14 mar 2008

Mouriño la peor crisis de Calderón: El País


Calderón afronta la primera crisis de su Gobierno en México
FRANCESC RELEA, corresponsa; El País,
- México - 14/03/2008
"No renunciaré", ha dicho tajante Juan Camilo Mouriño, el colaborador más estrecho del presidente mexicano, Felipe Calderón, acusado de tráfico de influencias. Pese a la rotundidad de sus palabras, la vida política del joven ministro de Gobernación de México, de 36 años, se extingue a fuego lento.
La fiscalía ha abierto una investigación para determinar si violó la ley, el Congreso se dispone a hacer lo propio, la presidenta de la Cámara de Diputados ha pedido su dimisión, y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), de izquierda, busca defenestrarle a cualquier precio. El caso se ha convertido en la primera crisis del Gobierno conservador de Felipe Calderón, del Partido de Acción Nacional (PAN).
La popularidad de Mouriño está por los suelos, según la empresa de encuestas María de las Heras. El 85% de mexicanos consultados en un sondeo opina que lo que hizo es moralmente incorrecto, y el 68% piensa que debería dimitir. Pero, ¿qué hizo el ministro nacido en Madrid e hijo de un emigrante gallego, Carlos Mouriño Atanes, presidente y propietario del club de fútbol Celta de Vigo? Como apoderado legal de la empresa familiar Transportes Especializados Ivancar firmó siete contratos con Petróleos Mexicanos (Pemex), el gigantesco monopolio estatal, entre 2000 y 2003. El detalle que ha desatado el escándalo es que en aquella época Juan Camilo Mouriño era presidente de la Comisión de Energía de la Cámara de Diputados y, posteriormente, alto funcionario de la Secretaría de Energía, cuando el titular de este ministerio era Felipe Calderón.
Esta delicada información cayó en manos de Andrés Manuel López Obrador, líder del PRD y candidato presidencial derrotado en las controvertidas elecciones de 2006. Y éste ha ido suministrando en pequeñas dosis detalles de los contratos firmados por el empresario convertido en político, lo que le ha permitido recuperar protagonismo político en plena disputa interna en su partido, que el domingo próximo elegirá al nuevo presidente.
El renacer de López Obrador, que considera a Calderón como presidente ilegítimo producto de un fraude electoral, tiene que ver con la pésima política de comunicación del Gobierno, que ha reaccionado con una lentitud pasmosa. Mouriño ha puesto en manos de la fiscalía de la nación la documentación de los contratos, con la esperanza de salir airoso de la investigación. Tal vez lo logre, pero la opinión parece por ahora reacia a exonerarlo.

Lo que mal empieza…/César Cansino,
El Universal, 14/03/2008;
Del caso Juan Camilo Mouriño, del cual se ha hablado profusamente los últimos días y se seguirá hablando un buen tiempo, pueden anticiparse algunos derroteros que sin exagerar marcarían la suerte de todo el sexenio de Felipe Calderón.
Más allá del meollo del asunto (tráfico de influencias o apego a la legalidad en la firma de contratos para favorecer a las empresas de la familia Mouriño por parte del ahora titular de Gobernación cuando se desempeñaba como diputado federal o funcionario de la Secretaría de Energía), y al margen del trasfondo y las razones no confesas del escándalo por parte de los instigadores del PRD y de Andrés Manuel López Obrador (golpear al gobierno de Calderón y desacreditarlo para que no prospere la reforma energética promovida por el Ejecutivo), e independientemente de las disquisiciones éticas que este presunto nuevo escándalo de corrupción puede generar y de hecho ha generado entre los especialistas (hasta dónde un acto de corrupción, por más que cubra el expediente jurídico, es contrario al interés general, por lo que es intrínsecamente inmoral y condenable por la sociedad), o del hecho de que este escándalo nos revela de golpe el peso de la tradición del viejo régimen en el nuevo ordenamiento institucional (o sea, la persistencia de una mentalidad patrimonialista del poder, donde la discrecionalidad en las decisiones, la impunidad y los abusos de autoridad son todavía moneda corriente); más allá de todo ello, muchas cosas están en juego dependiendo de la manera como se resuelva o desactive el entuerto en el corto plazo.
De entrada, sea cual sea el desenlace, o sea, que Mouriño sea encontrado culpable o inocente por los tribunales por el delito de tráfico de influencias (en el entendido de que prospere una investigación judicial seria e imparcial para deslindar responsabilidades), el asunto tiene ya un costo para el gobierno de Calderón y para el partido gobernante, tanto en términos de credibilidad como de honorabilidad y congruencia.
Es perfectamente lógico que tanto Calderón como el PAN se hayan empeñado hasta ahora en defender obstinadamente a Mouriño. No hacerlo o sacrificarlo tempranamente ante las presiones hubiera enviado una señal de debilidad que no corresponde con la imagen de fortaleza que los asesores de Calderón han querido proyectar del Presidente desde su toma de posesión. No olvidemos que Mouriño es una creación de Calderón y si alguien lo ha promovido para llegar hasta donde está es precisamente el Presidente. Además, ceder a las presiones propinaría la primera derrota de Calderón ante su peor enemigo, López Obrador, amén de que lo deja muy mal parado para promover la reforma energética que tenía proyectada.
Por lo que respecta al PAN, su defensa airada de Mouriño, más que lealtad con el presidente Calderón, responde a la necesidad de este partido de no quedar exhibido, sobre todo en vísperas de las elecciones intermedias de 2009, como incongruente y amnésico, pues aceptar el tráfico de influencias de Mouriño es incompatible con la lucha que el PAN enarboló históricamente contra la corrupción del viejo régimen.
Sin embargo, he ahí que demasiada obstinación por parte del Presidente y el PAN en la defensa de Mouriño también tiene un costo político muy alto, sobre todo en el escenario de que a final de cuentas el titular de Gobernación sea encontrado culpable.
En efecto, este escenario mostraría a un presidente necio, caprichoso e insensible ante los ciudadanos que, a juzgar por las encuestas, sí consideran mayoritariamente que Mouriño es culpable de abuso de autoridad. Además, el gobierno de Calderón arrastraría en lo que le resta el estigma de la corrupción y la incongruencia, igual que muchos gobiernos priístas del pasado. Por su parte, el PAN vería disminuido sensiblemente su capital político y moral construido trabajosamente durante décadas y presumiblemente comenzaría a ser castigado electoralmente.
Cualquiera que sea el desenlace, es claro que la llegada de Mouriño a Gobernación ha sido totalmente contraproducente para el Presidente, o sea, ha sido un error muy costoso cuyas consecuencias se subestimaron. Un error tanto por la juventud y la ambigüedad de la nacionalidad de Mouriño como por su paso por el gobierno siendo empresario del ramo energético. Pero esto que resulta evidente para todos, para Calderón se ha convertido en un auténtico enigma: ¿destruirlo o no destituirlo? Esa es la cuestión.
cansino@cepcom.com.mx Director del Centro de Estudios de Política Comparada


“Sí, ¿y qué?”/ Luis Javier Garrido; Publicado en La Jornada, 14/03/2008;
En vísperas del 70 aniversario de la expropiación petrolera, el manejo oficial del caso Mouriño no deja lugar a dudas de que Felipe Calderón defiende a su colaborador y brazo derecho a fin de autoprotegerse al irse descubriendo los alcances de las redes de corrupción que se benefician ilegalmente de la privatización de la industria petrolera y de las cuales él aparece como el principal responsable.
1. La crisis política abierta en México por la publicación de las evidencias de los graves actos de corrupción cometidos por Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobernación, se agrava todos los días no tan sólo por la aparición de nuevas informaciones, sino por el desprecio a la legalidad del país con el que están respondiendo Calderón y sus amigos.
2. El golpe al régimen de facto con las revelaciones es demoledor, pues Mouriño ha sido pieza clave de la mecánica calderonista y es irremplazable para el espurio, pues: a) en los negocios “privados” había venido fungiendo como su principal asociado, cómplice y encubridor, b) como su operador privado se había tornado en su alter ego y su mejor apoyo en las relaciones institucionales, c) como hijo del principal socio y prestanombres de Vicente Fox garantizaba la tregua y acomodo de los intereses de las mafias de Fox y de Calderón, d) en tanto que íntimo de Manlio Fabio Beltrones creaba condiciones inmejorables para los acuerdos PAN-PRI en el Congreso, y e) como hombre de confianza del PP neofranquista y de múltiples empresas españolas consolidaba vínculos entre las trasnacionales hispanas y los amigos de Calderón.
3. Felipe Calderón tenía varias opciones para enfrentar el affaire Mouriño y escogió la peor: la que lo incrimina a él también, y de manera abierta, asumiéndose como encubridor y cómplice. La defensa a ultranza de un individuo que ante los mexicanos es mediocre, extranjero y corrupto no ha hecho otra cosa que mostrar la dependencia extrema de Calderón a éste, su carencia de cuadros y su ineptitud para responder en términos políticos a los señalamientos. En vez de actuar con los criterios de un hombre de Estado y aceptar que su colaborador había obrado en la ilegalidad y pedirle su renuncia para ponerlo a disposición de la justicia, Calderón respondió con un complejo diazordacista y cual capo de mafia buscó arroparlo junto con sus cuates: no evidenció fuerza, sino una debilidad extrema.
4. El torpe “sí ¿y qué?”, espetado por Mouriño desde un principio fue visto como una burla por los mexicanos, y el desprestigio en el que se ha ido hundiendo en pocas semanas, arrastrando con él a Calderón, es cada vez mayor, no nada más entre los amplios sectores populares, sino en todos los ámbitos, incluyendo el propio PAN, donde prevalece un creciente malestar; en diversos grupos empresariales y, sobre todo, en las fuerzas armadas. Una encuesta de María de las Heras, publicada en Milenio Diario el 10 de marzo, muestra que 85 por ciento de los mexicanos reprueban a Mouriño y 68 por ciento dicen que “debería renunciar”.
5. El fracaso del régimen de facto ha sido también mediático, pues los mexicanos no le creen en absoluto. La entrevista televisada de un Mouriño confeso y cínico con López Dóriga el jueves 6, aceptando que sí había firmado los contratos, pero que todo era “legal”, fue entendida como una burla por casi todos los medios, y la declaración leída en Bucareli el martes 11, anunciando la entrega de expedientes a la PGR, sin que ésta pudiese aún abrir una investigación al no haber denuncia (La Jornada, 13/3/08) fue vista como el anuncio de la autoexoneración seudojurídica que prepara el gobierno de facto, para el que es “legal” lo que él sostiene y avalan las “instituciones” sometidas a él, y no lo que dicen la Constitución y las leyes.
6. La encerrona de Los Pinos del miércoles 12, en una comilona que anunció por enésima vez el respaldo absoluto de Calderón y de sus incondicionales –los gobernadores panistas y el presidente del PAN– a Mouriño, fue vista como la respuesta de una mafia, aunque para otros no pasa de ser el acto desesperado de una pandilla de barrio, en la que de nuevo no hay muestras de fuerza, sino evidencias de debilidad.
7. El autoapoyo oficial, lejos de salvar a Mouriño, no está conduciendo más que a hundir más a la mafia calderonista evidenciando que todos están inmersos en la corrupción: lejos de detener el conflicto, lo prolonga y agrava. En un régimen democrático, el gobernante legítimo tomaría distancias del corrupto y lo libraría a la justicia para ser procesado; en el gobierno espurio de los pillos panistas, sin darse cuenta todos aceptan ser culpables y quieren imponerse a la mala, aunque su salvación momentánea esté en manos del PRI de Salinas y de su operador principal, el senador Manlio Fabio Beltrones.
8. La torpeza panista ha llevado al gobierno de facto a una situación límite, pues pierde si Mouriño cae ahora, pero también pierde si se queda, como quieren los priístas para desgastar al régimen, pues el que se seguirá hundiendo es Calderón, ya que nadie cree que no conociera que su colaborador ha estado librado a un desbocado tráfico de influencias y que él no sea el principal beneficiario.
9. La defensa a ultranza de Calderón a Juan Camilo Mouriño no sólo no ha logrado detener la caída en picada de su secretario de Gobernación, sino que lo ha hundido a él cada vez más, pues ya no aparece tan sólo como un golpista que se apoderó del poder por la vía del fraude electoral o un inepto gobernante espurio sometido a poderes trasnacionales, sino que el escándalo creciente está descubriendo nuevas redes de corrupción que pretenden enriquecerse con el patrimonio petrolero de la nación, todas las cuales apuntan a Calderón.
10. La crisis nacional se ha ahondado en unos días de manera grave, evidenciando que el gobierno de facto carece de toda viabilidad y que México no puede seguir cuatro años más hundido en este desastre de corrupción e ineficiencia.

Bitácora Republicana/Porfirio Muñoz Ledo; El Universal, 14/03/2008; El huevo de la serpiente
Decía un clásico mexicano que la política debía dejar de ser aquello que pasa entre los políticos para convertirse en aquello que pasa entre la gente. Eso sucede en el debate nacional: el esclarecimiento público de los términos de la contienda. De un lado la denuncia fundada, la consistencia ideológica y el llamado democrático; del otro la ilegitimidad, el cinismo y la imposición a cualquier costo.
La clave reside en la relación Mouriño-Pemex: el poder como negocio y su ejercicio como desfachatez. Nada más elocuente que los resultados de la encuesta de María de la Heras. El ¡85%! de la población cree que —al margen de todo legalismo— la conducta del secretario de Gobernación no es ética. El 68%, que éste debe renunciar, y 53%, que Calderón sí conocía los contratos familiares. La lumbre en los aparejos.
Recordaba Mauricio Merino que “la mezcla de los negocios privados y los asuntos públicos ha sido la causa de casi todos los escándalos políticos, dentro y fuera de México”. Añade que, una vez estallados, el daño se vuelve irreparable; por lo que los intentos por probar judicialmente la “honestidad” del corrupto sólo retrasan las consecuencias y las pueden tornar desastrosas.
Por mucho menos que el Ivangate, el antiguo régimen solía despedir secretarios de Estado y desaparecer poderes locales. No obstante, la soberbia y la complicidad sin disimulo parecen ser los signos del tiempo. Emerge una modalidad inédita del autoritarismo que asume la ilegitimidad de su origen y de su conducta como hechos “justos y necesarios”. Tal vez el nacimiento del “fascipanismo”.
Cómo entender la frase de Germán Martínez, cuando exalta a la “nueva clase política que está construyendo el país” y, entre otras virtudes del inculpado, destaca su “decencia pública”. Cómo no escuchar el mensaje de Santiago Creel, cuando arenga a tener “sentido de cuerpo” (sic), porque “tocan a un panista y nos tocan a todos”, que no alude a la solidaridad de los mosqueteros, sino a la impunidad de los pandilleros. Cómo no sonreír ante la delirante formación del grupo Las Aguerridas de las diputadas de ese partido.
Cómo no responder a las expresiones del acusado, cuando después de admitir que “la cosa no se va a poner fácil” cuando nos acerquemos “al proyecto de 2009”(¿?), exclama “vamos con todo”, demanda la participación de cada panista “como un soldado de ejército” y exige a “cada militante” mantenerse “en su trinchera”. El lenguaje paramilitar del discípulo se corresponde con el uniforme postizo del maestro.
La pieza mayor de este vocabulario de utilería fue la declaración de Calderón frente a los empresarios sobre su “enorme compromiso con la legalidad”, cuando él mismo había reconocido, como secretario del ramo, que “sólo la modificación de los artículos 27 y 28 constitucionales podría dar certidumbre” a la reforma energética. En las circunstancias, su referencia inmediata a la “fortaleza” institucional del país remite de modo inevitable a su acepción castrense.
Recuerda también la célebre cinta de Ingmar Bergman que transcurre en Berlín durante los años 20. En ella se narran las gesticulaciones, en apariencia inocentes, así como las perversiones verbales que desembocaron en el nazismo. Dice el personaje de la obra: “Es como el huevo de la serpiente: bajo la fina y transparente membrana se puede advertir claramente un reptil ya perfectamente formado”.
La analogía no es excesiva, sino que obedece a una lógica de la historia. Sostiene Gramsci: “Ocurre casi siempre que un movimiento espontáneo de las clases subalternas coincide con otro, reaccionario, de la derecha de la clase gobernante”. Determina “complots de los grupos oligárquicos que, aprovechando el debilitamiento del poder formal, conducen a los golpes de Estado”.
Éstos van precedidos de la “siembra del pánico entre los espíritus y los intereses” contra un supuesto peligro de subversión. “Nos atacan porque quieren dañar a México; apuestan por el fracaso del país”, dijo Mouriño, para terminar vociferando “¡No nos vamos a dejar amedrentar!”. Acto seguido, se nos vincula con una conspiración terrorista internacional, en el más clásico estilo de 1968.
Es el arribo de una ideología política estridente y pragmática de la que el gobierno es puramente instrumental: la promueven los factores de poder real que lo sustentan y aprovechan. Sirve igualmente para dirimir hegemonías internas y refirmar subordinaciones. En el caso, la victoria de una falange mercantil sobre un yunque clerical y el alineamiento sin maquillajes con un proyecto imperial.
Se ha dicho que Calderón enfrenta dos opciones: sacrificar el brazo para salvar el cuerpo o defender la extremidad arriesgando el conjunto. Como hay gangrena de por medio, pienso que sólo le queda una alternativa. Si escoge la otra no lo salvarían ni las legiones macedónicas.
bitarep@gmail.com

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