23 feb 2010

Rafael Preciado

Un hombre a la altura de sus sueños/César Nava
El Universal, 23 de febrero de 2010
“Honró todo lo que tocó…”Carlos Castillo Peraza
Desde hace dos semanas, los restos mortales de don Rafael Preciado Hernández descansan en la rotonda de los jaliscienses ilustres en Guadalajara. El recuerdo de ese domingo flota como un tibio sol de invierno en la memoria de quienes tuvimos la fortuna de acompañar a sus familiares y amigos en el tránsito a su última morada. Todos vibramos con el gesto emocionado de su hijo Eduardo, que arrodillado despidió a su padre, al colocar sus cenizas junto a las de su amigo y hermano en el ideal, otro gigante, don Efraín González Luna.
De entre su fructífera vida y obra, brillan sus facetas de maestro, de panista y de legislador. Las tres, ejemplares. Cada una de las tres, suficiente para llevarle a la rotonda en la que descansa.
Pocos maestros como don Rafael. Profesor emérito de la UNAM, por cuyas aulas desfilaron ante él más de cincuenta generaciones. Nadie como él acumuló horas de vuelo en su hoja de vida por los salones de clase de la Escuela Libre de Derecho, la Universidad de Guadalajara y la Autónoma de Guadalajara. Sus Lecciones de Filosofía de Derecho y sus Ensayos filosófico jurídicos y políticos han llevado y llevan todavía a miles de su mano invisible en las primeras aproximaciones al arte de pensar y decir el Derecho.
Acudió al llamado de Gómez Morín y concurrió a la fundación del PAN en aquellos días de septiembre de 1939. A sus 31 años, fungió como secretario de la comisión redactora de los principios de doctrina de Acción Nacional. Coincidió en el tiempo y en el espacio con la generación fundadora, esa constelación de jóvenes universitarios encabezada por González Luna, Landerreche Obregón, Calderón Vega, Estrada Iturbide, Herrera y Lasso, Molina Font, Elorduy y muchos más. Asistió al parto y asistió en el parto del sueño, el mismo sueño inspirado en ideas y en ideales que con el tiempo se convertiría en planes, en generosas decisiones, en heroicas luchas y más aun, en realidades.
Preciado Hernández, como Gómez Morín, inspiró piezas legislativas más allá de una curul. Adelantado a su tiempo, predicó en el desierto en el tiempo en el que los panistas recibían el adjetivo cínico y despectivo —“místicos del voto”, les llamaban desde el poder omnímodo— y propuso cinco instituciones que hoy son parte del paisaje democrático del país: el registro nacional de electores, la credencial para votar con fotografía, la ley reglamentaria de los partidos, el instituto electoral y el tribunal electoral.
Como colofón, un hecho que le honra y le eleva a la categoría de los hombres extraordinarios: Lleno de ideas y convicciones, tuvo el valor de defenderlas cuando otros callaron. En los días aciagos de octubre de 1968, se alzó su voz poderosa y clara en el viejo salón de plenos de Donceles. De la boca del Diputado Preciado Hernández salió la condena en solitario de Acción Nacional ante la violación de la autonomía universitaria. El profesor, el querido maestro de la UNAM, subió a la tribuna y pronunció aquellas palabras que estarán por siempre grabadas, como estará vivo su recuerdo entre nosotros, exigiendo la libertad de cátedra y haciendo hincapié en la liberación del campus universitario, tomado por la fuerza en ese entonces: “…Tenemos que hacer comprender a nuestra juventud cuál es la naturaleza y misión de la Universidad y su importancia; que la Universidad es el instrumento adecuado para asegurar la continuidad en el progreso verdadero de un pueblo, porque la Universidad es comunión de maestros y alumnos para conservar, acrecentar y transmitir a las generaciones futuras el acervo cultural de un pueblo…” y culminaba denunciando “… Es trágico que no cuente un pueblo con una Universidad, porque se pierde la continuidad en esa marcha ascendente que representa el progreso…”

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