25 mar 2012

¿Se reza para encontrar lugar en un vuelo papal?

Crónica del vuelo papal/ Paloma Rives, enviada especial
ROMA, domingo 25 marzo 2012 (ZENIT.org).- Tan solo subir el primer escalón hacia la entrada del avión produjo una sensación tan hermosa que es difícil de explicar.
Adelante iba Arcelia Becerra del diario A.M quien volteó hacia atrás con una mirada cristalina envuelta en nerviosismo y por supuesto una sonrisa: –“Ya, Paloma, ya estamos a punto de entrar,” dijo. En ese momento, como por arte de magia, vinieron a la mente una serie de imágenes de los momentos en que nos entregaron la acreditación; las caminatas de prisa y nerviosas de una oficina a otra para completar los trámites; las palabras de aliento y de acompañamiento del equipo de ZENIT en la Ciudad del Vaticano y hasta el momento en que, por vía del correo electrónico recibimos la encomienda ya hace algunos meses.
“Ya Arcelia, ya vamos a entrar a este gran sueño, a esta hermosa misión,” – le respondí con mucha confianza. Habíamos podido entablar conversaciones muy agradables junto a otros compañeros de viaje y ello había permitido la camaradería propia de quienes se identifican con una visión similar: poner todo el esfuerzo en hacer de esta oportunidad un medio para entregar buenos resultados.


Lo primero que encontramos fue una tripulación amable, sonriente, servicial y atenta. Es de aquellas ocasiones en las que se recuerda que cuando un ser humano encuentra su vocación y, en consecuencia, disfruta su trabajo, lo hace con alegría.
“No existen asientos designados, solo los de la parte de enfrente” – logré entender a la amable señorita aeromoza que –evidentemente- se dirigió a nosotras en italiano. Gracias.
Era la última de tres secciones del avión. En la primera, Su Santidad Benedicto XVI y colaboradores más cercanos. En la segunda sección, parte de su equipo de seguridad y logística y, en la tercera (donde nos encontrábamos), los periodistas acreditados.
 Caminamos con un poco de dificultad por la dinámica de acomodo de los equipos y maletas pequeñas de los otros viajeros que, como nosotros, buscaban un lugar donde pasar las siguientes 14 horas.
Los asientos se dividía en tres largas filas y entre ellas dos corredores pequeños pero lo suficientemente cómodos para transitar. Pasamos dos, tres, cuatro… ¡no encontrábamos espacio! En unos asientos algunas cajas, en otros, enormes cámaras de alta tecnología, en otros, ya se ubicaban quienes habían abordado primero. Aquí se confirme aquello de “los últimos serán los primeros” porque…a estas alturas…¡nos vamos porque nos vamos!
 Cuarta, quinta, todas las filas recorridas del pasillo izquierdo y ¡nada!
 ¿Se reza para encontrar lugar en un vuelo papal?
 Llegamos a las primeras filas reservadas para los periodistas que cubren permanentemente la fuente informativa de la Santa Sede y que –por cierto- lo han hecho durante años. Obviamente, ahí no.
 Iniciamos el recorrido por el pasillo derecho, ahora, de adelante hacia atrás. Saludamos a algunos compañeros que teníamos el gusto de conocer desde antes de esta experiencia y a otros que conocimos en la sala de espera. “Buon viaggio,” decían algunos. “¡Hola! Nos encontramos al rato,” decían otros, y mientras, yo pensaba: “ojalá porque todavía no encuentro lugar.”
 Llegamos a la última fila. Ni, a la izquierda, ni al centro, habíamos logrado aquel tan esperado asiento. Cuando aparece ante nosotros el coordinador de logística, encargado del grupo y nos dice: “Aspetta un attimo.” ¡Una esperanza! Sólo quedábamos cuatro personas “en el limbo” (perdonen la referencia) y evidentemente no deseábamos quedarnos ahí.
 Movieron unas cajas y nos designaron dos filas. Es decir, seis asientos para cuatro. Si. Definitivamente. Los últimos serán los primeros.
 ¡Qué cómodos! A nuestra derecha, después del asiento vacío, una agradable compañía. Felipe de Jesús Monroy, representante de la comisión de comunicación social de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) de quien compartiremos una charla en entregas siguientes.
En la cabecera del asiento, el escudo del Vaticano. Un paquete con una suave cobija verde y una almohada blanca, también con el escudo.
 Una vez que todos están en sus lugares y los equipos en los compartimentos superiores, la tripulación inicia el recorrido por los pasillos invitando jugo de naranja color rojo. Sí, color rojo. Preguntamos al amable joven sobrecargo la causa del color y nos contesta: “Porque tiene un poco de vergüenza!” Muchas risas cuando escuchamos la respuesta tan ocurrente. Definitivamente, disfruta su trabajo.
 Debemos recalcar que en ningún momento, de las 14 horas de vuelo, dejamos de recibir una sonrisa de quienes nos asistían en el vuelo. En ningún momento. Aquí vuelve a la mente –una vez mas- el agradecer en lo personal este hermoso trabajo. ¡Qué gran privilegio ser periodista y disfrutarlo!
 Continuamos haciendo fotografías y grabamos un video tipo blog. El tiempo se fue muy rápido. Nos visitan, de nuevo, los sobrecargos para entregarnos el menú. Llegó la hora del desayuno. Recordemos que habíamos llegado al aeropuerto a las 5 y media de la mañana y abordamos el avión a las 8 y media.
 Nos entregan una tibia toalla húmeda y después de recogerla llega la “prima colazione”. Un omelette, pan tibiecito, café, yogurt y frutas. Aquí llega una pregunta mas: ¿qué son esas frutitas pequeñitas rojas? Parecieran como lo que en México conocemos como capulines pero no son. En ese momento, de la fila de atrás se escucha: -“¡Rives!” e inmediatamente volteamos en respuesta al supuesto llamado de un compañero de la prensa italiana quien, aún y cuando le respondo, guarda silencio y repite: -“¡Rives!”. Continúa el silencio hasta que la sobrecargo entiende la confusión y dice en italiano: -“la fruta se llama ribes, con esta b”. No cabe duda, este es un viaje especial en todos los sentidos.

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