14 ago 2009

Irán

Sin revolución en Irán/Juanjo Sánchez Arreseigor, historiador y especialista en el Mundo Árabe
EL CORREO DIGITAL, 13/08/09;
A veces, las noticias más dignas de ser destacadas son precisamente las que no han tenido lugar. Un ejemplo perfecto es la revolución que no ha estallado en Irán. El régimen es despótico, pero el presidente de la república es elegido por el pueblo entre los candidatos tolerados por el clero. Sin embargo, con el pretexto de que la soberanía le pertenece a Dios, los clérigos, supuestos enchufados de Dios, vetaban a capricho cualquier decisión que les desagradase del presidente reformista democráticamente elegido, Mohamed Jatamí, y les desagradaban casi todas. Luego nombraron presidente a un candidato de su cuerda, Mahmud Ahmadineyad, y forzaron su reelección cuatro años después. Sin embargo, esta vez la oligarquía clerical había subestimado los riesgos.
Cuando Ahmadineyad fue ‘elegido’ (sic) por primera vez, Jatamí estaba seriamente desprestigiado entre las masas. Los reformistas estaban desanimados y carecían de un candidato con gancho. En estas condiciones Ahmadineyad pudo fingir de manera convincente que era un verdadero candidato que hacía campaña para conseguir el apoyo de determinados sectores sociales. Para ello aduló a los segmentos sociales urbanos más pobres y a la población rural, prometiendo que se dedicaría a mejorar su suerte, acusando a Jatamí de centrarse en cuestiones abstractas como libertad y modernización, que supuestamente sólo preocupan de verdad a la población urbana pudiente. También invocó el nacionalismo y el patriotismo frente a la invasión norteamericana del vecino Irak. De esta forma, Ahmadineyad consiguió una base relativamente amplia de partidarios sinceros. La oposición tuvo que resignarse ante el fraude. Muchos incluso podían creer que Ahmadineyad había ganado de verdad.
Sin embargo, Ahmadineyad no cumplió sus promesas electorales. Por lo tanto el número de sus partidarios descendió. Los reformistas, sabiendo que iban a ganar, se reagruparon en torno a Musaví. Así, para reelegir a Ahmadineyad hace dos meses fue necesario un fraude mucho más descarado que el de cuatro años antes. Las protestas subsiguientes eran previsibles, pero los clérigos quedaron muy sorprendidos de su magnitud y su duración. Sin embargo, al cabo de unas semanas todo parecía haber terminado. Cuarenta días después, según la costumbre religiosa chií, se conmemoraba la muerte de las personas asesinadas durante los tumultos. En la época del sha, estas conmemoraciones funerarias habían sido decisivas para que las protestas alcanzasen masa crítica y escapasen al control del Gobierno. Pero la historia no se repitió. ¿Por qué?
En primer lugar, los reformistas son demócratas y por lo tanto pacíficos. Sabiendo que iban a obtener una mayoría muy holgada, no podían creerse que el régimen fuera a imponerles de nuevo a Ahmadineyad. La terquedad del régimen sólo dejó al pueblo dos opciones: someterse o alzarse en armas, y ya sabemos lo que escogieron.
En segundo lugar, los principales líderes reformistas, Musaví y Jatamí, son ayatolás, clérigos de alto rango. Pretenden reformar el sistema y liberalizarlo, pero en ningún caso suprimirlo. Es el tipo de despotismo que describía Tocqueville: se parece a la autoridad paterna, pero en vez de preparar a los hombres para la edad viril, pretende fijarlos irrevocablemente en la infancia. Musaví y Jatamí pretenden que esa autoridad paterno-clerical evolucione de un molde estrictamente disciplinario y restrictivo a otro menos autoritario, que deje más sueltos a sus hijos-ciudadanos, pero sin reconocerles jamás la mayoría de edad. Nunca romperán violentamente con su propio sistema.
En tercer lugar, las protestas han proliferado en las poblaciones grandes, pero en el campo el reformismo parece más débil. No apoyan a Ahmadineyad, pues les ha dejado igual que antes, pero son más conservadores y no les atrae el reformismo. En cuarto lugar, el sistema represivo de los ayatolás es mucho más eficaz que el del sha. La revolución de 1979 fue una terrible sorpresa para el régimen, mientras que los ayatolás estaban muy en guardia contra una repetición de aquellos sucesos. El sha jamás dispuso de algo parecido a los Pasdaran, los Guardianes de la Revolución, un cuerpo a mitad de camino entre las SS y la ‘kale borroka’. La mayoría no son profesionales a tiempo completo, sino civiles que actúan a tiempo parcial como mamporreros de los ayatolás. Son un sistema de distribución capilar de la represión extremadamente eficaz, reprimiendo a sus propios vecinos desde dentro, vigilándoles e intimidándoles.
Por el momento, el régimen se entretiene juzgando como criminales a algunos opositores y a unos cuantos extranjeros, eternos chivos expiatorios en todo tiempo y lugar, pero a largo plazo, el régimen ha cometido un grave error al permitir que se evidenciase la verdadera naturaleza puramente represiva de su autoridad. Los iraníes no quieren vivir en una infancia eterna y eso de ‘matar al padre’ puede llegar a ser algo más que una metáfora. Al final, surgirán nuevos líderes reformistas, laicos más que dispuestos a una ruptura total. Si su situación económica no mejora, las gentes del campo dejarán de apoyar a los ayatolás. La retirada norteamericana de Irak quitará puntos al nacionalismo defensivo. Más todavía: sea cual sea el régimen imperante, al Estado iraní le conviene colaborar con los norteamericanos en Afganistán, pues existen muchos intereses comunes. ¡La geopolítica crea extrañísimos compañeros de cama!
Los ayatolás creen que han vencido pero han quedado en evidencia, sostenidos sólo mediante la represión. Terminarán como los militares turcos o el PRI en México.

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