14 abr 2012

El capitan del Titanic


El capitán de los millonarios/ por Raquel quÍlez
Publicado en El Mundo, 14 de abril de 2012

Era el capitán más prestigioso de la White Star Line. 35 años en la compañía y ni una mácula en el curriculum. A Edward J. Smith (1850-1912) le llamaban el 'capitán de los millonarios'. Más de uno afirmó que no cruzaría el Atlántico si no era con él. Por eso la naviera le puso al frente de los grandes buques: sus dotes de relaciones públicas eran garantía de buenas veladas y su destreza en la cabina, de seguridad para llegar a puerto... Hasta que el hielo se cruzó en su camino. Ésta es la historia del hombre que guiaba los designios de la máquina más poderosa de su tiempo. ¿Tuvo alguna responsabilidad en su debacle? ¿Gestionó de forma correcta el accidente?

 El 'capitán de los millonarios' nació en una familia humilde de la Inglaterra industrial (Stoke-on-Trent). Reacio a seguir la tradición alfarera, miró al mar y a los 19 años se embarcó como aprendiz en un velero. Una década después —1880— ingresó en la White Star como oficial. Y comenzó su ascenso. Entre 1895 y 1904 fue capitán del SS Majestic y transportó tropas para la Guerra de los Boers obteniendo el título de comandante honorario de la Royal Naval Reserve. En 1910, ya era el mejor valorado y comenzaron a encargarle los viajes inaugurales de los grandes barcos. Su reputación se disparaba al tiempo que ascendía en el escalafón social. Antes de capitanear el Titanic, comandó el Republic, el Coptic, el Majestic, el Baltic, el Adriatic y el Olympic, y se había mudado con su mujer y su hija a una imponente mansión en Southampton —sus honorarios rondaban las 1.250 libras al año más 200 dólares de un bono por no sufrir accidentes—. Cuando se subió al Titanic tenía 62 años. Mucho se ha especulado con que sería su última travesía ya que pensaba jubilarse después, pero ese extremo nunca se confirmó.

 Smith fue un capitán mediático; los periódicos le requerían y él regalaba sus hazañas. «No puedo imaginar ninguna condición por la que un barco actual pueda hundirse», llegó a decir en una entrevista, y reconoció en privado que los transatlánticos llevaban pocos botes porque la compañía, convencida de su seguridad, prefería ahorrar en ese campo. La White Star Line lanzó una gran campaña de propaganda con el Titanic y él formaba parte de la fórmula para hacer atractivo el negocio. Incluso salió a recibir a los pasajeros ilustres.

El 12 de abril de 1912, dos días después de zarpar, comenzó a recibir avisos de grandes bloques de hielo en su ruta. Smith ordenó navegar 16 millas más al sur para bordearlos, pero dos días después la situación se había complicado y algunas fuentes aseguran que se reunió con el presidente de la compañía, Bruce Ismay, para plantearle reducir la velocidad. La orden fue mantenerla; querían conseguir una buena marca en el viaje. La fatídica noche del 14 de abril, Smith participó en una cena organizada en su honor por los Wideners, una familia de millonarios de Filadelfia estrechamente vinculada al banco que financió el Titanic. En esa mesa estaba la élite económica de la sociedad de la época, pero Smith, inquieto por la ruta, se retiró pronto: fue a la cabina a valorar la situación y se marchó a su camarote. A las 23:40 el Titanic chocó contra un iceberg y empezó a inundarse. Smith ordenó parar las máquinas y junto a su constructor, Thomas Andrews, el carpintero Thomas Hutchins y el primer oficial William Murdoch salió a hacer una inspección. Veredicto: el buque invencible se hundiría en unas horas. Smith ordenó enviar señales de auxilio.
Es entonces cuando su historia se cruza con la de otro capitán al que el accidente también llevó a la Historia: Stanley Lord, al frente del Californian, un buque mixto de carga y pasaje —iba sin pasajeros— que permaneció en las inmediaciones del Titanic, pero no acudió en su ayuda hasta que ya era tarde —llegó sobre las 8:30 de la mañana, cuando el Carpathia ya se retiraba con cerca de 700 rescatados—. Experimentado, Stanley Lord tenía 35 años y llevaba 20 en el mar —incluso había rechazado una plaza en la White Star—. Él afirmó que se encontraba a más de 20 millas del Titanic y no vio las señales luminosas de alarma. Sin embargo, la Comisión Informativa británica determinó su responsabilidad y se le pidió renunciar. Aunque no fue el fin de su carrera en el mar — le contrataron otras compañías y obtuvo muchas felicitaciones por su labor en la I Guerra Mundial—, murió a los 84 años con la sombra de la duda aún sobre su persona.
 No ocurrió lo mismo con Smith, a quien las actas de la investigación eximieron de responsabilidad en lo ocurrido. Los testimonios de los supervivientes describen a un capitán que no perdió la calma: dio instrucciones para ocupar los botes —«Las mujeres y los niños primero» a estribor; y «Sólo mujeres y niños» a babor—, y hubo quien le recordó nadando para subir a un niño a un bote o sobre el puente de mando esperando su destino. No intentó salvarse por encima del resto.
A las 2:20 de la mañana, el Titanic se hundió. Y con él, la leyenda. Nunca se identificó su cuerpo. Un siglo después, en el Beacon Park de Lichfield se erige un monumento en honor: «En memoria y ejemplo de un gran corazón, una vida brava y una muerte heroica». Ahí queda su legado.
En la foto es el de la derecha.

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