5 mar 2011

Vargas Llosa en Los Pinos

Al recibir la condecoración de la Orden Mexicana del Águila Azteca en el Grado de Insignia que le otorga el gobierno de México.
Mario Vargas Llosa, escritor y Premio Nobel de Literatura 2010: Excelentísimo señor Presidente; querida Margarita; señores Ministros; señores Embajadores; señoras, señores; queridos amigos.
Recibo agradecido y conmovido, desde luego, esta Condecoración Mexicana, así como las palabras tan extraordinariamente generosas que el Presidente Calderón acaba de decir sobre mi obra y mi persona.
Sé muy bien que este reconocimiento es también una obligación de tipo moral para tratar de acercarse a aquellas virtudes que el Presidente Calderón me ha atribuido como una generosidad muy mexicana.
Me ha emocionado saber que había tenido entre mis lectores uno tan destacado, que se había dado tiempo en el mundo tan abrumadoramente ocupado de la política, para leer algunos de mis libros.
Y me ha emocionado todavía más que me haya usted asociado con tanta convicción a la idea de la libertad. Creo que, sobre todo, hay que decirlo en México, que ahora es tierra de libertad, lo importante, lo fundamental, que es en esta batalla que está dando toda América Latina para salir del subdesarrollo, de la pobreza, de las grandes desigualdades que fracturan nuestras sociedades, que en el centro de nuestras preocupaciones esté la libertad.
La libertad integral, toda completa, no dividida; la libertad cultural, la libertad política, la libertad social, la libertad económica. La libertad es una sola y los pueblos que lo han comprendido así, y que han hecho de ella el instrumento básico para todas las reformas son los que han ido más lejos en el desarrollo económico y también en la civilización; es decir, en los valores que aseguran la igualdad de oportunidades, la estricta administración de la justicia, la creación de un ámbito en el cual hombres y mujeres pueden elegir su destino, sin presiones, amenazas, coacciones de ningún tipo.
Creo que los escritores estamos muy bien situados para saber qué importante es la libertad en el ejercicio de la propia vocación. Qué difícil es escribir en un mundo afectado por vetos, censuras, controles, amenazas, discriminación; cómo el espíritu creador se ve confinado, aplastado y reducido. Y, precisamente, en esas condiciones es cuando la literatura, enfrentándose a esos obstáculos, ha solido producir las obras más ambiciosas y logradas.
Mis vínculos con México son muy antiguos. Vine por primera vez a México en el año 62, como periodista, yo trabaja en Francia y hubo una gran exposición francesa aquí, en el Bosque de Chapultepec, y me mandaron a mí a cubrir la información.
El mismo día que llegué, conocí al primer escritor mexicano que conocí en persona, que fue José Emilio Pacheco, un amigo entrañable desde entonces, y como todos ustedes saben, un gran poeta.
Pero mis contactos con la literatura mexicana eran anteriores. El primer escritor mexicano que leí, lo leí cuando estaba todavía en la secundaria, y fue Alfonso Reyes. Un librito que nunca he olvidado, que he releído luego, otras veces: La Visión de Anáhuac.
Esa maravilla de descripción en la que se funden la historia, la erudición, la fantasía y la imaginación, mostrando lo que debió ser la impresión de los primeros europeos que llegaron a México, de este espectáculo inusitado, de esta ciudad lacustre que había alcanzado un grado de refinamiento, de elegancia, de modernidad para la época, que era comparable a las de las civilizaciones más antiguas de Occidente.
Desde entonces, Alfonso Reyes ha sido un lector de cabecera. Creo que si hay un intelectual que simboliza esa no siempre fácil integración de lo propio y lo universal, de lo local y lo internacional, fue Alfonso Reyes.
Amó profundamente a México, escribió cosas bellísimas sobre su propio país, sobre su propia literatura y fue, al mismo tiempo, un ciudadano del mundo.
Todo le interesó: le interesó Grecia, tradujo poemas homéricos, escribió maravillosos manuales sobre el mundo clásico, fue un gran conocedor de la literatura del Siglo de Oro; fue uno de los primeros en reivindicar a Góngora, luego de 200 años de silencio, que había castigado, quizá al más grande poeta de nuestra lengua.
Fue un escritor que mostró siempre lo que significaba la literatura para que la vida de las personas fuera mejor, cómo la literatura en una fuente riquísima de placer y de civilización, y fue también un introductor maravilloso para otros creadores.
Es uno de los grandes prosistas de nuestra lengua y creo que un ejemplo de escritor que no conoce fronteras; un escritor que a través de la cultura y a través del ejercicio de su vocación se gana el derecho de ser un ciudadano del mundo.
Así como Alfonso Reyes, yo tendría que citar a un gran número de escritores mexicanos que han enriquecido extraordinariamente mi vida de lector. Pero quisiera nombrar sobre todo a uno, uno de los más grandes escritores también que ha producido nuestra lengua, que ha producido nuestra época y del que tuve el gran privilegio de ser amigo. Me refiero, por supuesto, a Octavio Paz.Creo que Octavio Paz es una de las grandes cosas que le han pasado a América Latina. Por su enorme talento fue un gran poeta, y acaso todavía mejor, un grandísimo ensayista. Fue un escritor que escribió sobre literatura con extraordinaria versación y con infalible buen gusto.
Fue, como Alfonso Reyes, un escritor profundamente enraizado en México, cuya historia, cuyo arte lo fascinaron, y sobre los que escribió, libros absolutamente inolvidables sobre el arte mexicano, sobre la  historia  mexicana.
El libro que dedicó a Sor Juana Inés de la Cruz es para mí uno de los libros más hermosos que se han escrito sobre lo que significó La Colonia. Todo lo que hubo en ella de anticuado, de oscurantista, y también de creativo, y también de extraordinariamente original en lo que es la creación de instituciones sociales nuevas para un mundo nuevo.
Pero Octavio Paz no fue sólo ese extraordinario poeta y creador. Fue uno de los grandes ensayistas políticos de nuestro tiempo y, yo diría, uno de los más valerosos.En un mundo en el que ciertas doctrinas, ciertas ideas, habían echado raíces y parecían no dejar espacio para ninguna otra, él se atrevió, durante muchísimos años, y casi en una terrible soledad, a enfrentarse a ese lugar común y a defender la libertad, la democracia.
Palabras que en ciertas épocas, que afortunadamente han quedado ya atrás, llegaron a ser malas palabras; palabras que asustaban porque no estaban de moda; y palabras que a quien las defendía lo condenaban a una especie de exilio ominoso en su propio país. Creo que es algo que nunca tendré palabras suficientes para agradecerle a Octavio Paz.
En los momentos siempre críticos de las grandes fracturas ideológicas, él nunca se equivocó. Él siempre nos enseñó el camino de la sensatez, el camino de la racionalidad, el camino de la verdad y, sobre todo, el camino de la libertad.
Fue un crítico muy sistemático de toda forma de autoritarismo y dictadura. Y fue también uno de esos raros intelectuales capaz de rectificar y cambiar. Por eso, yo creo que Octavio Paz es uno de los escritores que más ha enriquecido el pensamiento contemporáneo, no sólo con sus aportes creativos, sino con su lucidez y su coraje.
Como Alfonso Reyes, como Octavio Paz, yo podría ir mencionando nombres que nos tomarían aquí muchas horas, agradeciéndoles el placer que me han dado con las cosas que inventaron, lo mucho que aprendí de ellos, con la buena prosa que escribieron y las buenas ideas que divulgaron a través de sus ensayos, sus poemas, sus novelas.
Quisiera nombrar, también, a un escritor, no mexicano, sino peruano, que vivió 10 años de su vida en México, en la más estricta soledad por vocación propia. Tenía una, no sé si llamarla modestia, creo que no es modestia la palabra, pero sí una vocación de soledad y de marginalidad.
Era un escritor nacido para las catacumbas, era un poeta surrealista: César Moro. Su vocación de exilio fue tal que se exilió no sólo de su país muchos años, primero en Francia y luego en México, sino de su propia lengua, algo que, creo, para un escritor es un inmenso sacrificio.
Él escribió la parte más importante de su poesía en francés. Y creo que entre los muchos escritores forasteros que han escrito sobre México, él es el que ha escrito los textos a caso más hermosos, describiendo, por ejemplo, el paisaje de México y describiendo el cielo de la Ciudad de México, de una manera extraordinariamente hermosa y conmovida.
Él escribió lo mejor de su obra viviendo y trabajando en México en un modesto empleo, en una modesta librería. Y creo que muchos lectores peruanos descubrieron a un poeta como Xavier Villaurrutia, por ejemplo, que fue amigo de él, gracias a un ensayo precioso, maravilloso, que escribió César Moro sobre la poesía de Xavier Villaurrutia. Creo que es un nombre que debe aparecer en este día en que un escritor peruano recibe de la hospitalidad y de la generosidad de México esta Condecoración.
Quisiera terminar diciendo cuánto aprecio las palabras del Presidente Calderón sobre mi posición política, sabiendo que en algunos momentos de mi vida yo he criticado a México y lo he criticado con mucha severidad.Qué bien habla de la cultura, de la civilización y también del espíritu democrático de México, el que pese a esas severas críticas, en lugar de vetarme y censurarme, me abran los brazos y me premien.
Muchísimas gracias. Y a todos ustedes y a México, lo mejor.

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