26 mar 2013

Cuestión de supervivencia/ Rafael Núñez Huesca


 Cuestión de supervivencia/ Rafael Núñez Huesca, responsable de Comunicación de la Fundación DENAES.
Publicado en ABC |26 de marzo de 2013
Ninguno de las grandes logros de la Humanidad fueron fruto de un hombre solo; todos lo fueron de empresas colectivas: Grecia, Roma, los avances médicos, la conquista del espacio, la democracia, el Descubrimiento, la Revolución Industrial o Científica. Incluso Einstein tuvo maestros y se sirvió de libros escritos por otros.
La colaboración entre los hombres, la suma, ha sido y sigue siendo la fórmula universal del éxito. En todos los órdenes de la vida. Desde lo deportivo hasta lo empresarial. La asistencia mutua, la contribución desde la pluralidad, las sinergias, las aportaciones desde diferentes perspectivas; todo genera un resultado mucho mayor que la simple suma de sus partes. Se trata de la renuncia magnánima de los intereses particulares en favor del interés general. No otra cosa es una nación.

Y es por eso que la voluntad de algunos reyezuelos autonómicos de separar a su región de la matriz española se antoja de todo punto inconcebible. Renunciar al acervo cultural común que compartimos todos los españoles y que supone sentir como propios la Torre de Hércules, La Alhambra, El Sardinero, Las Ramblas, la cocina vasca, la lengua española o El Quijote, desafía, ya no a la historia o los lazos y afectos mutuos, también el más elemental sentido común.
Una Cataluña escindida de España supondría una abrupta alteración en todo los órdenes. Para el todo y, aún más, para la parte.
Muchos de los genios creativos que España ha ofrecido al mundo nacieron en Cataluña. El Principado constituyó siempre un lugar de vanguardia cultural, económica y empresarial que despertó la admiración del resto de España, y acogió con generosidad a otros compatriotas que llegaron allí con la ilusión de empezar una nueva vida. Cualquier español vería con pesadumbre cómo una tierra que siempre sintió como propia, pasaría a convertirse en un lugar ajeno, extraño. Y la misma cosa, en una dimensión colosal, sería privar a los catalanes de España. Un drama recíproco que algunos, en su locura, ya creen estar acariciando.
Para llegar a esto se ha tenido que sembrar previamente la semilla de la discordia. Y la semilla ha germinado. El nacionalismo catalán ha hecho bien su trabajo. Una labor metódica, por fases, sin las estridencias del nacionalismo vasco, que en Barcelona siempre juzgaron contraproducentes. Una calculada operación de ingeniería social, reconocida por la propia CiU en aquel documento de 1990 en el que proyectaba la «infiltración nacionalista en todos los ámbitos sociales» como herramienta para alcanzar el ansiado objetivo final. Nada nuevo. Prat de la Riba, el ideólogo de todo esto, trazó el camino a seguir hace más de un siglo: «Tanto como exaltamos lo nuestro, rebajamos y menospreciamos todo lo castellano (español), a tuertas y a derechas, sin medida». Y eso han hecho. Con notable éxito. Y con el beneplácito, cuando no la colaboración suicida, del propio Estado. Una estrategia que ha pivotado sobre tres ejes: narcisismo, victimismo y aversión al resto de España. Deleznable pero exitoso. Ahí están los hechos. Y ya con la tierra suficientemente empapada de rencor, es el momento de encarar la última y definitiva fase del plan.
Desde la Fundación para la Defensa de la Nación Española, Denaes, tenemos la absoluta seguridad que el proceso de fraccionamiento es reversible. Hará falta coraje político y una férrea voluntad de cambio de modelo. Habrán de tomarse medidas drásticas. Todas las que no se tomaron antes. La primera de ellas, dotar al Estado de la consistencia y viabilidad de las que ahora carece. El Estado Autonómico se ha convertido en el Estado del bienestar de los partidos políticos, no de los españoles. Es inviable y la crisis económica ha destapado definitivamente todas sus carencias. La llamada partitocracia ha colonizado hasta el último estamento, justicia incluida, al punto de instalarse en un estado de corrupción sistémica y transversal, insoportable para el ciudadano, que empieza a mostrarse escéptico del actual modelo en su conjunto.
Es una necesidad imperiosa ahondar en el proyecto común de España, dotar al Estado de una coherencia acorde con la historia, la cultura y los afectos comunes entre los españoles. Las reformas que hoy necesita España no son sólo las orientadas a lo económico, ésas son sólo algunas, y ni siquiera las más importantes. Es necesario recuperar para el conjunto las competencias en Educación, Justicia, Protección Civil, Interior y Medio Ambiente.
Cada vez son más los españoles que reclaman, por una cuestión de estricta supervivencia nacional, una gran reforma constitucional llevada a cabo por los dos grandes partidos que sólo será posible a través de un ejercicio de patriotismo que dé prioridad al interés general por encima del interés particular, incluido el de los partidos, y siente las bases de la refundación del propio sistema. La reforma irremediablemente se hará; así lo exige la desesperada sociedad civil española. Nos conviene a todos que esta se produzca con la anuencia y colaboración de los grandes partidos políticos.

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