19 sept 2009

El Ministerio de la Verdad

Rusia y el Ministerio de la Verdad/Monika Zgustova, escritora
Publicado en EL PAÍS, 18/09/09;
“Los actuales intentos, asquerosos e hipócritas, de los europeos para dar otro sentido a la II Guerra Mundial, para rebajar el papel heroico de nuestra nación en la destrucción del nazismo, y la monstruosa mentira de los europeos a la hora de comparar Alemania y la Unión Soviética en su responsabilidad por la guerra demuestran que a los europeos el nazismo les resulta más próximo que el comunismo”. Con estas palabras, llenas de intención aunque algo faltas de lógica, concluyó el moderador Viktor Kozhemyako, redactor de Pravda, el coloquio de historiadores sobre el papel de Stalin y el Partido Comunista de la URSS en las vísperas de la II Guerra Mundial.
Según Pravda, el objetivo del coloquio fue responder “a los falsificadores de la historia: tanto extranjeros como rusos”. Y es que, según el periódico ruso, “últimamente existe en Europa una tendencia a igualar a Stalin con Hitler, el comunismo y el nazismo, y a intentar quitarnos a los rusos el derecho de enorgullecernos de nuestra incomparable Victoria de la Patria Soviética en la Gran Guerra Patriótica”. (Las mayúsculas son de Pravda).
El coloquio de historiadores, convocado por Pravda, se celebró en las vísperas de la conmemoración, en la ciudad polaca de Gdansk, de los 70 años del comienzo de la II Guerra Mundial. El 1 de septiembre de 1939, la Alemania nazi encendió la guerra al invadir Polonia, sólo unos días después de que su ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentropp, firmara un pacto de no agresión mutua con su colega ruso, Viacheslav Molotov. De acuerdo con su pacto con Hitler para dividir Europa, dos semanas más tarde las tropas soviéticas también invadieron Polonia.
Mientras los dirigentes alemanes han pedido perdón reiteradamente por los crímenes del nazismo, ningún mandatario ruso se ha atrevido a condenar los crímenes soviéticos durante la II Guerra Mundial. Los polacos, por ejemplo, esperaban que Putin pidiera disculpas por la masacre de los bosques de Katyn, donde en 1940 más de 20.000 oficiales polacos, prisioneros de guerra, fueron ejecutados por la KGB. Sin embargo, Putin no ha admitido ninguna culpa de su país; al contrario, ha disculpado a Stalin. En cuanto a la masacre, se ha limitado a afirmar que el pueblo ruso “comprende bien la sensibilidad de los polacos sobre lo ocurrido en Katyn”.
Siguiendo la actual tendencia oficial rusa, Putin rechaza cualquier responsabilidad de la Unión Soviética en la II Guerra Mundial, enfatizando el papel de los soviéticos como víctimas del conflicto bélico y echando la culpa de la invasión soviética de Polonia al Reino Unido.
¿Cuál es esa tendencia oficial de acuerdo con la cual actúa Putin? Es la que establece una comisión, fundada y liderada por el actual presidente ruso Dmitri Medvedev y su gabinete, y llamada Comisión para prevenir la falsificación de la historia en detrimento de los intereses de Rusia. El enunciado lo dice todo: la comisión quiere velar por los “intereses” de Rusia, no está destinada a esclarecer los hechos. La comisión se dedica, pues, a fijar “la verdad histórica” de acuerdo con esos “intereses” y a procesar a todos aquellos que intentan “reescribir la historia”. La propuesta de la ley, que ha presentado el Gobierno ruso, pretende que la “falsificación de la historia” se considere una ofensa criminal y que se pueda penalizar con entre 3 y 5 años de cárcel, aplicables indiscriminadamente a rusos y extranjeros. La oposición rusa ha apuntado que el intento de monopolizar la verdad histórica por parte de dicha comisión se parece al comportamiento
de las instituciones soviéticas que monopolizaban la verdad ideológica y la situaban por encima de la científica y la académica.
Según esta ley, podría llegar a ser condenada cualquier persona que cuestione el hecho de que en 1945, tras los acuerdos de Yalta, los Aliados entregaron a Rusia dos millones de “víctimas de Yalta”, básicamente prisioneros de guerra y exiliados, que a su llegada a Rusia fueron ejecutados o enviados al gulag. O cualquiera que critique los libros de texto vigentes en Rusia que describen a Stalin como un “gestor eficaz” y retratan las represiones masivas en los años treinta, cuarenta y cincuenta como la única manera que tuvo Stalin para salir de las grandes dificultades económicas y de seguridad. O, sin ir tan lejos en el pasado, a cualquiera que desapruebe la afirmación de Putin según la cual el colapso de la Unión Soviética fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.
Los críticos echan en cara a Moscú que quiera ocultar el impulso que Stalin, junto a Hitler, dio a la II Guerra Mundial y que, en vez de admitir haber ayudado, a través del pacto Ribbentropp-Molotov, a perpetrar la destrucción de Europa, siga con la retórica estalinista de considerarse víctima y posterior vencedor.
Rusia sigue valorando su historia en función de su propia grandeza y no de los valores compartidos con el resto de las naciones. Es por ello que, mientras el mundo condena el estalinismo como un régimen abyecto, Rusia lo ensalza como el sistema que la consagró como una de las dos grandes potencias.

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