18 mar 2012

Las señales políticas de la visita papal/Fred Alvarez

Las señales políticas de la visita papal/Fred Alvarez Palafox
¡Bienvenido a México!
El Papa es líder religioso y jefe de Estado; no hace visitas casuales, todas tienen objetivos, muchas veces políticos, como en esta gira debida a la insistencia del presidente Calderón.
Publicado en Milenio semanal, 2012-03-18 |
http://www.msemanal.com/node/5431
A punto de emprender un viaje, Benedicto XVI en un avión en el aeropuerto de Roma en septiembre de 2009 Foto: Alessandro Bianchi / Reuters
“...Suplico a Dios, por intercesión de María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, que bendiga, proteja y acompañe a todos los mexicanos, tan cercanos al corazón del Papa, para que en su país resplandezca incesantemente la concordia, la fraternidad y la justicia”. —Benedicto XVI, en su discurso que entregó al embajador de México ante la Santa Sede, Héctor Federico Ling Altamirano en julio de 2009


 “...Tengo la intención de emprender un viaje apostólico antes de la Santa Pascua a México y Cuba, para proclamar allí la palabra de Cristo y se afiance la convicción de que éste es un tiempo precioso para evangelizar con una fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente…”, anunció en su homilía pronunciada en español y portugués, Benedicto XVI aquél lunes 12 de diciembre, festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, en la Basílica de San Pedro en Roma. 
El anuncio era esperado. 
No fue casual que ahí estuviera Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, junto con los cardenales Tarcisio Bertone, secretario de Estado; Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, y Raymundo Damasceno, arzobispo de Aparecida en Brasil.
 En ese momento el Papa no dio las fechas precisas, sólo dijo que “antes de la Santa Pascua”; después se supo la fecha, la agenda y los lugares exactos: León, Guanajuato, del 23 al 26 de marzo del 2012.
 Por cierto, no hubo comunicado oficial sobre el anuncio de la visita papal, aunque días después se realizó en la Basílica de Guadalupe un Triduo de Oración por la Paz en México, a la que asistieron el presidente Felipe Calderón y su esposa. Fue una señal de alegría por la visita papal, sin duda.
Tres días después del anuncio papal de la visita a México, nuestros legisladores enviaron una señal al líder religioso y aprobaron (como si fuera un milagro) por mayoría calificada de 199 votos a favor, tres abstenciones y la ausencia de los partidos de izquierda, las reformas al artículo 24 constitucional, que tienen que ver con la libertad religiosa.
Ello generó un falso e innecesario debate en los medios que incluso dio pie a la conformación de algunas ONG que se manifestaron por el Estado laico y en contra de los cambios al referido artículo.
 Incluso algunos analistas calificaron la aprobación como una gracia a la jerarquía católica. Otros más le endilgaron “el milagrito” a Enrique Peña Nieto, ya que en su visita al Vaticano en 2009 le habría ofrecido al papa Benedicto XVI sus “buenos oficios” para reformar dicho precepto constitucional. De haber sido así, el Papa habría asistido al Estado de México o a Veracruz, estados que, como sabemos, cabildearon intensamente la visita papal a sus regiones.
Es más, Peña Nieto le dijo al periódico madrileño El País, en una entrevista publicada el 11 de diciembre de 2011, que no estaba seguro de la visita del líder religioso: “Yo esperaría todavía a ver si ocurre realmente, porque eventuales visitas del Papa a México se han anunciado y ninguna ha ocurrido...”
 Es evidente que el candidato priista no tenía información precisa de la visita papal.
El debate de las reformas continuó semanas e incluso hubo un foro en la Cámara de Diputados donde muchas voces de legisladores, organizaciones sociales y especialistas se expresaron. En ese entorno el cardenal Rivera Carrera se pronunció a favor de la modificación conjunta a los artículos 24 y 40 constitucionales para exorcizar el fantasma de que se está atacando al Estado laico. Lo hizo con mucha habilidad en el marco de un servicio religioso en la Catedral Metropolitana —el domingo 26 de febrero de 2012— cuando, junto con la feligresía dominical le rindió honores a la bandera con motivo de la celebración del 24 de febrero.
 Semanas después, el 14 de marzo, justo a unos días de la visita papal, las comisiones de Puntos Constitucionales y Estudios Legislativos del Senado de la República votaron las reformas al artículo 24 y 40 constitucionales. Y para no dejar sospechas, el primero en aprobarse fue el 40, que dice: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática (y laica), federal, compuesta de estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior; pero unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental”.
 Después los integrantes de las comisiones entraron a la discusión del artículo 24 en materia de libertad religiosa, cuyo dictamen sostiene que no es vinculante para que otros artículos como el primero, el tercero, el quinto, el 27 o el 130 deban modificarse, como propusieron los diputados. El artículo aprobado quedaría como sigue en caso de que el pleno del Senado lo aprueba por mayoría calificada y pasa a los congresos locales:
 “Artículo Único. Se reforma el primer párrafo y se deroga el tercer párrafo del artículo 24 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, para quedar como sigue:
 “Artículo 24. Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado. Esta libertad incluye el derecho de participar, individual o colectivamente, tanto en público como en privado en las ceremonias, devociones o actos de culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley. Nadie podrá utilizar los actos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política”.
 LAS REFORMAS SIN PRIVILEGIOS
 Con estas reformas es claro que nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política. Además, los actos religiosos de culto público se celebrarán ordinariamente en los templos, y los que extraordinariamente se celebren fuera de éstos se sujetarán a la ley reglamentaria, la de Asociaciones y Culto Público.
 En las reformas se menciona que se reconoce la libertad de religión conforme a los tratados de derechos humanos vigentes en México, que comprende manifestar la religión en forma individual o colectiva, en público o en privado. Se indica que todo Estado laico, por su carácter de imparcialidad, debe considerar la libertad de religión, pues no hacerlo en los términos que se pactó en los tratados internacionales, revela la actitud de un Estado anticlerical por definición, circunstancia que lo aleja de su laicidad.
 Estas reformas al 24 y 40 constitucionales, contra lo que muchos dicen, no privilegian a ninguna Iglesia en particular, ya que el reconocimiento del derecho a la libertad religiosa es para todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes. Tampoco atentan contra el Estado laico y no existe una propuesta de reforma al artículo tercero constitucional, por lo que la educación que imparte el Estado seguirá siendo laica; no hay propuestas de reforma al 130 constitucional para que los ministros de culto puedan participar en política. No hay ninguna concesión especial a las iglesias como algunos lo han expresado.
 Nuestros legisladores, en su caso, lo único que hicieron fue armonizar la legislación con las otras reformas constitucionales en materia de derechos humanos. Además, es claro el precepto 29 constitucional, que estableció el mandato fundamental de que no pueden restringirse en forma y modo alguno las libertades de pensamiento y de conciencia. En el mismo sentido las reformas del 10 de junio en materia de derechos humanos se homologan con los tratados internacionales, y nuestro país ratificó en 1981 el Pacto de San José, que establece con toda claridad los contenidos de la libertad de conciencia y de religión. Los tratados internacionales que hablan de esos derechos son: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948 (artículo 18); el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, de 1966 (artículo 18), y la Convención Americana sobre los Derechos Humanos, de 1981 (artículo 12), por mencionar sólo algunos.
 Y eso lo saben muy bien la mayoría de las asociaciones religiosas en México. También lo tiene claro el papa Benedicto XVI.
 No había necesidad de exponernos a una severa crítica del señor Joseph Ratzinger. Su posicionamiento del tema es claro: la libertad religiosa es el primer derecho del hombre. Así lo reiteró a principios de año en un discurso pronunciado al cuerpo diplomático ante la Santa Sede con motivo del Año Nuevo, donde subrayó que el respeto de la persona debe estar en el centro de las instituciones y las leyes.  Respecto a la libertad religiosa, precisó: “Se trata del primer derecho del hombre porque expresa la realidad más fundamental de la persona. Este derecho, con demasiada frecuencia y por distintos motivos, se sigue limitando y violando... En otras partes del mundo se constatan políticas orientadas a marginar el papel de la religión en la vida social, como si fuera causa de intolerancia, en lugar de contribuir de modo apreciable a la educación en el respeto de la dignidad humana, la justicia y la paz”.
 Y al final se refirió a los avances que se han hecho en algunos países: “Me refiero a la modificación legislativa gracias a la cual la personalidad jurídica pública de las minorías religiosas ha sido reconocida en Georgia; pienso también en la sentencia de la Corte Europea de los Derechos Humanos a favor de la presencia del crucifijo en las aulas de las escuelas italianas. Y justamente deseo recordar de modo particular a Italia, en la conclusión del 150 aniversario de su unificación política (…) Espero que Italia siga apostando por una relación equilibrada entre la Iglesia y el Estado, constituyendo así un ejemplo que las otras naciones puedan mirar con respeto e interés”.
 Por allí iba el posicionamiento papal con respecto a México.
 Ahora, con las aprobaciones constitucionales en camino, seguramente dirá que con México siguen algunos pendientes.
 Benedicto XVI, además de ser líder religioso, es Jefe de Estado y un hombre que sabe de filosofía del derecho. No hace visitas casuales, todas tienen un objetivo y muchas de ellas son políticas, aunque sus viajes sean pastorales.
 Hace unos meses visitó Berlín y fue invitado a asistir al Bundestag (Parlamento) por el presidente Norbert Lambert. Ahí pronunció uno de los discursos más difíciles que haya dado en sus casi siete años de papado. Acudió a la sede parlamentaria y comenzó su discurso hablando sobre el deber de un político de servir a la Justicia y al Derecho. Aunque el discurso se enfocó en especial a la oportunidad de volver a abrir un debate sobre la existencia de una ley natural basada en los fundamentos del Derecho, el Papa quiso reflexionar también sobre la ética política.
 Por eso habló del pasaje del Libro de los Reyes, en el que Salomón pide a Dios “un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal... Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que debe ser importante en definitiva para un político. Su criterio último y la motivación para su trabajo como político no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material”.
 Al contrario, dijo, la política “debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz... Naturalmente, un político buscará el éxito, que de por sí le abre la posibilidad a la actividad política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del Derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a desvirtuar el Derecho, a la destrucción de la Justicia”.
 Al final de su intervención, los presentes se pusieron de pie y aplaudieron durante un buen rato a su paisano, quien se retiraba airoso del atril.
 ¡Imaginémonos una visita del Papa al Congreso de la Unión! 
¡Imposible hoy!
 LAS INVITACIONES
La visita de Benedicto XVI a México tardó siete años. Se fue cocinando poco a poco, y se debe a la tenacidad del presidente Felipe Calderón, quien lo invitó personalmente en mayo de 2011, durante la visita oficial a la Santa Sede para asistir a la ceremonia de beatificación del papa Juan Pablo II.
La primera invitación fue en octubre de 2007 a través del secretario para las Relaciones entre los Estados de la Santa Sede, monseñor Dominique Mamberti, pero un punto clave fue julio de 2009, cuando se nombró a Federico Ling Altamirano como embajador de México ante el Vaticano, con el único propósito de convencer al Papa de que visitara México antes de que concluyera el 2012.
 El día que el embajador Ling Altamirano presentó sus cartas credenciales, Benedicto XVI le dijo: “En efecto, la libertad religiosa no es un derecho más, ni tampoco un privilegio que la Iglesia católica reclama. Es la roca firme donde los derechos humanos se asientan sólidamente, ya que dicha libertad manifiesta de modo particular la dimensión trascendente de la persona humana y la absoluta inviolabilidad de su dignidad. Por ello, la libertad religiosa pertenece a lo más esencial de cada persona, de cada pueblo y nación”.
 Ese discurso se parece al de las reformas constitucional de hoy.
Antes del anuncio oficial de la visita, que se hizo el 12 de diciembre, ya se sabía de ella. En noviembre de 2011 el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi, comentó la “posibilidad” real de la visita papal. Adelantó que, en caso de darse, no incluiría la Ciudad de México, por problemas de altitud, pero que se buscarían “las mejores alternativas”.
 En realidad la altura no tiene nada que ver porque el Cerro del Cubilete está a dos mil 579 metros sobre el nivel del mar, y la Ciudad de México a dos mil 260. Más bien se escogió Guanajuato porque ahí está un símbolo del catolicismo de México: el Cerro del Cubilete, la cuna del movimiento cristero, y que, por cierto, sólo sobrevolará en helicóptero. Juan Pablo II lo hizo desde un avión en una de sus visitas.
A finales de noviembre pasado quien sí estaba seguro de la visita era el embajador Ling Altamirano. En una entrevista publicada el 25 de noviembre en la prensa católica, pedía “estar atentos” este 12 de diciembre, y anticipaba que podría “haber gozo universal en este mundo latinoamericano, si es que se da el anuncio” de la visita papal.
 Ling también afirmó que esta visita “significaría un triunfo espectacular del amor, principalmente, y un triunfo de la voluntad de hacer las cosas de manera inteligente y racional”. Y en efecto, el 12 de diciembre se anunció urbi et orbi la visita a México del Papa número 264 en la sucesión de San Pedro; era el día de la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe. ¡Nada es casual!
¿A QUÉ VIENE A MÉXICO?
Para muchos la visita es eminentemente política; para otros es una visita pastoral, y por allí alguien más dice que es una visita de Estado. Pero no, se le da ese trato porque lo es, pero su visita es otra. El mismo Papa lo explicó en Roma: su mensaje será de reconciliación, de empeño por el progreso de la Iglesia y de la misma sociedad, tanto cubana como mexicana. “Será un signo de amor hacia estos dos pueblos. No diría que se trata de un viaje difícil, el Papa está tranquilo, muy confiado y sereno. Se prepara estudiando la situación, escribiendo los discursos y rezando”, dice monseñor Angelo Becciu, sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado del Vaticano.
Pero también el Papa sabe bien que el próximo primero de julio se elegirá a un nuevo Presidente de la República, así como a 128 Senadores y a 500 diputados federales, y que habrá elecciones concurrentes en 15 entidades federativas.
Dice el obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi, en un escrito ampliamente difundido por agencias católicas, que la visita es netamente pastoral: “Proclamar el Evangelio, para que nuestra fe católica sea recia y no tambaleante; para que nuestra esperanza no sea pasiva sino viva y nos comprometamos con los cambios que el país requiere; para que nos inflamemos en amor de unos hacia otros, sobre todo hacia los que sufren por cualquier motivo, en vez de que siga la destrucción de unos por otros, como lo estamos sufriendo con el narcotráfico y las descalificaciones entre candidatos a puestos públicos”.
Agrega que “no faltan quienes, presumiendo de saber mucho de cosas de Iglesia, pero con un claro dejo de anticlericalismo, aventuran hipótesis de que todo se planeó para que viniera en tiempos preelectorales, y así influir a favor de un partido político. ¡Cuánta imaginación, y al mismo tiempo cuánta irresponsabilidad al emitir juicios totalmente ajenos a la verdad!”.
Como dije anteriormente, el Papa no hace visitas casuales, todas tienen un motivo, muchos de ellos son políticos.
Benedicto XVI se prepara muy bien en cada visita que hace y ésta vez no es la excepción. Estudia perfectamente la realidad del país, escribe personalmente y a mano los discursos y las dos homilías que pronunciará; escoge bien los rezos y las citas bíblicas.
Bienvenido a México.

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