14 mar 2013

Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa jesuita


Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa jesuita
Duro con los Kirchner y blando en la dictadura
Juan Ignacio Irigaray en El Mundo, 14 de marzo de 2013

Desde 2004 el matrimonio Kirchner, peronista y católico, ha roto la tradición de los presidentes argentinos de asistir cada año al tedeum en la Catedral de Buenos Aires para no 'tragarse' los sermones del cardenal primado Jorge Bergoglio, flamante Papa Francisco. La ruptura de esa costumbre y el choque Casa Rosada-Iglesia Católica retratan mejor que nada quién es el nuevo jefe del Vaticano.
Fuerte crítico de la actual clase política de Argentina, sobre todo de los Kirchner porque impulsan los juicios a los represores de la 'guerra sucia' de la dictadura (1976-1983) y el matrimonio homosexual, este jesuita -el primero en liderar el Vaticano- mantiene una tensa relación con el poder. Y siempre alerta de lo que él considera como degradación de la sociedad argentina, hundiéndose en las corruptelas, el poder del narcotráfico, y el relativismo. Del aborto ha dicho que "es el Demonio contra el plan de Dios".

Hijo de inmigrantes italianos –Mario, trabajador de ferrocarril y Regina, ama de casa-, estudió en una escuela técnica graduándose de técnico químico. Pero a los 21 años dio el vuelco a la religión y fue ordenado sacerdote con 33 años. Padeció problemas respiratorios y le extirparon un pulmón. De vida austera y bajo perfil, hasta ahora vivió en un piso sencillo de la curia, junto a la catedral y frente a la plaza de Mayo. Suele cenar solo y nunca va a restaurantes.
Transitó toda su carrera religiosa en el episcopado porteño, desde simple sacerdote hasta que el Papa Juan Pablo II lo ordenó cardenal primado de Argentina, la máxima autoridad de la Iglesia.  Con fuerte preocupación por los excluidos sociales –niños explotados, prostitutas, cartoneros- intenta mostrarse cercano a la gente. Es común verlo en el metro o visitando a  recolectores callejeros de residuos reciclables.
En sus sermones y declaraciones públicas ha dejado claro cuáles son sus preocupaciones. "En la ciudad de Buenos Aires, la esclavitud está a la orden del día", ha denunciado. También ha señalado que "los más pobres, para los suficientes, no cuentan". E indicó que "la deuda social, es inmoral,  injusta e ilegítima".
Cuando viaja a Roma por cuestiones religiosas siempre va en clase turista, según el diario 'La Nación'. Dicen que de jovencito le gustaba bailar el tango, en especial la milonga, y jugar al baloncesto. Simpatizante del club de fútbol San Lorenzo de Almagro, ha recibido casacas autografiadas por los jugadores. En literatura sus favoritos son los argentinos Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal. También Dostoievski y otros clásicos.

Ambiguo con la dictadura
Sin embargo, siempre ha circulado una 'leyenda negra' de su actuación en la dictadura que lo emparentaría con la tradición ultra conservadora de la Iglesia argentina. Según testimonió la catequista María Elena Funes en un juicio por la 'guerra sucia', cuando era principal de la Compañía de Jesús, Bergoglio habría dejado sin protección a dos compañeros suyos, Orlando Yorio y Francisco Jalics, curas obreros en las villas miserias, que fueron secuestrados.
Los sacerdotes, que pasaron seis meses desaparecidos, sobrevivieron a las torturas. Finalmente fueron liberados, ambos se exiliaron y dejaron los hábitos. En 2010, después de no responder a tres llamadas de la Justicia, Bergoglio aceptó declarar como testigo ante el tribunal oral federal 5 que investigaba aquel secuestro. Pero los jueces debieron ir a su oficina de cardenal primado, en vez de ir él a los tribunales.
"No los dejé solos en ningún momento", testificó el arzobispo, sin dar precisiones y de forma ambigua. Hasta que confesó que se había reunido una vez con el dictador Jorge Videla (1976-1981) y en dos oportunidades con su 'número dos', el almirante Emilio Massera, para reclamar por la vida de los curas. Para los querellantes no quedó claro porqué Yorio y Jalics habían quedado en desamparo y expuestos a la barbarie castrense.
La Iglesia católica de Argentina colaboró abiertamente con el régimen que hizo desaparecer entre 9.000 y 30.000 personas, según recuentos públicos documentados y de organismos humanitarios, respectivamente. Videla, que a los 87 años purga en la cárcel tres condenas a cadena perpetua, lo ha destapado con todas las letras.
El nuncio apostólico Pio Laghi, embajador del Vaticano de 1974 a 1980, y los obispos, reveló el ex tirano, "nos asesoraron sobre la forma de manejar" la situación de los desaparecidos. E incluso, confió, "la Iglesia ofreció sus buenos oficios, y frente a familiares que se tenía la certeza de que no harían un uso político de la información, se les dijo que no busquen más a su hijo porque estaba muerto".
"La repregunta sobre quién lo mató y donde está enterrado -prosiguió- es un derecho que todas las familias tienen. Eso lo comprendió bien la Iglesia y también asumió los riesgos".

El papel de la iglesia
En efecto, el 10 de abril de 1978, poco antes del Mundial de Fútbol que ganó Argentina, los obispos de la Conferencia Episcopal Raúl Primatesta, Juan Carlos Aramburu, y Vicente Zazpe –todos ya fallecidos- acudieron a una comida a la Casa Rosada. Después, dejaron mecanografiado un resumen del diálogo que sostuvieron con Videla y lo enviaron al Vaticano. Allí se informaba al Papa Juan Pablo I que de que los desaparecidos eran exterminados por la dictadura.
Aunque la Iglesia no sólo fue cómplice, también tuvo algunos mártires. En la matanza de la parroquia de Santa Cruz, el 4 de julio de 1976, fueron asesinados el seminarista gallego Salvador Barbeito Doval, de 29 años, y los sacerdotes Alfredo Leaden, de 57 años; Pedro Duffau, 65; Alfredo Kelly, 40; y Emilio Barletti, 25.
Y los monseñores Carlos Ponce De León y Enrique Angelelli, obispos de San Nicolás y La Rioja, respectivamente, murieron en sendos accidentes automovilísticos. En los últimos años, la Justicia destapó que esos oscuros hechos fortuitos en verdad fueron ejecuciones lisas y llanas de los servicios de inteligencia de la dictadura. También las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Dumon fueron arrojadas vivas al mar desde los 'vuelos de la muerte'.
Anclada en las ideas tomistas de León XIII y Pío XI de apoyo a los totalitarismos en Europa y un fuerte sentimiento anticomunista, la cúpula de la Iglesia justificaba la 'guerra sucia' de la dictadura con el argumento de que Argentina debía "purificarse en un Jordán de sangre". Y según el represor Adolfo Scilingo, consintió y asistió como forma "cristiana" de eliminación de opositores y guerrilleros a los "vuelos de la muerte", o sea que fuesen arrojados vivos y dopados al Atlántico desde aviones militares. Los pilotos eran confesados y consolados por un cura castrense al volver de cada vuelo.
Ese tenebroso método clandestino de la desaparición de personas se adoptó por temor a la reacción del Vaticano, pero no por prevención a los prelados argentinos. El general Ramón Genaro Díaz Bessone, uno de los ideólogos de la 'guerra sucia', lo dejó claro: "¿Usted cree que hubiéramos podido fusilar a 7.000? Al fusilar tres nomás, mire el lío que el Papa Pablo VI le armó a Franco en 1975. Se nos viene el mundo encima. Usted no puede fusilar 7.000 personas", reflexionó el militar, hoy con pena a cadena perpetua.
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De Ratzinger al anti-Ratzinger

Su elección parece haber sido la solución al duelo entre Scola y Scherer
Rubén Amón (enviado especial) | Roma
El Mundo, 14/03/2013 10:06 horas
Jorge Mario Bergoglio, alias Francisco, ha amanecido pontífice. No en las dependencias vaticanas, que permancen selladas desde que las desalojó Benedicto XVI, sino en la habitación 204 de la Casa de Santa Marta. La misma que ocupó a partir del pasado martes como campamento base de las votaciones en la Capilla Sixtina.
Regresará hoy al mismo escenario del Juicio Final con el corazón encogido. No para votar ni ser votado. Lo hará para reencontrarse con los cárdenales electores a las cinco de la tarde. Y, por tanto, para congratularse también con aquellos que le han dado, como mínimo, los dos tercios de los sufragios en el trance de la quinta votación.
Se han cumplido algunas de las previsiones plebiscitarias, como la expectativa de un pontífice latinoamericano, pero la designación de Bergoglio es también una una sorpresa y una novedad. Porque nunca un candidato de los jesuitas había llegado tan arriba en el cursus honorum y porque el retrato robot que emergía de las congregaciones cardenalicias y hasta de las especulaciones sobrentendía una figura bastante más joven.
Ya ha cumplido 76 años Bergoglio, aunque el aspecto más interesante de su elección consiste precisamente en que se antoja una contrafigura perfecta de Ratzinger. Protagoniza, en fin, un cambio de línea dinástica que frustra las expectativas de la Curia en las pretensiones de colocar a uno de los suyos como cabeza visible de la Iglesia.
Cambio
Bergoglio es una especie de 'Antiratzinger', de antídoto al papa saliente. Hasta el extremo de que el cónclave resuelto ayer parecía una moviola del celebrado hace ocho años, es decir, cuando el influyente y carismático Martini, también él jesuita, opuso el nombre de Jorge Mario Bergoglio al continuismo wojtyliano de Ratzinger.
Se pretendía cuestionar la ortodoxia vigente y la inflexibilidad en ciertos postulados sociales. Bergoglio se erigía como un epígono de Juan XXIII en su carisma de "bueno", en la sensibilidad con los pobres y en la visión progresista, aunque el adjetivo no puede sustraerse al específico contexto eclesiástico ni a la contundencia con que el purpurado critica el matrimonio gay y deplora incluso la inseminación artificial.
No, no estuvo realmente cerca de convertirse en Papa en 2005, pero sí reunió suficientes sufragios para malograr la candidatura de Benedicto XVI, entre otras razones porque Joseph Ratzinger no había logrado reunir los dos tercios de sus eminencias hasta que el propio Bergoglio hizo pesar en sus colegas el propósito de "retirarse".
Retirarse, curiosamente, para coger impulso ocho años después, aunque sus opciones nunca hubieran sido posibles si no llega a producirse la "providencial" renuncia de Ratzinger y si los cardenales reunidos en Roma estos días no hubieran reivindicado el viraje de la Iglesia hacia el continente con más fieles y mayores desafíos.
Apuestas fallidas
No figuraba Bergoglio en las quinielas. No lo hacía, realmente, porque el trajín de papables y de papabilísimos responde más al juego de la intuición y de la especulación que a las evidencias informativas. Acaso con la honorable excepción del Quotidiano Nazionale.
Este modesto diario italiano publicaba ayer por la mañana que Bergoglio adquiría peso entre sus eminencias como una solución "bipartisan" al duelo enconado entre el italiano Scola y el brasileño Scherer. Necesitaremos unos cuantos años para conocer los pormenores del cónclave, pero no puede discutirse que Bergoglio ha sido elegido Papa y que el Quotidiano Nazionale acertó con las revelaciones.
De hecho, su ceremonia de entronización está programada el 19 de marzo con ocasión de la fiesta de San José. No tendrán que esperar tantos días los fieles para "verlo" en vivo. Podrán regocijarse con su presencia en el ángelus del domingo.
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Un jesuita en el Vaticano
Francisco será, probablemente, un Papa sereno y conciliador
Carmelo Pérez | Madrid
El Mundo, 14/03/2013 09:00 horas
Por primera vez en la Historia, un miembro de la Compañía de Jesús ocupa la sede de Pedro. Francisco, el primer jesuita Papa, camina ya por los interminables pasillos del Palacio Apostólico y muchos quieren ver en su elección, entre otras cosas, el inicio de un tiempo nuevo en lo que filias y fobias eclesiales se refiere. De lo que no cabe duda es de que asistimos al estreno de una etapa con nuevos equilibrios de poder y de responsabilidades.
Concretamente, los primeros análisis de no pocos vaticanistas apuntan al desasosiego que podría reinar tras la fumata blanca entre los militantes y los afines a Comunión y Liberación (CyL), el movimiento eclesial que parecía estar colocado en las posiciones de salida más ventajosas para que uno de sus cardenales ‘amigos’ se calzara las sandalias del pescador.
Su representante más notable, el cardenal Angelo Scola, figuraba en casi todas las quinielas de ‘papables’. Pero al mismo tiempo, esa misma vinculación a CyL podría estar detrás del rechazo de algunos monseñores a su elección.
Finalmente, Scola no es Papa y, pese al carácter conciliador del que hace gala el nuevo Pontífice, buena parte de la Iglesia no vería con malos ojos que el jesuita modulara a la baja el protagonismo que los llamados ‘nuevos movimientos’ están acaparando en la vida de la comunidad católica.
Es el caso, también, de los Neocatecumenales, más ampliamente conocidos como los ‘Kikos’ por el nombre de su fundador, Kiko Argüello. Aunque el movimiento no tiene aún cardenales propios, algunos prelados se muestran abiertamente próximos a la institución. Sucede así, por ejemplo, en la Archidiócesis de Madrid, donde el cardenal Antonio María Rouco Varela es manifiestamente favorable a colocarlos en primera fila de las tareas evangelizadoras y de responsabilidad de su diócesis.
Un jesuita con los pies en la tierra
Por último, no era el tiempo de un cardenal del Opus Dei, coincidían la mayoría de previsiones. La propia dinámica eclesial, los retos de la Nueva Evangelización, los signos de los tiempos, apuntaban en otra dirección. En concreto, han apuntado hacia los jesuitas. Jorge Mario Bergoglio es miembro de la Compañía de Jesús. Pero hay jesuitas y jesuitas.
Bergoglio es de los que conoce bien tanto la vida a pie de calle, pues ha sido párroco, como el rigor de las universidades teológicas más exigentes del mundo. Con él entra en el Vaticano la aguda visión de una congregación religiosa acostumbrada a adelantarse a las necesidades de los tiempos, y la mesura de quien ha ejercido responsabilidades de Curia.
Por todo ello, Francisco será, probablemente, un Papa sereno y conciliador. Sereno en las formas, sin potenciar los ‘excesos emocionales’ de los movimientos que se manejan casi como la única opción válida en la Iglesia, al menos como la más convincente. Y conciliador, integrador de la riqueza que unos y otros pueden aportar a la causa común, pero sin privilegios ni parcialidades.
Un jesuita en el Vaticano puede suponer la potenciación de los movimientos diocesanos y parroquiales, de los movimientos ‘sin apellido’, fieles a la tarea de la evangelización y sin dependencias de otra ‘sede central’ que no sea su propia diócesis.
Por último, desde el punto de vista académico, su solvencia es manifiesta. Y la universidad y la docencia, que ya ha ejercido, uno de los mejores remedios contra las estrecheces mentales y las miopías teológicas. O eso es lo que la Iglesia espera

1 comentario:

Anónimo dijo...

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