2 feb 2008

La opinión de Henrique Cardoso

Convergencias y estrategias/Fernando Henrique Cardoso, expresidente de Brasil de 1999 al 2003
Publicado en LA VANGUARDIA, 02/02/2008;
La historia reciente ha demostrado que los países que consiguieron “dar un salto” atendieron al mismo tiempo a los desafíos de los mercados globalizados y a las necesidades de la población local. Esto lo hicieron cuando fueron capaces de definir el futuro sin medirlo por el calendario electoral y alcanzaron un consenso relativo sobre las metas, al menos las de medio plazo. En el mundo occidental, donde prevalecen las reglas de representación democrática y la soberanía del voto popular, incluso sin uniformidad de visiones, se crean valores y mecanismos para que la alternancia del poder respete cierto grado de continuidad en los objetivos nacionales pactados implícita o explícitamente.
Tal fue el caso de España y, si bien en otras circunstancias, el de Chile.
En Brasil, de forma notable, los partidos que se combaten políticamente, como el Partido de la Social Democracia Brasileña y el Partido de los Trabajadores, no han impedido que la sociedad haya ido formando, poco a poco, cierto consenso.
¿No sería este el momento para una reflexión política más madura, que aclare los caminos posibles y deseables que, sin eliminar las discrepancias políticas en lo que estas tienen de efectivo, disminuyan la retórica que confunde la percepción de las alternativas y la definición de las metas?
La primera gran cuestión que se plantea, desde el ángulo de los desafíos de la globalización, es la de definir la presencia creciente de China y de las demás economías emergentes. China nos ha prestado un enorme auxilio con el aumento de los precios internacionales de las materias primas y alimentos provocado por su acelerado crecimiento. Empero, China nos desafiará cada vez más con una oferta creciente de productos manufacturados, no sólo en los de bajo costo, en los cuales es invencible, sino también en los de mayor sofisticación tecnológica, para lo cual se está preparando. Peor aún, el efecto positivo del aumento de la exportación de mercancías colabora en la reevaluación del real, lo que dificulta la exportación de manufacturas.
Brasil no debe renunciar a lo que consiguió a duras penas: su base industrial. Para perfeccionarla y ampliarla, necesitará de mucha innovación y de mucha agregación de valor a nuevos productos. Tenemos el desafío, pues, de hacer en la industria lo que hicimos en la agricultura y en la minería, el desarrollo de nuevas tecnologías y de la capacidad empresarial.
Si así fuera, la meta relacionada ha de ser definir las áreas estratégicas en que debemos concentrarnos para, en seguida, avanzar más en el desarrollo científico y tecnológico. El área más obvia parece ser la de la energía, dada la disponibilidad de tierras y de tecnología para la producción de etanol y biocombustibles y dadas las reservas disponibles para el aumento de la exploración del petróleo y del gas.
Si nuestro futuro depende de decisiones sobre las áreas económicas en las que debemos concentrarnos, de hecho este sólo estará a nuestro alcance si simultáneamente llevamos a cabo una revolución educativa. ¿No sería ese un terreno para que los partidos y la sociedad se articularan para discutir cómo financiar el salto al frente educativo, quizá con recursos procedentes de la exploración del gran manantial petrolero que se anuncia? ¿Y para definir qué medidas prácticas tomar para manejar la educación, formar más y mejores profesores y pagarles mejor?
Hablando de financiación a largo plazo, todos sabemos que la crisis fiscal del Estado no podrá ser superada sin la limitación de los gastos corrientes, impulsados por los gastos (y el déficit) cada vez mayores de la asistencia social y por la expansión indiscriminada de la maquinaria pública. ¿No habría posibilidad de acuerdo en esa área? Y la tan ansiada reforma tributaria, aunque vista con menos ambición y mayor objetividad, ¿no podría ser objeto de negociaciones entre partidos, gobiernos y sociedad para, digamos, lograrla en el transcurso de este año?
¿Y será, santo Dios, que no alarma a los dirigentes del país que los continuos escándalos y la corrupción impune minen la confianza en el Estado y en el Gobierno y terminen por echar cuesta abajo las expectativas y la confianza de la sociedad en el futuro del país? ¿No podríamos aprovechar el momento para aumentar los controles sobre los desatinos, el pillaje y la corrupción política? ¿Será imposible modificar las reglas electorales y la legislación partidista con miras a aumentar la responsabilidad de los elegidos ante los electores y de ampliar los canales de participación, sin pretender sustituir la democracia representativa por la manipulación electoral plebiscitaria de las masas? Quién sabe si sea optimismo de año que acaba de empezar. Pero si los responsables de conducir la vida pública, empezando por el presidente e incluyendo a los dirigentes de la oposición, en vez de aferrarse a la retórica y a mezquindades, miramos al frente sin despreciar el pasado que construimos, tal vez haya esperanzas. La iniciativa, por tanto, está con los que fueron elegidos para gobernar el país y no sólo para vanagloriarse de lo ya hecho, pues todavía hay mucho por hacer.

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