28 feb 2008

Dylan, la leyenda

Columna Jaque Mate de Sergio Sarmiento/Dylan, la leyenda
Publicado en Reforma, 28/02/2008;
"El que no está ocupado en nacer, está ocupado en morir". Bob Dylan
Bob Dylan no es un cantante común y corriente. Desde la década de 1960 su fama ha trascendido la calidad de su voz, la sencillez armónica y melódica de sus composiciones, la complejidad de sus letras e incluso las pocas ventas de sus discos. Dylan es simplemente una leyenda de la música contemporánea. Y como leyenda puede darse lujos que los artistas normales no podrían siquiera considerar.
Esta semana Dylan ofreció dos conciertos en la Ciudad de México como inicio de una gira por Latinoamérica. Los conciertos fueron muy similares a los que este artista de 66 años ofrece usualmente por el mundo. Quienes buscaban corear las familiares canciones que se convirtieron en himnos de juventud y rebeldía en los años sesenta se sintieron decepcionados. Dylan hace todo lo posible por evitar esa reacción fácil del público. Quienes querían conocer a la leyenda, sin embargo, se sintieron fascinados por este singular personaje.
Dylan cantó pocas canciones de los viejos tiempos que permitieran corear a los 9 mil asistentes al Auditorio Nacional. Las piezas conocidas que interpretó fueron farfulladas, más que cantadas, de manera ininteligible ante un micrófono saturado por la cercanía de su boca. El acento sureño que durante décadas ha impostado -en realidad él nació en Duluth, Minnesota- hacía todavía más difícil entenderlo. Con Rainy Day Women #12 & 35 (Mujeres de un día lluvioso 12 y 35), It Ain't Me, Babe (No soy yo, nena) y Watching the River Flow (Mirando el río que fluye), cantadas al principio de manera apresurada y esquiva, Dylan dejó en claro que no dejaría que el público coreara.
Me da la impresión de que a Dylan simplemente no le gusta que la gente cante con él. Esto explicaría la manera en que interpreta sus obras. Aun así fue impresionante ver cómo miles de fanáticos mexicanos que no hablan el inglés como lengua materna hicieron todo el esfuerzo posible para acompañar al cantante en la letra brillante y compleja de Like a Rolling Stone (Como una piedra que rueda), la única canción que interpretó de forma que permitió algo parecido a un coro.Al final del concierto Dylan entonó Blowin' in the Wind (La respuesta está en el viento), su canción más famosa. Ésta fue originalmente un símbolo del pacifismo idealista de los años sesenta, pero con el desgaste de la reiteración acabó por volverse un lugar común: casi música de ascensor. Lo interesante es que casi ninguno de los asistentes se dio cuenta en un principio de que Dylan estaba cantando esta pieza. La melodía era irreconocible y las palabras incomprensibles. Sólo cuando llegó el coro y farfulló "The answer my friend..." ("La respuesta, mi amigo...") rompió el público en aplausos.
Un cantautor famoso corre siempre el riesgo de caer en el tópico con alguna obra temprana muy repetida. Esto le pasa a Joan Manuel Serrat con Cantares o a Luis Eduardo Aute con Rosas en el mar. Sólo con mucha creatividad pueden éstos interpretar esas piezas reclamadas por el público con algún dejo de novedad. Muchos músicos mediocres, de hecho, han quedado encasillados y han dado conciertos toda su vida sólo para concluir con "esa canción" que los hizo famosos originalmente.
Dylan no corre ese riesgo: no sólo porque sus obras son demasiado brillantes, sino porque él mismo se niega a seguir el cartabón. Quizá por eso sus piezas populares las transforma hasta volverlas irreconocibles. Dylan no quiere ser un simple producto para los vendedores de nostalgia.La mayor parte del concierto Dylan interpretó melodías virtualmente desconocidas para el público. Incluso Things Have Changed (Las cosas han cambiado), que escribió para la película Wonder Boys y con la que ganó el Óscar, no fue reconocida por la mayoría de los asistentes al Auditorio.
Desde un punto de vista musical, empero, las mejores interpretaciones de la noche fueron esas canciones poco conocidas, muchas de su nuevo disco Modern Times, en que mezcló ritmos de rock'n'roll, blues y country respaldado por un magnífico trabajo de Tony Garnier en el bajo y de un grupo pequeño y sencillo pero sólido. Dylan sólo usó la guitarra, su tradicional instrumento, en las primeras piezas del concierto. El resto del tiempo empleó un teclado electrónico.Al contrario de otros músicos, a Dylan le gustan las giras. La actual se llama The Never Ending Tour, la Gira sin fin. A pesar de su rechazo al público de la nostalgia, el contacto con las multitudes que lo idolatran le proporciona una inyección de adrenalina.
Dylan puede darse el lujo de hacer lo que quiera. Poco importa si canta bien o mal, para el público o para sí mismo: los auditorios del mundo se seguirán llenando a su paso porque es una leyenda. Su Gira sin fin no tiene por qué terminar mientras el cuerpo aguante.

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