25 nov 2010

Prostitutas, condón y Benedictus

Las prostitutas, el condón y el Papa/Manuel-Reyes Mate, filósofo e investigador del CSIC
EL PERIÓDICO, 23/11/10;
«Pueden darse casos particulares en que esté justificado el uso del preservativo». Estas palabras del Papa, Benedicto XVI, oportunamente filtradas por el diario vaticano, L’Osservatore Romano, han dado la vuelta al mundo y provocado un sinfín de comentarios.
Admitamos que es difícil saber por qué. Es verdad que supone un cambio en el pensamiento del mismo Papa que hace año y medio declaró ante los periodistas que le acompañaban en un viaje a África que «el sida no se puede superar con la distribución de preservativos, que, al contrario, aumentan los problemas». Cambio pues en la opinión del Papa, pero no en el consumo de preservativos. La Iglesia reconoce, en efecto, el fracaso de la abstinencia sexual, por ella predicada, y cuesta imaginar que haya gobiernos que condicionen su política sobre distribución de profilácticos a lo que diga el Papa de Roma. Se lo agradecerán muchos misioneros católicos que hasta ahora actuaban por su cuenta y en adelante contarán con el beneplácito de su pastor.
Si no va a ver cambios notables en el uso del condón, ¿por qué esta conmoción mediática? Pues porque representa un cambio de opinión del Papa. Esa es la noticia. Tratándose de un asunto de «moral y buenas costumbres», es decir, de un campo al que no alcanza la infalibilidad papal, según la propia teología católica, la cosa no debería tener mayor importancia. Al fin y al cabo, la moral católica dispone de múltiples registros para aceptar algo así como el uso de los preservativos, sin perder la cara. Por ejemplo, su teoría del mal menor. En el supuesto de que el uso del preservativo conllevara un mal moral porque impediría el uso correcto de la sexualidad, orientada toda ella a la procreación, cabría argumentar que eso sería siempre un mal inferior al ataque a la vida que supone el ejercicio sexual por parte de alguien ya infectado. Entre frustrar el sentido católico de la sexualidad y poner en peligro la vida del otro, la moral católica no debería tener problemas en recomendar evitar el contagio.
Si, pese a todo, la publicación vaticana da tanta importancia a esta nueva posición del Papa no es porque haya escocido en la curia vaticana el aluvión de críticas a la declaración de la visita africana, que sí tuvo lugar y que sí hizo daño, sino porque ese cambio es una gran novedad tratándose del teólogo Joseph Ratzinger. Y esto merece aclararlo.
Dentro del mundillo teológico alemán, Ratzinger representa una línea dentro de la cual tienen poca importancia las circunstancias históricas. El destino de los hombres estaría inscrito en un plan divino que se cumple inexorablemente. Esto explica por qué este Papa alemán se siente tan incómodo con una circunstancia singular como fue el Holocausto judío. Filósofos alemanes, como Habermas, o teólogos, como Metz, entienden que Auschwitz es una circunstancia pero de tal calado que obliga a revisar las teologías de la historia que, como la de Ratzinger, caminan indefectiblemente hacia la felicidad del hombre o a su redención. En la teoría de la historia de Ratzinger hay accidentes pero no catástrofes que cuestionen el plan previsto.
Este fue el problema nodal del famoso «debate de los historiadores» en los años 80. Y si el filósofo Habermas pedía que se revisara la identidad alemana convencional, basada en esa grandeza de su historia que fue barrida por la barbarie del Holocausto, de la misma manera pedía el teólogo Metz que se revisara la moral cristiana poniendo en su centro el sufrimiento de las víctimas, es decir, abogaba por una ética compasiva. Pero Ratzinger no estaba por esas, de ahí que prohibiera a su colega teólogo que pisara por la Universidad de Múnich cuando él era el obispo de la ciudad bávara. Al teólogo Ratzinger le llovieron en su tierra las críticas por su impasibilidad ante los casos de la gente con problemas, divorciados, homosexuales o enfermos del sida.
Eso es lo que ha cambiado en la mentalidad de Benedicto XVI. Y el cambio no es menor porque si admite que una prostituta o un prostituto recurra al preservativo para evitar el contagio de un tercero, ¿por qué no habría de admitirlo en cualquier caso que haya riesgo de contagio, es decir, casi siempre? En África, donde esta enfermedad ha matado más que las guerras, la medida admite poca discusión. Y los 36 millones de personas afectadas en el mundo suponen una amenaza real en cualquier parte del planeta.
¿Será el Papa coherente con el cambio de rumbo y se sumará a la estrategia de la ONU que considera el preservativo como «la tecnología disponible más eficiente para reducir la trasmisión sexual del VIH»? Sería lo suyo porque si la única excepción fuera la prostituta parecería que el prostíbulo sería el único lugar de peligro.
Si ya Jesús avisa en el evangelio de que las prostitutas «os precederán en el reino de los cielos», bueno es que su representante en la tierra reconozca que el recurso al condón por parte de ellas es «un primer acto de responsabilidad». Solo cabe esperar que la responsabilidad avance.

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