25 may 2013

Estudiantes en armas/Ernesto Hernández Norzgaray


 Estudiantes en armas/Ernesto Hernández Norzgaray
Tomado de la revista Amanecer Sinaloa.com, 25 de mayo de 2013
 
A Liberato Terán, un ícono.
A Cecilia, Walfer, Diego y Humberto,
estudiantes de Ciencias de Comunicación.


La editorial de la UAS publicó recientemente el excelente libro Estudiantes en Armas, un estudio bien documentado y escrito por el joven historiador escuinapense Sergio Arturo Sánchez Parra, quien consultó libros, periódicos, revistas, archivos y entrevistó a protagonistas de la época del movimiento estudiantil de los años setenta. Además, a diferencia de otros trabajos el autor le da un fuerte sustento teórico teniendo como matriz el espacio público, es decir, el punto de encuentro donde y cada uno de nosotros confluimos y socializamos con los demás.

Esta investigación histórica que le llevó al menos cinco años, pone el énfasis en la vertiente estudiantil “enferma”, como se le llamó  a esta expresión política radical que convulsionó a la Universidad y hoy cobra actualidad, tanto por un aspecto rutinario en la semana del estudiante universitario, como por el exiguo papel del estudiante en el proceso sucesorio en la centenaria casa de estudios.

Como es costumbre desde hace varias décadas, jóvenes universitarios en la cuarta semana de mayo festejan de diversas maneras estos días en sus escuelas y facultades. Algunas direcciones tutelan la semana cultural con diversos eventos académicos y deportivos que buscan retroalimentar el desarrollo intelectual y físico de sus alumnos, y otras simplemente dejan la iniciativa a los propios estudiantes que lo mismo organizan eventos académicos que promueven alguna recreación.
Cualquiera que sea la actividad, unos y otros están bajo la atmósfera de un relevo rectoral que transcurre en el mayor sigilo, cuando habiendo cinco aspirantes a la máxima representación universitaria inexplicablemente la Comisión Permanente de Postulación ha impuesto el silencio como conducta para mantenerse en el juego sucesorio, pues hablar, según el Dr. Rafael Valdés, titular de la mencionada Comisión, se interpretaría como un “acto proselitista” y éstos no están permitidos en la reglas de participación. Afortunadamente el rector corrigió el entuerto.
Qué tiempos aquellos cuando los profesores y estudiantes en el ejercicio de libertades ganadas a pulso, se agrupaban en torno a una fórmula o un candidato para debatir en torno a un programa de desarrollo institucional. Y así, iban de escuela a escuela, convenciendo a otros profesores y estudiantes de las bondades de su proyecto académico.
Cierto, no dejaron de aparecer los pícaros políticos que aprovechaban la  buena voluntad para alcanzar sus propios objetivos. Hubo, por supuesto, otros más genuinos que impulsaban transformaciones para elevar el nivel académico y conservar el carácter popular y autónomo de su Universidad.
Viene a cuento este preámbulo al libro de Sánchez Parra, pues si bien él pone el énfasis en la década de los setenta, es una obra sobre un pasaje largo de la historia política de la Universidad y en alguna medida del estado, un acontecimiento donde muchos de estos estudiantes fueron detenidos y procesados, mientras otros  murieron o  desaparecieron sin dejar rastro y todavía los buscan sus familias dentro o fuera del Comité Eureka que dirige Rosario Ibarra de Piedra.
Enfermos y demócratas
El movimiento estudiantil “enfermo” es un pasaje oscuro y doloroso en nuestra Universidad tanto por los muertos y desaparecidos, como por la confusión ideológica que vivieron segmentos estudiantiles de una izquierda híper-ideologizada que en todos lados veía “burgueses”, “proletarios”, “enemigos de clase”, “reformistas” o “reaccionarios”. Unos todavía los siguen deplorando y los protagonistas prefieren olvidarlo como un error de juventud.
Sin embargo, ahí está la labor paciente del historiador Sánchez Parra, quien adoptó el tema como un objetivo académico de largo plazo elaborando con él tres tesis de grado: licenciatura, maestría y doctorado. Así, hoy él es una referencia obligada en este tipo estudios. 
Afortunadamente, luego vino una generación de universitarios sin esas anteojeras que aprendió que no hay mejor camino que la lucha institucionalizada para la promoción de cambios sociales, aun cuando los saldos no siempre parecen corresponder a las aspiraciones de sus promotores.
La “enfermedad” del comunismo que se inoculó en un segmento pequeño pero muy activo de universitarios, mostró a todas luces el costo que podía tener una desviación política en una sociedad marcada por el autoritarismo post 68. Con policías siniestros como Nassar Haro. 
No solo esas experiencias extremas de la izquierda radical, que en algunas expresiones se equiparan, con las peores manifestaciones del momento, como por ejemplo aquella tesis de la Universidad fábrica, que sostenía una crítica severa al carácter “burgués” de la institución educativa y si bien no buscaban destruirla sí pretendían utilizar sus bienes patrimoniales.
Nuevos ropajes.
Pero, disculpe lector ¿Cuál es la diferencia cuando este propósito utilitario lo realizan otros, con ropajes más moderados e incluso con discursos académicos? Ninguno. Al final, estamos ante una misma práctica que termina sometiendo a la institución a los designios de un grupo de poder por encima de su autonomía, para regirse en un marco de libertades que en el caso de una universidad, no pueden ni deben ser otras que las del conocimiento y la razón.
Es lo que está en riesgo en la sucesión de rector en la UAS y más específicamente entre quienes tienen el control y los que aprovechando debilidades institucionales, y por supuesto el descontento que existe en franjas de la UAS, quieren llevar agua a su propio molino.
Este es el dilema que plantea la sucesión rectoral, qué grupo vencerá en esta contienda que de entrada sabemos favorecen hoy al grupo cuenista, por esa red intrincada de relaciones y lealtades que le permiten control sobre la mayoría de las instancias de gobierno en la Universidad. No veo otra posibilidad en una competencia de los grandes electores. Y mucho menos que se pueda crear de aquí al 8 de junio, cuando deberá tomar posesión el nuevo rector de la UAS.
Estudiantes en lucha
El motor de cambio en la Universidad siempre han sido los estudiantes. Éstos han promovido cambios estructurales como sucedió en el movimiento estudiantil del 68, y más recientemente en el Yosoy#132 que sacudió la inercia pasmosa de las elecciones del verano pasado. Estos movimientos buscaron dar perspectiva más allá de las aulas universitarias y establecer una agenda de cambio para la sociedad mexicana. Han sido un factor democratizador y lo que hoy somos como sociedad se lo debemos en buena parte a sus empeños.
 Lamentablemente, los estudiantes de la UAS desde hace varios años, pasan por un reflujo donde sólo parece moverlos la banalidad –La Faciso, por ejemplo, hace unos días estaba metida en la elección de su rey y reina-, cuando en otros estados se cuestiona el modelo educativo. Los presupuestos destinados a la educación. Los problemas de un entorno sofocante por la espiral de violencia, que a la UAS le ha costado desde 2007 a la fecha la vida a cerca de cincuenta de sus profesores, funcionarios y estudiantes. Y que en otras condiciones de conciencia, seguramente llevaría a movilizaciones que cuestionarían la ineficacia tanto de autoridades universitarias, estatales y federales. Pero, nada pasa.
Pero ahora eso no está en la agenda estudiantil. Los estudiantes no están organizados. No existe más la FEUS, como sí existía a principios desde 1992 cuando se funda. Los rectores y sobre todo los directores se han encargado de desaparecerla y encauzar a los estudiantes hacia la superficialidad.  Son ellos los grandes ausentes en las decisiones, quienes llegan a los Consejos Universitario y Técnicos se representan a sí mismos pues casi nunca consultan a sus representados. Estas instancias que podrían ser escuelas de participación política han vaciado su contenido.  Es más fácil que un joven se organice para ir a uno de los eventos de los ¡Premios Oye!, que lo haga para discutir los problemas de su facultad, su aula.
Es por eso, que quizá gana la nostalgia, por aquellos jóvenes que nos narra Sánchez Parra, a los movía idealismo y voluntad de cambio hasta llevarlo a la irracionalidad política, pero al final de cuenta había un ánimo y un espíritu por modificar cosas que ahora simplemente no vemos en los hijos y nietos de los que participaron en aquellas jornadas donde llegaron hasta las armas para defender sus ideales de justicia.
Enhorabuena, Sergio Arturo,  tendremos oportunidad de escucharte el miércoles 22 en la Faciso, 10 y 19 horas, cuando presentes este libro que debe ser motivo de reflexión no solo del pasado, sino del presente y el futuro de nuestra Universidad. 

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