23 nov 2009

Un futuro para México

Columna Juegos de Poder/Leo Zuckermann
Excélsior, 23 de noviembre de 2009;
¿Por dónde comienza el futuro?
Javier Tello me contó la memorable definición de un doctorado: “Es estudiar cada vez más de cada vez menos hasta saber casi todo de casi nada”. Absolutamente cierto. La academia ha perdido la tradición de estudiar los grandes temas. Ha privilegiado, en cambio, la especialización. Vasto conocimiento de asuntos nimios. Por eso me gustó el ensayo Un Futuro para México de Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín publicado este mes en Nexos: por su ambición. Se trata de una reflexión de los múltiples problemas que enfrenta México. Muchos de los argumentos ahí vertidos ya se habían escuchado. Sin embargo, el ensayo tiene el valor de integrar las partes en un todo. El resultado es una reflexión intelectual brillante, clara y perspicaz.
Castañeda y Aguilar Camín comienzan razonando sobre el papel tan pesado que ha tenido la historia para México. Nos invitan a salir, de una vez por todas, del pasado y concentrarnos en el futuro. Un futuro que pasa por cuatro avenidas: una economía abierta de gran crecimiento, una mayor cercanía con Estados Unidos, un Estado de bienestar y un gobierno eficaz. En cada uno de los temas, los autores presentan un diagnóstico atinado y soluciones audaces. Se trata, en general, de una agenda liberal con un toque socialdemócrata. La gran propuesta es que tenemos que “construir una sociedad de clase media”.
Aguilar Camín y Castañeda lo tienen claro: “Un futuro para México requiere tomar al toro por los cuernos”. Coincido. Los mexicanos estamos hartos del posibilismo calderonista que sólo produce esperpentos legislativos como la reforma de Pemex o la última Ley de Ingresos. El problema es cómo tomar al toro por los cuernos. Esa me parece la única debilidad del ensayo en cuestión. Ahí es dónde se quedan cortos los autores. Ciertamente reconocen que la democracia mexicana es paralítica: “un Estado débil, que no aplica la ley, cuya división de poderes se acerca al divisionismo, y cuyo federalismo tiene algo de feuderalismo. Todo ello en el marco de un régimen político que no produce mayorías claras y vive inmerso en un empate perpetuo”. De ahí que propongan reformas como la segunda vuelta presidencial, la supresión de la cláusula de sobrerrepresentación en elecciones legislativas, la reelección de legisladores, las candidaturas independientes, el referendo y “leyes guillotina”, entre otras.
Coincido con todas las que producirían gobiernos fuertes con capacidad de sacar adelante una serie de reformas para fortalecer la economía y crear una sociedad de clase media. Pero, me pregunto: ¿cómo lo vamos a lograr cuando los partidos son los que tienen el poder de hacer estos cambios, cuando sus intereses les impiden llevar a cabo este tipo de reformas? Al PRI, por ejemplo, no le conviene una segunda vuelta ya que tiene más probabilidades de ganar en una sola. A ningún partido le benefician las candidaturas independientes con el riesgo de tener un candidato apartidista popular como el chileno Marco Enríquez-Ominami. Y ni hablar de la reelección de legisladores que significaría un golpe mortal a las dirigencias partidistas.
Castañeda y Aguilar Camín proponen “convertir el 2012 en un referendo sobre el futuro deseable, no sólo sobre quién debe ser presidente […] Hay que responder hoy a la pregunta de mañana: ¿Cómo llegar al 2018 como una sociedad en crecimiento, de clase media, segura y ubicada en el mundo?” Los autores nos invitan a comenzar el debate. Me encanta la idea. La siguiente pregunta, me parece, es por dónde empezar. Creo que por empujar una reforma política que cambie los incentivos para que posteriormente sea posible la aprobación de otras reformas económicas y sociales. Pero ahí es donde inmediatamente nos atoramos ya que los partidos no quieren reformas políticas que no les convengan. Y no las van a hacer mientras no sientan una presión social que se las exija. Por eso pienso que, en esta ocasión, el futuro modernizador de México debe venir de abajo y no de arriba como suele suceder en este país.
A ningún partido le benefician las candidaturas independientes con el riesgo de tener un candidato apartidista popular como el chileno Marco Enríquez-Ominami. Y ni hablar de la reelección de legisladores que significaría un golpe mortal a las dirigencias partidistas.

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