Trece años después de una visita a mis oficinas, el ex gobernador de Quintana Roo se declaró culpable de ese delito.
Columna Razones de Excélsior, 6 de agosto de 2012
Fue hace mucho tiempo, en 1999. Faltaban unas semanas para que Mario Villanueva Madrid entregara el gobierno de Quintana Roo a su sucesor Joaquín Hendricks. Los hechos ya los hemos contado en otras oportunidades, incluido el libro El otro poder (Aguilar, 2001). Desde varios años atrás habíamos investigado y publicado sobre las presuntas relaciones del entonces gobernador Villanueva con el narcotráfico y con otros delitos, que iban desde el tráfico de personas, sobre todo de cubanos, hasta el secuestro y el asesinato de miembros de la inteligencia militar que estaban indagando las denuncias sobre presencia del narcotráfico en la entidad que gobernaba.
Villanueva me había advertido que no siguiera con esas
publicaciones; me había amenazado (incluso en alguna oportunidad envió al que
era entonces mi domicilio una corona de flores con una tarjeta “siempre te leo,
Mario”) y había utilizado todo el repertorio de un gobernador que se
vanagloriaba en esos años de no tener piedad con sus adversarios y enemigos. Pero
los últimos meses de su gobierno habían sido de un declive terrible para su
causa: se sucedían las denuncias y resultaba evidente que no tenía apoyo ni
dentro ni fuera del PRI que, a su vez, sabía que Villanueva era un lastre para
el cercano proceso de sucesión presidencial.
Fue entonces cuando, saliendo de una reunión en la
Secretaría de Gobernación, como supe más tarde, reconstruyendo los hechos,
Mario Villanueva decidió ir a verme a la que era entonces mi oficina
particular. Llegaron primero sus custodios que prácticamente tomaron las
oficinas y cuando pensaba que las cosas se pondrían realmente difíciles, llegó
Villanueva ensombrecido, apagado, con un tono de voz tenue y se sentó frente a
mi escritorio. Recuerdo que enrollaba con sus dedos su corbata mientras me
decía que todo lo que había publicado en los últimos años era verdad, que había
recibido dinero, que había ayudado a que ingresaran personas de Cuba, por Cancún, y varios otros temas, pero que él no
era narcotraficante. Me pidió que lo ayudara. Le dije que no podía, que sus
verdaderos acusadores no éramos los periodistas ni yo en lo particular: que las
acusaciones en su contra provenían del gobierno federal, de la Secretaría de la
Defensa, de prominentes empresarios que habían sido extorsionados, y del
gobierno de Estados Unidos, que ya le había abierto un proceso años atrás por
narcotráfico en una corte de Manhattan y que se había indignado cuando,
violando todo tipo de leyes y acuerdos, Villanueva había decidido “expulsar”
—poniéndolo a la fuerza en un avión comercial— al cónsul de EU que estaba
investigando la muerte de unos springbreakers por consumir drogas en centros
nocturnos de Cancún. Esas eran las fuentes con las que había trabajado para
hacer avanzar la investigación pese a las amenazas de Villanueva.El entonces gobernador me dijo que lo entendía; se despidió en forma cortés y se fue. Nunca más lo volví a ver, entre otras razones porque unos días después se fugó, antes de entregar el poder, después de una visita a su entonces homólogo (y protector político) Víctor Cervera Pacheco, en Mérida. Villanueva estuvo huyendo en Cuba (donde la relación con Villanueva provocó la caída del canciller Roberto Robaina y del ministro de Turismo, Osmany Cienfuegos), en Panamá, en Costa Rica. Un par de años después fue apresado cuando regresaba a Quintana Roo y estuvo detenido en México, de donde terminó siendo extraditado a Estados Unidos, para hacer frente a aquellas acusaciones de mediados de los años novente en una corte de Nueva York.
Apenas la semana pasada, 13 años después de esa visita a mis oficinas, Mario Villanueva se declaró culpable del delito de lavado de dinero del crimen organizado, por lo que le espera, dicen los fiscales en Nueva York, una sentencia de 20 años de cárcel. Hubo un acuerdo judicial porque, de otra forma, aseguran, Villanueva hubiera podido sufrir varias condenas de 20 años acumulables por los diversos delitos, otros 13 además del reconocido, por los que se le juzgaba en la Unión Americana. Así se cierra, no sé si la historia, pero por lo menos el principal capítulo del ex gobernador.
Casualmente, casi el mismo día en que Villanueva se declaraba culpable de ese delito, se divulgaba que en la acusación contra diversos militares que están actualmente en prisión, uno de los capítulos fundamentales sería la confesión de un testigo protegido (que sería Edgar Valdez Villareal, La Barbie) de que en 2007 los inculpados habrían permitido que bajaran 13 aviones en el aeropuerto de Cancún, con una carga de tres toneladas y media
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