21 nov 2010

Drogas

19:17 19/11/2010
RIA Novosti. Sergey Venyavsky
Ilia Kramnik, RIA Novosti
El 11 de noviembre de 1990 entró en vigor la Convención de la ONU “Sobre el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas”.
Este convenio internacional fijó las normas comunes de responsabilidad ante la amenaza que supone el narcotráfico y actualmente, constituye el documento base para que los países miembros puedan delinear la legislación internacional en la esfera de la lucha contra la difusión de las drogas.
En la actualidad, el consumo de drogas es un mal reconocido y socialmente condenado: muchos países sufren una verdadera epidemia de drogadicción. El mercado de la droga, que mueve según diferentes estimaciones entre 10.000 y 13.000 millones de dólares al año, es una de las principales fuentes de ingresos para el crimen organizado. Sin embargo, no siempre ha sido así: tanto la drogadicción como la lucha contra el consumo de drogas han pasado por varias etapas antes de alcanzar su forma actual.
El comercio de opio: una ocupación de caballeros
En Europa, el consumo de droga empezó a difundirse en el siglo XIX, al aparecer en Inglaterra a partir del opio traído de la India y en Francia del hachís procedente de sus colonias del norte de África.
En aquellos tiempos la droga no era vista como algo prohibido: la Compañía británica de las Indias Orientales vendía de manera activa en China el opio indio y los intentos de las autoridades chinas para poner fin a este comercio tan pernicioso desencadenaron las dos Guerras del Opio. El narcotráfico, de hecho, estaba controlado por el Estado británico y muchos representantes de la aristocracia inglesa, miembros de la realeza incluidos, amasaron fortunas fabulosas protegiendo a los traficantes.
Para China, las Guerras del Opio fueron una de las páginas más dramáticas de su historia. En este sentido, no es extraño, que la actual legislación antidroga de China sea una de las más severas del mundo.
En Europa, el opio era considerado un vicio menos peligroso que las bebidas alcohólicas y, a diferencia de éstas, no estaba sujeto a aranceles demasiado altos, lo que lo hacía asequible para la población. Se creía incluso que, en cantidades moderadas, no causaba daño alguno a la salud y ayudaba a la gente a soportar mejor los sinsabores de la vida cotidiana.
En la siguiente etapa de la evolución del consumo de droga apareció la morfina y la jeringuilla, que permitió inyectarse la droga directamente por vía intravenosa. Se creía que, a diferencia del opio, la morfina no causaba dependencia. No obstante, en breve esta opinión quedó refutada ante la adicción a la morfina que experimentaron los soldados que habían estado en hospitales y habían sido sometidos a intervenciones quirúrgicas en las que se usó la morfina como analgésico.
A finales del siglo XIX y principios del XX se empezó a consumir drogas tales como la cocaína (de venta en Estados Unidos desde 1885) y la heroína (en venta en Alemania desde 1898). La cocaína se usaba como una sustancia estimulante y energética, mientras la heroína fue presentada  por el fabricante, la empresa Bayer AG, como un analgésico y sedante.
Un dragón puesto en libertad
En aquella época, la mayoría de los expertos tenía claro que el consumo de drogas generaba una fuerte dependencia: tanto psíquica -cuando las drogas eran usadas para conseguir una sensación de euforia y exaltación-, como física -conocida como el síndrome de abstinencia o “mono”-. Desde principios del siglo XX se intentó limitar el uso no médico de las drogas y el comercio legal de estas sustancias.
Paralelamente a este proceso fueron apareciendo nuevos tipos de drogas, esta vez, sintéticas: la mescalina sintetizada, las anfetaminas y el LSD. Las anfetaminas se usaron ampliamente en las Fuerzas Armadas de los países participantes de la Segunda Guerra Mundial para estimular a los pilotos, a los efectivos de las tropas de misiones especiales, etc. Con esta finalidad, las anfetaminas se siguieron usando hasta los años 70 del siglo XX.
El consumo amplio de las anfetaminas ocasionó una verdadera epidemia de adicción y un crecimiento de los delitos relacionados con esta droga, tanto en la esfera de su distribución, como en la forma de atracos y asesinatos cometidos por los drogadictos necesitados de nuevas dosis.
En opinión de expertos, la posterior reducción de la producción de anfetaminas incrementó el consumo de heroína, que partir de los años 50-60 del siglo XX se transformó en Europa y en Asia en la “droga reina”. El centro de producción de la adormidera de opio y de la heroína subproducto del opio estaba en el llamado “Triángulo de oro”, una zona en las fronteras entre Birmania (Myanmar), Laos y Tailandia, fuera del control de cualquier gobierno.
El tráfico de drogas se convirtió en una industria ilegal en toda regla cuya red cubrió el mundo entero. La plantación de la adormidera del opio, la producción de la heroína, su transporte y su venta al consumidor estaban repartidas entre las agrupaciones criminales más poderosas, empezando por las triadas asiáticas y acabando por la mafia italiana.
Aparte de los capos del mundo criminal, estaban muy interesados en el narcotráfico los jefes de los servicios secretos, porque los ingresos de la venta de este producto ilegal les permitían financiar sus operaciones ilegales.
Con el “dinero de la heroína”, por ejemplo, se financiaron las entregas de armas estadounidenses a los mojaheddines afganos en la primera etapa de la guerra de la Unión Soviética en Afganistán desde 1979 hasta 1989.
Después de la retirada de las tropas rusas, Afganistán le arrebató al “Triángulo de oro” su primacía como la plantación del opio más grande del mundo: en la actualidad, del opio afgano se extrae el 90% de la heroína mundial.La drogadicción, una enfermedad del mundo globalizado
Para entender por qué la adicción a las drogas se ha convertido a principios del siglo XXI en un desastre de envergadura global y el tráfico de drogas en un negocio extremadamente difícil de erradicar, habría que destacar dos factores principales.
El primero está relacionado con el proceso de la globalización: la revolución tecnológica del siglo XX, época de inaudito desarrollo de la red de comunicaciones, ha hecho que países y territorios lejanos se vuelvan fácilmente accesibles, reduciendo al mismo tiempo los costos del transporte. En combinación con el desarrollo de la tecnología química que permite la producción masiva de drogas, la “mercancía” es, a pesar de todo tipo de prohibiciones, bastante asequible.
El segundo factor radica en la naturaleza misma de la sociedad: el creciente estrés, el ambiente psicológico agresivo, las ganas de escapar del aburrimiento de la vida cotidiana son las “causas comunes” que incitan al consumo de drogas. Además, en todo grupo social se le añade un sinnúmero de motivos secundarios, desde las tradiciones existentes hasta el deseo de llamar la atención.
De hecho, el consumo de drogas es un indicador fiable del bienestar social y del estado de ánimo reinante en una sociedad: aumenta donde son escasas las perspectivas de una vida digna y faltan posibilidades laborales, educativas y recreativas.
Un ejemplo de tales áreas socialmente desprotegidas son muchas ciudades deprimidas de Rusia, donde el porcentaje de drogadictos, sobre todo entre los jóvenes, a veces supera todos los límites razonables. Allí la sociedad y, en especial, los familiares de la gente “enganchada en los narcóticos” están dispuestos a justificar las más drásticas medidas para combatir ese flagelo.
Actualmente, las drogas “fuertes” están prohibidas en todos los países, sin embargo, la legislación varía significativamente: en algunos países la posesión de una dosis de heroína se castiga con la horca, mientras que en otros sólo está penado el tráfico.
También varía la actitud hacia las drogas blandas, en primer lugar, la marihuana, especialmente en los países que han legalizado su consumo. El pionero de este proceso es Holanda, donde este estupefaciente se vende en cafeterías especiales. En su momento se pensó que si las drogas blandas pasaban a ser legales, dejarían de ser parte del crimen organizado, bajaría la popularidad de las drogas duras y reduciría el narcotráfico.
Sin embargo, no hay unanimidad acerca de los resultados de la experiencia holandesa. Por una parte, el consumo de drogas duras en el país parece haberse reducido en comparación con los países vecinos; por otra, se ha observado un aumento en el número de delitos cometidos bajo el efecto de las drogas.
Lo que sí parece tener todo le mundo claro es que el empleo exclusivo de las medidas coercitivas resulta insuficiente para un éxito duradero en la lucha contra la drogadicción y el narcotráfico.
Estos fenómenos pueden ser combatidos sólo en paralelo con el desarrollo económico y social del país, en la medida en que aparezcan perspectivas claras y practicables para la población. El problema es que en la actualidad garantizar tal desarrollo es todavía más difícil y costoso que luchar contra el narcotráfico.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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