21 abr 2012

Por senderos que la maleza oculta’/ Gregorio Morán


Por senderos que la maleza oculta’/ Gregorio Morán
Publicado en La Vanguardia, 21 de abril de 2012
No se dejen engañar. Sant Jordi es una fiesta preciosa, con las rosas, los libros, las banderolas, los tenderetes en las calles, la insólita alegría… A mí me encanta Sant Jordi, pasear por una ciudad que al menos un día parece el París del Primero de Mayo de antaño, con su muguet y su alegría popular sin ofender a nadie. Los festejos deportivos siempre se hacen contra alguien. Reconozco que nunca hice esa especie de servicios de “señora amable”, a una hora por librería; darle al palique, firmar un libro y que pase el siguiente. A mí me gusta Sant Jordi, pero me sobran los autores. Me basta con las rosas, los libros, los tenderetes, las banderolas… Pero no se dejen engañar, Sant Jordi no tiene nada que ver con la literatura.
¿Por qué se lo digo así? Porque hay gente que además de chulearnos quiere tener razón. Si usted hace una inversión millonaria en un producto, y da la casualidad que ese producto es un libro, lo natural es que ponga todos los saberes de la mercadotecnia para que ese libro cumpla las expectativas económicas que se han depositado en él. Es lo que Lara, el editor de Planeta, llama con metáfora contundente: “Dejar de creer que los niños vienen de París”. Y lo suscribo.

Hay editoriales, Nórdica, por ejemplo, que publica libros de literatura que conociendo el lector español y la propensión de los críticos al uso por dejarse llevar por el oído, cuando no por partes menos nobles, resultan como un festejo en la mediocridad. Es el caso de la aparición de la última obra que escribió el noruego Knut Hamsum durante su benévolo encierro por delitos de colaboración y exaltación del ocupante nazi. Uno de esos textos que al mismo tiempo que nos encontramos con literatura, consienten una reflexión terrible sobre la condición humana, y muy especialmente, sobre los vericuetos de la inteligencia.
Su título ya es sugerente. Por senderos que la maleza oculta (Nórdica). Significativo que también el libro postnazi de Heidegger –Holzwege (1950)– se refiriera a senderos en el bosque. Además de inveterados caminantes de montaña –senderistas, se diría hoy– los dos tuvieron una responsabilidad criminal en el apoyo y defensa intelectual del nazismo. Inquietan los que apelan a la naturaleza para justificar lo injustificable. Habría que encontrar una expresión en castellano que definiera “los senderos que se borran”, o que se difuminan. Seguro que existe. ¿Transición?, por ejemplo.
Para un lector de hoy habría que empezar explicando algo de Knut Hamsum, al menos de lo que significó para toda una generación –la mía, sin ir más lejos– la figura de Hamsum. Cuando me enteré que el autor de Hambre, ese libro capital en nuestra formación literaria y humana, ese amigo fiel, tierno, extravagante, violento, con el que pasamos juntos tantas horas de lectura y relectura, acabó convertido en un compañero de viaje de los crímenes de Hitler, me costó creerlo. Hambre, es uno de esos libros que nadie que lo haya leído en edad de merecer, dejará de recordarlo con la intensidad de entonces.
No tengo ningún rubor en decir que leí Hambre en estado de ansiedad absoluta, y eso que, tratándose del Oviedo menestral y gris de los primeros años 60, suena hoy a extravagante. He vuelto a hacerlo ahora para la preparación de este artículo. Sigue siendo un libro potente y audaz, impensable en nuestro mundo de 1888, cuando fue escrito por un tipo alto y agresivo que se había ido a Estados Unidos buscando fortuna y que tenía claro, cuando volvió, que deseaba ser escritor. Y ahí está la prueba, Hambre. Sabíamos que luego había escrito Misterios (1892), para mí su novela más rompedora, por su estilo y por su protagonista. También que había conseguido el Nobel en 1920. Pero no teníamos ni idea de que apoyó al hombre de Hitler en Noruega, Quisling, fusilado en 1945, y que durante toda la ocupación de su país avaló, con artículos y entrevistas, a los alemanes e incluso visitó al Fürher para decirle unas cosas que causan vergüenza hasta evocarlas, de puro ridículas. El diálogo Hamsum-hitler no lo superaría ni Groucho.
Echo a faltar en la preciosa edición española de Por senderos que la maleza oculta algunos datos que ayuden al lector de hoy para que no sea tan ignorante como lo fuimos nosotros. Su referencia al editor de Barcelona, ¿Janés? Es verdad que a Hambre, no le añade ni quita nada el saber que Hamsum era un ario ferviente, que adoraba a los alemanes y detestaba a los ingleses, como tampoco añade nada para leer Viaje al final de la noche de Céline, saber que el autor se convertiría en un tipo despreciable. Pero sí es importante para ilustrar otros libros de Céline, y es así lo que ocurre con esta pieza literaria nada vulgar, el postrero texto de Hamsum, terminado la noche de San Juan del año 1948, casi cinco años antes de morir. Como un bordón, está en el substrato la historia de su detención, juicio y condena.
A mí me parece muy importante que la hija de Hamsum estuviera casada con un alemán. Los hijos son decisivos para inclinar las opiniones políticas de los padres cuando se van haciendo mayores. Thomas Mann no hubiera tomado las posiciones radicalmente antifascistas que tomó sin el peso de sus hijos, y de igual modo ni Ortega y Gasset ni Gregorio Marañón hubiesen apoyado al franquismo, tan inequívocamente, si sus hijos no se hubieran incorporado voluntarios al ejército de Franco. Es un asunto delicado, soy consciente de ello, pero el hecho de que hasta ahora apenas si lo hayamos abordado no nos excusa de planteárnoslo.
Por senderos que la maleza oculta compendia la sensibilidad de un anciano, sordo y que se hace el tonto –a Hamsun le pilló la Segunda Guerra Mundial con 80 años– mientras va tomando apuntes sobre lo que le rodea; las actitudes de sus vecinos, la naturaleza y él mismo. “Soy un grifo que gotea”. Ese viejo cínico y encantador que confiesa que él no mató a nadie, porque ese es otro privilegio de la inteligencia, no mancharte las manos. Aunque la tinta manche, y sin llegar en ningún momento a arrepentirse de nada serio, sí apunta lo perjudiciales que fueron sus artículos periodísticos. (¡Pronostico, que más de uno tratará de quemar sus artículos periodísticos actuales cuando el ciclo cambie! ¿Para cuándo una antología de la prensa española durante la transición? Con notas a pie de página. Sería dinamita, porque el papel es explosivo y deja huella). El Knut Hamsum que camina Por senderos que la maleza oculta muestra esa irresponsabilidad del escritor que, ya anciano, contempla el pasado con una benevolencia muy superior hacia sí mismo que hacia la historia. Un viejo que se resiste a morir –llegaría a los 92 años–, que está ya sordo y no ve muy bien, y nota que la gente se divide entre odiarle o despreciarle, pero que persiste en seguir siendo lo que siempre soñó: un hombre capaz de trasmitir sentimientos. Una ironía. No le angustia el pasado, ni el haber sido cómplice de los crímenes más atroces, ni de haber apoyado el fascismo en su propio país, ni siquiera la benignidad de los tribunales ante aquel superviviente alto y con bigote, que parecía sacado de un daguerrotipo del siglo XIX. ¿Saben lo único que le preocupa a este autor sublime que se metió a amasar buena parte de la mierda del siglo XX? Le inquieta perder la imaginación.
Habrá que reconocerlo como uno de esos sarcasmos a los que Dostoyevski, el escritor más admirado y seguido por Hamsum, era muy dado. El hombre que está retenido en cómodos hospitales y residencias de ancianos, porque no saben qué hacer con él. A una gloria nacional, premio Nobel, segundo gran monumento de la literatura noruega detrás de Ibsen, no lo van a meter en la cárcel, o fusilarle como hicieron con Quisling, su cómplice. Lo dejan para que camine “por senderos que la maleza oculta”. No le busquen tres pies al gato, lo de Anders Breivik, el fascista que asoló Noruega el pasado año, es otra historia. Ahí no hay literatura, ahí domina el espectáculo basura.

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