18 dic 2010

Marisela Escobedo Ortiz

Tristeza, rabia, impotencia...Marcela Turati
Revista Proceso # 1781, 19 de diciembre de 2010;
Solidarias, enardecidas, muchas activistas sociales acudieron en la capital de Chihuahua al funeral de la madre que durante dos años señaló al asesino de su hija, la adolescente Rubí Marisol, sin que nadie escuchara su clamor de justicia. La tardía destitución de tres jueces negligentes que habían puesto en libertad al homicida no calma la indignación generalizada, toda vez que ahora Marisela Escobedo, la madre asesinada frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, se convirtió en una víctima más de la indolencia y el cinismo...
CHIHUAHUA, CHIH.- Las coronas de flores llegaron al Palacio de Gobierno del estado el viernes 17 y fueron colocadas en la fachada. Una veladora encendida en la banqueta, frente a la puerta donde entra el gobernador, daba cuenta del asesinato ocurrido ahí en la víspera. Decenas de ciudadanos indignados lloraban su rabia y su tristeza. Un grupo de mujeres vestidas de negro hacían guardia de honor en la plaza ubicada frente al palacio; justo en la Cruz de Clavos donde se suma y se llora cada nuevo feminicidio. 
Esta vez no agregaron a la lista a una de sus hijas desaparecida sin rastro, o una cuyos restos fueron encontrados en un terreno baldío después de haber sido violada y mutilada. Ésta llevaba el nombre de Marisela Escobedo Ortiz, una mamá valiente que se dedicó dos años a exigir castigo al asesino de la más pequeña de sus hijos, Rubí Marisol, de 16 años, y cuya última decisión fue plantarse en las narices del gobierno hasta que detuvieran al homicida que ella ya tenía ubicado.
“No me voy de aquí hasta que no detengan al asesino”, advirtió Marisela cuando tendió su campamento en la Plaza Hidalgo de Chihuahua, frente al despacho de gobierno y la Procuraduría Estatal de Justicia, y que tapizó el parque con las fotos del homicida: Sergio Rafael Barraza, y con mantas que cuestionaban por qué la justicia nada más sirve a los poderosos (¿por qué encontraron en cuatro meses al asesino del gobernador y en 15 días a los del hermano de la exprocuradora?, se preguntaba). 
Marisela también colgó tendederos con mensajes de amor hacia la joya preciosa que le arrebataron, como el que incluye fragmentos de su biografía: Era una bebé hermosa y saludable, juguetona y alegre, tierna y dulce como una muñequita con su vestidito de terciopelo azul (…) bella y radiante como capullito en flor (…) a los 14 años con sus ilusiones y sueños de adolescente conoció un hombre y le entregó su corazón de niña (…) Rubí Marisol procreó una bebé con él, tenía sólo 15 años y el amor por su hijita era algo que todos podían ver (…) la vida que vivió con ese hombre acabó el amor que ella le tenía, quiso dejarlo, alejarse, ¡salvarse! Por unos días se escapó de él. ¡Lo intentó!
El jueves 16 llegó al campamento donde estaba Marisela un sicario y la persiguió hasta las puertas del palacio, donde le disparó a quemarropa. La difunta fue velada simbólicamente el viernes 17. “No se puede descartar ninguna línea de investigación, incluida la de un crimen de Estado, pues Marisela no iba a parar”, decía la circular firmada por el Centro de Derechos Humanos de las Mujeres y Justicia para Nuestras Hijas, las organizaciones que coadyuvaban en el caso de Rubí. La gente congregada coreaba a gritos “¡Ni una más, ni una más!”.
Repudiaban así la muerte de la señora Escobedo, el equivalente a la famosa señora Wallace, sólo que esta madre justiciera norteña no tenía dinero ni el respaldo de autoridad alguna.

De enfermera a detective

Marisela Escobedo era un alma serena, una enfermera jubilada y alegre que disfrutaba la compañía de sus cinco hijos y de sus nietos, hasta que se percató de que Rubí Marisol, su hija quinceañera, que se había obstinado en casarse con su novio y se estrenaba como mamá, tenía problemas en su matrimonio.
“El hombre la tenía controlada, escondida, no quería que me le acercara, le decía que yo le metía ideas de que ella estudiara. Cuando yo la buscaba, él comenzaba a contradecirse, hasta que un día me dijo que ella lo dejó. Yo sospechaba que algo estaba mal y puse el reporte a la Unidad de Personas Extraviadas”, narró a Proceso en junio pasado la propia señora Escobedo.
Ese mes la señora expuso su caso al enviado de la oficina de la ONU para los Derechos Humanos, Alberto Brunori: “Me tuve que ir a vivir al Departamento de Personas Ausentes para que la procuraduría me hiciera caso. Hice la investigación, recabé datos. Contra lo que siempre ocurre, logré comprobar quién es el asesino, pero los jueces lo dejaron en libertad y nos devastaron, nos aniquilaron. Ahora vivimos con miedo”. 
El diplomático italiano se conmovió con su testimonio.
De ama de casa, Marisela se convirtió en investigadora. Rastreó los escondrijos del asesino: la primera vez que lo encontró lo llevó a juicio, logró que confesara su crimen y dónde dejó los restos de Rubí, pero eso no le valió para que los tres jueces del nuevo Sistema de Justicia Penal lo consideraran culpable. Lo absolvieron por “falta de pruebas”. La segunda vez que la señora lo ubicó, en Fresnillo, Zacatecas, la policía local lo dejó escapar y la procuraduría de Chihuahua tampoco mandó a tiempo la orden de aprehensión; la tercera, hace unas semanas, ya nadie –ni siquiera el nuevo gobernador, César Duarte– la quiso escuchar.
“Mi madre siempre buscó por lo legal, por lo bueno, porque mucha gente nos ofreció sus servicios para hacernos ‘trabajitos’ contra el hombre que mató a mi hermana, pero mi mamá siempre tenía confianza en que la justicia lo iba a resolver”, relató, dolido, Juan Frayre Escobedo, el hijo mayor de Marisela, mientras esperaba con sus tres hermanos y sus tíos el cadáver de su mamá para enterrarla en Juárez.
Enseguida de él desayunaba su sobrina de dos años, la hija de Rubí, la chiquita a la que Marisela trató como si fuera su sexta hija, quien era su compañera inseparable, que estuvo presente en la plaza al momento de su asesinato. La niña se ve tranquila.
“Mi mamá no pudo guardarle luto a mi hermana, siempre andaba de arriba pa’bajo, de un lugar a otro. En junio, en la caminata que hicimos, llegamos a Fresnillo, Zacatecas, y nos enteramos de que ahí andaba el asesino, pero cuando convencimos a los policías de que lo capturaran, diciéndoles que la recompensa era de 250 mil pesos, ya cuando llegaron lo vimos correr por la azotea. Y todavía la procuradora (Patricia González) dijo que mi mamá lo había inventado. 
“Y una tercera vez lo volvimos a ubicar, la semana pasada mi mamá ingresó a un evento del gobernador (Duarte) y se presentó. Expuso en público por qué estaba ahí, y él se molestó, le dijo que no traía datos consistentes. Ella decidió entonces quedarse a dormir afuera del palacio el tiempo que fuera necesario hasta que la tomaran en cuenta”, comenta el hijo, y comienza a llorar al ver en la televisión las imágenes que los noticiarios muestran sobre su madre.
Entre las imágenes que repitieron los noticiarios están las que captó la cámara de seguridad en las que se ve cuando el asesino se baja de un auto blanco compacto y se dirige a ella y la encañona, pero se le encasquilla la pistola. Ella trata de defenderse, cruza la calle y corre a las puertas del palacio de gobierno, él la persigue y le dispara en la cabeza. Ella muere a las puertas de la casa de gobierno; a unos metros de la procuraduría. Nadie interviene. 
En el lugar queda el tendido de mantas de amor hacia su hija y en las que exigía la destitución del trío de jueces que exoneraron al asesino.
El hijo de Marisela, acompañado por sus hermanos, cada tanto hace pausas en la entrevista. Sobre todo cuando en los noticiarios aparece el gobernador Duarte, quien anuncia que –ahora sí– pedirá la destitución de los jueces corruptos y –ahora sí– atrapará al asesino.
La destitución se concreta el viernes 17, y aunque “el gobernador dice que habrá un proceso de desafuero para los jueces que propiciaron la impunidad, faltan los otros culpables: los ministeriales que no llevaron a cabo las pesquisas; la unidad para personas desaparecidas también falló, y también la comisión interinstitucional que se creó para ver su caso”, señala Lucha Castro, directora del Cedhem y abogada coadyuvante en el caso de la adolescente.
Añade: “Se debe sancionar a los ministerios públicos y a los policías que no hicieron las indagatorias o que no llevaron a cabo las órdenes de aprehensión, o a los que no habían mandado los oficios a Fresnillo para que allá lo atraparan (al asesino de Rubí Marisol); además de la responsabilidad del gobierno actual, que conocía el caso y no hizo nada”. 
La familia de Rubí Marisol considera que el sicario que mató a Marisela no fue enviado por Sergio Barraza, el asesino confeso de Rubí, sino que viene de altas esferas. 
“Ese tipo qué se iba a arrimar acá, si lo que quería era esconderse. Mi mamá ya estaba presionando mucho al gobierno, evidenciando que no hacen nada, evidenciando que las tres veces que ubicamos su paradero no quieren detenerlo. Por eso le hicieron esto: sabían que ella no se iba a ir de ahí y que sólo iba a dejar de buscar si la mataban”, expresa Juan, el hijo mayor de Marisela.
La lucha contra la impunidad
La gente congregada el viernes 17 en la plaza de armas de Chihuahua para la ceremonia fúnebre tenía algún recuerdo de Marisela: para unos era la mujer que todos los días marchaba de la Subprocuraduría de Justicia a la Ciudad Judicial, empujando la carriola de su nieta, en una protesta silenciosa en busca de justicia; la que recorrió el país a pie, y que en su viaje de Ciudad Juárez al Distrito Federal iba entregando pósters del yerno homicida, dando conferencias de prensa sobre el caso y preguntando en cada delegación de la PGR y de las procuradurías si hasta ahí había llegado alguna notificación de captura al homicida; la que exigía al Ministerio Público que le pagaran los gastos por hacer el trabajo que correspondía a ellos; la que acampó con otras mamás en el Hemiciclo a Juárez, de la Ciudad de México, y pidió audiencia con el presidente Felipe Calderón y con el procurador Arturo Chávez Chávez, quienes nunca la recibieron; la que aguó la despedida del gobernador Reyes Baeza y cuya presencia disgustaba a su sucesor, César Duarte.
Entre los discursos del viernes 17 sorprendió el de un muchacho que se presentó como Eduardo Frayre, hijo de Marisela. Él dijo: “Quiero decir al señor Duarte que se dice gobernador que no sirven para nada, que aquí no hay gobierno; sólo veo muros y piedras… Ahí está la sangre de mi mamá, la acabo de tocar. Y mi mamá, gracias a Dios, ya está bien: con mi hermana. ¡Quiero que recuerden este 16 de diciembre como el día de la señora que luchó por la justicia; será recordado (también) como el día del gobierno inepto!”.
Entre los aplausos se escucharon gritos pidiendo que el gobernador saliera de sus oficinas. “¡Que dé la cara Duarte, que salga!”. 
Muchos de los presentes lloraron, en especial unas mujeres vestidas de luto que minutos después hicieron guardia de honor alrededor de la Cruz de los Clavos y que agregaron el nombre de Marisela junto al de Rubí y al de centenas de nombres de mujeres asesinadas. 
Vestidas de oscuro, las mujeres se decían familiares de la difunta. Su parentesco no era biológico, las hermanaba la tragedia; ellas son otras madres que buscan a sus hijas, unas asesinadas, otras desaparecidas; todas en la sala de espera de la justicia que nunca llega. 
“Los asesinos de todas nuestras hijas siguen libres. Como nos matan y no pasa nada, siguen asesinando sin temor. Y estoy segura que no los agarran porque gozan de la protección de la autoridad”, dijo entre llantos Norma Ledezma, mamá de Paloma Escobar, la joven de 16 años asesinada hace ocho años en esta ciudad y fundadora de la organización Justicia para Nuestras Hijas.
Sus acompañantes se dijeron igual de devastadas. La mamá de Julieta Marleng, otra joven de 16 años desaparecida en 2001, lloraba cuando decía que a Marisela la mataron sólo por exigir lo menos que puede pedir una madre: justicia.
“¿Con esto qué nos esperamos las demás madres que estamos pidiendo justicia? Ya su hija va para 10 años que desapareció y no han hecho nada, no hay respuesta. De perdida las demás compañeras ya encontraron a sus hijas, aunque sean sus huesitos, ¿verdá? Pero yo todavía pienso todos los días: ‘M’ija, ¿dónde estás?, ¿te mataron?, ¿qué te hicieron?, ¿te golpearon mucho?...”. No pudo continuar la frase sin llorar de angustia.
“A Marisela la mataron por el amor a su hija, por exigir que se esclarezca su crimen y no se vale. ¡Ahora tendremos que cuidarnos de un golpe o un balazo porque nos quieren quitar del camino!”, señala a su lado la mamá de Neyra Azucena Cervantes, otra adolescente de 19 años asesinada en 2003.
“Marisela es de nuestra familia, de esta familia que no es de sangre, es de lucha y de dolor, esta familia de padres que han perdido a sus hijas”, comenta otra.
“Esto no nos va a silenciar, nos da motor. Si vienen por más mamás y nos quieren acabar, aquí estamos, No traemos escoltas ni seguridad, sólo venimos con el deseo, la necesidad de buscar justicia para nuestras hijas”, agrega Ledezma.
Con la vista clavada en la casa de gobierno, como hablando sola, la señora Lourdes Hernández, mamá de Pamela Leticia Portillo, de 23 años, desaparecida en julio pasado, expresa con rabia: “¡Están equivocados si creen que nos van a detener por miedo; aquí vamos a seguir! Yo pregunto: ¿Cuál mamá sigue? ¿Por qué nos hacen esto y enfrente del Palacio de Gobierno? ¡No puede ser! ¿Es una burla para los del gobierno o ellos se burlan de nosotros? Les agradecemos este ‘regalito’ de Navidad que nos dieron”.

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