29 may 2011

“El mundo es enormemente misterioso”: Carrington




“El mundo es enormemente misterioso”: CarringtonSusana Cato y Lorena Crenier
Revista Proceso # 1804, 29 de mayo de 2009
A los 94 años, por una neumonía, el miércoles 25 murió Leonora Carrington, quien llegó a México en los años cuarenta, cuando Europa estaba avasallada por el dominio nazi, y se quedó para siempre. Su producción no cesó hasta sus últimos días. Este año la escritora Elena Poniatowska obtuvo el premio Biblioteca Breve de Seix Barral, en Barcelona, por Leonora, biografía novelada de la artista, cuyo adelanto se dio a conocer en estas páginas el 27 de febrero, con autorización de la editorial Planeta. La siguiente es una entrevista realizada para el libro México: Su apuesta por la cultura. El siglo XX, testimonios del presente, publicado por Proceso/Grijalbo/UNAM en 2003.
 “Ni lo intenten”, nos dijo un malintencionado colega periodista cuando le preguntamos cómo encontrar a Leonora Carrington: “Cuando llueve no contesta el teléfono”.
Era fácil creerle. Leonora Carrington es una leyenda viva. Expuso en la primera muestra surrealista de París, organizada por su amigo Julian Levi en 1938, y en pleno inicio del siglo XXI dos cuadros suyos formaron parte de la exposición Surrealism, Desire Unbound, en el Museo Metropolitano de Nueva York. Su arte y su vida alucinante hacían creíble cualquier manía surrealista.
Pero, como escribió Jorge Luis Borges, “nadie es imposible”. Mientras esperábamos el fin del aguacero para llamarla, nos llovieron en cambio toda clase de anécdotas confirmando la extravagancia de la artista, como aquella cuando una noche su hijo, todavía niño, entró en una habitación a oscuras y encontró a su madre –cuaderno y lápiz en la mano– pidiéndole silencio con un dedo sobre los labios, pues intentaba copiar el vuelo de una lechuza.
Con estos antecedentes, quizá lo más extraño de entrevistar a Leonora Carrington es que la dama mítica navega con bandera de “normal” en una vieja casa de la colonia Roma. Y, por supuesto, “siempre contesto el teléfono”, nos dijo con pragmatismo elemental, “pues tengo dos hijos y todo el tiempo quiero saber de ellos”.
Mientras sus seguidores, en cambio, pueden relumbrar una exposición, como la de Londres en 1997 –reseñada por la crítica Teresa del Conde–, donde “algunas damas y más de un caballero llevaban atuendos inspirados en personajes de Leonora”. Ella, a los 85 años de edad, es delgada y elegante, y le gusta vestir con sencillez clásica.
Y si sus lectores se extasían por las dimensiones chamánicas e interiores de sus textos, lee –inteligente, bromista y neuróticamente puntual– sobre asuntos documentales, como una expedición al Ártico, con fotografías que la documentan, y la Realidad Virtual.
–¿Qué le diría a los surrealistas sobre el mundo de hoy, sobre el arte de hoy?
–Mi hijo Gabriel y yo conversábamos esta mañana sobre los movimientos actuales. ¿Cómo se llaman? La escuela postmortum, la vanguardia postmortum. Parece que el arte contemporáneo se está moviendo cada vez más a distintas maneras de abstracción. Lo que queremos decir es que el interés por las estructuras interiores de la materia son cada vez más importantes.
“Antes los artistas expresaban lo que veían dentro, hoy huyen del caos mirando hacia su interior, y encuentran lo mismo, caos. El otro día vi un cuadro con una capa de dos dedos de puro óleo. Ustedes saben que un óleo tarda casi un año en secar. Éste no secaría nunca. Lo único que se me ocurrió preguntarle al artista es qué pasaría si le hundo un alfiler. ‘Se sale el óleo’. Era un cuadro vivo en los microbios, postmortum.”
Leonora estudió dibujo en Londres y en París. Ha incursionado en todas la técnicas, incluso el óleo al temple. Su preciosa producción literaria va del cuento al teatro y a la novela. Se arrepiente de haber publicado En bas, un texto autobiográfico que escribió en 1943 por consejo de André Breton sobre su experiencia en un hospital psiquiátrico en España, en el cual fue internada a los 19 años, cuando su amor de entonces, el pintor surrealista Marx Ernst –20 años mayor que ella–, fue concentrado en un campo nazi. Para Leonora, cuando uno es joven, se abre al mundo sin saber que lo suyo puede ser mal utilizado, vejado, moldeado. En resumen, no volvería a contarlo.
–¿Por qué el título En bas (que significa Debajo de)? ¿Tiene que ver con que el surrealismo yace bajo la realidad?
–No, era cuando estaba ya un poco mejor, era el piso de abajo del hospital, donde mandaban a los que ya iban a salir; cuando te decían: “Ya te puedes ir en bas”. Era una buena señal.
Llegó a México hace 60 años, cuando los nazis controlaban Europa. Su familia había decidido llevarla de España a Inglaterra, país en el que nació y creció, entre caballos y una vida aristócrata de formas rígidas que Leonora transformaba alquímicamente en la tela (Crookney Hall, 1947) o en el papel, como en su libro de relatos La dama oval. Leonora estudiaba dibujo en la Academia Ozentat de Londres cuando conoció a Ernst, quien la introdujo al círculo surrealista.
Al ser él apresado, la pintora quiso viajar a Madrid para curar al dictador Francisco Franco de la “hipnósis colectiva” de Hitler, pero en vez de ello fue internada en Santander. Burló la vigilancia para casarse en el consulado mexicano con el poeta y periodista Renato Leduc.
“Conocí primero a Renato en París. Picasso me lo presentó. A Picasso le gustaba ir con Renato a una bôite de nuit cubana, porque eran muy amigos.”
Zarparon de Lisboa en el barco estadunidense The Exeter –recuerda–, rumbo a Nueva York. Y de allí por Laredo a la Ciudad de México, en 1942.
“Mi memoria al llegar a México es la de un lugar completamente extraño. Otro planeta. Porque yo viví con Renato en Mixcoac, en una calle que se llamaba Giordano Bruno, imagínense... el maravilloso Giordano Bruno”, saborea.
En 1964 pintó The burning of Bruno. Recuerda que cuando Leduc se iba de parranda, ella caminaba las dos cuadras que separaban su hogar de La Castañeda, la famosa casa de locos, como le llamaban entonces. Visitaba al director, “muy simpático”, y lo escuchaba tocar el piano, a la hora que fuera, incluso en la madrugada. Hoy no queda nada del hospital psiquiátrico porfiriano de La Castañeda. O más bien queda entera, como si la hubieran plasmado en un cuadro de Leonora Carrington, pues fue transportada piedra por piedra, con todo y barandales, a un bosque de Amecameca, en el Estado de México.
–¿Por qué se divorció de Leduc?
–Era un hombre bueno, pero a mí no me gustaban los toros. En una corrida me querían sacar porque yo aplaudí cuando el toro cornó a los señores detrás de la barrera.
–¿Qué extraña de aquella época?
–Extraño a Remedios. Era muy inteligente. Nos conocimos una vez en París, en una reunión llena de gente. Aquí nos volvimos a encontrar.
Remedios Varo, espléndida pintora surrealista nueve años mayor que ella, fue una de las amigas entrañables de Leonora. Juntas “hablaban de filosofía, compartían sus angustias, e incluso se infiltraban en sus respectivos sueños”, cuenta Janet A. Kaplan en su biografía sobre la pintora de origen catalán, consignada también por Del Conde en su libro Arte y psique. Incluso hacían “brebajes hechiceriles para estimular sueños eróticos”, recetas que incluían cómo aderezar a la cocinera, y “toda clase de juegos, experimentos, historias y obras de teatro de las que rebosan los cuadernos de Varo”, o bien “se reunían simplemente para reír”, según Octavio Paz.
Reacia a contestar “porque no sé, porque no me acuerdo, o porque de verdad no quiero”, dice que la época del surrealismo en Europa no es idealizable:
“Yo venía de una Europa invadida por los nazis, y los surrealistas estuvimos todos condenados a muerte, y los libros de Marx Ernst los quemaron en nombre del señor Hitler. Había terror. Entonces mi familia me quería enviar de regreso a Inglaterra, pero yo no quería regresar. Todo esto está escrito en mi libro En bas.”
–Y al llegar a México, ¿le pareció efectivamente un país surrealista?
–Eso lo dijo Breton en la época en que mataron a Trotsky. Con todo, yo soy apolítica. Como dicen: “All power corrupts. Absolute power corrupts absolutely”.
Para Leonora, cuando llegó “dentro de lo extremadamente exótico que me parecía todo México”, le encantaban igual las fiestas de Diego Rivera y Frida Kahlo que La Merced, ir a los mercados a ver los animalitos de yeso para los nacimientos que “ahora no me gustan, los hacen en serie, como de caricatura”.
A la famosa pareja la conoció en su segunda boda:
“Diego me vio como a una gringa despistada, y se presentó como Quetzalcóatl, yo pensé que se trataba del nombre de una calle. Era un hombre abierto, inteligente, con mucho humor.”
Leonora está casada desde hace 60 años con el fotógrafo rumano Emericz Chiki Weisz –padre de sus hijos Gabriel y Pablo–, quien zarpó de Marsella junto con Remedios Varo y otros surrealistas. Viven en una casa con pasillos, escaleras y jardines salvajes, con un comedor frugal, custodiado por sus esculturas en bronce. Duerme frente a tres tapices de una hermosura sorprendente, diseñados por ella y tejidos por un artesano de Chiconcuac, con serpientes negras y rojas de rombos bordados. Destacan unas espléndidas matas de mariguana dorada, “y eso que no me gusta”. 
Imágenes virtuales
Dueña de una biografía legendaria, Leonora Carrington pregunta:
“¿Qué más quieren saber? No he matado a nadie.”
–¿Quiénes eran sus amigos en México?
–Remedios, Lucero Isaacs, Luis Buñuel...
–La lista de amores.
–Yo estaba casada con Renato. No tuve ningún amor más que él. No fui muy social. Era muy amiga de Gunther Gerszo.
–¿Estaba enamorada de él?
–¡Por favor! ¡No! Todavía soy muy amiga de Jill, su mujer. ¿Qué más? 
¿Que si estaba enamorada de Carlos Fuentes? No. ¿Que si estaba enamorada de Octavio? No. Lo conocí muy bien y lo quería mucho.
Uno de sus grandes amigos fue el aristócrata británico Edward James, quien, inspirado por Leonora, construyó en la selva potosina un palacio surrealista, con flores de cemento y pasillos que conducen a ninguna parte.
–Xilitla es como un pedacito de El Jardín de las Delicias, del Bosco.
–Sí, un poco. Y no estaba yo enamorada de Edward. Sé que ahora Xilitla es un hotel. No regresé desde entonces.
–Es casi el paraíso.
–Maravilloso. Un jardín enorme.
–¿Considera que ha tenido una vida bella?
–¡Cuernos!, no sé.
–¿Siente nostalgia?
–La nostalgia es una especie de emoción que sí la tenemos, pero no es muy bienvenida conmigo. Uno puede hacer una especie de juego dudoso con la nostalgia. En mi época nunca creímos que teníamos un Hitler hasta que lo tuvimos encima. No nos dimos cuenta cómo. Hay que quitarse las imágenes virtuales. El mundo es enormemente misterioso. Nadie puede conocerlo. Nadie. Estoy leyendo un libro sobre la Virtual Reality, y es interesante, aunque a nivel técnico no lo comprendo bien.
 Políticos y pulgas
–¿Podría ser la realidad virtual surrealismo sofisticado?
–No, porque es prediggested for the human ego (predigerido para el ego), porque creen que pueden hacer una cosa exactamente como esta flor. Yo también, con mucho trabajo, puedo. Pero nadie puede hacer la flor. El mundo es profundamente misterioso. Me vuelve a la cabeza lo que dice Gabriel: los artistas actuales están viviendo, dentro de sus grandes límites, una especie de caos. Pero, ¿qué es el caos? El caos es lo que no conocemos todavía. Hay un matemático llamado Mandelbrot, que empezó a estudiar el caos. Dice, por ejemplo, que la costa británica no se puede medir exactamente: no se puede entrar en el mundo subatómico con una medida. Mi nana irlandesa me dijo este poema hace 100 mil años:
Big fleas have little fleas
upon their backs, to bite them.
Little fleas have lesser fleas
so on ad infinitum.
(Las pulgas grandes tienen pulgas chicas
sobre sus lomos, para morderlas.
Las pulgas chicas tienen pulgas más pequeñas
y así, al infinito.)
“Nadie ha logrado llegar a lo más pequeño. Los científicos ya no les llaman objetos, sino incidentes. Todo viene de lo invisible, todo. Un ser humano viene del deseo. El deseo es invisible. Luego se hace una cosa llamada materia, pero no sabemos cómo.”
–¿Los surrealistas se sentían especiales?
–No pensábamos de esa manera. Simplemente algunos tenían actitudes políticas que yo no tenía. Pensábamos que íbamos a cambiar el mundo, pero...
–Lo cambiaron. Lo influyeron.
–No fueron ellos quienes lo cambiaron. Fueron los políticos.
–Pero ya no están muchos de los políticos y son los surrealistas los que están expuestos en Nueva York ahora.
–Los políticos son más visibles.
–Los artistas son más intensos.
–Es una cuestión de energía. Yo quisiera ser mucho menos intensa.
–¿Por qué?
–Porque me canso.
Leonora ama las plantas, los animales, la lectura, la pintura, y está fascinada aprendiendo computación. Es evidentemente, una artista “post vivum”.
Apocalipsis now 
–¿Qué opina del 11 de septiembre?
–Yo creo que los Estados Unidos nunca imaginaron que les sucediera algo tan horrible.
–¿No le parece surrealista que hoy veamos el Apocalipsis por televisión?
–Ustedes verán más que yo. Aunque tal vez sea peor.
En ese instante se va la luz. Las tazas del Sanborns chocan contra los murmullos. Leonora nos mira con sus enormes ojos iridiscentes en la penumbra:
–¿Hablaban de Apocalipsis?
Y antes de darle una mordida a un bisquet, muy quitada de la pena, pregunta, señalando la puerta a sus espaldas:
–¿No ven acaso entrar a unos hombres con máscara negra y a caballo?  l

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