3 sept 2011

El amor nuevo/Amado Nervo

El amor nuevo/Amado Nervo
“Todo amor nuevo que aparece
nos ilumina la existencia,
nos la perfuma y enflorece.
En la más densa oscuridad
toda mujer es refulgencia
y todo amor es claridad.
Para curar la pertinaz
pena, en las almas escondida,
un nuevo amor es eficaz;
porque se posa en nuestro mal
sin lastimar nunca la herida,
como un destello en un cristal.
Como un ensueño en una cuna,
como se posa en la rüina
la piedad del rayo de la luna.
como un encanto en un hastío,
como en la punta de una espina
una gotita de rocío...

¿Que también sabe hacer sufrir?
¿Que también sabe hacer llorar?
¿Que también sabe hacer morir?
-Es que tú no supiste amar...
Amado Nervo, seudónimo de Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz, pooeta nayarita nacido en Tepic el 27 de agosto de 1870- Difunto en Montevideo, Uruguay  el 24 de mayo de 1919, tenía 48 años. En su juventud quiso ser sacerdote como muchos de su generación pero muy pronto se vio atraído por los variados estímulos de la vida, los viajes,  las mujeres y poesía. Su iniciación estética fue marcada por el influjo de Manuel Gutiérrez Nájera y de los grupos  que se congregaban alrededor de «La revista azul» y «Revista moderna».  Años después  va a París a trabajar de corresponsal de un periódico y ese viaje la cambia la vida, ahí conoce y se hace amigo de  Rubén Dario y de Oscar Wilde;  pero antes conoció a la que iba a ser la mujer de su vida, Ana Cecilia Luisa Dailliez, con la que compartió su vida más de diez años, entre 1901 y 1912, y cuyo prematuro fallecimiento fue el doloroso manantial del que emanan los versos de La amada inmóvil, publicado póstumamente en 1922.
Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres en la Ciudad de México. Su cadáver fue conducido a México por la corbeta Uruguay escoltada por barcos argentinos, cubanos, venezolanos y brasileños. En México se le tributó un homenaje sin precedente.
Amado Nervo no regresaría a su querido país en vida, falleciendo en Montevideo, Uruguay, el 24 de mayo de 1919. La llegada de sus restos a México –al igual que sus funerales–, constituyeron una verdadera apoteosis nacional. El cuerpo del poeta yace en la Rotonda de los Hombres Ilustres, aunque fue el mismo Nervo quien escribió quizás su mejor epitafio:
          Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
          porque nunca me diste ni esperanza fallida,
          ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
          porque veo al final de mi rudo camino
         Que yo fui el arquitecto de mi propio destino
         que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
         fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
         cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
         ...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
         ¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
         Hallé sin duda largas noches de mis penas;
         mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
         y en cambio tuve algunas santamente serenas...
        Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

       ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz

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