23 abr 2009

Christopher Isherwood

El reencuentro con Isherwood/Javier Alfaya, escritor
Publicado en El Mundo, 31 de octubre de 2002;
Christopher Isherwood alcanzó un gran éxito con dos novelas autobiográficas acerca de su estancia en el Berlín prenazi. Llevada al cine por Bob Fosse en la famosísima Cabaret, el ambiente berlinés, aquella mezcla de riqueza creativa, libertinaje desenfrenado y barbarie política, que destila Adiós a Berlín le proporciona un encanto sobre el que no ha pasado el tiempo. La novela es, en opinión del escritor Javier Alfaya, una obra maestra, uno de esos libros que se leen de un tirón tanto por su interés como por su perfección estructural. Christopher Isherwood escribió dos libros acerca de su estancia en Berlín en los años 30, una ciudad que abandonó al acceder al poder los nazis. 

Era entonces un escritor que empezaba a ser conocido en los medios literarios gracias a dos novelas tituladas All the Conspirators (1928) -recientemente reeditada- y The Memorial (1932). Pero los libros que le hicieron famoso e impusieron su nombre fueron las llamadas Crónicas berlinesas que están formadas por las novelas Mr. Norris changes trains (Mr. Morris cambia de trenes, 1935) y Goodbye to Berlin (Adiós a Berlín, 1939), de carácter autobiográfico y que formaban parte de una larga novela, The Lost (Los perdidos) que Isherwood nunca concluyó. 
Isherwood, que nació como ciudadano británico en 1904 y murió en 1986 como ciudadano norteamericano, creció en Chesire, en el seno de una familia acomodada; su padre murió siendo capitán del Ejército durante la I Guerra Mundial. Isherwood tuvo una educación refinada. Estudió en la Universidad de Cambridge y en el King’s College de Londres. Sus amigos de adolescencia, y que le duraron toda la vida, fueron el gran poeta W.H. Auden y Edward Falaise Upward, un escritor nada conocido en España, que fue militante comunista y autor de una serie de novelas muy interesantes. 
Con Auden y con Upward, Isherwood escribió varias obras literarias en sus años juveniles. Izquierdista y ligeramente influido por el marxismo en los años 30, como tantos otros escritores británicos de la época -Isherwood tradujo algunas obras de Brecht- terminó haciéndose pacifista y adepto de las enseñanzas de un filósofo hindú, Swami Prabhavananda, cuya biografía escribió, y tradujo un texto indio clásico como Bhagavad-gita.
Sally Bowles
En realidad Isherwood no volvió a repetir a lo largo de su carrera literaria el éxito de las Crónicas berlinesas. En su periodo norteamericano -vivió cerca de Hollywood y estuvo vinculado al mundo del cine- escribió varios libros, el más famoso de los cuales es posiblemente Christopher and His Kind (Christopher y su gente), donde cuenta sus experiencias homosexuales de juventud. Sobre las Crónicas berlinesas se hicieron dos películas, I am a camera, dramatizada en 1951 por John Van Druten y que provocó considerable escándalo, y la famosa comedia musical Cabaret (1972) de Bob Fosse, interpretada por Liza Minnelli y Michael York, un actor que tenía además un notable parecido con el Isherwood joven. Ambas películas están inspiradas fundamentalmente en la figura de Sally Bowles, que aparece en Goodbye to Berlin y que es sin duda, junto con Mr. Norris, el personaje literario mejor trazado por el escritor británico. Para quien tenga la ortodoxa idea de la novela que se ha impuesto en estos años, con su consabido esquema de exposición del tema, desarrollo y desenlace, Adiós a Berlín no es propiamente una novela. Tampoco lo es, digamos, el Ulyses, de James Joyce. El giro ultraconservador que ha dado la creación y composición literaria en los últimos 15 o 20 años, propiciada por la acción conjunta de agentes y editores comerciales, ha reducido tanto el campo del género que quizá Adiós a Berlín pasaría a ser una especie de libro de memorias según ese nuevo canon. Lo es, sin duda, pero también y sobre todo es una novela. Se divide en seis secciones diferentes, que se pueden leer independientemente, pero que tienen una innegable unidad formal y ambiental. Lo que quiso Isherwood, más que contarnos su vida, fue reproducir el clima social y político de una ciudad tan enormemente compleja y sacudida por todas las contradicciones imaginables, como lo fue la capital alemana en los últimos años de la República de Weimar. En ese sentido sería curioso compulsar el texto de Isherwood con otro, también extraordinario: las memorias tituladas Historia de un alemán de Sebastian Haffner, editado en España por Destino, donde un abogado y periodista que eligió el exilio de su país natal, Alemania, en 1935, nos ofrece una fascinante descripción de la vida en su país en los años republicanos. Ambos, Isherwood y Haffner, son grandes escritores y a ambos les une el propósito de contar cómo fue posible que un país, con una cultura de fabuloso valor, se convirtiera en el escenario del más espantoso experimento social, político y cultural de los tiempos modernos. Ambos nos describen la complejidad de una decadencia cuyos signos se encuentran en la vida cotidiana más que en los grandes acontecimientos políticos. Y ambos, un liberal y un moderado filocomunista como lo era el Isherwood de entonces, muestran la misma lucidez ante el desarrollo inexorable de la catástrofe. Obra maestra Pero Isherwood hace sobre todo literatura, en el más noble sentido de esa palabra. Porque Adiós a Berlín es una obra maestra, que se beneficia además de una espléndida traducción debida a uno de los mayores poetas españoles contemporáneos: el inolvidable Jaime Gil de Biedma. La centralidad que tiene el personaje de Sally Bowles en el libro no es sólo por su vistosidad -esa fantástica muchacha, cuya idea casi infantil del placer sexual se une a su incompetencia como actriz y cantante para formar un conjunto delicioso y explosivo- sino por lo que refleja de una mentalidad muy de su época -ese sentido bullicioso de la vida que en el fondo esconde, quizá sin saberlo, la fatalista consciencia de que el mundo va al desastre-. Todos los personajes del libro -en especial Landauer, el millonario judío, que se da cuenta de lo que se le viene encima pero que no quiere abandonar su país- están muy bien descritos, pero es sobre todo el ambiente berlinés, aquella mezcla de riqueza creativa, libertinaje desenfrendado y barbarie política lo que proporciona al libro un encanto sobre el que no ha pasado el tiempo. Isherwood era un maestro en la construcción de la frase y del párrafo, con un infalible sentido del ritmo y del fraseo narrativo, que hace que Adiós a Berlín sea una de esas novelas que se leen de un tirón tanto por su interés como por su perfección estructural. Menos caricaturesca que Mr. Norris cambia de trenes en donde los aspectos más siniestros y caricaturescos de la ciudad ocupan un primer plano, Adiós a Berlín está elaborado de manera que su propósito elegíaco -la despedida un mundo que se hunde en la miseria y en la crueldad- queda parcialmente enmascarado por el sutil sentido del humor de Isherwood. Por eso también es tan oportuno el reencuentro con esta novela singularísima que vio la primera vez la luz en español en 1967 y que tuvo la virtud también de hacer que algunos lectores en nuestro país empezaran a descubrir la deslumbrante riqueza de la narrativa británica contemporánea.

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