18 feb 2012

Escocia: ¿fin del Reino Unido?

Escocia: ¿fin del Reino Unido?/ Henry Kamen, historiador británico. Su próximo libro es El Rey loco otros misterios de la España Imperial, La Esfera de los Libros, abril de 2012
Publicado en EL MUNDO, 16/02/12:
En la época medieval solía ser la solución clásica cortar el miembro infectado de un cuerpo enfermo. Durante los peores días del terrorismo en España, no era infrecuente oír la opinión de que el mejor remedio a los problemas era conceder al País Vasco su independencia. Las soluciones -tanto médicas como políticas- eran idénticas y ambas continúan siendo populares porque en cierto sentido siempre han funcionado. El cuerpo, o el Estado, se pueden salvar simplemente separando los componentes.
Sin embargo, el sentido común nos dice que hay circunstancias en que no es atinado deshacerse de un miembro molesto. Las naciones han entrado en guerras para evitar la pérdida de componentes saludables de sus cuerpos. La guerra de España para impedir la pérdida de Cataluña en el siglo XVII tuvo éxito, pero no pudo evitar la pérdida de Portugal. En recientes generaciones, el cambio de fronteras geográficas en Europa ha llevado a guerras sangrientas en Yugoslavia y en Georgia. Resulta irónico que el mundo esté cada vez más unido gracias a la tecnología y la economía y que se divida más a causa de las tendencias separatistas. El caso más reciente es el de Escocia.
Los españoles acostumbran a llamarnos ingleses a los que procedemos del Reino Unido, en vez de británicos, que es en realidad lo que somos. Recuerdo que en una ocasión, siendo yo profesor en Escocia, recibí una carta procedente de España que estaba dirigida a «Edimburgo, Inglaterra». Era exactamente como si en algún momento se dirigiera una carta a «Barcelona, Castilla». Los nombres son importantes, porque significan identidad, y las personas del Reino Unido casi siempre deberían denominarse británicos. Ahora, sin embargo, el término británico se está poniendo en duda, esta vez por los mismos británicos.
En el año 1603 Inglaterra (junto con Gales) y Escocia se unieron bajo el gobierno de un mismo rey, Jacobo I, pero continuaron sus vidas separadas durante un siglo más. Ya en 1707 el Parlamento en Londres aprobó una ley unificando a los dos países. Desde ese momento empezó a usarse el término Gran Bretaña, como sinónimo del Reino Unido. Mucho más tarde la provincia de Irlanda del Norte, Ulster, también se integró en el Reino. Aparte de los irlandeses, todos parecían estar viviendo felizmente juntos en la familia, y dos de los mejores líderes políticos del siglo XX, David Lloyd George y Ramsay Macdonald, eran naturales de Gales y Escocia, respectivamente.
¿Qué ha ocurrido para que la familia se haya desintegrado? Siempre hubo unos cuantos escoceses a los que no les gustaba la Unión. Pero no actuaron hasta 1934, cuando se formó un pequeño grupo llamado el SNP (Scottish National Party). No obtuvieron ningún apoyo significativo. En 1999 el primer ministro británico, Tony Blair, cumplió con la promesa de darle a Escocia su propio Gobierno autónomo, con la esperanza de que la amenaza de la separación se desvaneciera. Pero la devolución (como se llama) no mató este deseo. En el transcurso de las elecciones que se han celebrado en Escocia en el presente siglo, el SNP nunca ha conseguido miembros suficientes o apoyo en favor de sus demandas. Sólo en las elecciones de 2011, cuando el SNP ganó 69 de los 129 escaños disponibles y por ello obtuvo una mayoría, avanzaron los planes para la separación. El nuevo Gobierno escocés quiere celebrar un referéndum sobre la independencia en 2014 y ya ha revelado los detalles de la forma en que se celebrará, y qué tipo de pregunta se someterá a los electores.
Como sabemos en España, el referéndum no es ninguna amenaza a la unidad nacional, y su propósito principal es irritar al Gobierno central. En la serie de consultas que se celebraron en Cataluña el año pasado con el apoyo de los separatistas catalanes, sólo una pequeña proporción del electorado expresó su apoyo a la independencia. Los separatistas lo consideraron un gran triunfo, pero nadie más se lo tomó en serio. La situación no es muy diferente en Escocia. Hay dos cuestiones claves que deberán resolverse: ¿cuántos votarán por la independencia? ¿Sería legalmente posible separarse de la Unión?
El grado de apoyo a un referéndum es bastante alto entre los votantes escoceses, principalmente porque les gusta expresar sus opiniones. Saben que no arriesgan nada incluso diciendo que apoyan el separatismo, porque siempre pueden cambiar su voto en una elección real. También es importante recordar que en la ley británica un referéndum no tiene fuerza legal o vinculante, y su resultado equivale simplemente a una expresión de opinión. Por lo tanto, la futura consulta en 2014 no es en modo alguno una amenaza a la Unión. Sin embargo, los detalles del referéndum (cómo está organizado, qué preguntas se harán) son de cierta importancia, porque hay muchas circunstancias en que puede ser declarado ilegal. Los expertos han observado de cerca el modo en que se celebró hace tiempo una consulta en Québec (Canadá), cuando los nacionalistas de allí querían ganar apoyo por la independencia, pero fueron incapaces de decidir sobre los detalles de cómo interpretar el resultado.
La cuestión realmente importante, por tanto, no es el referéndum, sino la posibilidad de un voto por la independencia en una elección nacional. Casi el 45% del electorado escocés votó a favor de la devolución en 1999, prueba suficiente de que la decisión fue democrática. ¿Pero cuántos escoceses efectivamente apoyan la independencia? Hasta que no voten sobre el asunto, no hay manera de saberlo. Una encuesta realizada en abril de 2011 mostraba un apoyo de sólo el 28%, frente al 57% que se opone a esta idea. Un experto calculaba el mes pasado que las personas que apoyaban la independencia eran alrededor de un tercio de la población escocesa. Estas cifras no son muy altas, y mucho dependerá del sistema de votación para ver cómo la cuestión afecta la realidad.
Sin embargo incluso si el SNP obtuviera el voto popular por la independencia, no podría hacer nada al respecto, porque la Constitución no le confiere ninguna autoridad para decidir este asunto. El único cuerpo político con poder legal para aprobar la independencia es el Parlamento británico en Westminster. Si el voto por la independencia de Escocia es abrumador, por supuesto, Westminster tendrá que tomar nota de ello y puede incluso que se dé por vencido, porque un voto democrático es un voto democrático. Mientras tanto, Westminster se prepara para conceder más poderes fiscales al Parlamento escocés en Holyrood, a fin de aplacar las críticas de muchos ciudadanos hacia el Gobierno central.
Al fin y al cabo, debemos recordar que Escocia no puede ser comparada con otros países que han estado buscando la independencia. La mitad de la población escocesa es inglesa, el idioma del país es el inglés y su cultura ha venido determinada por los ingleses durante los últimos 400 años. No es un país rico (la reciente riqueza procedente del petróleo del Mar del Norte pronto disminuirá). Indicios actuales señalan que la Unión con Inglaterra no está en peligro, y un cambio de estado de ánimo de los electores puede reducir fácilmente el SNP a un estatus de minoría una vez más. Sin embargo, si los votantes deciden en contra de la independencia, ese no será el final de la historia del SNP, que siempre ha insistido en que su objetivo ha sido obtener mayores poderes para Holyrood.
La Carta de las Naciones Unidas consagra el derecho de los pueblos a la libre determinación, pero el problema, en regiones como Escocia y Cataluña, es que en cualquier consulta el pueblo rechaza sistemáticamente la libre determinación. Nunca ha habido un voto mayoritario de separación o independencia en cualquiera de estas regiones.
Irónicamente, esto ha ayudado a los partidos nacionalistas, que siguen haciendo llamamientos emocionales por la independencia, (días atrás, el presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, rechazaba la palabra «independencia» y en su lugar destacó que lo que busca es la «emancipación») mientras que al mismo tiempo se benefician de la voluntad del Gobierno central de conceder el control sobre los impuestos. Si esto continúa, Cataluña será siempre una parte de España y Escocia será siempre una parte del Reino Unido.

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