios de comunicación.
En México las estaciones de radio y televisión son negocios que tienen dueño (salvo las que pertenecen al Estado y que viven del subsidio de los contribuyentes). Y los empresarios tienen un interés comercial muy claro: ganar dinero. Es cierto que lo hacen porque explotan una concesión gubernamental. Los medios electrónicos, por sus características, son bienes públicos que son concesionados por el Estado a empresas privadas. A cambio de la concesión, el gobierno exige ciertas condiciones que otros negocios no tienen. Por ejemplo, a los concesionarios se les exige otorgar gratuitamente parte de su tiempo de transmisión para que el Estado difunda información de supuesto interés público. El concesionario está obligado a cumplir con estas condiciones pero, cumplidas éstas, tienen que ganar el mayor dinero posible sobre el capital invertido.
¿Cómo lo logran? Atrayendo audiencias con contenidos interesantes. A mayores índices de audiencia, mayores espacios comercializables y mayor la probabilidad de ganar dinero. Ese es el interés comercial de los dueños de los medios.
Del otro lado está el interés editorial en los espacios noticiosos. Los medios contratan a comunicadores para conducir sus noticieros. Estos conductores tienen su propio estilo, agenda temática y, por supuesto, corazoncito ideológico. Los hay de izquierda y de derecha; moderados y radicales; serios y amarillistas. A estos periodistas lo que les interesa es hacer el mejor periodismo posible, tirar a un presidente como lo hicieron Woodward y Bernstein en Estados Unidos, y no las utilidades de la estación.
Aristegui efectivamente había construido un magnífico noticiero, con duras historias e incisivas entrevistas. Un espacio indispensable para conocer los puntos de vista de la izquierda. Pero el problema, según los dueños, es que perdía dinero. Y, lógicamente, se cansaron de subsidiar a un noticiero, por más interesante que fuera.
En su columna de ayer, Francisco Garfias revela que, según los dueños de la W (Televisa y Prisa), el espacio de Aristegui “tenía números rojos, a pesar de una alta audiencia”. Y es que la periodista “no respetaba la disciplina comercial ni los cortes ni el manejo del reloj. Manejaba a su libre albedrío las cuatro horas que duraba su espacio, lo que complicaba la contratación de anuncios”. Según las revelaciones de Garfias, Aristegui se negó a someterse a la “disciplina comercial” que le proponían. No quiso arriesgar su modelo noticioso. Quizás haya tenido razón para que no le sucediera lo que ocurre en el noticiero radiofónico de Óscar Mario Beteta a quien le quitaron el control de los cortes comerciales y lo interrumpen de manera grosera. O quizá la periodista haya sentido que su política editorial se comprometía con el nuevo modelo que le planteaban.
Habrá muchos quienes duden de la versión de que la W perdía dinero y por eso salió Aristegui. La explicación, sin embargo, parece creíble en la medida en que la estación ha venido haciendo cambios importantes en su programación. Ya antes había sacado del aire otro noticiero atractivo, de línea editorial diferente, como era el de Ezra Shabot. Por su parte, Carlos Loret de Mola renunció y migró a Radio Fórmula. Era evidente que algo estaba pasando en la W. Y cuando estas cosas suceden es porque detrás hay malos resultados económicos.
En ocasiones el interés comercial de los dueños de los medios choca con el interés editorial de los periodistas que contratan. Me parece que esto pudo haber ocurrido con Aristegui: se enfrentaron ambos intereses, ambos legítimos. Y, como es sabido, mientras los medios sigan siendo negocios, los dueños llevan las de ganar.
Las cosas por su nombre/Denise Dresser
Publicado en Reforma, 10/01/200(,
En días recientes he pensado mucho en aquel poema de José Emilio Pacheco que dice: "no amo a mi patria. Su fulgor abstracto es inasible. Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques, desiertos, fortalezas, una ciudad desecha, gris monstruosa, varias figuras de su historia, montañas -y tres o cuatro ríos". José Emilio tiene su lista de lo mejor de México y yo la mía; esa lista que es combustible y motor, estandarte y bandera. Esa enumeración para seguir creyendo que lo difícil se hace con rapidez pero lo imposible toma un poco más de tiempo. Las razones por las cuales vale la pena no perder la fe en este país maltrecho y abandonar la lucha compartida por cambiar su faz. Y entre esos motivos, la sonrisa de Carmen Aristegui.
Esa sonrisa franca, abierta, luminosa, fresca, generosa. La sonrisa de alguien que entiende al periodismo como profesión enraizada en una posición moral. De alguien que mira a México tal como es y no puede evitar juzgarlo. De alguien abocada a construir un país donde también quepan los pobres. De alguien convencida de que la libertad existe, aunque tantos se empeñen en coartarla. Escéptica ante la autoridad, insaciable ante la información, imbuida por las ganas de empujar los límites de lo posible, comprometida con llevar la nota hasta sus últimas consecuencias, defensora del debate en todas sus formas. Empeñada en confrontar al poder con la verdad.
Y obsesionada con llamar a las cosas por su nombre. Marcial Maciel, pederasta. Mario Marín, confabulado. Arturo Montiel, corrupto. Elección del 2006, polarizante. Ley Televisa, vergonzosa. Suprema Corte, inconsistente. Palabras certeras, palabras duras, palabras incómodas. Palabras cuyo objetivo es generar un debate político genuino sobre los temas que afectan el presente y el futuro de México. Palabras necesarias en tiempos como éstos, cuando la corriente corre hacia una suave conformidad. Cuando el disenso se confunde con la subversión. Cuando las creencias de una persona pueden ser motivo de sospecha, como lo advirtió el titán del periodismo Edward R. Murrow ante el advenimiento del macartismo. Cuando desde distintas dependencias del gobierno de Felipe Calderón emanan señales preocupantes de cerrazón y censura, tan parecidas a las de los viejos tiempos. Cuando los espacios públicos se vuelven más homogéneos y por ello menos democráticos.
Lo que le ha ocurrido a Carmen Aristegui la trasciende; su futuro será una prueba para la democracia mexicana y su caso un síntoma de aquello que la aprisiona. La polarización política que aún persiste y que tanto los panistas como los lópezobradoristas se empeñan en perpetuar. Las ofrendas políticas que los medios parecen estar dispuestos a ofrecerle al Presidente y a quienes lo rodean. El servilismo de tantos que se acomodan para quedar bien con Los Pinos y sus habitantes. La falsa ingenuidad de comentaristas que niegan los vericuetos políticos de esta historia. Y los problemas estructurales que todo ello revela: un sistema político que con demasiada frecuencia sigue operando conforme a las prácticas del pasado. Ese pasado hecho presente donde la concentración del poder -político, económico, mediático- lleva a su abuso.
Porque en palabras de E.B. White: "cuando hay muchos dueños, cada uno persiguiendo su propia versión de la verdad, nosotros podemos arribar a la verdad y albergarnos en su luz". Es sólo cuando hay un manojo de dueños que la verdad se vuelve elusiva y la luz palidece, como está ocurriendo hoy y como el caso de Carmen Aristegui ha evidenciado. La concentración mediática en México le da demasiado poder a quienes lo ejercen de mala manera. A la alianza Prisa-Televisa que sacrifica -con criterios poco claros- a una conductora garante del éxito comercial. A los directivos de la W que desmantelan -sin la menor lógica empresarial- a la estación en su momento de mayor éxito. A todos aquellos que argumentan -de forma tramposa- la "incompatibilidad editorial" con una periodista a la cual nunca le aclaran los motivos de la desavenencia. A los que dicen -de manera desinformada o deshonesta- que el despido de Carmen se trata de una decisión corporativa-apolítica, e ignoran las señales acumuladas de que no fue así.ç
Es un secreto a voces que Felipe Calderón ha criticado y critica a Carmen Aristegui, por lo que debe estar de plácemes ante su salida. Él y otros celebrarán el silenciamiento de la "Comandanta Carmen" y el periodismo militante del cual se le acusa. Pero se equivocarán al hacerlo. Ningún gobierno debe existir sin críticos que acoten su actuación o sin contrapesos que lo contengan. El asunto de Carmen Aristegui revela por qué la estructura de los medios en México es tan disfuncional y debe ser revisada a través de una nueva legislación. Su sacrificio debe ser acicate para la acción y motivo para la reflexión. Porque la voz de Carmen Aristegui provee un apoyo crítico al proceso de construcción democrática. El espacio de Carmen Aristegui es una válvula de escape necesaria ante las presiones sociales que arrecian. El programa de Carmen Aristegui alberga la pluralidad combativa a la cual México debe acostumbrarse. Y bueno, su sonrisa es una razón más para seguir amando a la patria.

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