11 oct 2011

Un juego de alto riesgo

Un juego de alto riesgo/Yezid Sayigh, investigador asociado del Centro Carnegie para Oriente Medio en Beirut, ex negociador palestino y asesor sobre la reforma palestina
LA VANGUARDIA, 10/10/11):
El presidente palestino Mahmud Abas ha tenido su momento estelar en la historia de las Naciones Unidas. Según la opinión general, salió bien librado de su iniciativa y recuperó terreno perdido puesto que logró presentarse como un dirigente decidido. A juzgar por la recepción de que fue objeto a su llegada a la ciudad cisjordana de Ramala, capital de facto de la Autoridad Palestina, la dirección palestina partidaria de la paz tiene una fuerza y una unidad que no se veía en los últimos tiempos.
Ahora bien, a partir de ahora no dejarán de aumentar los desafíos a los que deberá enfrentarse la dirección palestina, así como los costes de cada decisión que adopte. En cierto modo, será un éxito si logra que una mayoría respalde la petición de reconocimiento de Palestina como Estado, suponiendo que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas llegue a votarla. De lo contrario, el gambito palestino podría tener unas consecuencias potencialmente desastrosas, al margen de sus méritos legales o sus justificaciones políticas.
Acudir al Consejo de Seguridad implica grandes riesgos; entre otras cosas, porque significa enfrentarse de modo inevitable al Gobierno estadounidense. No se ha tratado de una decisión irracional, puesto que promete cambiar las “reglas del juego” de un “proceso de paz” que cumple ahora 20 años y que lo ha tenido todo de “proceso” y nada de “paz”. Exponer el sesgo proisraelí de la diplomacia estadounidense en el proceso de paz contribuye al mismo propósito, pero implica unos riesgos aún mayores. El discurso likudnik de Barack Obama (denominado así por adoptar la sustancia y la retórica de la derecha israelí) no ha sido la primera señal de los costes y no será en absoluto la última.
La decisión de tomar unos grandes riesgos exigía una estrategia meditada, con objetivos claros y una amplia preparación política y legal. Sin embargo, en junio la dirección palestina todavía no había hecho sus deberes: un cuidadoso estudio de los diversos procedimientos para solicitar el reconocimiento de las Naciones Unidas y la valoración de los posibles beneficios y costes de cada uno de ellos. Se comprometió públicamente con su petición a las Naciones Unidas antes de conocer todo el abanico de opciones posibles.

Asimismo, la solicitud de reconocimiento en las Naciones Unidas exigió un amplio trabajo diplomático. El ministro de Asuntos Exteriores de la Autoridad Palestina encabezó una eficaz campaña que aseguró el reconocimiento formal de un Estado palestino por parte de una serie de países latinoamericanos a principios del 2011. Sin embargo, la dirección palestina parece haber dejado para el último minuto la defensa de sus intereses ante los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad, tres de los cuales (Bosnia-Herzegovina, Gabón y Nigeria) han sido sometidos a intensas presiones estadounidenses. Por otra parte, tampoco resulta evidente que la Autoridad Palestina haya coordinado su diplomacia con los estados árabes sobre todo, con Arabia Saudí y Jordania (dada la actual distracción de Egipto) para presionar a algunos miembros vacilantes de la Unión Europea.
Cuando la petición ante las Naciones Unidas se convirtió en la política de facto, ya era demasiado tarde para organizar una movilización política eficaz entre las organizaciones de base, los partidos políticos o los parlamentos de todo el mundo; sobre todo en Estados Unidos y ciertos estados miembros de la Unión Europea donde los palestinos gozan de un limitado respaldo diplomático. Además, la ausencia de muestras públicas de apoyo en países árabes y no alineados y, en realidad, entre las comunidades palestinas de los territorios ocupados y la diáspora apunta a una falta de movilización similar.

De modo paradójico, tras decidir la solicitud del reconocimiento en las Naciones Unidas, la dirección palestina se mostró reacia a elaborar planes de contingencia en caso de fracaso. Desde el discurso pronunciado ante las Naciones Unidas, Abas ha manifestado su intención de desafiar las “reglas del juego” revisando el protocolo de París que rige las relaciones económicas con Israel e insistiendo en la confirmación de las fronteras de 1967 y en el cese de la construcción de asentamientos israelíes como base para las conversaciones de paz. Se trata de una actitud más que justificada dado los antecedentes de Estados Unidos y la Unión Europea a la hora de monitorizar el proceso de paz, pero exige una mayor preparación política y un sostenido esfuerzo diplomático respaldado por un decidido activismo palestino sobre el terreno.
A todas luces, Obama no ha optado por responder al desafío palestino como estadista internacional, sino como candidato a las elecciones presidenciales que se celebraran en noviembre del 2012. La insistencia en el reconocimiento de Israel como Estado judío (más que como el Estado de todos sus ciudadanos), la anexión a Israel de “bloques de asentamiento” y la exclusión de una referencia explícita a la necesidad de paralizar la expansión de los asentamientos se han convertido en principios básicos de la política estadounidense. Esos temas dominarán a lo largo del año que viene la retórica electoral relacionada con la cuestión; y ello asegurará el fracaso de cualquier incipiente esfuerzo diplomático y la imposibilidad de un regreso palestino al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en el 2012. Retroceder desde esta nueva posición política será muy difícil para los palestinos o para el nuevo presidente estadounidense, que también tienen que impedir un retroceso similar por parte de los países de la Unión Europea.
La dirección palestina dista mucho de ser la responsable de la situación moribunda del proceso de paz, pero se encuentra en una posición muy vulnerable y sufrirá la mayor parte de las consecuencias. Se enfrenta a un desafío de sobrecogedoras proporciones: mantener la iniciativa diplomática, seguir prestando servicios básicos y asegurando un crecimiento económico en las zonas controladas por la Autoridad Palestina y reducir la desunión interna entre palestinos. El paso dado por Abas ante las Naciones Unidas ha incrementado su popularidad, pero le resultará difícil conservarla: los llamamientos desde el Gobierno estadounidense, la Unión Europea e incluso Israel para mantener los flujos de ayuda internacional a la Autoridad Palestina contribuirán a mantenerla viva, pero no resolverán el dilema político fundamental al que se enfrenta Abbas y el resto de la dirección palestina.
Por esta razón, el desafío palestino al dominio estadounidense del proceso de paz y el llamamiento de Abas en favor de lo que el secretario general de las Naciones Unidas Ban Ki Mun denomina un “marco legítimo y equilibrado” para las negociaciones no puede ser una simple estratagema táctica destinada a influir en las negociaciones que se lleven a cabo en los pasillos del Consejo de Seguridad. Ahora bien, sin una estrategia a largo plazo y unos objetivos claros, la dirección palestina tendrá que esforzarse mucho para mantener su credibilidad y legitimidad internas. Después de las elecciones presidenciales estadounidenses, quizá sea ya imposible para Abas obtener de Israel los beneficios tangibles que necesita para la supervivencia política, por no hablar ya de una paz duradera.

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