16 nov 2009

La Curva de Keeling

La Curva de Keeling y Copenhague/Antxon Olabe, economista ambiental, analista y socio de Naider
EL PAÍS, 05/11/09):
Charles David Keeling, joven investigador del Scripps Institution of Oceanography de los Estados Unidos, inició en 1958 en la isla de Mauna Loa una investigación cuyos resultados cobrarían una importancia científica capital. Utilizando instrumentos diseñados por él mismo, Keeling consiguió medir la concentración de CO2 en la atmósfera y realizó dos importantes descubrimientos. Primero, que el CO2 presentaba una oscilación estacional en forma de dientes de sierra debida a la fotosíntesis en el hemisferio norte. Segundo, que su concentración aumentaba año tras año. Cuando realizó aquellas mediciones, la concentración de CO2 era de 315 partes por millón (ppm). En septiembre de 2009 era ya de 385 ppm. La trayectoria de las mediciones se conoce como la Curva de Keeling y, junto con la imagen de un oso polar en una pequeña banquisa de hielo a la deriva en el Ártico, se ha convertido en uno de los símbolos del cambio climático.
La Curva de Keeling estará muy presente en las negociaciones que el 7 de diciembre van comenzar en Copenhague, en la cumbre de las Naciones Unidas que ha de aprobar los acuerdos sobre el clima para el período post-Kioto, 2013-2020. La reu-nión viene precedida de enorme expectación y actividad diplomática. Y es que los mensajes de la comunidad científica son dramáticos. El cuarto informe del Panel de Expertos (IPCC) emitido en 2007 fue concluyente respecto a la responsabilidad humana en dicho cambio y avisó alto y claro que es imprescindible reducir de manera drástica las emisiones globales.
En un escenario tendencial sin acuerdos globales, las emisiones totales de gases de efecto invernadero pasarían de las 50 gigatoneladas de CO2 equivalente actuales a más de 60 en el año 2030. En ese escenario, la probabilidad de sobrepasar el umbral de seguridad de los +2º C es muy elevada. Si las emisiones continúan su nivel actual, la Unión Europea ha estimado que dicho umbral se habrá superado para el año 2050. Según el Centro Had-ley de Reino Unido dentro de 50 años la temperatura media de la atmósfera podría aumentar 4º C si las emisiones continúan su ritmo actual.
La llave para revertir esa situación se encuentra en un pequeño grupo de centros de decisión. Los principales emisores -China, EE UU, Unión Europea, Brasil, Indonesia, Rusia, India y Japón- son responsables de dos de cada tres toneladas de gases de efecto invernadero. La cumbre de Copenhague es el marco en el que han de cristalizar formalmente los acuerdos, pero es en las capitales de esos lugares donde se están tomando las decisiones clave, especialmente en Pekín, Washington y Bruselas.
El núcleo sobre el que pivotan los obstáculos para consensuar una posición internacional común está en el nivel de mitigación que las economías desarrolladas van a acometer en el horizonte 2020, así como la cantidad de recursos financieros que van a transferir a los países en desarrollo para favorecer sus esfuerzos de mitigación y adaptación. Los países emergentes y en desarrollo tienen razón en que la responsabilidad histórica del problema es de los países desarrollados y que sus emisiones per cápita son muy superiores a las del resto. Pero la ecuación es más compleja. En el año 2008, las emisiones procedentes de los países emergentes y en desarrollo rebasaron notablemente las de los países ricos, ya que representaron el 60% del total. Además, el incremento de emisiones proyectado para la próxima década corresponde casi exclusivamente a los países emergentes. Sin su implicación directa en la mitigación de emisiones no hay solución posible para la crisis del clima. Estados Unidos y China, cada uno responsable aproximadamente de la quinta parte de las emisiones globales, mantienen posiciones diferentes a la hora de encarar el problema. La misión de la Unión Europea es favorecer el espacio de encuentro en que ambos planteamientos puedan encontrarse.
El presidente Barack Obama ha puesto la política sobre el clima en lo más alto de su agenda, en clara ruptura con la posición negacionista y entregada a los intereses del petróleo del tándem Bush-Cheney. No obstante, la propuesta de ley, aprobada por el Congreso el pasado junio de 2009, es relativamente modesta en sus objetivos de mitigación. Se propone reducir las emisiones en 2020 al nivel que tenían en 1990, objetivo muy por debajo de lo requerido por la comunidad científica internacional. Dado que la propuesta de ley fue aprobada por una exigua mayoría de 219 votos frente a 212, su aprobación en el Senado se prevé complicada y, en cualquier caso, difícil de conseguir antes de la cumbre de Copenhague. Si es así, los negociadores norteamericanos acudirán a la capital danesa con una mano atada a su espalda, ya que el margen de maniobra para comprometer a su país en objetivos cuantitativos de mitigación será muy limitado.
La posición de China ante las negociaciones internacionales se ha regido por el principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”. Sus emisiones per cápita son todavía pequeñas comparadas con las de EE UU o Europa, lo que unido a la responsabilidad de los países ricos en las emisiones históricas justifica su rechazo a asumir compromisos de mitigación. China insiste en que son los países desarrollados quienes han de ayudar financiera y tecnológicamente a los emergentes y en desarrollo para mitigar sus emisiones y adaptarse al cambio climático. A pesar de esa posición, China ha dado pasos muy importantes en años recientes en su acción doméstica en relación a la eficiencia energética y la introducción de renovables. Lo recordaba el presidente Hu Jintao en su alocución en la sede de Naciones Unidas el pasado mes de septiembre.
La Unión Europea, por su parte, ha hecho del cambio climático un eje central de su presencia en el mundo. La UE acude a la cumbre danesa con los deberes hechos, lo que refuerza su autoridad en las negociaciones. Al finalizar el año 2008, las emisiones de gases de efecto invernadero (UE-15) fueron 6,2% menores que las de 1990 y no hay duda de que la Unión alcanzará el objetivo fijado en Kioto de reducirlas en un 8%. Asimismo, la Unión ha aprobado objetivos ambiciosos sobre energía y cambio climático para 2020. La Unión Europea tiene ante sí el reto de conseguir que los dos mayores emisores, China y Estados Unidos, se comprometan formalmente en una acción multilateral.
Ante la cumbre de Copenhague, lo decisivo es generar momento político de manera que los países desarrollados pasen decididamente a la acción. Lo ideal es que su objetivo de mitigación se acerque a la propuesta de la comunidad científica de reducir entre un 25% y un 40% las emisiones en 2020 respecto a las del año de referencia, 1990. Pero como ha recordado el presidente Obama en las Naciones Unidas “que lo perfecto no sea enemigo de lo bueno”. Desde la perspectiva europea se trataría de generar un acuerdo multilateral en el que Estados Unidos formalice su compromiso con la comunidad internacional de una manera que pueda ser posteriormente respaldada por el Congreso y el Senado de ese país. Una vez que las tres grandes economías desarrolladas -Estados Unidos, la Unión Europea y Japón- hayan puesto su maquinaria a funcionar en la dirección adecuada, será el momento de comprometer al resto de actores clave como China, Brasil, Indonesia, India y Rusia en la mitigación de sus emisiones.
La UE ha acertado al vincular su objetivo más ambicioso de reducción, 30%, al hecho de que otros grandes emisores -especialmente Estados Unidos- estén dispuestos a hacer contribuciones equivalentes. Dadas las circunstancias, la Unión Europea habría de estar dispuesta a aprobar unilateralmente en Copenhague una reducción de sus emisiones del 30%, por una cuestión de liderazgo mundial. Refuerza esa posición el hecho de que el nuevo Gobierno de Japón haya anunciado el compromiso de reducir sus emisiones un 25% para el año 2020.
La Curva de Keeling estará presente en las mentes y corazones de los negociadores de Copenhague. También estará en las de millones de seres humanos de futuras generaciones a quienes no deberíamos dejar un planeta incendiado. Esperemos que el nombre de Copenhague quede asociado a esa voluntad común.

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