31 ago 2011

Marco Lara Klahr

Ariel Ruiz Mondrago entrevista a Marco Lara Klahr: “La eficiencia policiaca, en lugar de dirimirse en tribunales, se dirime en los medios”
El periodista que ha exigido cuentas, transparencia y claridad a los medios de comunicación y a los comportamientos periodísticos —con frecuencia faltos de normatividad, cuando no de ética—, clarifica aquí su posición.
Milenio Semanal, 2011-08-28 |En México la denominación de “nota roja”, dada al periodismo dedicado a reportar noticias relacionadas con el crimen, el delito y las tragedias, proviene del siglo XIX: en 1889, en el periódico de Guadalajara El Mercurio Occidental se dio la noticia de un asesinato; sobre los ejemplares de aquella edición se ordenó a uno de los impresores poner su mano empapada en tinta roja, lo que logró un efecto de espanto y atracción entre los lectores. Por aquellos años también surgió en Estados Unidos la tira de Yellow Kid, lo que daría origen al título de “prensa amarilla”.
Así, la información policiaca se ha manejado entre la “nota roja” y el “amarillismo”, y se ha basado en el sensacionalismo y el prejuicio, lo que traza una línea de continuidad entre la labor periodística del siglo XIX y la del presente.
Sobre esa historia se publicó hace dos años el libro Nota(n) roja. La vibrante historia de un género y una nueva manera de informar (Debate, México 2009), de Marco Lara Klahr y Francesc Barata. Sobre ese volumen M Semanal conversó con el primero, coordinador del “Proyecto de Violencia y Medios” del Instituto para la Seguridad y la Democracia AC. (Insyde), así como desarrollador del sitio web presunciondeinocencia.org.mx; además, ha sido consultor de la Open Society Justice Initiative e investigador y coordinador académico de la Fundación Prensa y Democracia AC., así como profesor de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) y del posgrado en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García.
AR: ¿Cuáles fueron las razones para hacer este libro acerca del periodismo dedicado a la delincuencia y a la seguridad?
MLK: Como digo en una nota introductoria, yo empecé en el periodismo siendo adolescente, y comencé en el periodismo policial. Desde los primeros momentos y en diversos incidentes lo primero que percibí —sin que eso signifique que entonces yo lo tuviera claro— fue la empatía entre agentes y personal del Ministerio Público (MP), policías, militares y periodistas. Es una relación entre empatía, complicidad, sumisión y sobre todo una señalada confusión identitaria. Para un periodista joven (yo tenía 17 años) eso generaba muchísima confusión mental, profesional y vocacional, y significaba que yo tenía que decidir dedicarme o no a esa profesión que implicaba participar en torturas, maltrato, criminalización, en exhibición pública de una persona imputada de delito. Era una disyuntiva clarísima, pero había partes de la profesión que me seducían y además yo vivía de eso.
Entonces desarrollé altísimas dosis de frustración, y un deseo de venganza en un sentido de revelar todo eso, de no permitir que se quedara en los separos, en los sótanos de las comisarías de las agencias del MP. Durante años trabajé con esa idea, y después, ya con otro background intelectual y profesional, cuando creamos el Proyecto de Violencia y Medios en el Insyde, tenía otra manera de verlo. Lo propusimos tras varias conversaciones con Ernesto López Portillo Vargas, y después recibimos fondos de varias organizaciones o entidades europeas y de Estados Unidos. Pudimos contratar por obra a Francesc Barata, quien estaba en México, lo cual fue una fortuna, y empezamos a hacer el libro. Éste tiene como primer motor el interés de Ernesto, y por supuesto está permeado por el talento, la lucidez y el dominio del tema de Barata. Son varios caminos por los que llegamos a este lugar.
AR: Llevas alrededor de 30 años de trabajar cuestiones de seguridad. ¿Cómo ha cambiado el periodismo?
MLK: Es obvio que el componente de los nuevos medios, los digitales, incluidas las redes sociales, ha transformado no sólo el periodismo policial y judicial, sino al periodismo en general, y ha cambiado a los medios de noticias para siempre. Debido a esto hay un debate en el mundo (no en México; yo a veces defino a los mexicanos como una sociedad para la que nada esencial es importante) sobre la inminente desaparición del periodismo profesional como lo conocemos y lo hacemos, que es, básicamente, un periodismo del siglo XIX.
Otro elemento es que la sociedad se ha diversificado, o por lo menos los canales institucionales para la diversificación social son mucho mayores, aunque con problemas del mundo posindustrial, de posmodernidad y de premodernidad a un tiempo; tienes mayores actores sociales cuando antes predominaba el Estado, con algunas expresiones de la sociedad muy institucionalizadas, y medios que funcionaban como apéndices, formales o informales, de esos poderes visibles. Eso ha cambiado: hoy la oferta de actores y los discursos se han diversificado en el espacio público, incluido el crimen organizado. Estos dos factores, el espacio digital y la transformación del perfil sociodemográfico en México, han hecho que los medios tengan otros desafíos, transformaciones de producción industrial, de interlocuciones, de incidencia, de enfoques.
También está el tema de la informatización. Yo empecé en redacciones de maquinita de escribir, en la transición tecnológica. La tecnología de la información hizo más rentable el negocio, achicó los espacios laborales y precarizó la profesión de ser periodista; pero también hay un proceso encontrado de profesionalización: nunca en la historia del periodismo había habido tal nivel de profesionalización formal, desde una perspectiva si quieres academicista o curricular, lo que también trasformó el periodismo.
Finalmente, diría que el periodismo y los periodistas tendemos a estar anclados al viejo modelo mental del periodismo del siglo XIX, que es esencialmente un periodismo acopiador, y eso nos ha convertido, en general, en dinosaurios, periodistas prehistóricos. Escucha nuestro discurso, nuestra visión, nuestra manera de retratar el delito y la violencia y ¡puta, no somos premodernos sino prehistóricos!
LIBERTAD DE EXPRESIÓN, DERECHO RELATIVO
AR: Otro asunto interesante es el de los códigos éticos, la deontología, los estatutos de redacción, la autorregulación e incluso la cultura de la legalidad. Al respecto ¿en qué estado se encuentra nuestro periodismo?
MLK: Me parece que es una pregunta importante porque pienso, primero, que afortunadamente somos parte de un debate que, por primera vez en la historia en México, sitúa al periodismo y a los periodistas como sujetos del respeto a la ley. Esto es fundamental, es un debate que no había y al que los periodistas y los medios siguen negándose; cada vez que lo proponemos desde dentro o fuera del gremio nos gritan “¡Censura!”. A mí me han acusado de cosas aberrantes y me han insultado por enfocarme en el tema de que primero está el respeto a la ley y después está la ética. Ahora, el centro del debate está en que la libertad de expresión que nosotros esgrimimos con absoluta razón es un derecho relativo, no un derecho absoluto. En la teoría del Derecho, la libertad de expresión se considera un derecho relativo —si publicas esto me van a volver a mentar la madre. ¿Por qué es un derecho relativo? Porque la libertad de expresión tiene que armonizarse con otros derechos, que no es el caso, por ejemplo, del derecho a no ser sometido a tratos crueles, denigrantes o tortura, que es un derecho absoluto: no hay ninguna ley que diga “la tortura es ilegal, salvo en los siguientes casos...”. La libertad de expresión es un derecho relativo en el sentido de que tu libertad de expresión tiene como límite, por ejemplo, mi derecho a la intimidad. Claro, hay sus asegunes: si yo soy servidor público, entonces mi derecho a la intimidad baja o sube, eso está regulado en unos países y en otros nos atenemos a los tratados internacionales, como en México. Pero básicamente es un derecho regulable. Otro ejemplo: tu libertad de expresión llega hasta donde empieza mi derecho a la presunción de inocencia o a la propia imagen; por eso es un derecho relativo.
Entonces, primero cumples la ley: como periodista inicialmente cumples con el artículo 20 constitucional, que dice que se presume la inocencia del ciudadano imputado de un delito, y luego lo metes en un puto código de ética. Pero primero respetas la ley, porque si no, en un país democrático yo te puedo chingar porque violaste un derecho mío.
Fíjate en la bipolaridad: cuando dices esto en un taller, detonas todo un proceso terapéutico muy interesante y enriquecedor con nuestros colegas porque es un proceso catártico y de aprendizaje entre todos. Los periodistas se burlan: “Ahh, ¡aquí no hay Estado de Derecho!, jajaja”; “A ver, camarada, tú dices que aquí no lo hay; ¿entonces por qué reivindicas tu libertad de expresión? Si asumes que no hay Estado de Derecho, ¿por qué le haces a la mamada reclamando tu libertad de expresión? ¿Por qué te pones tan orondo cuando se trata de defenderla, y tan laxo, o hasta cínico, cuando se trata del Estado democrático de Derecho? Si no existe, ¡como periodista trabaja para que haya, porque te conviene, cabrón!”.
Es decir: las libertades de expresión y de información se pueden ejercer sólo de manera plena en el Estado democrático de Derecho. Eso ocurre por ignorancia: muchos periodistas no relacionan ambos asuntos. Les dices: “Presunción de inocencia”, y te contestan “Bueno, sí; pero a ese cabrón lo detuvieron en flagrancia”. Entonces sacas tus cifras: a ver, el setenta y tantos por ciento de las detenciones ocurren en ella, porque la policía, para no investigar, dice que fue en flagrancia. “Ah, no, pero por algo está allí el cabrón”, “Está bien; ¿y si fuera tu mamá?”, “No, qué pasó. Además, yo le pongo ‘presunto’”, “Bueno, ¿y por qué no nos prestas la foto de tu mamá y le ponemos ‘la presunta proxeneta’? ¿Qué te parece?”, “No, qué pasó”, te dicen. “Entonces vamos a comunicarnos un poco: ponerle ‘presunto’ es algo que no tiene futuro; lo tendrá legalmente, pero en términos éticos y respecto a los derechos a la identidad, a la honra, a la presunción de inocencia, es un daño brutal. Ese tecnicismo alivia tu cargo de conciencia, pero no resuelve nada; si a mí me ves en televisión como ‘el violador’, yo te garantizo que mi hijo la va a pasar mal, y si tú le pones ‘presunto violador’ la va a seguir pasando muy mal, no va a cambiar nada”.
Observa la bipolaridad: “Yo reivindico mi libertad de expresión, pero pisoteo tu derecho a la presunción de inocencia porque me parece no legítimo”. Y los periodistas seguimos anclados en esa visión decimonónica del periodismo. También se hacen tribunales paralelos, como los que vemos en televisión, lo que es un asunto medieval; si quieres, del siglo XIX.
Firma del Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia, el 24 de marzo pasado, en el Museo Nacional de Antropología e Historia. Foto: Iván Stephens/ Cuartoscuro
AR: ¿En general hay que dejar que los medios se autorregulen a través de sus códigos de ética o habría que reformar y generar leyes para limitar esos fenómenos en los medios?
MLK: Tenemos mucho que aprender de otros países. No hay ningún país donde esto funcione a la perfección; puedes poner de ejemplo a Francia. Pero ve a revisar el Tribunal de Estrasburgo, y vas a quedarte con la sorpresa de que el país que ha sido más llevado a esa Corte por la aplicación del artículo 10 del Convenio de Estrasburgo (que es libertad de expresión) es Francia. Sin embargo, sí hay sociedades más avanzadas, donde hay más mecanismos de equilibrio y donde finalmente el ciudadano queda más protegido y, paradójicamente, también el periodista está más protegido para ejercer su profesión. En países como Noruega, Dinamarca, Suecia, Alemania y España hay un equilibrio siempre en evolución y perfectible, con nuevos desafíos, es un equilibrio entre protección estricta a los ciudadanos respecto de un acto de abuso de poder. Por ejemplo, si un niño es presentado como detenido por el Ejército, aunque los periodistas y los medios tienen responsabilidades, la primera de éstas corresponde a los militares que lo tienen allí, y antes de eso, de su oficial inmediato, y así hasta llegar hasta el secretario de la Defensa Nacional.
Entonces, primero hay una protección al ciudadano víctima o imputado para que la autoridad no abuse, que no se exceda en las atribuciones que le otorga la ley. En este sentido, hay mayor protección legal contra abusos de autoridad que incluyen a los medios como replicadores de esos hechos; en estos casos, primero se procede contra la autoridad que, en el ejercicio de sus funciones y atribuciones legales, se excedió, y después también hay mecanismos legales sobre la conducta del periodista: si actuó de mala fe, si no verificó, si generó un daño. Y esas leyes se diseñan para algo que se conoce en Derecho como “responsabilidad ulterior”. Es decir, no que la libertad de expresión se censure o que haya una censura previa, sino que puedes decir lo que te dé tu chingada gana, pero puede haber responsabilidad ulterior si no lo hiciste respetando la ley.
Ésa es la parte legal. Pero por otra parte está el marco autorregulatorio, donde se ponen 10 mandamientos: son principios enunciativos que no tienen carácter vinculante y entonces valen madre. A ver, uno de los 10 mandamientos dice: “No desearás a la mujer de tu prójimo”. Está chido, pero, ¿cómo hago eso? No solamente me digas lo que no lo debo hacer, sino dime cómo.
Hemos insistido en que los códigos de ética o los acuerdos son apenas el mecanismo enunciativo para luego instrumentalizarlo en estatutos de redacción, en manuales de procesos, en una reingeniería editorial dentro de los medios. No solamente digas que los chiles que vas a vender deben enlatarse higiénicamente, sino que me digas cómo; si con los estándares con los que los periodistas hacemos periodismo enlatáramos chiles, ya hubiéramos envenenado a medio México. Allí tenemos otro tema: la estandarización de la producción de contenidos, las reglas.
Un asunto más son las consecuencias de faltar a lo anterior; es decir, el periodista interioriza, firma un contrato y dice que se atiene a lo allí convenido. Pero puede perder su empleo por transgredir el manual de procesos o el estatuto de redacción, y para lo cual existe un Consejo de ética. Pero hay un tercer factor: la sanción entre pares, colegios de periodistas donde hay sanciones porque te sometes a un código de ética, y si lo violas tiene consecuencias. Nada más mándale a Proceso una carta que diga: “El señor que dicen en la foto que soy yo, no soy yo”, para que veas lo que te dice el reportero: “Ah, bueno, es que esto nos lo dio no sé quien, y nos aseguran que usted fue, pero que usted se hizo cirugía plástica; lo que pasa es que usted se está ocultando porque usted es un criminal hijo de puta”. O esta otra: “Aquí dice que a mí me demandaron penalmente por violencia familiar, y sí es cierto; pero el juez sobreseyó el caso. Entonces soy inocente”. La respuesta será: “Sí, pero fui al MP y su esposa dijo que no solamente la golpeaba sino que le metía el cucharón por las orejas, y aquí tengo la averiguación previa”. Y todo eso lo hace el periodista (muchas veces, no siempre) para evitarse un conflicto con su director, con su jefe, con su editor. Le echa toda la pinche carne al asador para devaluar a su víctima; imagínate, eso es una forma de violencia.
Hay un cuarto mecanismo: los llamados media accountability systems, sistemas ciudadanos de rendición de cuentas de los medios, creados porque si la comunidad no genera los mecanismos de equilibrio y contención de los medios, éstos se desbordan. Pero existen ciertos problemas que tiene la sociedad mexicana al respecto: que, por un lado, hay leyes monopólicas de medios que no favorecen la competencia y la diversidad de oferta de medios, y por otro lado hay una sociedad apática que no se responsabiliza de sus medios.
Te estoy hablando de cuatro mecanismos, entre otros, que hacen que el problema de los medios y sus abusos se vaya dirimiendo adecuadamente y tome sus cauces, a partir de experiencias en otros países; aquí, cabrón, no hay ninguno.
Ahora bien: todo ámbito institucional que desacredita en los hechos los derechos de los demás, generalmente es un ámbito en cuyo interior se vulneran sistemáticamente derechos. Es como la policía: en México tiene una lógica autoritaria, una visión anacrónica de seguridad, pero si hay víctimas de violación de los derechos humanos son los policías. Eso pasa exactamente con los periodistas.
Laura Elena Zúñiga Huizar, Nuestra Belleza Sinaloa 2008, es puesta en libertad por falta de pruebas, el 30 de enero de 2009. Foto: Ricardo Castelán/ Cuartoscuro
CORRESPONSABILIDAD ENTRE AUTORIDADES Y MEDIOS
AR: Mencionas estas prácticas informativas de comunicación social de las procuradurías que presentan ante los medios a personas detenidas casi como responsables de actos delictivos. Pero hay otra parte que es la del infoentretenimiento, como el caso del montaje cuando ocurrió la detención de Florence Cassez. ¿Cómo se empalman estas políticas gubernamentales de comunicación social justamente con estas prácticas de los medios?
MLK: Claro, es la fuente. Nosotros lo planteamos en este y otros libros (ahora está por salir uno nuevo que se llama No más paradores –el parador en la cárcel es el que está con una condena por un delito que no cometió, por injusticia—). Según el último indicador del Instituto Ciudadano de Estudios Sobre la Inseguridad, en México hay una impunidad de 99 por ciento; impunidad significa no castigo, por lo que quiere decir que el sistema de justicia penal estaría teniendo apenas el uno por ciento de capacidad para castigar el delito denunciado. Y no te hablo de la cifra negra. Ese nivel catastrófico del sistema de justicia penal nos sitúa, como he insistido, en un escenario de crisis humanitaria en las prisiones; un sistema así de ineficiente es un incentivo desde el Estado para violar la ley.
Es clarísimo que la política comunicacional del aparato de procuración de justicia y de la policía se enfoca en que la eficiencia que no pueden tener en la realidad se muestra en el espacio mediático; es decir, la eficiencia, en lugar de dirimirse en tribunales, se dirime en los medios. Entonces la policía y el Ejército te presentan a El Pichicuas y El Cachacuas, quienes siempre son los jefes más cabrones y despiadados, que hacían las peores cosas, pero que a la mejor están afuera mañana porque el Ejército no hizo un trabajo de acopio de pruebas. Desde el espacio y el discurso mediáticos se dice acerca del sistema: “Pues está funcionando”. Pero en los hechos, no. Por eso nosotros decimos que los medios no solamente influimos en la percepción: los medios contribuimos a que un espacio social sea más seguro o inseguro, porque si promueves la impunidad tienes a delincuentes afuera y a inocentes adentro de las cárceles.
Entonces eres parte de una lógica que hace al espacio público más agresivo. También está, otra vez, el componente industrial: los medios industriales mexicanos tienen una adicción descontrolada a la información barata e inverificable que le proveen las instituciones de la política criminal. Se puede comercializar un noticiero de televisión en decenas de millones de pesos con sólo dos camarógrafos y dos reporteros mal pagados, miserables, con salarios de 300 dólares al mes, que es lo que gana el periodista mexicano de policía, con lo que el tipo tiene que pagar su transporte, su comunicación, su comida en la calle y su vestimenta, porque todavía se dan el lujo de exigirte que lleves traje. Entonces debes tener tres o cuatro chambas, que a veces pueden ser también de empleado de prensa de una procuraduría o de una policía.
Allí tienes los factores que hacen que se genere una corresponsabilidad. Estoy convencido de que los periodistas —no sólo los de policía—, directores, editores, dueños, reporteros, fotorreporteros y camarógrafos tenemos una enorme empatía con la militarización de la seguridad pública y la visión autoritaria de la justicia penal. Esto es por la cultura; en México tenemos una cultura vertical autoritaria, donde básicamente la fuente menos increíble (para ponerlo de una manera un poco chusca) es la del Estado. Llegas con tu editor, y éste dice: “¿Dónde está la versión del gobierno? ¿Qué dice el MP?”. Vas a éste, te da la información, y a ponerla primero.
AR: Hay otros ejemplos en el libro, como el de Nahum Acosta o el de la Señorita Sinaloa, quienes, pese a que resultaron inocentes, ya fueron hechos pedazos en los medios. ¿Hay que hacer alguna reforma legal para obligar a resarcir esos daños?
MLK: Esa reforma ya está. La reforma de 2008 presentó avances y retrocesos, es bipolar; por un lado, deja tal como está el tema de la prisión preventiva, que es atroz en México porque se abusa de ella, e incorpora y eleva a rango constitucional el arraigo, que se considera per se un atropello; es considerado, de hecho, como una parte de la tortura. Pero, por otro lado, incorporó al artículo 20, de manera textual, la presunción de inocencia, e incorporó la justicia restaurativa, o sea del privilegiar no el castigo sino el resarcimiento del daño a la víctima.
Mi visión es que tiene que centrarse en la autoridad que viola la ley, y después tiene que valorarse, de manera proporcional, no penal, no privativa de la libertad, por la vía civil, la responsabilidad del medio y del periodista. Entonces, con esos requisitos puedes equilibrar; pero en todo caso, todos nos hacemos pendejos. Te voy a decir una cosa que está mencionada en el libro, la puedes ver en la guía que viene al final, en donde dice “Abuso de autoridad”: cito el artículo 215 del Código Penal Federal, que tipifica ese acto, y dice, entre otras cosas, “incurrirá en abuso de autoridad aquel servidor público que, entre otras cosas, obligue a una persona a incriminarse de delito por vías de aislamiento, tortura” o la chingada. Bueno, lo que ves todos los días en los medios es eso; ese procurador que está presentando a un detenido, al tambo. En España no puedes presentar a una persona detenida, ni dar su nombre ni su imagen; eso no está necesariamente prohibido para el medio, pero sí para la autoridad. Ésa es la clave.
Liberación del ex director de giras presidenciales, Nahum Acosta, del penal de máxima seguridad de La Palma, el nueve de abril de 2005. Foto: Jesús Quintanar
CIUDADANÍA PROACTIVA, EQUILIBRIO DE LOS MEDIOS
AR: Hoy vemos en diversos medios imágenes de personas asesinadas, llegando incluso a lo que llamas “muerte en directo”. ¿Cuáles son los límites de esta difusión de imágenes, de textos, de mensajes del crimen organizado?
MLK: Es una larga respuesta, pero te voy a poner un ejemplo muy sencillo: para la ley y para los acuerdos internacionales en la materia, entre las víctimas no sólo se incluye a las víctimas directas sino a la familia. Entonces, cuando presentas a una persona colgada identificando su rostro, lo que haces es generar un daño y revictimizar a las víctimas, a la familia, por ejemplo. Los medios decimos: “La gente tiene que saber”; sí, pero no atropellando los derechos de las personas.
Así hay muchos criterios, pero lo que pasa es que las políticas editoriales no están estandarizadas para tener apego a la ley y a la ética. Nosotros hemos propuesto una defensoría ciudadana de víctimas de la prensa, no para proponer una cacería de brujas, sino para emprender la defensa de ciudadanos que hayan sido víctimas o imputados de delito, y a quienes les fueron violados sus derechos, violación que se haya consumado en el espacio mediático (aunque no se haya generado allí), para que haya consecuencias penales para los servidores públicos, y de orden civil para los periodistas, siempre en beneficio de la víctima.
Hay otra aberración: revisa en México la teoría del etiquetamiento social. Aquí se infiere que si mueres de cierta manera, entonces pasas automáticamente a ser responsable de tu muerte. Se infiere que hay ciertas actividades de una persona que explican, que justifican que sea torturada, asesinada y exhibida. ¿Cuál es el riesgo de esto? Pues el etiquetamiento, la demonización y la estigmatización. Lo de menos, viéndolo como periodista cínico, es que si eres narcotraficante mueras torturado, desmembrado y exhibido. El problema es que ni siquiera se sabe si es cierto lo que dicen. Esto no quiere decir que yo diga que una persona imputada de delito, sentenciada y condenada merezca una muerte atroz; lo que estoy diciendo es que el problema es en términos de cultura, de vulneración de derechos humanos. Puedes tener un discurso tan justiciero que dices: “Sale, pues ese güey era un narcotraficante; qué bueno que lo castraron para que otros no sean narcotraficantes y evitar todo el daño que hacen a la sociedad”. Viéndolo desde esa perspectiva fascista, autoritaria, es atroz, porque así se trata de que después te peguen la etiqueta a ti o a quien sea, y ya te jodiste.
Es un mensaje atroz; por esto me avergüenza pertenecer a una industria cuyo papel social autoasumido es que somos los últimos justicieros del último eslabón de los justicieros. Somos una sociedad absolutamente miserable, atomizada y totalmente carroñera contra nosotros mismos. Fíjate: aunque tú seas narcotraficante, si a ti te matan por serlo, ¿dejas de ser víctima? En el discurso mediático dejas de ser víctima y eres responsable de tu muerte. Y si te ponen “encajuelado”, “ejecutado” o “levantado”, pues ya te jodiste, ya valiste madre porque en ese momento te haces sujeto de la sospecha social. Para un libro que estoy haciendo, un hombre, que es activista, me dijo: “Es que en Tampico nosotros sabemos que si te secuestran es porque estás metido, y te secuestran para que les devuelvas dinero porque te lo robaste”. Entonces la gente se tiene que ir de Tampico cuando la secuestran; no se tiene que ir —esto él mismo me lo dijo— por el riesgo de que la vuelvan a plagiar, sino por el estigma social de haber sido víctima: son señalados de estar metidos en el crimen organizado porque fueron víctimas del mismo. Fíjate de lo que somos parte, deberíamos avergonzarnos. Como periodistas somos los que alimentamos esa maquinaria del estigma.
Alain Escutia Ruiz, El León, de La Familia Michoacana, llega al DF el 17 de junio de 2010. Foto: René Soto
AR: Tu propuesta en general es sustituir a la “nota roja” por un periodismo de seguridad ciudadana y de justicia penal. ¿En qué consiste?
MLK: Yo no propongo un nuevo periodismo, sino uno hecho en la tónica de comunicación democrática, respetuoso de la legalidad y los derechos; propongo una reingeniería industrial de la producción de contenidos; una reforma integral de las políticas y metodologías de comunicación institucional; una ciudadanía proactiva que reclame, que exija, que actúe cuando se atropellen derechos desde el espacio mediático. Pero, sobre todo, me parece que mi propuesta es que no basta con adquirir saberes y herramientas, sino que los periodistas necesariamente tenemos que desarrollar una mística, abrazar un paradigma de periodismo; mi periodismo empezó a cambiar cuando yo me asumí como periodista de paz, y asumí sus estándares éticos, su metodología, su enfoque y sus herramientas. Mi experiencia como periodista en activo, como periodista formador de periodistas, es que entre nosotros los que tenemos mayor potencial de transformación, reivindicación y dignificación de nuestra profesión, somos aquellos que abrazamos una visión de periodismo. Nos convertimos en agentes de cambio social; no creo en el periodismo neutro, no existe. El periodismo no es inocuo, sino que siempre tiene consecuencias; el pedo es que las asumas o no.
Yo digo que hay que hacer del periodismo un acto deliberado y no automático. Tenemos que desmiserabilizar nuestra profesión, a la que Manuel Buendía llamaba “la secreta fraternidad de los mediocres”; además, es una profesión que suele ser de canallas: sistemáticamente atropellamos ciudadanos en general. Esto no quiere decir que no hagamos también lo contrario, pero básicamente lo que predomina en el sistema de medios es el trabajo de unos canallas al servicio de una industria canalla que tiene que transformarse.
Me parece que es interesante el hecho de que desde el activismo social no se plantee de manera estructurada el tema de los medios. Los movimientos por la Paz, el de Martí, el de víctimas del delito, por la legalidad, por la resolución de conflictos, no tienen el componente de replanteamiento del sistema de medios. Sólo tienen el componente del siglo XX, de “pinches medios, mienten, culeros, engañan, no dicen lo que decimos”. Es una visión, por una parte, atrasada, en el sentido de que son reivindicaciones del siglo XX, de 1968, de “prensa vendida”, y por la otra, adolescente en el sentido de que se queda con el berrinche, con la denostación del periodista y el medio, pero no le entra al debate de que en una democracia el único equilibrio de los medios somos los ciudadanos. No hay otro. El futuro es una ciudadanía proactiva que se erija en contrapeso democrático de los medios. Es decir, debemos construir una interlocución eficaz, que es lo que no se está haciendo. Les hemos insistido a esos movimientos, pero ellos tienen otras prioridades. No estoy haciendo un reproche; solamente me llama mucho la atención que esta ausencia del tema en la agenda denota el estado de premodernidad en el que estamos aún los movimientos de la sociedad civil.
Hay cosas impuestas por las empresas, eso es indudable, pero yo te puedo garantizar en mi experiencia (y de ésta tengo más de tres décadas) que el más alto porcentaje de problemas que expresa la prensa en términos de daños a personas tiene que ver con la agenda, con el frame, con la ignorancia y con la empatía autoritaria del periodista. Porque éste, en un gradiente de toma de decisiones, toma la vía criminalizante per se. Es cosa de prestigio en la redacción, y también porque es cómodo, evita conflictos y es barato.
Mi propuesta es qué hacer: primero, problematizar el periodismo, verlo como un asunto de corresponsabilidades, y luego, desde la sociedad civil, empoderar a los ciudadanos para construir opciones y transformar el sistema de medios. El ciudadano puede crear sus medios, puede constituirse en contrapeso de los medios, y puede emprender acciones legales contra los servidores públicos que vulneraron a una persona a través de los medios.
Ariel Ruiz Mondragón

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