11 abr 2012

Lo que hay que decir/Günter Grass

Lo que hay que decir/Günter Grass


 “Por qué guardo silencio, demasiado tiempo,
 sobre lo que es manifiesto y se utilizaba

 en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,
 solo acabamos como notas a pie de página.

 Es el supuesto derecho a un ataque preventivo
 el que podría exterminar al pueblo iraní,

 subyugado y conducido al júbilo organizado
 por un fanfarrón,

 porque en su jurisdicción se sospecha


 la fabricación de una bomba atómica.

 Pero ¿por qué me prohíbo nombrar

 a ese otro país en el que

 desde hace años —aunque mantenido en secreto—

 se dispone de un creciente potencial nuclear,

 fuera de control, ya que

 es inaccesible a toda inspección?

 El silencio general sobre ese hecho,

 al que se ha sometido mi propio silencio,

 lo siento como gravosa mentira

 y coacción que amenaza castigar

 en cuanto no se respeta;

 “antisemitismo” se llama la condena.

 Ahora, sin embargo, porque mi país,

 alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez

 por crímenes muy propios

 sin parangón alguno,

 de nuevo y de forma rutinaria, aunque

 enseguida calificada de reparación,

 va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad

 es dirigir ojivas aniquiladoras

 hacia donde no se ha probado

 la existencia de una sola bomba,

 aunque se quiera aportar como prueba el temor...

 digo lo que hay que decir.

 ¿Por qué he callado hasta ahora?

 Porque creía que mi origen,

 marcado por un estigma imborrable,

 me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,

 al país de Israel, al que estoy unido

 y quiero seguir estándolo.

 ¿Por qué solo ahora lo digo,

 envejecido y con mi última tinta:

 Israel, potencia nuclear, pone en peligro

 una paz mundial ya de por sí quebradiza?

 Porque hay que decir

 lo que mañana podría ser demasiado tarde,

 y porque —suficientemente incriminados como alemanes—

 podríamos ser cómplices de un crimen

 que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa

 no podría extinguirse

 con ninguna de las excusas habituales.

 Lo admito: no sigo callando

 porque estoy harto

 de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además

 que muchos se liberen del silencio, exijan

 al causante de ese peligro visible que renuncie

 al uso de la fuerza e insistan también

 en que los gobiernos de ambos países permitan

 el control permanente y sin trabas

 por una instancia internacional

 del potencial nuclear israelí

 y de las instalaciones nucleares iraníes.

 Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,

 más aún, a todos los seres humanos que en esa región

 ocupada por la demencia

 viven enemistados codo con codo,

 odiándose mutuamente,

 y en definitiva también ayudarnos.

(El texto original en alemán se publica el 4 de abril de 2012 en el diario Süddeutsche Zeitung.

Traducción de Miguel Sáenz. El texto original en alemán se publica hoy en el diario Süddeutsche Zeitung.
Muchas reacciones y esta es la respuesta de Günter Grass
Lo mismo entonces que ahora
Mi respuesta a decisiones recientes/ Günter Grass
Publicado en El País, 11 ABR 2012
Tres veces se me ha negado la entrada en un país. Comenzó la República Democrática Alemana, RDA en abreviatura, por orden del Ministro de Seguridad del Estado, llamado Mielke. Y fue él quien, años más tarde, retiró la prohibición, aunque ordenando una vigilancia reforzada de los viajes previstos de una persona clasificada como “elemento subversivo”.

 Cuando mi mujer y yo, en 1986, pasamos varios meses en Calcuta, la capital de la Bengala occidental, se nos negó la entrada en Birmania como “indeseados”. En ambos casos se siguió la práctica habitual en las dictaduras.

 Ahora es el Ministro del Interior de una democracia, el Estado de Israel, quien me ha sancionado negándome la entrada, y su justificación para la medida coercitiva impuesta recuerda –por su tono– el veredicto del ministro Mielke. Sin embargo, no podrá impedirme conservar mis vivos recuerdos de varios viajes a Israel. Todavía tengo presente el silencio del desierto judaico. Todavía me veo irremisiblemente unido a la tierra de Israel. Todavía me encuentro hablando con Erwin Lichtenstein, el último síndico de la comunidad judía de Danzig, mi ciudad natal. Y todavía guardo en mis oídos las interminables discusiones con amigos. Disputaban (después de una guerra victoriosa) sobre el futuro de su país como potencia ocupante pero estaban también llenos de una inquietud que, cuarenta años más tarde, se han convertido en un peligro amenazador.

 No existe ya la RDA. Pero, como potencia nuclear de dimensión incontrolada, el gobierno de Israel se considera autolegitimado y, hasta ahora, inasequible a toda admonición... Solo Birmania permite que germine una pequeña esperanza.

 Traducción de Miguel Sáenz


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